Cochifrito desde China

       Cuenta Charles Lamb que una mañana, en la que el porquero Ho-ti había ido, como era su costumbre, al bosque a por bellotas para sus cerdos y había dejado la choza al cuidado de su hijo mayor, Bo-Bo, un mozalbete acostumbrado a jugar con el fuego, a su vuelta se encontró con que todo había ardido y hasta los animales habían fenecido asados vuelta y vuelta: una hermosa camada de lechones que era su único patrimonio. Pero en el trascurso de la refriega propia de la situación, al distraído joven se le ocurrió mojar el dedo en aquella carne hecha ascuas y. viendo el extraordinario gusto que tenía, le ofreció al padre ese sabor exquisito que había probado. Reconciliados los dos ante este descubrimiento, acordaron no contarlo a nadie y aprovechar ese incidente para comer desde entonces el bocado tan sabroso que habían encontrado. Pero, como el demonio siempre anda al retortero, la gente se fue enterando por lo bajini del secreto y desde entonces en la aldea china se fue haciendo costumbre que de vez en cuando ardiera una casa con los cerdos dentro de ella. El asunto llegó hasta conocimiento de los tribunales que procesaron a los protagonistas por un delito de incendio intencionado pero el caso fue que, a los dos días del juicio, la casa de Su Señoría también ardió, por supuesto con los lechones dentro.
     La explicación del origen del para muchos exquisito plato llamado “cochinillo asado” o “cochifrito”, publicado por el autor en un encantador librito como una “Disertación” sobre el particular, desvela que la nueva delicia gastronómica se fue extendiendo por toda China y que tuvo que pasar un montón de tiempo y naciera un Newton chino, Chung-Pung, para descubrir que era posible conseguir el cerdo asado sin necesidad de quemar la casa.
      La tesis que, como excusa, encubre este cuento y que tras la anécdota se deleita en describir con un sarcasmo infinito cómo los antiguos sacrificaban “esas tiernas víctimas de lechoncitos”, está en la línea de aquella durísima y terrible “modesta proposición” de J. Swift contra la acumulación de riqueza y de cómo eliminar a los pobres para dar de comer a los ricos. Triste y duro reproche, con especial sentido y muy apropiado para estos días, contra una especie que siempre ha estado dominada sin contemplaciones por los poderosos y ha olvidado aquel cántico de “Loado seas, mi Señor, por nuestra / madre y hermana Tierra” de Las Florecillas.

Publicado el día 26 de diciembre de 2014

La ceremonia del funeral

     Aquella cosa que un día se llamó “la crisis” ha sido declarada pomposamente fenecida, fallecida, muerta, incluidos los últimos auxilios como debe ser entre gente de bien y se ha colocado una lápida mortuoria con el solemne epitafio de que debe ser olvidada para siempre. Bien es verdad que ya había algunos que llevaban un tiempo proclamando, en una especie de profecía autoincumplida al estilo de Robert K. Merton (que pone los resultados en el voluntarismo de quien los pronostica), que ya se había ido por donde había venido y que ya ¡santas pascuas! Pero ahora ha entrado en el ámbito de lo así reconocido oficialmente. La crisis es historia, se ha dicho para gozo y disfrute de unos cuantos a los que ya estaba molestando la dichosa palabrita, tanto que poco a poco ha ido siendo colocada en el limbo de locuciones antiguas y en el diccionario de vocablos y términos viejos, como una especie de antigualla.
     Había aparecido como de repente, como si nadie se hubiese dado cuenta, como cuando una mañana de abril, en Orán, el doctor Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera y sin más preocupación pensó que tendría que advertírselo al portero… Bien es verdad que algunas mentes privilegiadas, como se dice en estos casos, hablaban de algo parecido y alguno hasta utilizaba la palabra fatídica pero no existía un clamor general como ocurre en otras situaciones en las que no hay otro asunto de qué hablar o preocuparse. Y ahora, pasado un tiempo, hay quienes quieren dar la impresión de que, como vino, se ha ido porque, aseguran ya ha sido vencida. Y eso lo dicen y lo aseguran bancos y gobierno que van celebrando exequias por donde van y rezan responsos por donde vienen, en una ceremonia litúrgica que más parece una representación escénica.
    Pero el caso es que no parece que la cosa haya ido así, a pesar de las voces de funeral. Más bien se aprecia, tanto si anda uno por las calles como si levanta los tejados como un Diablo Cojuelo cualquiera, que todavía hay mucho sufrimiento. Apenas hemos hecho algo esencial y básico por el enfermo más allá de colocarle unos parches y una transfusión de urgencia pero sin otros medios terapéuticos. Lo trágico de todo es que lo que parece enterramiento no es para tanta gente sino cenotafio, es decir, un monumento funerario “en el que no está el cadáver del personaje a quien se dedica”. A ver.

Publicado el día 19 de diciembre de 2014

Un razonamiento perfecto

        Nunca parece ocioso traer a colación cómo los políticos o, mejor, los personajes públicos, todos iguales, muestran un conocimiento tan delicioso y exquisito del concepto geométrico que es la tangente, dando así certidumbre en la carrera política al uso a aquel cartel que figuraba en el frontal de la Academia de Platón (“nadie entre aquí que no sepa Geometría”). Basta que en una conversación o entrevista algo no acabe de gustar del todo al protagonista, para en seguida hacer uso de esa dimensión como vía de escape y marcharse tan ricamente. Y no es que el resto de los mortales no manejemos esa estrategia polemista, que por supuesto hay quienes tienen un conocimiento tan superior que casi hay que echarles un galgo, la verdad es que este caso apenas tiene resonancia ni incidencia en los asuntos públicos. Las tangentes privadas siguen otros derroteros, lo que no ocurre con los principales personajes en saber, dinero y poder.
    La Dialéctica, una rama de la filosofía que se ocupa del uso del lenguaje y de los procedimientos para mejor discutir con quien se ponga por delante, fue siempre una asignatura de la mayor importancia. Saber expresarse con precisión y poder rebatir los argumentos de nuestros interlocutores siempre supuso una ventaja a la hora de sobrevivir en el mundo de los negocios, en los del pensamiento y en la vida de cada día. Conseguir convencer al otro de que lo que está diciendo es falso y lo que uno defiende verdadero es una tarea muy difícil y por eso hay quien no tiene más remedio que inventar sistemas de poca categoría. Como el de la tangente, que no es muy airoso ni elegante sino más bien basto o sanchopancesco, dirían algunos.
     Un ejemplo de estos razonamientos ha sido protagonizado hace unos días y apareció como una estampida lleno del más puro romanticismo. Al final, como era de prever, nada se ha resuelto y como en aquel verso de Cervantes, “incontinente, / caló el chapeo, requirió la espada / miró al soslayo, fuese y no hubo nada” Pero dejó una perla dialéctica de la mejor calidad. Más o menos así: Yo he llevado a cabo viajes pagados por el Senado para asuntos de trabajo, que están justificados en esos cuatrocientos folios que tengo ahí pero que no entrego y apenas enseño a nadie; es así que yo pongo a la venta el palacio, o palacete, donde reside el presidente; luego yo soy el político más transparente de todos. Un razonamiento perfecto.

Publicado el día 12 de diciembre de 2014

Poder, cuotas y fealdad

       Después de algunas semanas sin noticias de grandes y graves escándalos, el agobio, si no ha desaparecido del todo, al menos ha quedado atemperado y serenado. Fueron unos días en los que de pronto no se alcanzaba a qué información acudir o a dónde mirar, porque las revelaciones, en forma de cascada, se pisaban unas a otras y, casi sin tiempo de haber conocido los detalles de una, ya sonaban campanas por otro lado. Un período afortunadamente breve pero tan intenso que casi acaba con la templanza de los más calmados. Y consiguientemente, visto lo visto, cualquier corporación que quisiera estar al día y acomodarse a la urgencia de los tiempos anunciaba que tomaría medidas para corregir los desmanes a su alcance y prever que volvieran a ocurrir. Terapias urgentes que aumentaban el ruido de lo que estaba ocurriendo. Pero ahora, de la misma manera que entró como un huracán moviendo y removiendo estructuras políticas y sociales, vivimos un período de sosiego, al menos aparente, y liberados tanto de pecaminosas denuncias como de propuestas de remedios.
       La presión fue tan concentrada que hubo gente que se preguntó a qué oscuro designio obedecía que maldades antiguas y sobre todo prolongadas aparecieran de esa manera tan atropellada que casi cortaba el resuello. Claro que si es verdad lo que se acaba de publicar, que doce millones de norteamericanos están convencidos de que el presidente Obama es un lagarto verde extraterrestre, más fácil es que los montones de amigos de las conspiraciones creyeran que no era casual este torrente de informaciones y que seguro que ese hecho obedecía a alguna mano negra, o blanca, moviéndose por las entretelas de los medios de comunicación. Y más aun tratándose de temas y asuntos políticos en los que la primera ley (no escrita pero asumida por todos) dice que la actividad primaria y primordial de todo político es conspirar, preferentemente contra los propios compañeros. De ahí el grito de: ¡al suelo, que vienen los míos!
        El caso es que aquí no se acaba de reformar nada de lo crucial y necesario. Todo es recorte va, recorte viene pero la clave última y por donde habría que empezar el traje nuevo, que son los repartos de poder por cuotas, ni acaba de ponerse sobre la mesa. El poeta hispanorromano relacionaba a los feos con los buenos: “Pelo rojo, cara negra, pierna corta y ojo malo / difícil lo tienes, Zoilo, para salir buena persona”.

Publicado el día 5 de diciembre de 2014

La danza de la muerte

    Sabido es que los medievales de los últimos siglos, a pesar del ambiente de cierta espiritualidad oficial que de alguna manera se vivía en la época, tenían una retranca de padre y muy señor mío. Era entonces, como ya se dicho en otras ocasiones, cuando lo que importaba a las autoridades estaba en la salud del alma como procedimiento además más rentable para mantener la situación social y política. No es que no estuvieran preocupados por evitar el aumento de la demografía en el infierno, que por supuesto era una zozobra relevante, pero lo del orden público, mantener la estructura social era en el fondo lo que les tenía más atentos. Como además ocurría lo de siempre, que los ricos y poderosos eran los mismos, todo lo que aseguraba que las cosas iban a mantenerse tal cual era promovido y bien consolidado. Pero la gente, que tenía escasas o nulas posibilidades de cambiar la situación y evitar la esclavitud y el aplastamiento a que estaban sometidos buscaba otras vías de escape a su desgracia.
      Por ejemplo con el latiguillo permanente de que al final todos calvos. Las coplas de la danza de la muerte, en la que esta señora va dando un repaso de mucha consideración a todos y cada uno, enumerados y citados de arriba abajo, es decir, de los más poderosos a los más humildes, constituía el latigazo de venganza a la explotación de que eran objeto. No todos desde luego hacían esta cuchufleta porque había quienes estaban de acuerdo en que las cosas eran como eran porque Dios así lo había querido y era una salvajada moral tratar de cambiarlas, pero bajo cuerda y como de tapadillo se recreaban con mirada pícara con aquello de “cómo la muerte avisa a todas las criaturas que paren mientes en la brevedad de su vida…”. Toda la historia de la literatura, en unos casos con fines moralizantes pero en otros muchos con intención mordaz y sañuda, está llena de alusiones al asunto. Que comparezcan la lámpara y la cama de su casa, dice el personaje de Luciano de Samosata hacia el siglo segundo refiriéndose a un malvado que va camino del infierno, para dar testimonio de sus muchas maldades. Lo de la cama no lo explica porque ya se supone y la lámpara, para descubrir los otros crímenes.
     Toda esa literatura encierra algo de ingenuidad y mucho de sarcasmo pero, sobre todo, bastante y demasiado de impasibilidad y frialdad ante lo permanente e inmutable, lo que se sabe que no tiene solución.

Publicado el día 28 de noviembre de 2014