El chismorreo como ciencia

     Aunque a primera vista pueda resultar difícil creérselo, la palabra chismorreo tiene una aplicación científica. Acostumbramos como estamos a utilizarla con un alto tufillo de menosprecio, incluso por aquellas personas que tras criticarlo ocupan su vida y pensamientos en seguir sus peripecias fundamentalmente televisivas, este término y otros afines gozan de una determinada referencia en el ámbito de las ciencias sociales. Bien es verdad que poco bueno puede deducirse de las acepciones que de la palabra chisme ofrece el diccionario, pero la realidad es que uno encuentra este término entre las explicaciones que los primatólogos, incluido claro el ser humano, ofrecen sobre los comportamientos que nos fueron formando como especie y han dejado huella en nuestra conducta posterior.
     El chismorreo ha adquirido cierta reputación académica a la hora de explicar la progresión y mejora del lenguaje, único y evolucionado, que, según parece, ha sido el arma eficaz que nos ha capacitado como la linaje con más poder, también en comparación con las otras igualmente humanas. Establecido el principio de que la cooperación entre los miembros del grupo era el sistema de asegurarse la supervivencia, resultaba imprescindible conocer la vida y el mundo pero más primordial e irreemplazable era saber de los colegas del grupo, estar al corriente de su intención de colaborar con los demás o, por el contrario, de aprovecharse de las fuerzas colectivas sin echar una mano; conocer si eran leales al grupo o no. El chismorreo así entendido es el procedimiento que permitía conseguir esos datos. Aplicando las doctrinas generales de la evolución, habría que concluir que han ido sobreviviendo con más facilidad aquellos grupos que, al tener mejor referencia sobre los modos de ser y de pensar de todos los miembros, han desarrollado una cooperación más eficaz. Y la calidad de esa información ha venido promovida por el mejor desarrollo del lenguaje.
     No todos los científicos aceptan esta teoría como explicación del desarrollo de nuestro lenguaje pero sí que se ha hecho un hueco en el panorama académico. Por el contrario, “el chismorreo, dice el científico Yuval N. Harari en un libro de reciente aparición, se suele centrar en fechorías. Los chismosos son el cuarto poder original, los periodistas que informan a la sociedad y de esta manera la protegen de tramposos y gorrones”. A lo mejor es cierto.

Publicado el día 21 de noviembre de 2014

Con los cuentos en la mano

      En un apólogo medieval se relata que un rey estaba en su palacio y vinieron sus súbditos a demandarle cosas que ellos creían necesarias y le insistían por ello mientras esperaban su respuesta a la puerta de su alcázar. Se enfadó el rey y le ordenó a su alguacil: ve y diles que no me convienen. Y yendo el alguacil con la respuesta se volvió de pronto hacia atrás y preguntó al rey: señor, decidme qué réplica he de darles si me dicen que tampoco a ellos. Entonces el rey meditó un rato y dijo: ve y diles que quiero hacer lo que me demandan.
     Como en el cuentecillo, andan las gentes inquietas y muy enfadadas viendo todo lo que acontece en el patio de la república (o sea, res o cosa pública). Y sobre todo muy soliviantadas al darse cuenta de que, lejos de recibir las satisfacciones propias de la situación, al final todo se queda como estaba, es decir, mucho ruido, mucho escándalo, mucha algarabía y un estruendo de campeonato pero las demandas parece no convenir a quienes debieran. Incluso la sucesión de acontecimientos más aparenta un plan diabólico para que un escándalo tape a otro en una sucesión calculada, que es el mejor procedimiento para crear hartazgo y empacho y, poniendo mal cuerpo, es como peor funciona la mente y el entendimiento. Las estructuras siguen perfectamente iguales y no digamos las superestructuras que mantienen intactas las cuotas de poder para beneficiarse cuando sea necesario. Y las reformas, más allá de quitar derechos y aumentar pagos, es palabra que bien podría pasar a un diccionario de términos irreales e ilusorios por su escaso uso.
      Y en otro cuento también medieval se narra que en un monasterio habitaba un gato que se había llevado por delante a todos los ratones que andaban por la zona menos a uno que era muy grande y al que no podía cazar de ninguna manera. Cavilaba cómo conseguirlo y para este fin decidió tomar el hábito de monje. El ratón, viéndolo comer entre los monjes, se alegró mucho pensando que había entrado en religión y que de esa forma ya no le haría ningún daño por lo que se puso a dar saltos de alegría de acá para allá mientras el gato ponía cara mística y humilde. Así se fue acercando, tanto que en un momento el gato le echó las uñas y lo cazó. Entonces el ratón le dice: ¿por qué me quieres matar siendo monje? A lo que el gato responde: es que yo soy monje a ratos. Y el comentarista interpreta: el gato finge ser santo.

Publicado el día 14 de noviembre de 2014

Travesuras de ciudadanía

     En razón de lo que se avecina a la vuelta de la esquina, andan como locos muchos de nuestros cargos institucionales afanados hasta el límite en la rutinaria tarea de enriquecer la obra pública o, dicho de una manera más pedestre, en hacer obras como sea. Y no ya solo hacerlas, que eso en muchas ocasiones resulta vulgar e intrascendente, sino sobre todo llevar a cabo lo que ceremonialmente se llama una inauguración. Nada más y nada menos. En cuanto asoma por el horizonte el tufillo de unas nuevas elecciones se convierte en ocupación no solo dominante sino casi exclusiva. Ejemplos los hay que ni se sabe pero famosa es la fotografía de un pueblo andaluz con toda la Corporación Municipal en Pleno inaugurando una rotonda, no faltaba ninguno. Parece que les vale como principio del movimiento la ecuación cuyos términos vienen a ser más o menos: ladrillo nuevo (o adoquín o palada de cemento) es igual a un voto, en una proporción directa de si más de lo uno, también de lo otro. Y así hasta el infinito.
      Pero las cosas no son tan sencillas ni a la hora de ejercer el voto vale la aritmética. Y ni siquiera la racionalidad. Mucha literatura y ciencia hay ya al uso que muestra en cuántas ocasiones nuestro comportamiento está dirigido por lo que se llaman prejuicios cognitivos, es decir, convencimientos profundos, básicamente irracionales, que dirigen nuestras decisiones y nuestra conducta aunque nos pueda dar la impresión de que lo que estamos haciendo es producto de una reflexión serena y objetiva. Es esto tan conocido y hay tantas muestras experimentalmente analizadas que no se entiende cómo aún quien vive a ladrillazo vivo los períodos electorales.
     En las recientes elecciones en Costa Rica se dio la aparente incongruencia de que salió elegido un candidato que apenas era conocido de la opinión pública y cuyas posibilidades de triunfo eran prácticamente nulas. Como en las encuestas solía aparecer en la parte más baja del listado de aspirantes, se le conoció con una denominación que ha hecho furor en los lenguajes políticos: “candidato del margen de error”, es decir, como la vida al revés, lo de adelante atrás y al contrario. Es lo que llaman algunos, más o menos técnicamente, “la paradoja del último vagón”: al ver las autoridades que la mayoría de los accidentes le afectan, para mejorar las cosas y evitar desgracias, toman la decisión de suprimirlo. ¿O no es lo lógico?

Publicado el día 7 de noviembre de 2014