Pecados muy rancios

    Si quisiéramos hacer una sencilla valoración histórica, diacrónica, es decir, a través del tiempo, sobre la moralidad de la humanidad, nos encontraríamos con comportamientos ya ancestrales indignos y reprobables. La ley del Talión, la existencia de castas o la ablación son algunas que desde tiempos inmemoriales vienen practicándose y, si bien es verdad que estas conductas ya no son universales sino que han quedado reducidas a determinadas culturas y determinados usos, hay que reconocer que no han desaparecido del todo. No es fácil eliminar un práctica cuando ha venido recibiendo como justificación un peso ideológico de siglos. Estas y otras cuantas barrabasadas han llenado, y siguen llenando, de sufrimiento la vida de demasiados seres humanos. Ya nos hubiera gustado que no hubiese sido de esta manera pero es lo que es.
     Uno de estos dislates ha sido haber condenado a las personas por su tendencia sexual, haber condenado la homosexualidad, además como uno de los crímenes más horrendos que se hubieran podido cometer. La homosexualidad ha sido el pecado nefando desde las primeras civilizaciones, desde que se conocen textos legales y sociales. Bien se han cansado los libros religiosos de lanzar gravísimas anatemas contra ella. Y, aunque en nuestra época se ha avanzado mucho en su erradicación, ya se sabe que los usos sociales y las creencias, sobre todo cuando han sido alimentadas durante siglos por toda clase de poderes religiosos, políticos y sociales, no pueden ahogarse, transformarse ni eliminarse de pronto. Y tampoco relativizarse imágenes que han sido consideradas tan reprobables. Nos guste o no así ha sido y en esa creencia y convencimiento ha crecido durante siglos y siglos la mayoría de la gente. Es imprescindible armarse de fuerza y de paciencia a la espera de que poco a poco la cultura lo vaya diluyendo.
      Hay también dos pecados que afortunadamente han perdido el apoyo doctrinal oficialista: la esclavitud y la inferioridad de la mujer, dos teorías que fueron defendidas durante siglos incluso por los más preclaros filósofos. Pero, a día de hoy, aunque haya remitido ese apoyo doctrinal y la opinión dominante esté a su favor, a veces, al asomarse a la calle, a la vida de cada día, la realidad empuja a dudar si esto es verdad del todo o, por el contrario, en muchas ocasiones, sitios y circunstancias se ha transformado para mantenerse de forma más solapada.

Publicado el 25 de julio de 2014

Fuera del sistema

       El sociólogo francés Pierre Bourdieu propone una nueva denominación para cada uno de los dispositivos que constituyen el aparato del Estado. Y así llama “mano derecha” al bloque integrado por los que ocupan los puestos más relevantes y decisorios de la Administración, tanto pública como privada: los altos funcionarios, los grandes bancos o los representantes de las otras corporaciones con mando en plaza. La “mano izquierda” está integrada por los trabajadores sociales, los que se ocupan de tareas de atención a la gente a través de los diversos sistemas relacionados con el bienestar: educadores, asistentes sociales, magistrados de base, profesores o maestros, es decir, todos aquellos que desde la estructura del Estado atienen directamente a las personas. Escrito por más que parezca sorprendente en 1991, Bourdieu denuncia que a la mano derecha, obsesionada por los equilibrios financieros, no le interesa en absoluto ninguna otra cuestión. La mano izquierda, dice, tiene la sensación de que la mano derecha ya no sabe o, peor, no quiere saber lo que ella hace y ni siquiera está dispuesta a pagar su coste político, económico o social. ¡Que se apañe como pueda! Dentro del propio Estado se ha producido una gran quiebra entre una cara y otra (el haz y el revés).
      Lo que, por una parte, genera grave desazón y demasiada ansiedad en los agentes sociales, en esa izquierda que es la que convive cada día con el demandante de supervivencia. Y, por otra, que el ciudadano, sintiéndose desamparado al no recibir la protección que esperaba de los agentes sociales, se considere en el exterior del sistema, que piense que todo el aparato es como una potencia extranjera que ni le va ni le viene. Y es entonces cuando se produce la quiebra social, de la que cada día vemos más indicios.
     Cuando Alicia se perdió en el País de las Maravillas, topó con el gato Cheshire y le preguntó: -¿Me diría, por favor, qué camino he de coger desde aquí?; -Esto depende muchísimo de adonde quieras ir -dijo el gato; -No me importa mucho adonde sea... -respondió Alicia; -entonces no importa qué camino cojas -dijo el gato; -, con tal de que me lleve a alguna parte -añadió Alicia como explicación; -Ah, puedes estar segura de que llegarás a alguna parte -dijo el gato-, siempre que andes lo suficiente. Vamos muy bien, decía más o menos el otro día El Roto, la incógnita está en que no sabemos a dónde. ¿Al vacío?

Publicado el 18 de julio de 2014

Cocinar un rodaballo

     Juvenal fue un poeta satírico de principios de nuestra era que escribió hasta dieciséis poemas en los que presentaba, de manera irónica y hasta cáustica y sarcástica, las costumbres de su época. Hoy es apenas conocido, siendo el autor de expresiones como: “pan y circo”, “¿quién vigila a los vigilantes?” o, en latín, “mens sana in corpore sano”. Juvenal se consideraba enemigo político del emperador Domiciano y contra él fueron algunas de sus diatribas más fieras. En una de ellas, para visualizar el grado de deterioro, describe el orden del día de que se ocupa lo que hoy llamaríamos el consejo de ministros. Doce personajes, incluido el propio emperador, debaten sobre cómo debe cocinarse un rodaballo, pez poco frecuente en aquel tiempo.
     Al parecer, en el aniversario de la muerte de Blas Infante se celebra un acto en su memoria en el Parlamento, función que antes se llevaba a cabo en el lugar de la carretera en la que fue fusilado. Y, también al parecer, el protocolo de esa celebración no es fijo y este año ha ocurrido algo de extrema gravedad: la presidenta ha decidido participar y eso ha llevado a la oposición a hablar nada menos que de una ruptura de la separación de poderes, acusándola de “soberbia, autoritaria y prepotente”. La discusión ha venido por la rentabilidad electoral que esa intervención produce, vista la atención y el interés público en esa ceremonia que, como se puede advertir cada año, paraliza de hecho totalmente la actividad de los andaluces y les hace volverse expectantes y absortos a lo que acontece en el Parlamento.
      Sin desmerecer de Blas Infante, que no es de lo que se trata, la cuestión es que, a lo que se ve, nuestros dignos representantes políticos no se dedican a discutir sobre cocina, hoy tan en boga, pero, rebajando por supuesto el tono, a uno le entran ganas de recordar el final de la referida sátira en la que afirma que era bueno que el emperador se entretuviera en esas memeces porque de esa forma no tendría tiempo para hacer más barrabasadas. No se trata tampoco de esto pero resulta indecoroso e indigno y no se puede entender cómo, con lo que llena “el día de cada día” a tantos ciudadanos, se ocupen de estas majaderías y despropósitos. Parece que el sentido común recomienda que ni la presidenta debió terciar en esa conmemoración (¿a cuento de qué?) ni la oposición tiene que hacer Troya. ¿Les importa en verdad lo que se dice?

Publicado el 11 de julio de 2014

Eufemismos y ambigüedades

     Pues ya que hemos terminado el Mundial y aún no han empezado a hervir nuestros equipos, habrá que buscarse mientras tanto entretenimientos de tres al cuarto. Y, aunque sugerencias nunca faltan, puede uno derivar la atención a menesteres ingeniosos y atractivos como es, por ejemplo, tratar de averiguar, en lo que han dicho, qué es lo han querido decir los personajes públicos que hablan para todos. O hubieran debido decir, que, habiendo acostumbrado a los periodistas a que acepten el “sin preguntas”, se pueden dar el lujo de explicarse con eufemismos o ambigüedades. Y lo hacen sin inmutarse. Para el ejercicio bastan dos casillas y material para distraerse lo hay de sobra.
     Espero que los cordobeses arropen al equipo de fútbol, dice el responsable del Córdoba, estimulando los amores patrios (o sea, que le compren los abonos, pese a las discusiones que su cuantía ha despertado). Los responsables de la Mezquita-Catedral llaman a la calma y a la serenidad, virtudes sin duda de muy alto valor, insistiendo en que lo bueno es que se sosieguen las cosas, (o sea, que se dejen como están, que así están a su juicio bien). Al fiscal general le parece muy bien la celeridad con la que actúa su subordinado en el caso de la Infanta presentando el recurso casi antes de que juez se hubiese pronunciado, dejando entrever que esa es una cualidad que debe tener la justicia (o sea, que está muy bien que en este caso se haga así, sin tener que referirse necesariamente, por qué iba a hacerlo, a los otros miles de procedimientos andando al ralentí).
     El de Delfos era el oráculo cuyas respuestas solían tener más crédito porque, se decía, aciertan con más frecuencia que los demás. El secreto ya se sabe, la ambigüedad de su contenido. Una vez pagada la tasa correspondiente y efectuados los sacrificios rituales correspondiente al dios, llegaba el momento de la consulta y la respuesta. Es lo que le pasó a Creso, rey de Lidia, en el que quizá sea el vaticinio más famoso que ha pasado a la historia, cuando antes de atacar a los persas preguntó por el posible éxito de su campaña y recibió la conocida respuesta de que, si cruzas el río que hace frontera entre Lidia y Persia, es decir, si pasas al campo enemigo, “destruirás un gran imperio". Y así ocurrió. El problema vino después cuando comprobó aterrado e incrédulo que el imperio destruido había sido el suyo. Consecuencias de la ambigüedad.

Publicado el 4 de julio de 204