Cochifrito desde China

       Cuenta Charles Lamb que una mañana, en la que el porquero Ho-ti había ido, como era su costumbre, al bosque a por bellotas para sus cerdos y había dejado la choza al cuidado de su hijo mayor, Bo-Bo, un mozalbete acostumbrado a jugar con el fuego, a su vuelta se encontró con que todo había ardido y hasta los animales habían fenecido asados vuelta y vuelta: una hermosa camada de lechones que era su único patrimonio. Pero en el trascurso de la refriega propia de la situación, al distraído joven se le ocurrió mojar el dedo en aquella carne hecha ascuas y. viendo el extraordinario gusto que tenía, le ofreció al padre ese sabor exquisito que había probado. Reconciliados los dos ante este descubrimiento, acordaron no contarlo a nadie y aprovechar ese incidente para comer desde entonces el bocado tan sabroso que habían encontrado. Pero, como el demonio siempre anda al retortero, la gente se fue enterando por lo bajini del secreto y desde entonces en la aldea china se fue haciendo costumbre que de vez en cuando ardiera una casa con los cerdos dentro de ella. El asunto llegó hasta conocimiento de los tribunales que procesaron a los protagonistas por un delito de incendio intencionado pero el caso fue que, a los dos días del juicio, la casa de Su Señoría también ardió, por supuesto con los lechones dentro.
     La explicación del origen del para muchos exquisito plato llamado “cochinillo asado” o “cochifrito”, publicado por el autor en un encantador librito como una “Disertación” sobre el particular, desvela que la nueva delicia gastronómica se fue extendiendo por toda China y que tuvo que pasar un montón de tiempo y naciera un Newton chino, Chung-Pung, para descubrir que era posible conseguir el cerdo asado sin necesidad de quemar la casa.
      La tesis que, como excusa, encubre este cuento y que tras la anécdota se deleita en describir con un sarcasmo infinito cómo los antiguos sacrificaban “esas tiernas víctimas de lechoncitos”, está en la línea de aquella durísima y terrible “modesta proposición” de J. Swift contra la acumulación de riqueza y de cómo eliminar a los pobres para dar de comer a los ricos. Triste y duro reproche, con especial sentido y muy apropiado para estos días, contra una especie que siempre ha estado dominada sin contemplaciones por los poderosos y ha olvidado aquel cántico de “Loado seas, mi Señor, por nuestra / madre y hermana Tierra” de Las Florecillas.

Publicado el día 26 de diciembre de 2014

La ceremonia del funeral

     Aquella cosa que un día se llamó “la crisis” ha sido declarada pomposamente fenecida, fallecida, muerta, incluidos los últimos auxilios como debe ser entre gente de bien y se ha colocado una lápida mortuoria con el solemne epitafio de que debe ser olvidada para siempre. Bien es verdad que ya había algunos que llevaban un tiempo proclamando, en una especie de profecía autoincumplida al estilo de Robert K. Merton (que pone los resultados en el voluntarismo de quien los pronostica), que ya se había ido por donde había venido y que ya ¡santas pascuas! Pero ahora ha entrado en el ámbito de lo así reconocido oficialmente. La crisis es historia, se ha dicho para gozo y disfrute de unos cuantos a los que ya estaba molestando la dichosa palabrita, tanto que poco a poco ha ido siendo colocada en el limbo de locuciones antiguas y en el diccionario de vocablos y términos viejos, como una especie de antigualla.
     Había aparecido como de repente, como si nadie se hubiese dado cuenta, como cuando una mañana de abril, en Orán, el doctor Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera y sin más preocupación pensó que tendría que advertírselo al portero… Bien es verdad que algunas mentes privilegiadas, como se dice en estos casos, hablaban de algo parecido y alguno hasta utilizaba la palabra fatídica pero no existía un clamor general como ocurre en otras situaciones en las que no hay otro asunto de qué hablar o preocuparse. Y ahora, pasado un tiempo, hay quienes quieren dar la impresión de que, como vino, se ha ido porque, aseguran ya ha sido vencida. Y eso lo dicen y lo aseguran bancos y gobierno que van celebrando exequias por donde van y rezan responsos por donde vienen, en una ceremonia litúrgica que más parece una representación escénica.
    Pero el caso es que no parece que la cosa haya ido así, a pesar de las voces de funeral. Más bien se aprecia, tanto si anda uno por las calles como si levanta los tejados como un Diablo Cojuelo cualquiera, que todavía hay mucho sufrimiento. Apenas hemos hecho algo esencial y básico por el enfermo más allá de colocarle unos parches y una transfusión de urgencia pero sin otros medios terapéuticos. Lo trágico de todo es que lo que parece enterramiento no es para tanta gente sino cenotafio, es decir, un monumento funerario “en el que no está el cadáver del personaje a quien se dedica”. A ver.

Publicado el día 19 de diciembre de 2014

Un razonamiento perfecto

        Nunca parece ocioso traer a colación cómo los políticos o, mejor, los personajes públicos, todos iguales, muestran un conocimiento tan delicioso y exquisito del concepto geométrico que es la tangente, dando así certidumbre en la carrera política al uso a aquel cartel que figuraba en el frontal de la Academia de Platón (“nadie entre aquí que no sepa Geometría”). Basta que en una conversación o entrevista algo no acabe de gustar del todo al protagonista, para en seguida hacer uso de esa dimensión como vía de escape y marcharse tan ricamente. Y no es que el resto de los mortales no manejemos esa estrategia polemista, que por supuesto hay quienes tienen un conocimiento tan superior que casi hay que echarles un galgo, la verdad es que este caso apenas tiene resonancia ni incidencia en los asuntos públicos. Las tangentes privadas siguen otros derroteros, lo que no ocurre con los principales personajes en saber, dinero y poder.
    La Dialéctica, una rama de la filosofía que se ocupa del uso del lenguaje y de los procedimientos para mejor discutir con quien se ponga por delante, fue siempre una asignatura de la mayor importancia. Saber expresarse con precisión y poder rebatir los argumentos de nuestros interlocutores siempre supuso una ventaja a la hora de sobrevivir en el mundo de los negocios, en los del pensamiento y en la vida de cada día. Conseguir convencer al otro de que lo que está diciendo es falso y lo que uno defiende verdadero es una tarea muy difícil y por eso hay quien no tiene más remedio que inventar sistemas de poca categoría. Como el de la tangente, que no es muy airoso ni elegante sino más bien basto o sanchopancesco, dirían algunos.
     Un ejemplo de estos razonamientos ha sido protagonizado hace unos días y apareció como una estampida lleno del más puro romanticismo. Al final, como era de prever, nada se ha resuelto y como en aquel verso de Cervantes, “incontinente, / caló el chapeo, requirió la espada / miró al soslayo, fuese y no hubo nada” Pero dejó una perla dialéctica de la mejor calidad. Más o menos así: Yo he llevado a cabo viajes pagados por el Senado para asuntos de trabajo, que están justificados en esos cuatrocientos folios que tengo ahí pero que no entrego y apenas enseño a nadie; es así que yo pongo a la venta el palacio, o palacete, donde reside el presidente; luego yo soy el político más transparente de todos. Un razonamiento perfecto.

Publicado el día 12 de diciembre de 2014

Poder, cuotas y fealdad

       Después de algunas semanas sin noticias de grandes y graves escándalos, el agobio, si no ha desaparecido del todo, al menos ha quedado atemperado y serenado. Fueron unos días en los que de pronto no se alcanzaba a qué información acudir o a dónde mirar, porque las revelaciones, en forma de cascada, se pisaban unas a otras y, casi sin tiempo de haber conocido los detalles de una, ya sonaban campanas por otro lado. Un período afortunadamente breve pero tan intenso que casi acaba con la templanza de los más calmados. Y consiguientemente, visto lo visto, cualquier corporación que quisiera estar al día y acomodarse a la urgencia de los tiempos anunciaba que tomaría medidas para corregir los desmanes a su alcance y prever que volvieran a ocurrir. Terapias urgentes que aumentaban el ruido de lo que estaba ocurriendo. Pero ahora, de la misma manera que entró como un huracán moviendo y removiendo estructuras políticas y sociales, vivimos un período de sosiego, al menos aparente, y liberados tanto de pecaminosas denuncias como de propuestas de remedios.
       La presión fue tan concentrada que hubo gente que se preguntó a qué oscuro designio obedecía que maldades antiguas y sobre todo prolongadas aparecieran de esa manera tan atropellada que casi cortaba el resuello. Claro que si es verdad lo que se acaba de publicar, que doce millones de norteamericanos están convencidos de que el presidente Obama es un lagarto verde extraterrestre, más fácil es que los montones de amigos de las conspiraciones creyeran que no era casual este torrente de informaciones y que seguro que ese hecho obedecía a alguna mano negra, o blanca, moviéndose por las entretelas de los medios de comunicación. Y más aun tratándose de temas y asuntos políticos en los que la primera ley (no escrita pero asumida por todos) dice que la actividad primaria y primordial de todo político es conspirar, preferentemente contra los propios compañeros. De ahí el grito de: ¡al suelo, que vienen los míos!
        El caso es que aquí no se acaba de reformar nada de lo crucial y necesario. Todo es recorte va, recorte viene pero la clave última y por donde habría que empezar el traje nuevo, que son los repartos de poder por cuotas, ni acaba de ponerse sobre la mesa. El poeta hispanorromano relacionaba a los feos con los buenos: “Pelo rojo, cara negra, pierna corta y ojo malo / difícil lo tienes, Zoilo, para salir buena persona”.

Publicado el día 5 de diciembre de 2014

La danza de la muerte

    Sabido es que los medievales de los últimos siglos, a pesar del ambiente de cierta espiritualidad oficial que de alguna manera se vivía en la época, tenían una retranca de padre y muy señor mío. Era entonces, como ya se dicho en otras ocasiones, cuando lo que importaba a las autoridades estaba en la salud del alma como procedimiento además más rentable para mantener la situación social y política. No es que no estuvieran preocupados por evitar el aumento de la demografía en el infierno, que por supuesto era una zozobra relevante, pero lo del orden público, mantener la estructura social era en el fondo lo que les tenía más atentos. Como además ocurría lo de siempre, que los ricos y poderosos eran los mismos, todo lo que aseguraba que las cosas iban a mantenerse tal cual era promovido y bien consolidado. Pero la gente, que tenía escasas o nulas posibilidades de cambiar la situación y evitar la esclavitud y el aplastamiento a que estaban sometidos buscaba otras vías de escape a su desgracia.
      Por ejemplo con el latiguillo permanente de que al final todos calvos. Las coplas de la danza de la muerte, en la que esta señora va dando un repaso de mucha consideración a todos y cada uno, enumerados y citados de arriba abajo, es decir, de los más poderosos a los más humildes, constituía el latigazo de venganza a la explotación de que eran objeto. No todos desde luego hacían esta cuchufleta porque había quienes estaban de acuerdo en que las cosas eran como eran porque Dios así lo había querido y era una salvajada moral tratar de cambiarlas, pero bajo cuerda y como de tapadillo se recreaban con mirada pícara con aquello de “cómo la muerte avisa a todas las criaturas que paren mientes en la brevedad de su vida…”. Toda la historia de la literatura, en unos casos con fines moralizantes pero en otros muchos con intención mordaz y sañuda, está llena de alusiones al asunto. Que comparezcan la lámpara y la cama de su casa, dice el personaje de Luciano de Samosata hacia el siglo segundo refiriéndose a un malvado que va camino del infierno, para dar testimonio de sus muchas maldades. Lo de la cama no lo explica porque ya se supone y la lámpara, para descubrir los otros crímenes.
     Toda esa literatura encierra algo de ingenuidad y mucho de sarcasmo pero, sobre todo, bastante y demasiado de impasibilidad y frialdad ante lo permanente e inmutable, lo que se sabe que no tiene solución.

Publicado el día 28 de noviembre de 2014

El chismorreo como ciencia

     Aunque a primera vista pueda resultar difícil creérselo, la palabra chismorreo tiene una aplicación científica. Acostumbramos como estamos a utilizarla con un alto tufillo de menosprecio, incluso por aquellas personas que tras criticarlo ocupan su vida y pensamientos en seguir sus peripecias fundamentalmente televisivas, este término y otros afines gozan de una determinada referencia en el ámbito de las ciencias sociales. Bien es verdad que poco bueno puede deducirse de las acepciones que de la palabra chisme ofrece el diccionario, pero la realidad es que uno encuentra este término entre las explicaciones que los primatólogos, incluido claro el ser humano, ofrecen sobre los comportamientos que nos fueron formando como especie y han dejado huella en nuestra conducta posterior.
     El chismorreo ha adquirido cierta reputación académica a la hora de explicar la progresión y mejora del lenguaje, único y evolucionado, que, según parece, ha sido el arma eficaz que nos ha capacitado como la linaje con más poder, también en comparación con las otras igualmente humanas. Establecido el principio de que la cooperación entre los miembros del grupo era el sistema de asegurarse la supervivencia, resultaba imprescindible conocer la vida y el mundo pero más primordial e irreemplazable era saber de los colegas del grupo, estar al corriente de su intención de colaborar con los demás o, por el contrario, de aprovecharse de las fuerzas colectivas sin echar una mano; conocer si eran leales al grupo o no. El chismorreo así entendido es el procedimiento que permitía conseguir esos datos. Aplicando las doctrinas generales de la evolución, habría que concluir que han ido sobreviviendo con más facilidad aquellos grupos que, al tener mejor referencia sobre los modos de ser y de pensar de todos los miembros, han desarrollado una cooperación más eficaz. Y la calidad de esa información ha venido promovida por el mejor desarrollo del lenguaje.
     No todos los científicos aceptan esta teoría como explicación del desarrollo de nuestro lenguaje pero sí que se ha hecho un hueco en el panorama académico. Por el contrario, “el chismorreo, dice el científico Yuval N. Harari en un libro de reciente aparición, se suele centrar en fechorías. Los chismosos son el cuarto poder original, los periodistas que informan a la sociedad y de esta manera la protegen de tramposos y gorrones”. A lo mejor es cierto.

Publicado el día 21 de noviembre de 2014

Con los cuentos en la mano

      En un apólogo medieval se relata que un rey estaba en su palacio y vinieron sus súbditos a demandarle cosas que ellos creían necesarias y le insistían por ello mientras esperaban su respuesta a la puerta de su alcázar. Se enfadó el rey y le ordenó a su alguacil: ve y diles que no me convienen. Y yendo el alguacil con la respuesta se volvió de pronto hacia atrás y preguntó al rey: señor, decidme qué réplica he de darles si me dicen que tampoco a ellos. Entonces el rey meditó un rato y dijo: ve y diles que quiero hacer lo que me demandan.
     Como en el cuentecillo, andan las gentes inquietas y muy enfadadas viendo todo lo que acontece en el patio de la república (o sea, res o cosa pública). Y sobre todo muy soliviantadas al darse cuenta de que, lejos de recibir las satisfacciones propias de la situación, al final todo se queda como estaba, es decir, mucho ruido, mucho escándalo, mucha algarabía y un estruendo de campeonato pero las demandas parece no convenir a quienes debieran. Incluso la sucesión de acontecimientos más aparenta un plan diabólico para que un escándalo tape a otro en una sucesión calculada, que es el mejor procedimiento para crear hartazgo y empacho y, poniendo mal cuerpo, es como peor funciona la mente y el entendimiento. Las estructuras siguen perfectamente iguales y no digamos las superestructuras que mantienen intactas las cuotas de poder para beneficiarse cuando sea necesario. Y las reformas, más allá de quitar derechos y aumentar pagos, es palabra que bien podría pasar a un diccionario de términos irreales e ilusorios por su escaso uso.
      Y en otro cuento también medieval se narra que en un monasterio habitaba un gato que se había llevado por delante a todos los ratones que andaban por la zona menos a uno que era muy grande y al que no podía cazar de ninguna manera. Cavilaba cómo conseguirlo y para este fin decidió tomar el hábito de monje. El ratón, viéndolo comer entre los monjes, se alegró mucho pensando que había entrado en religión y que de esa forma ya no le haría ningún daño por lo que se puso a dar saltos de alegría de acá para allá mientras el gato ponía cara mística y humilde. Así se fue acercando, tanto que en un momento el gato le echó las uñas y lo cazó. Entonces el ratón le dice: ¿por qué me quieres matar siendo monje? A lo que el gato responde: es que yo soy monje a ratos. Y el comentarista interpreta: el gato finge ser santo.

Publicado el día 14 de noviembre de 2014

Travesuras de ciudadanía

     En razón de lo que se avecina a la vuelta de la esquina, andan como locos muchos de nuestros cargos institucionales afanados hasta el límite en la rutinaria tarea de enriquecer la obra pública o, dicho de una manera más pedestre, en hacer obras como sea. Y no ya solo hacerlas, que eso en muchas ocasiones resulta vulgar e intrascendente, sino sobre todo llevar a cabo lo que ceremonialmente se llama una inauguración. Nada más y nada menos. En cuanto asoma por el horizonte el tufillo de unas nuevas elecciones se convierte en ocupación no solo dominante sino casi exclusiva. Ejemplos los hay que ni se sabe pero famosa es la fotografía de un pueblo andaluz con toda la Corporación Municipal en Pleno inaugurando una rotonda, no faltaba ninguno. Parece que les vale como principio del movimiento la ecuación cuyos términos vienen a ser más o menos: ladrillo nuevo (o adoquín o palada de cemento) es igual a un voto, en una proporción directa de si más de lo uno, también de lo otro. Y así hasta el infinito.
      Pero las cosas no son tan sencillas ni a la hora de ejercer el voto vale la aritmética. Y ni siquiera la racionalidad. Mucha literatura y ciencia hay ya al uso que muestra en cuántas ocasiones nuestro comportamiento está dirigido por lo que se llaman prejuicios cognitivos, es decir, convencimientos profundos, básicamente irracionales, que dirigen nuestras decisiones y nuestra conducta aunque nos pueda dar la impresión de que lo que estamos haciendo es producto de una reflexión serena y objetiva. Es esto tan conocido y hay tantas muestras experimentalmente analizadas que no se entiende cómo aún quien vive a ladrillazo vivo los períodos electorales.
     En las recientes elecciones en Costa Rica se dio la aparente incongruencia de que salió elegido un candidato que apenas era conocido de la opinión pública y cuyas posibilidades de triunfo eran prácticamente nulas. Como en las encuestas solía aparecer en la parte más baja del listado de aspirantes, se le conoció con una denominación que ha hecho furor en los lenguajes políticos: “candidato del margen de error”, es decir, como la vida al revés, lo de adelante atrás y al contrario. Es lo que llaman algunos, más o menos técnicamente, “la paradoja del último vagón”: al ver las autoridades que la mayoría de los accidentes le afectan, para mejorar las cosas y evitar desgracias, toman la decisión de suprimirlo. ¿O no es lo lógico?

Publicado el día 7 de noviembre de 2014

El ibuprofeno

     La palabra le sonaba ligeramente pero desconocía significado y utilidad. Platicaban los amigos sobre uno de los cuatro temas de que parlotean los varones cuando se reúnen en grupo y en esta ocasión lo hacían de medicina, de enfermedades, de sistemas de prevención y de tratamiento. La conversación seguía las mismas cadencias de todas las de este tipo, que en el fondo son una competición más o menos educada para ver quién es más experto y conocedor de estos asuntos, en una época en la que ese saber da lustre. El protagonista, que, por no interesarle ni el tema ni la general obsesión enfermiza y solo por educación medio seguía la cháchara, escuchó el término de referencia y por congraciarse con la reunión, decidió solicitar se le aclarase la palabra. Y ahí ardió Troya. Todo fueron reproches y reparos a su ignorancia que evidenciaba “falta de responsabilidad y grave quebranto moral”.
     Hablando de venenos, F. Savater cuenta cómo casi hasta nuestros días la salud que importaba a las autoridades, e interesaba a la mayoría de la gente, era la del alma y la del reino, no la del físico de los ciudadanos. De esto último se ocupaban en el caso de los ricos los médicos, y, en el de los pobres, curanderos de diferentes categorías y conocimientos y las órdenes religiosas caritativas. Y es que el cuerpo, “sepulcro o cárcel”, apenas incumbía salvo en contadas ocasiones circunstancias y personas. Otra cosa era la salud del alma y sobre todo la del reino: los poderes, públicos y privados (la Inquisición), hacían lo que podían para evitar que la gente fuera al infierno, y sobre todo, que era lo importante, cuidaban de que no se pusiera en peligro el orden establecido, mediante tareas tan propias como quemar herejes, prohibir libros o censurar comedias. Era la forma de ejercer el poder, de dominar las conciencias.
     Ahora casi todo ese montaje se ha caído y el Poder ha buscado otros caminos para mantenerse con la misma fuerza de siempre. Si antes la ideología llevaba a los pecados del alma, ahora, que además hay dinero, se ha conseguido convencer a la gente de que lo que importa es la salud del cuerpo y, con esa certidumbre que es puro pensamiento interesado, se siguen manteniendo seguros y protegidos arriba los de arriba y abajo los de abajo. Y todo el mundo (occidental, por supuesto) tan contento sintiéndose libre mientras compra, feliz, todo el ibuprofeno que haga falta y más.

Publicado el día 31 de octubre de 2014

"Robagallinas" y defraudadores

      Los primitivos dueños de tierras, aquellos que al grito de esto es mío pusieron en marcha el sistema de propiedad porque, en opinión de Rousseau, un montón de idiotas (otros dicen “simples”) se lo creyeron, cayeron pronto en la cuenta de que, aunque todos quedaran convencidos de la bondad de su decisión, siempre podría venir algún subversivo y crearles un problema. Para señalar los límites de cada dominio habían colocado mojones bien visibles pero ¿quién podía asegurar que, llegada la noche, no acudiera algún agitador y moviera las lindes? En esas condiciones se plantearon colocar guardas de seguridad pero ¡menudo gasto! Había que echarle imaginación al asunto, hasta que encontraron la solución perfecta: asegurar y convencer a unos y a otros que cada marca, cada jalón, estaba controlado, vigilado y protegido por espíritus, duendes, dioses y otras fuerzas superiores con suficiente imperio para poder castigar a quien se portara mal, es decir, trastocara el orden establecido y anduviera moviendo de acá para allá los límites de las posesiones. O, sobre todo, pretendiera incluirse de manera subrepticia en el listado de los ricos, de los terratenientes.
     Había sido una solución genial, perfecta. Y no ya solo por el ahorro de gasto que suponía tal sistema, tampoco por la seguridad que daba de su eficacia. Lo más interesante del procedimiento era la calma y bienestar que producía en el ánimo de los ciudadanos saber qué era lo bueno y lo malo, lo permitido y lo prohibido. Se había establecido de esa manera un código de conducta, un estatuto del buen y mal comportamiento, lo que era mejor manera de tener tranquila conciencia y vivir en paz consigo que a fin de cuentas, de acuerdo a los códigos morales al uso, es la mejor forma de ser felices. “Y ya una vez acostumbrados a los Amos, los Pueblos no están en condiciones de privarse de ellos”, dice Rousseau.
     De todas maneras la vía represiva no estaba del todo prescrita. Acomodadas las leyes civiles a esta nueva situación, todo debía girar en mantener la situación. El caso es que en la historia ha habido momentos en los que se ha cuestionado seriamente todo el montaje. El presidente del CGPJ, interpretando sin duda lo que la gente opina, lo ha dicho de una manera precisa y clara: “La Ley está pensada "para el robagallinas" y no para el gran defraudador”. Pues este sería un estupendo momento para revisarla y cambiarla.

Publicado el día 24 de octubre de 2014

Los dueños de Dios

       Cuentan algunas malas lenguas que el día en el que homo erectus descubrió que la carne pasada por el fuego resultaba más apetecible apareció un chamán argumentando con arrogancia que sazonar los alimentos así era un modo de impiedad porque mataba el alma de los animales y eso disgustaba mucho a los dioses, que acabarían enviando plagas y calamidades como castigo. En ese escenario es lógico suponer que los responsables de tamaño pecado serían castigados con la severidad apropiada a su culpa. A día de hoy ha aparecido otro grupo de chamanes, dirigiendo un pueblo, que hablan en nombre de un dios, interpretan la realidad de acuerdo a los mensajes que aseguran reciben de lo alto, toman medidas radicales para organizar a la gente y castigan cruelmente a quienes no les hacen caso. Desde el paleolítico hasta ahora y en una sucesión ininterrumpida a lo largo de los siglos chamanes y similares han tratado de traer a su molino las voluntades públicas y privadas.
       Así las cosas, el gran problema no es tanto que unos piensen, o lo simulen, que forman parte de ese linaje de mensajeros de lo divino. Cada uno puede sentirse, si lo desea, el rey del mundo. Lo trágico y lo terrible son las consecuencias que se derivan de esos pronunciamientos, y entre la gente que se lo cree y aquella otra a la que se le obliga, acaba pasando lo que ya sabemos: guerras de religión por aquí y por allí, y muerte y sufrimiento sin límites por doquier. Unos con las armas por delante y otros atribuyendo a la supuesta cólera divina males sin fin (ahora con ébola como estandarte), en un trágica competencia para ver quién es más legítimo, es decir, más terrorífico. Bien es verdad que,  “el hecho, en opinión de un filósofo que estudió el asunto, Émile Durkheim, de que su mensaje haya variado tantísimo con los tiempos basta para probar que ninguna de estas concepciones lo expresa adecuadamente”, pero ello no evita que, mientras pelean entre sí, se pronuncien con solvencia como verdad absoluta.
       Bueno sería de una vez por todas abandonar esta locura pero sabemos que no lo será de ninguna manera porque el espíritu humano no es capaz de soltar un sistema de poder externo y de control de las conciencias tan elemental, tan sencillo de manejar y tan útil para tantas cosas. Con amenazas físicas, coacciones síquicas e ideológicas, con promesas de ensueño cuya falsedad nunca se podrá demostrar, ancha es Castilla.


Publicado el día 17 de octubre de 2014

De cómo nos juntamos

     Más o menos así ha ocurrido: al principio fueron las etnias y los lazos naturales, diríamos genéticos, los que nos llevaron a vivir juntos. Después, al aumentar los miembros de los grupos originarios, empezamos compartiendo la existencia en un clan, una horda, una tribu… Luego vinieron las que llamamos ciudad-estado, después los dominios de unas sobre otras que acabaron en los imperios, los reinos, los sistemas feudales… Y ese tejer y destejer aconteció empujado por acciones bélicas de dominio, que llamamos simplemente guerras, invasiones, búsqueda de la subsistencia, agrupamientos por etnias, culturas, civilizaciones... Muy pronto también comenzaron las migraciones, los extranjeros (con o sin papeles) los mestizajes. Y, en la última fase hasta el momento, llegaron los Estados actuales como una nueva fórmula de convivencia, con soluciones más racionales a los problemas comunes pero con un pecado original, ahí latente y conflictivo, el de su constitución, el de su origen.
   En su funcionamiento interno quedan algunas graves lagunas enmarañadas y espinosas que no acaban de solucionarse pero las legitimidades de ese arranque chirrían cada día: unos se hicieron de acuerdo a lo que había pasado, su historia; otros por acuerdos de los que llaman diplomáticos; algunos simplemente mediante el trazado de una raya en el mapa; y en la mayoría de los casos como resultado de guerras, invasiones y similares, o sea, por el argumento obvio de la ley del más fuerte. Y así salió lo que salió, lo que existe ahora y lo que constituye la forma social y política de convivir en este momento la especie humana a lo largo y ancho de la Tierra. De un trayecto que podemos situar en unos diez o doce mil años hasta hoy, los sistemas de convivencia han sido muchos y diversos pero casi nunca con un origen racional. (¿Y la Europa de las regiones de De Gaulle?
   Los Estados actuales, su delimitación y fronteras, al haberse formado por la vía de hechos consumados son antropológicamente arbitrarios y artificiosos. Justificar quiénes son los nuestros o quiénes somos nosotros no es el resultado de alguna inmanencia metafísica. No hay esencialismos sociales ni políticos ni éticos por mucho que se empeñen todos los nacionalismos. ¿En base a qué iba a haberlos cuando la historia y los hechos son tozudos? En lo que hemos avanzado es en que toda convivencia ha de ser negociada. Y eso ya es muchísimo.

Publicado el día 10 de octubre de 2014

Dos obstáculos teóricos

       Metidos como estamos, unos más y otros menos y cada uno a su forma de ver, entender y sentir, en lo que familiarmente llamamos el problema de Cataluña, bueno será dejar por un momento los sentimientos y la acción, u omisión, política para fijarnos en un par de aspectos teóricos o conceptuales que subyacen a todo el laberinto y sirven para evaluar y entender toda la complejidad que encierra el caso. Siempre es fructífero, alguno diría hasta inteligente, hacer un paréntesis en las emociones y los valores y echarle una miaja de reflexión fría y serena. Dos sugerencias.
    La primera viene al hilo de Alfred Hirschman, un filósofo y economista de altísimo prestigio, que propuso diferenciar dos tipos de conflictos en una distinción muy citada. Unos, los divisibles, que suelen ser aquellos que tienen que ver con la distribución de algún bien: cuando algo se reparte puede que alguien plantee que no ha sido justo y en ese caso se trata de revisar el procedimiento. Es por tanto un tipo de conflicto de relativa solución porque permite un más y un menos, se presta al compromiso y se trata solo de ajustar el resultado. El otro tipo de conflicto, por el contrario, que llama indivisibles, son los que afectan sobre todo a consideraciones sobre la identidad o el ser de alguien y en ellos no cabe ni ajustamiento, ni el aumento o la diminución. Indivisibles son aquellos que hacen referencia, por ejemplo, a la identidad de una persona, a si se es o no se es y ahí no cabe término medio. En nuestro caso lo que se plantea es si hay contradicción entre ser catalán y español al mismo tiempo y en este tipo de conflictos no cabe solución intermedia porque o se es de una manera o de otra. El que tenemos delante es un claro ejemplo de conflicto indivisible y de ahí la dificultad, podría hablarse de imposibilidad, en su resolución a gusto de todos.
       Un segundo problema teórico subyace a este laberinto y es el que en su día se llamó lo del café para todos, el asunto de las competencias, y ahí solo vale un dilema: una vez reconocida, supuestamente (basada, por ejemplo, en la distinción constitucional de regiones y nacionalidades) la singularidad de Cataluña dentro del Estado español, ¿tendría el mismo poder político que las demás? Si no, ¿lo aceptarían los catalanes, las otras nacionalidades? porque en ese caso, para qué tanto lío; y si sí, ¿lo admitirían los demás? Otro conflicto indivisible.

Publicado el día 3 de octubre de 2014

Retretes a Marte

      Estamos hablando estos días a cuenta de si realmente la recesión ya terminó y ha empezado, aunque sea suavemente, algún tipo de recuperación, de cómo en el espacio social de este debate hay al menos dos discursos tan diferentes, dos percepciones tan diversas que ni siquiera parece que hablan de lo mismo y sobre el mismo asunto. El contraste entre unas cifras abstractas y vacías, producto de un constructo mental por más que quieran adjudicarle algún tipo de objetividad, con una realidad existencial tan angustiosa como la que se vive en la calle es tan fuerte que nada tienen que ver una cosa con la otra, los datos macroeconómicos, como dicen los expertos, y la vivencia de millones de personas que subsisten sin presente y sin futuro, sin esperanza.
       Pues platicando de estas cosas, de pronto se cruzan dos noticias cuyo contenido exacerba escandalosamente más ese contraste tan vivo y tan lamentable. El nuevo gobierno de la India ha prometido conseguir retretes para unos 600 millones de personas (alrededor del 50% de los habitantes de India, fundamentalmente en las zonas rurales) que carecen de ellos. Y que extenderá esta dotación también a las escuelas, tratando de que los haya diferenciados, para niños y para niñas. Lo estridente de la situación es que, mientras predicaba esa buena nueva, se escuchó un ruido que casi corta el discurso, el de una sonda espacial que acaban de enviar a Marte. Las fotos de felicidad de los técnicos aparecieron ayer.
      La falta de retretes no es problema de higiene, también lo es por supuesto, pero lo decisivo es el modo de vida que supone y hasta el mundo cultural que engendra y representa. “Los hombres no entendían la necesidad de invertir dinero –entre 2.500 y 5.000 rupias (de 31 a 62 euros)– en una infraestructura para hacer algo que salía gratis, y las mujeres, que son las que más sufren las consecuencias de su falta, no se atrevían a dar su opinión”, cuenta un ministro de cuando iniciaron un programa similar. El antropólogo Marvin Harris dice sobre los tabúes que allí no ha habido una victoria de la moral sobre el apetito sino de las fuerzas reproductoras sobre las productoras, es decir, cuestiones de densidad de población y límites del crecimiento han producido una cultura de subsistencia de miseria. Mientras tanto seguro que los técnicos sí tienen retrete en casa y en el trabajo. Y un solo discurso. Dos mundos irreconciliables.

Publicado el día 26 de septiembre de 2014

A favor de El Algarrobico

      Convertirse en mito o referente de algo es como cargar sobre uno el peso de determinada humanidad, es echar sobre sus espaldas un fardo metafísico y simbólico. Cuando una persona o un objeto se convierten en representación o emblema de algo quedan al albur de los caprichos, motivos, afanes, razones e intereses de los demás. Una condición que en algunas oportunidades puede ser beneficiosa, en otras acabar con “la vida del artista” pero que siempre es molesta porque, cuando menos, rompe el equilibrio interior y lo convierte en un tabú, a manos de todos los que lo odian o lo adoran. Y al final acaba siendo como un fetiche, como un ídolo u objeto de culto al que se atribuye representatividad pero que en verdad no deja de ser lo que es. Así ha acontecido a El Algarrobico.
      Ciudadanos de Carboneras han reclamado que se acabe la obra y se abra tal como estaba previsto. Y, aunque ponerse de su parte pueda ser un pecado merecedor de horca y cuchillo como aquellos que para el bien de las almas utilizaba la Santa Inquisición, hay que decir que, al menos a día de hoy, es de sentido común y tienen toda la razón del mundo. Y si uno pregunta por la calle sobre ello coinciden muchos ciudadanos cuando lo dicen en privado. Pero, al haber tenido la desgracia de hacerse famoso por acumular tanta literatura, le han otorgado la condición de sagrado de una de tantas religiones laicas que andan circulando por el espacio público, de manera que para poder dormir con la conciencia tranquila y tener carné de respetuosos con la naturaleza (lo de “ecologista” ya es otra cosa, muy compleja y muy seria) es obligatorio posicionarse contra su apertura. Y así se ha quedado de momento en un mero proyecto. Los vecinos de Carboneras ya se apañarán como sea.
      Difícil es sin duda el equilibrio de sistemas que permitan comer a los que ya viven a día de hoy y también a los que vendrán en el futuro. El problema es tan espinoso que no puede resolverse con apriorismos ni con frases hechas por mucho sonido ético que le echen. Posiblemente no debió construirse pero es a fin de cuentas un eslabón más en la posesión que las clases medias han hecho de un rincón junto al mar, al que tenían todo el derecho y de lo que habría mucho que hablar pero con calma, sabiduría y sin prejuicios. Que debió haberse hecho mejor pero de otra forma aquello solo hubiese quedado para los oriundos y, por supuesto, para los ricos.

Publicado el día 19 de septiembre de 2014

Diálogo de Hilas y Crisipo

       Platicaban el doctor Hilas, eminente filósofo y su amigo Crisipo, que le había preguntado sobre un pensamiento nuevo que unos dialécticos habían suscitado en una controversia de las de contradistingo. Y el sabio Hilas, con benevolencia no exenta de firmeza, le había repuesto que ya le habían llegado noticias de la que era sin duda una tergiversación dogmática y, más que un error, parecía más propiamente una herejía. Y muy perniciosa pues atacaba el plan de Dios y su Santa Providencia sobre la ordenación del mundo, uno de los pecados más nocivos de la soberbia humana, raciocinio, decía Hilas, que solo podía venir de unos perversos racionalistas, impíos y dominados por poderes diabólicos.
      ¿Qué todos somos iguales?, pero ¿cómo puede afirmarse esa aberración?, insistía Hilas mostrándose algo más encendido de lo que en él era habitual. Sin duda que la Santa Inquisición deberá intervenir para evitar que se propaguen estas ideas infectas dentro del pueblo fiel, que pueden arrastrarlo a su perdición haciéndole creer posible quebrantar el plan de Dios. ¿O acaso no nos ha hecho Dios a unos altos y a otros bajos; bellos y feos; torpes o inteligentes; ricos o pobres, nobles o vasallos, que para cada uno aplica el gran Huarte de San Juan una diferente instrucción y magisterio? Por eso, mi amigo, dicen los grandes filósofos que conceptualmente no puede haber dos seres iguales y, en consecuencia, tampoco dos humanos. Es lo que llaman el “debate de los indiscernibles” porque, si así fuese, ¿cómo iban a distinguirse unos de otros y cómo sería aquello en lo que no se confunden? Y acaso ¿no ven cómo el orden de Dios es jerárquico de manera que unos están arriba y abajo, como acontece en el mismo cielo en el que hay ángeles y arcángeles, y lo mismo ocurre en otras tierras ni siquiera cristianas que allí llaman castas?
     Fíjate cómo al maestro Leibniz, reforzaba Hilas, no le cabe duda de que, habiendo podido crear Dios mundos de muy diversa condición, su suprema bondad le había llevado a originar el más perfecto posible. Y por eso es uno de los pecados más graves que una persona pueda cometer intentar salirse del lugar que la divina Providencia le señaló al nacer y eso no lo puede realizar ni el Rey, que el plan de Dios solo a Él le toca enmendarlo si así le place a sus eternas intenciones. (Resumen adaptado de una eterna crónica apócrifa, ínsita en el corazón de tanta gente…).

Publicado el día 12 de septiembre de 2014

Cambiar de costumbres

     El “así ha sido toda la vida” es uno de los argumentos más utilizados para defender determinados puntos de vista cuando alguien contradice lo que pensamos. Si “se ha hecho siempre”, es porque es bueno o útil o rentable y la historia así lo demuestra. Y, rizando el rizo, muchas veces recurrimos a la tremenda expresión de que “esto es lo natural”, como si algo que tuviera esa cualidad no pudiera ser de ninguna otra manera (y cuando precisamente lo “natural” es la evolución y los cambios permanentes). El problema que deriva de estas dos afirmaciones está no ya solo en si son ambas unas verdades como un templo sino sobre todo en que las más de las veces las utilizamos en asuntos fútiles e intrascendentes. En la justificación de las costumbres y los hábitos de cada día, por ejemplo. Bien es verdad que en ocasiones nos sirven para argumentar en asuntos del más alto interés pero hemos de reconocer que más bien casi nunca ocurre así sino que, antes al contrario, las aplicamos a asuntos de escasa o nula importancia. ¡Y desde luego sin ningún fundamentos ni razón que lo justifique! Ya sabemos que ir a una boda en pijama no es aconsejable pero afirmar que eso es natural es un paso lógico sin sentido.
     Dice Adam Smith (el famoso autor al que se le atribuye la justificación del liberalismo) en un libro sobre sentimientos morales, para él más importante que el que le dio la celebridad, que pocas personas están dispuestas a admitir, asegura, que la costumbre o la moda ejercen mucha influencia sobre sus juicios sino que imaginan que las reglas por las que deben regirse se basan en la razón y la naturaleza y no en el hábito o el perjuicio, que para cada uno o cada grupo la forma más acostumbrada es la más bonita. Precisamente porque el argumento de “haber sido así toda la vida” o que en ese ámbito “algo es natural” no tienen fundamento, es por lo que podemos modificar conductas y transformar usos sociales sin excesiva dificultad. Bien es verdad que algunas permanecen más tiempo pero ¡en cuántas costumbres sin embargo hemos cambiado, por ejemplo, en los últimos cincuenta años!
    Cómo mientras que hasta hace algún tiempo, y por razones conocidas, todo pueblo o localidad tenía una calle dedicada al Generalísimo Franco, ahora no falta lugar, poblado, ciudad, aldea o población en la que, denominada de manera oficial o popular, exista una calle o un camino llamado del colesterol.

Publicado el día 5 de septiembre de 2014

Paradoja de los ideales

       La verdad es que no acaba de llegar la Edad de Oro y, a la vista de lo que ocurre cada día, no parece siquiera que se pueda entrever en lontananza. Bien es cierto que hay muchos autores famosos, y mucha gente no tan conocida pero igualmente informada, que consideran que precisamente lo que ha ocurrido es lo contrario, que ese período de felicidad ya existió en una época muy lejana y anterior y que ahora a donde vamos es al precipicio. Ya el griego Hesíodo, en el siglo VIII, establecía esa progresión hacia abajo, desde una raza de hombres mortales de oro hasta una quinta de hierro porque “ni de día ni de noche cesarán de estar agobiados por la fatiga y la miseria y los dioses les darán dolorosas preocupaciones, al tiempo que continuamente se mezclarán bienes con males”. Valga, por ejemplo, como referencia el famosísimo discurso de don Quijote. Porque nostálgicos, aquellos que están tan seguros de que aquel tiempo tan felicísimo como no hubiera sido posible más existió, los hay a cientos o a millones.
      Pero, si muchos son los que añoran aquel período, no son menos los que, al revés, esperan y confían en que esa vida de suma felicidad esté aún por llegar. Algunos profetas hebreos, pensadores y filósofos griegos y hasta determinados líderes sociales, religiosos y políticos sueñan, o han soñado, en un futuro pletórico, una sociedad perfecta “en la que hombres y mujeres vestirán ropas iguales y se alimentarán de un pasto común”. Las grandes utopías del siglo XX han sido una expresión más de esa esperanza y ese anhelo.
      Mas cabe una tercera opción, con seguridad la apoyada por más gente y más tiempo: la de quienes, uniendo ambas teorías, sostienen que hemos de recomponer lo que en su día rompimos, lo que lleva a mantener el viejo sueño de un hombre perfecto que fue en su día y por tanto deberá volver a serlo en el futuro. Y aquí está el problema porque en lo que no hay coincidencia es en qué consista ese hombre ideal. Y así, cuando unos intentan imponer un determinado perfil de perfección, por supuesto para ellos indiscutible pero que otros rechazan, es cuando se rompe la baraja. La ideologización de la sociedad y la política es uno de los más graves peligros para la convivencia, origina muchas consecuencias nefastas y es la gran contradicción de la especie humana. Va a tener razón Hesíodo con lo de mezclar bienes con males. A primera vista una verdadera desgracia.

Publicado el día 29 de agosto de 2014

Loa por los zurdos

      “Aunque doña Leonor de Mascareñas hace todo lo que puede, atándole la mano izquierda, no basta para que no le sea. Agora, muy izquierdo está. La infanta doña Juana, su tía, cuando come con ella, que son los más de los días, siempre tiene un cuchillo en la mano para dalle, cuando toma algo con la mano izquierda”. Eso escribe Luís Sarmiento en carta al abuelo, el emperador, sobre el comportamiento del príncipe Carlos, el hijo de Felipe II, cuya vida supuso no solo un gravísimo quebranto familiar sino que, además, es una de las fuentes principales para la leyenda negra. Sin padre ni abuelo, que andaban cada uno por su lado en sus guerras y sus cuitas de gobierno y sin madre, que había muerto cuando aún tenía cuatro días, Carlos fue siempre un problema personal, para él mismo que sufrió de lo lindo, para su padre. Y también para el Estado. Y, para colmo, era zurdo.
      Zurdos famosos los ha habido a montones e incluso muchos han llevado ese sobrenombre, (por todas partes aparecen estos días listados casi infinitos), pero Cayo Mucio “Escévola” pasa por ser el que llamaríamos patrono en este santoral laico que entre unos y otros se ha venido componiendo. Cayo era un militar romano que, por el siglo VI a.n.e., luchaba contra los etruscos, el contrincante acostumbrado de aquella época. El caso es que para convencer al rey enemigo se dejó quemar la mano derecha en un acto de heroísmo, que aún recuerdan las enciclopedias, y se ganó el apodo de Scevola, que en latín significa zurdo.
      Razones genéticas, ambientales o de otra índole se utilizan, de momento sin éxito, para justificar este comportamiento que ejercen alrededor de un 10% de la población. Según cuenta el Club de los Zurdos, que se inició en G. Bretaña, son más imaginativos y creativos y controlan mejor el arte y la música. Puede ser porque viven en un mundo hecho por y para los diestros. Como en otros muchos idiomas y culturas de todo el mundo, siniestro era la palabra latina que se utilizaba para llamar a la izquierda y hasta la Biblia, señala el protocolo de la diestra como sitio de privilegio divino. Además de los bolígrafos, enfrente tienen la superstición y el refranero, las “buenas” formas de educación y la persecución ideológica e inquisitorial. Y hasta la incomprensión de los jóvenes que no acaban de creer que muchos de los mayores de hoy en día sufrieron verdaderas torturas. (Y lo testifica un diestro).

Publicado el día 15 de agosto de 2014

¡Ay de los segundones!

    No te quejes ni lamentes, amonesta Fray Antonio de Guevara a un segundón que subió de categoría: “es también muy necesario tengáis siempre en la memoria las mercedes que os ha hecho Nuestro Señor, en especial que, para daros ese condado, mató al Conde, vuestro hermano, murió la señora Condesa, desheredó a vuestra sobrina… por manera que le debéis a Dios no sólo el dárosle, más aún el haberos desembarazado. Acordaos, señor, que os sacó Dios de enojos a descanso, de pobre a rico, de pedir a dar, de servir a mandar, de miseria a opulencia, y de ser don Pedro a llamaros conde de Buendía por manera que debéis a Dios no sólo el estado que os dio, más aún la miseria de que os sacó”. ¡Menudo cambio! Y es que, además de otras cualidades personales como si se es guapo o feo; alto o bajo; inteligente o torpe; urbano o rural, etc., el puesto en el que se nace dentro de una familia es uno de los condicionantes más relevantes para la vida de la persona y su relación con la fortuna. Porque si el primogénito tiene sus gabelas y sus hipotecas, también tiene marcado su camino el que va detrás, el segundo. De los demás, si los hay, apenas existe teoría, salvo en algún caso del último, del benjamín. Y esto es ahora y lo ha sido desde que tenemos noticias de la organización familiar. Desde el Pentateuco (¿hay alguna primogenitura más famosa que la de Jacob y el plato de lentejas?) al heredero, que aún queda por ahí.

     Durante toda la historia, los segundones han tenido un papel muy particular en eso de las herencias, los méritos y las posibilidades de futuro. Siempre a la sombra de los primogénitos, los segundones han tenido por lo general que aguantar una vida de religión (curas o frailes) para quitarlos de en medio; o la vida militar para que por sí mismos se ganaran el prestigio y la ventura; o, como último remedio, buscar una esposa que pudiera ofrecerle una buena dote. Difícil lo han tenido a lo largo de los siglos… Y para colmo, se dice que los primogénitos tienen mayor coeficiente intelectual. (Curioso es sin embargo que Alfonso XI creara una Orden de Caballería “en la que no podían entrar los primogénitos… sino los segundos o terceros… para honrar a los hijosdalgo que poco tenían y poco podían”).

     De todas maneras en muchas culturas y en algunas épocas la designación del segundón viene acompasada en razón del sexo Es por ello que en España tengamos un rey llamado Felipe VI.

Publicado el 8 de agosto de 2014

Pobres aforados

      De pronto el término “aforado” ha aparecido como de la nada y se ha hecho dueño de nuestro espacio social. Como diría Alex Grijelmo, se ha convertido en una palabra de prestigio, se nos ha sobrevenido llenando las páginas de los medios y floreciendo en las conversaciones de quienes gustan de exquisiteces jurídicas. Otra cosa es que esté claro su alcance y significación a los legos y profanos en leyes. Porque ¿qué significa ser o estar aforados? Hasta casi un insulto cuando el otro día un miembro del gobierno devolvía al resto de parlamentarios que se quejaban de algo relacionado con ello: “pero si ustedes también son aforados…” Y en calle, si se le pregunta a la gente, aunque siempre hay algún listo que sabe de qué va la cosa, se puede uno encontrar con respuestas, sin precisar mucho, como que es uno más de los chollos de los políticos, otra ventaja que se han buscado para esquivar la ley y hacer lo que les parezca o, ya puestos, que el rey puede tener los hijos que quiera sin que nadie le pueda decir nada. ¡Un verdadero lío!
       Alfonso de Valdés, colaborador inmediato del Emperador Carlos, cuenta en su “Diálogo de Mercurio y Carón” la charla que tienen estos dos personajes, mientras van pasando almas que llegan a que el barquero las pase al Hades a cumplir su castigo. De toda clase y condición, el autor aprovecha la escena para fustigar los vicios de la gente. De pronto llega un rey y, tras confesar sus muchas culpas, le espeta Caronte: -“¿Es que no hay ley que castigue a los que eso hacen?; -Sí la hay mas la ley no comprende al rey; -Dices la verdad, responde el barquero, porque el rey debería ser tan justo, tan limpio y tan santo y tan apartado de vicios, que aún en un cabello no rompiese la ley y por ello dicen que ella no le incluye”.
      Protección jurídica especial para los grandes siempre la ha habido. Basta asomarse a la historia para ver que ya hace unos miles años a.n.e. los “awilu”, o algo parecido, que formaban la capa superior de la sociedad, ya la tenían. O en la Edad Media, por ejemplo, existían los alcaldes de hijosdalgo que se ocupaban de los asuntos correspondientes a estos nobles. En todo caso la prebenda del aforamiento, que hay quien asegura es más una desventaja que una sinecura, parece ser de menor cuantía onerosa que la inviolabilidad o la inmunidad que les es propia y de las que nadie se acuerda. Pero este es el juego del lenguaje público.

Publicado el 1 de agosto de 2014

Pecados muy rancios

    Si quisiéramos hacer una sencilla valoración histórica, diacrónica, es decir, a través del tiempo, sobre la moralidad de la humanidad, nos encontraríamos con comportamientos ya ancestrales indignos y reprobables. La ley del Talión, la existencia de castas o la ablación son algunas que desde tiempos inmemoriales vienen practicándose y, si bien es verdad que estas conductas ya no son universales sino que han quedado reducidas a determinadas culturas y determinados usos, hay que reconocer que no han desaparecido del todo. No es fácil eliminar un práctica cuando ha venido recibiendo como justificación un peso ideológico de siglos. Estas y otras cuantas barrabasadas han llenado, y siguen llenando, de sufrimiento la vida de demasiados seres humanos. Ya nos hubiera gustado que no hubiese sido de esta manera pero es lo que es.
     Uno de estos dislates ha sido haber condenado a las personas por su tendencia sexual, haber condenado la homosexualidad, además como uno de los crímenes más horrendos que se hubieran podido cometer. La homosexualidad ha sido el pecado nefando desde las primeras civilizaciones, desde que se conocen textos legales y sociales. Bien se han cansado los libros religiosos de lanzar gravísimas anatemas contra ella. Y, aunque en nuestra época se ha avanzado mucho en su erradicación, ya se sabe que los usos sociales y las creencias, sobre todo cuando han sido alimentadas durante siglos por toda clase de poderes religiosos, políticos y sociales, no pueden ahogarse, transformarse ni eliminarse de pronto. Y tampoco relativizarse imágenes que han sido consideradas tan reprobables. Nos guste o no así ha sido y en esa creencia y convencimiento ha crecido durante siglos y siglos la mayoría de la gente. Es imprescindible armarse de fuerza y de paciencia a la espera de que poco a poco la cultura lo vaya diluyendo.
      Hay también dos pecados que afortunadamente han perdido el apoyo doctrinal oficialista: la esclavitud y la inferioridad de la mujer, dos teorías que fueron defendidas durante siglos incluso por los más preclaros filósofos. Pero, a día de hoy, aunque haya remitido ese apoyo doctrinal y la opinión dominante esté a su favor, a veces, al asomarse a la calle, a la vida de cada día, la realidad empuja a dudar si esto es verdad del todo o, por el contrario, en muchas ocasiones, sitios y circunstancias se ha transformado para mantenerse de forma más solapada.

Publicado el 25 de julio de 2014

Fuera del sistema

       El sociólogo francés Pierre Bourdieu propone una nueva denominación para cada uno de los dispositivos que constituyen el aparato del Estado. Y así llama “mano derecha” al bloque integrado por los que ocupan los puestos más relevantes y decisorios de la Administración, tanto pública como privada: los altos funcionarios, los grandes bancos o los representantes de las otras corporaciones con mando en plaza. La “mano izquierda” está integrada por los trabajadores sociales, los que se ocupan de tareas de atención a la gente a través de los diversos sistemas relacionados con el bienestar: educadores, asistentes sociales, magistrados de base, profesores o maestros, es decir, todos aquellos que desde la estructura del Estado atienen directamente a las personas. Escrito por más que parezca sorprendente en 1991, Bourdieu denuncia que a la mano derecha, obsesionada por los equilibrios financieros, no le interesa en absoluto ninguna otra cuestión. La mano izquierda, dice, tiene la sensación de que la mano derecha ya no sabe o, peor, no quiere saber lo que ella hace y ni siquiera está dispuesta a pagar su coste político, económico o social. ¡Que se apañe como pueda! Dentro del propio Estado se ha producido una gran quiebra entre una cara y otra (el haz y el revés).
      Lo que, por una parte, genera grave desazón y demasiada ansiedad en los agentes sociales, en esa izquierda que es la que convive cada día con el demandante de supervivencia. Y, por otra, que el ciudadano, sintiéndose desamparado al no recibir la protección que esperaba de los agentes sociales, se considere en el exterior del sistema, que piense que todo el aparato es como una potencia extranjera que ni le va ni le viene. Y es entonces cuando se produce la quiebra social, de la que cada día vemos más indicios.
     Cuando Alicia se perdió en el País de las Maravillas, topó con el gato Cheshire y le preguntó: -¿Me diría, por favor, qué camino he de coger desde aquí?; -Esto depende muchísimo de adonde quieras ir -dijo el gato; -No me importa mucho adonde sea... -respondió Alicia; -entonces no importa qué camino cojas -dijo el gato; -, con tal de que me lleve a alguna parte -añadió Alicia como explicación; -Ah, puedes estar segura de que llegarás a alguna parte -dijo el gato-, siempre que andes lo suficiente. Vamos muy bien, decía más o menos el otro día El Roto, la incógnita está en que no sabemos a dónde. ¿Al vacío?

Publicado el 18 de julio de 2014

Cocinar un rodaballo

     Juvenal fue un poeta satírico de principios de nuestra era que escribió hasta dieciséis poemas en los que presentaba, de manera irónica y hasta cáustica y sarcástica, las costumbres de su época. Hoy es apenas conocido, siendo el autor de expresiones como: “pan y circo”, “¿quién vigila a los vigilantes?” o, en latín, “mens sana in corpore sano”. Juvenal se consideraba enemigo político del emperador Domiciano y contra él fueron algunas de sus diatribas más fieras. En una de ellas, para visualizar el grado de deterioro, describe el orden del día de que se ocupa lo que hoy llamaríamos el consejo de ministros. Doce personajes, incluido el propio emperador, debaten sobre cómo debe cocinarse un rodaballo, pez poco frecuente en aquel tiempo.
     Al parecer, en el aniversario de la muerte de Blas Infante se celebra un acto en su memoria en el Parlamento, función que antes se llevaba a cabo en el lugar de la carretera en la que fue fusilado. Y, también al parecer, el protocolo de esa celebración no es fijo y este año ha ocurrido algo de extrema gravedad: la presidenta ha decidido participar y eso ha llevado a la oposición a hablar nada menos que de una ruptura de la separación de poderes, acusándola de “soberbia, autoritaria y prepotente”. La discusión ha venido por la rentabilidad electoral que esa intervención produce, vista la atención y el interés público en esa ceremonia que, como se puede advertir cada año, paraliza de hecho totalmente la actividad de los andaluces y les hace volverse expectantes y absortos a lo que acontece en el Parlamento.
      Sin desmerecer de Blas Infante, que no es de lo que se trata, la cuestión es que, a lo que se ve, nuestros dignos representantes políticos no se dedican a discutir sobre cocina, hoy tan en boga, pero, rebajando por supuesto el tono, a uno le entran ganas de recordar el final de la referida sátira en la que afirma que era bueno que el emperador se entretuviera en esas memeces porque de esa forma no tendría tiempo para hacer más barrabasadas. No se trata tampoco de esto pero resulta indecoroso e indigno y no se puede entender cómo, con lo que llena “el día de cada día” a tantos ciudadanos, se ocupen de estas majaderías y despropósitos. Parece que el sentido común recomienda que ni la presidenta debió terciar en esa conmemoración (¿a cuento de qué?) ni la oposición tiene que hacer Troya. ¿Les importa en verdad lo que se dice?

Publicado el 11 de julio de 2014

Eufemismos y ambigüedades

     Pues ya que hemos terminado el Mundial y aún no han empezado a hervir nuestros equipos, habrá que buscarse mientras tanto entretenimientos de tres al cuarto. Y, aunque sugerencias nunca faltan, puede uno derivar la atención a menesteres ingeniosos y atractivos como es, por ejemplo, tratar de averiguar, en lo que han dicho, qué es lo han querido decir los personajes públicos que hablan para todos. O hubieran debido decir, que, habiendo acostumbrado a los periodistas a que acepten el “sin preguntas”, se pueden dar el lujo de explicarse con eufemismos o ambigüedades. Y lo hacen sin inmutarse. Para el ejercicio bastan dos casillas y material para distraerse lo hay de sobra.
     Espero que los cordobeses arropen al equipo de fútbol, dice el responsable del Córdoba, estimulando los amores patrios (o sea, que le compren los abonos, pese a las discusiones que su cuantía ha despertado). Los responsables de la Mezquita-Catedral llaman a la calma y a la serenidad, virtudes sin duda de muy alto valor, insistiendo en que lo bueno es que se sosieguen las cosas, (o sea, que se dejen como están, que así están a su juicio bien). Al fiscal general le parece muy bien la celeridad con la que actúa su subordinado en el caso de la Infanta presentando el recurso casi antes de que juez se hubiese pronunciado, dejando entrever que esa es una cualidad que debe tener la justicia (o sea, que está muy bien que en este caso se haga así, sin tener que referirse necesariamente, por qué iba a hacerlo, a los otros miles de procedimientos andando al ralentí).
     El de Delfos era el oráculo cuyas respuestas solían tener más crédito porque, se decía, aciertan con más frecuencia que los demás. El secreto ya se sabe, la ambigüedad de su contenido. Una vez pagada la tasa correspondiente y efectuados los sacrificios rituales correspondiente al dios, llegaba el momento de la consulta y la respuesta. Es lo que le pasó a Creso, rey de Lidia, en el que quizá sea el vaticinio más famoso que ha pasado a la historia, cuando antes de atacar a los persas preguntó por el posible éxito de su campaña y recibió la conocida respuesta de que, si cruzas el río que hace frontera entre Lidia y Persia, es decir, si pasas al campo enemigo, “destruirás un gran imperio". Y así ocurrió. El problema vino después cuando comprobó aterrado e incrédulo que el imperio destruido había sido el suyo. Consecuencias de la ambigüedad.

Publicado el 4 de julio de 204

Informaciones cruzadas

    Dos informaciones contrapuestas aparecen en un mismo rincón y día. Ambas desde luego sin contraste científico ni valor absoluto pero que reflejan, cada una, la existencia de dos mundos y de dos realidades que nada tienen que ver entre sí. Mientras el gobierno dice confiar en que el recurso del apresurado fiscal tenga efectos acordes a sus (supuestos) deseos, una encuesta en un medio significado, que pregunta si el lector está de acuerdo con que el juez mantenga la imputación de la infanta, obtiene algo más del 90% a favor del sí. Naturalmente no se trata aquí de determinar quién tiene la razón (¡faltaría más!) pero sí es necesario poner de relieve cómo, una vez más y en esta oportunidad de una manera tan palmaria y visible, existe una grave disonancia, y hasta pura contradicción, entre los objetivos y la interpretación de las cosas de los dos sujetos que llenan la sociedad: quien gobierna y quien es gobernado. ¿Tiene sentido en estas condiciones que alguien administre y represente algo, hablando cada uno idiomas con gramáticas tan incompatibles y contrarias? Más aún, ¿es posible o es todo acaso una pura paradoja?
    Por supuesto que no se trata aquí de plantear un dilema político al uso ni tampoco juegos de dimisiones o renuncias. El problema que se suscita tiene connotaciones que podríamos llamar metafísicas porque sugiere dudas por las consecuencias que acarrea el choque dialéctico entre estructuras tan íntimamente opuestas. Dice José Vidal-Beneyto que una de las siete paradojas de la posdemocracia es la que resalta que, dada la aceptación universal y su condición de modelo único e incuestionable, ello da origen a prácticas democráticas que llevan a la ritualización del voto y, por consiguiente, a la “mitificación del consenso entendido como la reducción de lo políticamente opinable”.
    Si uno escribe árabe, de derecha a izquierda, y el otro interlocutor lo hace en algún idioma románico, en este caso de izquierda a derecha, mal pueden encontrarse los dos lenguajes. Dice Aristóteles que para hacer un estudio adecuado del régimen mejor, es imprescindible antes fijar cuál es la vida más preferible, primero para todos y, después, acerca de si es la misma para la comunidad y para el individuo. Porque, mientras esto no está claro, tampoco podría estarlo el régimen. Dicho de otra manera, mientras no queden despejados los acuerdos básicos, el régimen está en riesgo.

Publicado el 27 de junio de 204

Margen de maniobra

     A la casi eterna pregunta de cuál es el margen de maniobra que de verdad, de verdad, tienen los políticos convencionales para modificar la realidad en beneficio de los ciudadanos o si son los llamados poderes ocultos (antes se decían “fácticos”) no es fácil responder con cierta solvencia y seguridad. Pero seguro que, aunque sea mucho, es, y sigue siendo, bastante menos de lo que de hecho nos quieren hacer creer, especialmente en los momentos en que buscan nuestro apoyo, aliento y simpatía. Incluso ahora con la globalización ha decrecido esta virtualidad.
       Estaba Sancho ya en el pleno ejercicio de gobernador cuando le anuncian que un labrador pide hablar con él para presentarle un negocio, según él dice, de mucha importancia. Accede el escudero y se encuentra con que el visitante le solicita una carta de recomendación para que un rico vecino acepte a su hijo como yerno. Mas, a la pregunta más bien ritual de si desea alguna otra cosa, no se lo ocurre sino “digo, señor, que querría que vuesa merced me diese trecientos o seiscientos ducados para ayuda a la dote de mi hijo bachiller, digo para ayuda de poner su casa, porque en fin han de vivir por sí, sin estar sujetos a las impertinencias de los suegros”. Y es ahí cuando Sancho, poniéndose en pie y asiendo la silla en que estaba sentado, lanza la famosa perorata que empieza por “¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que, si no os apartáis y escondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! Hideputa bellaco… y ¿dónde los tengo yo, hediondo?... aún no ha día y medio que tengo el gobierno, y ¿ya quieres que tenga seiscientos ducados?”
   En un espinoso juego de confusión que plantea Cervantes entre enriquecerse personalmente o manejar dinero para atender las cuitas de los ciudadanos, poco tiempo daba el labrador a Sancho. Día y medio no era suficiente para haber conseguido unos cientos de ducados que ya le reclamaba el paisano. Poca ayuda material podía proporcionarle pero, a modo de respuesta provisional a la pregunta arriba planteada, hay que reconocer que el verdadero campo de maniobras es el de lo simbólico. Los políticos juegan con los valores y la capacidad de entusiasmar, de ilusionar y ello se transforma, o se puede transformar en una forma de manipulación. No sea que, con la excusa del enredo, valga aquello que se decía antiguamente: tú me das tu reloj y yo te doy la hora.

Publicado el 20 de junio de 2014

El adanismo de nuevo

    Sabido es que en la época antigua la llegada de un nuevo rey suponía tal cambio en las estructuras políticas y sociales que hasta el calendario se ponía a cero, como si antes de ese acontecimiento nada hubiera ocurrido y la vida empezara su existencia. A querer empezar siempre de nuevas, al hábito de comenzar una actividad como si nadie la hubiera ejercitado con anterioridad se le llama adanismo. El adanismo ha sido siempre una tentación de sociedades inmaduras, de las que desconocen su sentido histórico; propio de sistemas políticos en formación y de escaso nivel social y político. Querer empezar siempre de nuevo como si nada de lo que hay tiene sentido es una tentación inconsistente, propia de países siempre dispuestos a hacer la revolución definitiva; a eliminar infieles provocando una nueva cruzada, aunque sea laica; o un manera de implantar un nuevo régimen. La relación de países aficionados al adanismo es suficientemente explícita para entender esta consideración. Otra cosa es ir modificando y modernizando estructuras sociales y de poder a lo largo del tiempo.
     Habla Ricardo García Cárcel de que en la historia de España, especialmente en los tiempos más recientes, se han dado dos tipos de memoria histórica. Una, oficial o de ganadores y otra, doliente, que lleva a una identificación sentimental con los perdedores. Cada una naturalmente con su imaginario a cuestas, es decir, su lectura de la historia, de lo que pasó y de lo que se evitó.
     Proponer vivir de los sueños y las ilusiones mañaneras así de pronto y solo desde una de estas memorias históricas aprovechando un resoplido constitucional, agitar y revolver con prisas y urgencias angustiosas el espacio público cuando nos está comiendo la basura y la vergüenza de los millones de parados, de los que nada tienen, de los que sufren los desahucios, es de una grave irresponsabilidad. Y decir que apoyar Ley de Sucesión es una "traición a la clase trabajadora" y que "república es no a la deuda, no a la OTAN, no a las privatizaciones, trabajo para todos, pensiones dignas, el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo y la separación de la Iglesia y el Estado" no puede por menos que echar a uno a temblar por la ignorancia que esta proclama encierra. Y con lo que se está jugando. Y sobre todo una manera torpe y nada inteligente de conseguir que las cosas, todas, queden como están. Que ya es decir.

Publicado el 13 de junio de 2014

Ojo con lo de la casta

      Como de pronto y sin que nadie lo esperara, se nos ha colado en nuestro espacio público un quehacer imprevisto y repentino que, como es natural, está revolviendo muchos rincones de la sociedad. Lógico y normal, que diría cualquiera. Es explicable que un asunto de la trascendencia de la manera de organizar la suprema convivencia haya sacado de la siesta a personas y colectivos que de buenas a primeras se están interesando en cuestiones de las que antes ni se habían preocupado. Lógico y normal, de nuevo. Pero, a pesar de la fiebre que a algunos ha invadido y de los movimientos colectivos que se están produciendo, parece razonable andarse con bastante tiento y mucha precaución no sea que de Guatemala vayamos a Guatepeor. El problema puede sobrevenir de la aparente espontaneidad con la que se están produciendo propuestas, movimientos y proclamas que cada uno considera que obedecen a sus propios convencimientos. Pero no hay que olvidar que las trampas pueden estar a la vuelta de la esquina.
     Un ejemplo que viene muy a cuento es el lenguaje que empieza a utilizarse. “¿De quién es la opinión de la opinión general?”, se pregunta el sociólogo francés Pierre Bourdieu. Porque podemos estar ante un ejemplo típico de ilusión de consenso generalizado que de entrada deja fuera de discusión tesis más que discutibles. Es el caso de “la casta”, denominación que, una vez más vuelve a ponerse de moda, referida al conjunto de lo que otros llaman la clase política. La casta, dice Daniel Montero, es “un grupo depredador que guarda sus secretos con un evasivo recelo. Un velo informativo vestido de trasparencia envuelve muchos de sus actos”.
     Pues ojo con lo de la casta, que seguramente es una estafa teórica y muy inteligente sugerida con fineza por personas interesadas en distraer la atención. No en balde el sustantivo ha conseguido matrimoniar plácidamente con “los políticos” de manera que ni siquiera es necesario completar la frase para que se entienda que se habla de los llamados profesionales. Pero esta rutina es una forma sibilina de dejar fuera a todos los demás, a los otros políticos, que viven en territorio público, pero escondidos de las referencias en los medios de comunicación. Órganos, instituciones, entes, fundaciones, federaciones patronatos, consorcios y demás que en bastantes casos son los que de verdad están esquilmando al Estado sin que nadie eche cuenta de ello.

Publicado el 6 de junio de 2014

El sufrimiento humano

     Aconseja Plutarco (un importantísimo escritor griego del siglo I, en un librito, “Consejos políticos”, que algunos profesionales de la vida pública convendría estudiaran) que el político ideal es el que se gana para su causa a la multitud, al ver ésta cómo los halagos y cebos de los demás políticos son trucos bastardos e ilegítimos al lado de la cordialidad, franqueza y prudencia de aquel. La cercanía a la gente, además el lema de la izquierda, y el estar pendiente de la persona han sido consideradas siempre dos virtudes imprescindibles, principalmente allí donde han florecido la democracia y el respeto a los derechos humanos.
     Ya sabemos que la política es uno de los ámbitos a los que mejor se puede atribuir aquellas palabras de Ortega cuando afirmaba que “la mayor parte de los hombres vive una vida interior, en cierta manera, apócrifa. Sus opiniones no son en verdad sus opiniones sino estados de convicción que reciben de fuera por contagio…”. Y esa circunstancia es aplicable ahora cuando la valoración de los resultados permite muchos y variados puntos de vista. Pero, sin entrar en análisis de profundidad y esquemas sociológicos para intelectuales, vale, como en una aproximación de urgencia y a salto de mata, la reacción más humana, inmediata y quizá más ajustada al mensaje ciudadano aquella en la que el líder de “Podemos” manifestó que lo que había pasado en las elecciones es que había ganado el PP y por tanto al día siguiente “seguirá habiendo seis millones de parados y se seguirían haciendo desahucios”. Es decir, al permanecer en el poder no ya un partido sino la nomenclatura, persistirá el sufrimiento humano de la persona, como siempre retirado del mercado social y envuelto en grandes palabras y, de un tiempo acá, en grandes cifras y fantásticos diseños económicos que todos estamos aprendiendo.
      ¿Tan difícil es entender esto? ¿Cómo, ante los miles de desahucios que se hacen al año, no se encierran los diputados día y noche hasta encontrar una salida que evite toda esta desgracia?, ¿tan difícil, tan difícil?, ¿tan sin sensibilidad se queda uno para que, por ejemplo, a cada acto de desahucio no acuda un parlamentario aunque sea simplemente para tomar nota de las circunstancias de esa desgracia?, ¿es que no hay ideología y consistencia teórica detrás de cada actuación? Y ya habrá tiempo de otros análisis, imprescindibles para comprender toda la realidad.

Publicado el 30 de mayo de 2014

Otra lectura de las elecciones (y 2)

        Si, despojado de intereses ideológicos y de valoraciones morales, uno fija su atención en la parafernalia de unas elecciones (todas desde luego pero de manera ostentosa las que implican a todos los adultos) fácilmente puede darse cuenta de cómo todo ello, el ruido y las nueces, viene a ser una simple puesta en escena, lo que hoy llaman los modernos una especie de “performance”, una interpretación. Así las cosas, esta representación tiene que seguir con la mayor fineza todos los pasos que exige una buena ortodoxia. Una “morcilla”, como dicen burlonamente los cómicos, un suave resbalón puede suponer, puesto que la moneda que se utiliza son los votos, una desinversión manifiesta. Como advertía Horacio hay que tener mucho cuidado en no describir un hecho que se acomode a la letra de un poema de otra clase.
        Consiguientemente toda la ceremonia desarrolla su propio lenguaje y, dada la situación, la comunicación está llena de mensajes cifrados, ¿A cuento de qué viene ahora anunciar que en julio se aprobará la ley del aborto sino para sostener a determinados votantes…? Luego, pues ya se verá. ¿Y la distribución de tiempos de los precandidatos del PSOE para dar imagen de que todo se renovará? Después, lo mismo, ya se verá. ¿Y tantos otros anuncios de cosas buenísimas que a lo tonto se dejan caer precisamente estos días? Las llamadas promesas electorales son el guión de los ejecutantes pero estas expresiones, de acuerdo a las leyes de la lógica, no son ni verdaderas ni falsas. Son proposiciones de deseo pero no apodícticas, no concluyentes. (En todo caso, si realmente quisiéramos cambiar el sesgo del espectáculo y salir del teatro, habría que poner ante la opinión pública a los que mandan de verdad. ¿Promesas? Con el argumento de Rajoy, convertido en universal al estilo kantiano, justificando, al hacer todo lo contrario de lo anunciado, que ha hecho lo que tenía que hacer, se terminaron todas las promesas electorales. Todas y para siempre).
     En la apoteosis, que como en las comedias clásicas viene al final, hay que incluir la votación, sin duda imprescindible para el mejor desarrollo de la interpretación (no debe olvidarse que el coro era el principal en las representaciones griegas) y, luego, el grito de victoria obligado de todos los que concursan. Aunque después, cuando el público se retira y se apagan los escenarios, la vida marque y señale a cada uno su realidad.

Publicado el 23 de mayo de 2014

Otra lectura de las elecciones (1)

     Por experiencia todos sabemos de sobra qué son unas elecciones y lo que suponen. Ateniéndonos a la materialidad de la acción social a llevar a cabo y, dicho de una manera pedestre sin mística ni alharacas, unas elecciones son un simple procedimiento para elegir quiénes van a ejercer las tareas en los puestos que salen a concurso, una especie de selección de personal que en este caso está a cargo de un jurado no profesionalizado y en cierto modo universal. Lo que en puridad se dirime en estos procedimientos es quiénes van a ser parlamentarios, concejales o rector de la Universidad, qué personas van a asumir esas responsabilidades. Otra cosa muy diferente es todo lo demás: desde la incidencia que sobre las rutinas de nuestra vida implica su preparación hasta los juegos ideológicos, económicos y sociales que se ciernen sobre ellas. Y, sobre todo, la distribución real del poder que provocan.
     Lo que pasa es que las elecciones siempre han gozado de buena fama y de garantía de salud del sistema político. Hasta tal punto que incluso los que bajo cuerda las manipulan y falsifican las presentan como un aval, un certificado de buena conducta. También aquellas que familiarmente se llaman “a la búlgara”, es decir, en las que había más votantes que personas apuntadas en el censo y las candidaturas oficiales acababan sacando un porcentaje de votos mayor que cien. Pues hasta esas se presentan en sociedad como prueba de un buen hacer político. Y lógicamente esta buenísima imagen de que gozan ha proporcionado que sobre ellas hayan caído, seguro que en millones de ocasiones, como pétalos de flor desde ditirambos de los más diversos, encomios y panegíricos a sus valores hasta sesudos y profundos estudios de su engarce democrático. ¿Ha habido alguien en la historia que haya tenido el atrevimiento de criticarlas, siendo como son el sancta sanctorum de la ética social?
     Pero, claro, sin desmerecer de tanta bondad y perfección, unas elecciones encierran también otros ángulos y otros puntos de vista que no sería bueno dejar a un lado. Porque, como de lo que se trata es de conseguir votos como sea para los candidatos propuestos, las estrategias van encaminadas de manera muy determinada a aprovechar cualquier circunstancia para esa finalidad y así la precampaña, y lo que se llama oficialmente la campaña, acaban siendo una singular, fantástica y gran puesta en escena. ¿Engañosa y falaz?

Publicado el 16 de mayo de 2014