Paradoja de los ideales

       La verdad es que no acaba de llegar la Edad de Oro y, a la vista de lo que ocurre cada día, no parece siquiera que se pueda entrever en lontananza. Bien es cierto que hay muchos autores famosos, y mucha gente no tan conocida pero igualmente informada, que consideran que precisamente lo que ha ocurrido es lo contrario, que ese período de felicidad ya existió en una época muy lejana y anterior y que ahora a donde vamos es al precipicio. Ya el griego Hesíodo, en el siglo VIII, establecía esa progresión hacia abajo, desde una raza de hombres mortales de oro hasta una quinta de hierro porque “ni de día ni de noche cesarán de estar agobiados por la fatiga y la miseria y los dioses les darán dolorosas preocupaciones, al tiempo que continuamente se mezclarán bienes con males”. Valga, por ejemplo, como referencia el famosísimo discurso de don Quijote. Porque nostálgicos, aquellos que están tan seguros de que aquel tiempo tan felicísimo como no hubiera sido posible más existió, los hay a cientos o a millones.
      Pero, si muchos son los que añoran aquel período, no son menos los que, al revés, esperan y confían en que esa vida de suma felicidad esté aún por llegar. Algunos profetas hebreos, pensadores y filósofos griegos y hasta determinados líderes sociales, religiosos y políticos sueñan, o han soñado, en un futuro pletórico, una sociedad perfecta “en la que hombres y mujeres vestirán ropas iguales y se alimentarán de un pasto común”. Las grandes utopías del siglo XX han sido una expresión más de esa esperanza y ese anhelo.
      Mas cabe una tercera opción, con seguridad la apoyada por más gente y más tiempo: la de quienes, uniendo ambas teorías, sostienen que hemos de recomponer lo que en su día rompimos, lo que lleva a mantener el viejo sueño de un hombre perfecto que fue en su día y por tanto deberá volver a serlo en el futuro. Y aquí está el problema porque en lo que no hay coincidencia es en qué consista ese hombre ideal. Y así, cuando unos intentan imponer un determinado perfil de perfección, por supuesto para ellos indiscutible pero que otros rechazan, es cuando se rompe la baraja. La ideologización de la sociedad y la política es uno de los más graves peligros para la convivencia, origina muchas consecuencias nefastas y es la gran contradicción de la especie humana. Va a tener razón Hesíodo con lo de mezclar bienes con males. A primera vista una verdadera desgracia.

Publicado el día 29 de agosto de 2014

Loa por los zurdos

      “Aunque doña Leonor de Mascareñas hace todo lo que puede, atándole la mano izquierda, no basta para que no le sea. Agora, muy izquierdo está. La infanta doña Juana, su tía, cuando come con ella, que son los más de los días, siempre tiene un cuchillo en la mano para dalle, cuando toma algo con la mano izquierda”. Eso escribe Luís Sarmiento en carta al abuelo, el emperador, sobre el comportamiento del príncipe Carlos, el hijo de Felipe II, cuya vida supuso no solo un gravísimo quebranto familiar sino que, además, es una de las fuentes principales para la leyenda negra. Sin padre ni abuelo, que andaban cada uno por su lado en sus guerras y sus cuitas de gobierno y sin madre, que había muerto cuando aún tenía cuatro días, Carlos fue siempre un problema personal, para él mismo que sufrió de lo lindo, para su padre. Y también para el Estado. Y, para colmo, era zurdo.
      Zurdos famosos los ha habido a montones e incluso muchos han llevado ese sobrenombre, (por todas partes aparecen estos días listados casi infinitos), pero Cayo Mucio “Escévola” pasa por ser el que llamaríamos patrono en este santoral laico que entre unos y otros se ha venido componiendo. Cayo era un militar romano que, por el siglo VI a.n.e., luchaba contra los etruscos, el contrincante acostumbrado de aquella época. El caso es que para convencer al rey enemigo se dejó quemar la mano derecha en un acto de heroísmo, que aún recuerdan las enciclopedias, y se ganó el apodo de Scevola, que en latín significa zurdo.
      Razones genéticas, ambientales o de otra índole se utilizan, de momento sin éxito, para justificar este comportamiento que ejercen alrededor de un 10% de la población. Según cuenta el Club de los Zurdos, que se inició en G. Bretaña, son más imaginativos y creativos y controlan mejor el arte y la música. Puede ser porque viven en un mundo hecho por y para los diestros. Como en otros muchos idiomas y culturas de todo el mundo, siniestro era la palabra latina que se utilizaba para llamar a la izquierda y hasta la Biblia, señala el protocolo de la diestra como sitio de privilegio divino. Además de los bolígrafos, enfrente tienen la superstición y el refranero, las “buenas” formas de educación y la persecución ideológica e inquisitorial. Y hasta la incomprensión de los jóvenes que no acaban de creer que muchos de los mayores de hoy en día sufrieron verdaderas torturas. (Y lo testifica un diestro).

Publicado el día 15 de agosto de 2014

¡Ay de los segundones!

    No te quejes ni lamentes, amonesta Fray Antonio de Guevara a un segundón que subió de categoría: “es también muy necesario tengáis siempre en la memoria las mercedes que os ha hecho Nuestro Señor, en especial que, para daros ese condado, mató al Conde, vuestro hermano, murió la señora Condesa, desheredó a vuestra sobrina… por manera que le debéis a Dios no sólo el dárosle, más aún el haberos desembarazado. Acordaos, señor, que os sacó Dios de enojos a descanso, de pobre a rico, de pedir a dar, de servir a mandar, de miseria a opulencia, y de ser don Pedro a llamaros conde de Buendía por manera que debéis a Dios no sólo el estado que os dio, más aún la miseria de que os sacó”. ¡Menudo cambio! Y es que, además de otras cualidades personales como si se es guapo o feo; alto o bajo; inteligente o torpe; urbano o rural, etc., el puesto en el que se nace dentro de una familia es uno de los condicionantes más relevantes para la vida de la persona y su relación con la fortuna. Porque si el primogénito tiene sus gabelas y sus hipotecas, también tiene marcado su camino el que va detrás, el segundo. De los demás, si los hay, apenas existe teoría, salvo en algún caso del último, del benjamín. Y esto es ahora y lo ha sido desde que tenemos noticias de la organización familiar. Desde el Pentateuco (¿hay alguna primogenitura más famosa que la de Jacob y el plato de lentejas?) al heredero, que aún queda por ahí.

     Durante toda la historia, los segundones han tenido un papel muy particular en eso de las herencias, los méritos y las posibilidades de futuro. Siempre a la sombra de los primogénitos, los segundones han tenido por lo general que aguantar una vida de religión (curas o frailes) para quitarlos de en medio; o la vida militar para que por sí mismos se ganaran el prestigio y la ventura; o, como último remedio, buscar una esposa que pudiera ofrecerle una buena dote. Difícil lo han tenido a lo largo de los siglos… Y para colmo, se dice que los primogénitos tienen mayor coeficiente intelectual. (Curioso es sin embargo que Alfonso XI creara una Orden de Caballería “en la que no podían entrar los primogénitos… sino los segundos o terceros… para honrar a los hijosdalgo que poco tenían y poco podían”).

     De todas maneras en muchas culturas y en algunas épocas la designación del segundón viene acompasada en razón del sexo Es por ello que en España tengamos un rey llamado Felipe VI.

Publicado el 8 de agosto de 2014

Pobres aforados

      De pronto el término “aforado” ha aparecido como de la nada y se ha hecho dueño de nuestro espacio social. Como diría Alex Grijelmo, se ha convertido en una palabra de prestigio, se nos ha sobrevenido llenando las páginas de los medios y floreciendo en las conversaciones de quienes gustan de exquisiteces jurídicas. Otra cosa es que esté claro su alcance y significación a los legos y profanos en leyes. Porque ¿qué significa ser o estar aforados? Hasta casi un insulto cuando el otro día un miembro del gobierno devolvía al resto de parlamentarios que se quejaban de algo relacionado con ello: “pero si ustedes también son aforados…” Y en calle, si se le pregunta a la gente, aunque siempre hay algún listo que sabe de qué va la cosa, se puede uno encontrar con respuestas, sin precisar mucho, como que es uno más de los chollos de los políticos, otra ventaja que se han buscado para esquivar la ley y hacer lo que les parezca o, ya puestos, que el rey puede tener los hijos que quiera sin que nadie le pueda decir nada. ¡Un verdadero lío!
       Alfonso de Valdés, colaborador inmediato del Emperador Carlos, cuenta en su “Diálogo de Mercurio y Carón” la charla que tienen estos dos personajes, mientras van pasando almas que llegan a que el barquero las pase al Hades a cumplir su castigo. De toda clase y condición, el autor aprovecha la escena para fustigar los vicios de la gente. De pronto llega un rey y, tras confesar sus muchas culpas, le espeta Caronte: -“¿Es que no hay ley que castigue a los que eso hacen?; -Sí la hay mas la ley no comprende al rey; -Dices la verdad, responde el barquero, porque el rey debería ser tan justo, tan limpio y tan santo y tan apartado de vicios, que aún en un cabello no rompiese la ley y por ello dicen que ella no le incluye”.
      Protección jurídica especial para los grandes siempre la ha habido. Basta asomarse a la historia para ver que ya hace unos miles años a.n.e. los “awilu”, o algo parecido, que formaban la capa superior de la sociedad, ya la tenían. O en la Edad Media, por ejemplo, existían los alcaldes de hijosdalgo que se ocupaban de los asuntos correspondientes a estos nobles. En todo caso la prebenda del aforamiento, que hay quien asegura es más una desventaja que una sinecura, parece ser de menor cuantía onerosa que la inviolabilidad o la inmunidad que les es propia y de las que nadie se acuerda. Pero este es el juego del lenguaje público.

Publicado el 1 de agosto de 2014