El nuevo Neolítico, ya (y 4)

       El Neolítico supuso dos cosas, una derivada de la otra. Nuestra especie (cromañón) empezó a manipular la evolución, que si mejoro este trigo o domestico a esta oveja, y con ello su organización social, política, económica y moral se fue modificando paulatina pero completamente. Ha pasado el tiempo yahora nos encontramos con que nuestro poder ha llegado a tal extremo que nos vemos forzados a autodestruirnos para crear la siguiente especie que nos sustituirá, una más, se supone, entre las miles que tal vez vengan detrás. La evolución está empezando a dejar de funcionar a su iniciativa porque nosotros se lo impedimos, algo a lo que no podemos renunciar. Muy interesante sería saber por qué, si podríamos pararlo todo y ¡ale! a seguir sin progreso alguno. Por resumir de una manera plástica las experiencias de cada día vale lo que dice Ernest Cline, que los chicos crecen hoy dentro de un útero tecnológico. Y, por lo que vamos sabiendo, a la vuelta de la esquina, nacerán con el móvil en el cerebro y así desarrollarán toda su vida.
         La cosa es que el principio tecnológico sigue tirando de nosotros con el señuelo de lo que nos resuelve, que sin duda es verdad, pero lo que andan discutiendo los filósofos y los científicos, a la hora de diseñar el futuro, es básicamente si seremos nosotros los que nos modificaremos o vendrán los robots a sustituirnos. La filósofa Rosi Braidotti, que aboga por el ser humano con capacidades ampliadas, no quiere que esta cuestión quede en manos de Nick Bostrom y los ingenieros que trabajan en la inteligencia artificial, la otra alternativa. El debate está en eso, en si es una cuestión de inteligencia artificial o de inteligencia encarnada. Y a estas dos posiciones primordiales, habría que añadir muchas otras observaciones. Baste señalar que ya hay quien se plantea qué vendrá después de los post-humanos. Y Martín Varsavsky, que cree que, desde la llegada de la píldora, el sexo es para quererse, para divertirse, pero no para procrear, ha creado una ‘start up’ para tener hijos sin sexo.
       Duro resulta todo esto, pero ocultarlo es una hipocresía antropológica que no lleva a ninguna parte. Y muy ingenuo tiene que ser quien se toma a broma cómo un grupo, normalmente de jóvenes, andan todos juntos hablando entre sí con el móvil. Veremos (verán) solo dentro de 50 años. Porque del lío en que estamos metidos nos damos cuenta solo por lo alto. Nada más.

Publicado el día 30 de diciembre de 2016
 

El nuevo Neolítico (3)

       Sabido es, hablando de las llamadas nuevas tecnologías y los recientes hábitos sociales derivados que están surgiendo, que nuestros antepasados comenzaron siendo cazadores-recolectores. Para sobrevivir hacían, en expresión de un antropólogo de mucho interés, Y. N. Harari, como los chimpancés, los papiones y los elefantes: amaban, jugaban, competían por el rango social y el poder… y eran cazadores-recolectores. Comían y vestían de lo que encontraban, que por lo general les daba bastantes ventajas. No le iban mal las cosas, hasta que un día decidieron hacerse agricultores y ganaderos. Es decir, acordaron dejar de someterse a la selección natural, como sus hermanos y primos, y tratar de intervenir en ella. Es lo que se llama el período Neolítico y ocurrió hace unos 10.000 años. Desde entonces comenzó a dirigir, poco a poco desde luego y por supuesto dentro de unos límites físicos y biológicos, a la evolución, modificando el comportamiento de animales y plantas y sometiéndolos a sus deseos e intereses. Lo hizo Jacob, mejor o peor, y lo hizo la especie humana en general. Y, aunque hay quien considera que esa conducta, ese tránsito de conducta pasiva, aceptar lo que hay, a dominar activamente las cosechas y reordenar a los animales de acuerdo a nuestro beneficio, nos dio algunas ventajas pero también nos trajo dolor y sufrimiento, antes al contrario la doctrina común no tiene palabras suficientes para encomiar lo que se considera una epopeya y un paso glorioso y definitivo de los humanos.
       Todo esto es muy conocido, pero parece obligado recordarlo para situar la reflexión en su justo medio. Porque el caso es que, si hasta ahora la capacidad racional e intelectual de nuestra especie no pasaba de simple manipulación externa, ha llegado un momento en el que nuestra mente dispone ahora de recursos para modificar las estructuras internas (los científicos son los que deben precisar técnicamente esos procesos) de manera que ya se empieza a hablar, y cada vez con más fuerza, de una post-especie humana.
       Sería la segunda parte del salto evolutivo ya citado, un nuevo esprín en el que nuestra voluntad pasa a ser diseñadora de un mundo posterior. Y ello en dos dimensiones complementarias, tal como aconteció en el Neolítico. Las nuevas formas de producción nos transformaron de nómadas en sedentarios, con todas las consecuencias políticas, sociales, morales y económicas derivadas.

Publicado el día 23 de diciembre de 2016

La preparación del futuro (2)

         Si más o menos al mismo tiempo o sucesivamente, que ese es un tema que ofrece aristas cronológicas, es obvio que han sido varias las especies de homínidos que nos han precedido, quedándonos al fin solos como tales, tras la desaparición, hace unos 40.000 años, de nuestros hermanos los neandertales. Ya se ha sugerido en esta página que, tras homo habilis, homo erectus y toda la relación de estas especies antecesoras y anteriores, no hay ninguna razón objetiva, ni teórica ni práctica, ni poética ni científica, que permita asegurar válidamente que cromañón, (es decir, nosotros, por muy desarrollados que podamos considerarnos), haya de poner punto final a la vida superior en la Tierra, que nosotros seamos sus últimos moradores inteligentes y que con el fin de nuestra especie se cierre el ciclo de la evolución universal, además, si añadimos magnitudes tan cósmicas y tan reales como, por ejemplo, los cinco mil millones que aún le quedan al Sol para consumir toda su energía. Ni somos tan importantes ni tan portentosos para tan inmensa tarea, siendo a su vez el Sol lo que es en el Universo.
           Si se acepta este postulado teórico, las preguntas que surgen de manera lógica son, si es que puede prefigurarse intuirse o deducirse alguna información. las de cómo y cuándo aparecerá la especie que nos sustituya, y de qué modo se formará o qué procedimiento (genético, geológico…) podrá dar lugar a esta aparición, considerando, como es natural que, salvo cataclismo o alguna extinción masiva, lo razonable es un advenimiento lento y gradual de lo nuevo compartiendo especio con lo que hay. En todo caso mal podría prevenirse un cataclismo que revolviera geológicamente toda la tierra, aunque hay demasiados expertos que piensan que, tras otra extinción, la sexta, no tiene por qué seguir la especie humana. De todas maneras, lo que aquí se propone es una reflexión sobre el proceso interno y externo, individual y colectivo, de la especie humana que derivará en una especie superior (o, mejor, sucesiva, para no hacer juicios de valor).
          La cosa podría iniciarse quizá con el Génesis cuando Jacob recuerda a su tío Labán cómo han ido haciendo la selección natural para crear unas razas que distinguieran a los animales propiedad de uno y otro. El proceso en verdad era escasamente válido, infantil, podría decirse, por falta de conocimientos científicos, pero tiene su aquel y su alto simbolismo.

Publicado el día 16 de diciembre de 2016

La vida del futuro (1)

    Hondamente preocupados, en un extremo de la angustia de cada día, por las consecuencias del último Barcelona-Real Madrid y, en el otro, simplemente por sobrevivir cuando apenas se tiene con qué, pasamos la vida pendientes de lo inmediato, de las alegrías y tristezas que nos van llegando. Probablemente no hay tiempo para más ocupaciones. Por eso nos vemos casi obligados a desdeñar todos aquellos mensajes que nos llegan por un lado o por otro y también teorías que explican cómo va el mundo, si estamos destrozando el medio ambiente o qué está pasando con la organización social de la vida a cuenta de las modernidades que llegan a cada momento. A lo más, influidos por lo que nos alcanza de las nuevas tecnologías, nos preocupamos por conseguir el mejor móvil que podamos; por resolver a nuestra manera las demandas de los hijos, y, si acaso, soltamos alguna que otra frase, en forma de eslogan, para explicar, convencidos o no, nuestra interpretación del mundo. “El secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber para qué se vive”, decía Dostoievski.
       Y no es una frase baladí, de esas que tachamos de literarias, como apreciando solo su belleza. Porque, ajena sin duda a nuestras cosas y a todas estas nuestras tareas, la vida, dirigida por la evolución, sigue por su cuenta a lo suyo avanzando en un proceso sostenido e irreversible y en el que lo de hoy ya no tiene ningún valor mañana. Y sometiéndonos, a pesar de nuestra inteligencia y de lo listos que somos, a sus ritmos y a sus caprichos. Estamos a final de año, cuando empiezan los balances de lo que se dispone y de lo que falta y, quizá, no es mala idea aprovechar la circunstancia para darnos cuenta de que, por mucho que nos desentendamos, es el momento de hacernos la pregunta de si están a la vuelta de la esquina los supra-humanos o los superhumanos. O los posthumanos, como otros dicen.
         Y es que, dejando a un lado nuestro orgullo de especie privilegiada, hemos de convenir en, al menos, dos cosas. Una, que no es inocuo lo que está pasando, o ¿acaso algún ingenuo cree que, por ejemplo, dentro de 50 años no estarán modificadas sustancialmente las relaciones humanas (ya empiezan a estarlo) con los nuevos sistemas de comunicación? Y la segunda, que en principio no hay ninguna razón objetiva que pueda justificar que la especie humana actual sea la última de la serie. Y todo ello, querámoslo o no.

Publicado el día 9 de diciembre de 2016

De la complejidad del mundo

       Hemos de reconocer que las más de las veces, por no decir siempre o casi siempre, vivimos, sentimos y discurrimos con eslóganes. Frases o expresiones que en principio tratan de resumir un pensamiento sobre el mundo y sobre la vida pero que, por su contextura breve y resumida, acaban convirtiéndose en una filosofía final y definitiva, que pretende dar sentido a nuestra existencia, explicar cómo están organizadas las cosas y qué caminos hay que tomar o decisiones hay que seguir. Asegurar de forma concluyente e incontrovertible que algo es así o de esta otra manera, sin la más mínima duda, es un acaecimiento personal y social que domina y ha dominado el comportamiento y la conducta del ser humano, del homo sapiens. Y que, al margen del contenido, ya los antiguos cazadores-recolectores utilizaban como forma de expresión.
         En consecuencia, todos disponemos en nuestro acervo particular o colectivo como de un conjunto de recetas a aplicar a las más variadas situaciones que la vida nos va presentando, algo así como fórmulas preparadas para dar respuesta a lo que se pregunta o propone. Lo malo de esta forma de vivir, cargada como si fueran fardos, de estas frases hechas, firmes y definitivas es que acabamos encerrando todo lo que es el mundo y lo que trae consigo con su infinita complejidad, en la simplicidad de un pensamiento. Y, en consecuencia, hasta cabe preguntarse, como hace el filósofo científico Jorge Wagensberg, si sabemos siquiera lo que deseamos saber.
      Los eslóganes producen un estilo de vivir. Sin embargo esta circunstancia no debe impedir que en nuestros convencimientos tengamos siempre un punto de escepticismo y de incertidumbre. Porque, por lo general, las cosas no son tan simples y tan sencillas como a primera vista pudiera parecer. Y ese “esto es así y no puede ser de ninguna otra manera”, dicho con firmeza casi infinita, ni es veraz, ni es útil ni es inteligente. Montar la vida desde la certidumbre absoluta produce efectos como los que estamos viviendo estos días. Resumir toda la cosmovisión y la política del presidente electo norteamericano, justificando su voto, en, por ejemplo, “hará más grande a América” es, además de una simpleza ridícula, una decisión de perversas y graves consecuencias incontrolables. Jorge Wagensberg dedica su libro “Ideas sobre la complejidad del mundo” a “lo constantemente nuevo, a la duda metódica, a la timidez desafiante…

Publicado el día 2 de diciembre de 2016

Modelo quizá a imitar

       Que los chimpancés y nosotros, los humanos, somos, por decirlo de una manera más gráfica que precisa, primos hermanos es algo que ya sabemos desde hace tiempo. Y que nuestros respectivos genes coinciden en un 99% (dejando a un lado las precisiones científicas de los sabios) ya es cultura general. El caso es que a fin de cuentas nuestra cercanía no hay manera de negarla. Muy conocida es aquella anécdota, parece que real, de la duquesa a la que, al decirle que nosotros venimos del mono (algo, por cierto, que no es en absoluto acertado ni ajustado porque realmente no es así), insinuó “que no se entere nadie” de ello. Y da la impresión de que, incluso ahora y hoy, se le ha hecho bastante caso, al ver cómo la opinión general trata como de no enterarse cuando alguien recuerda nuestro parentesco no ya con los animales en general sino muy especialmente con los primates. Un cierto repelús parece producir esta realidad.
    Algo así como hermanos menores de los chimpancés (y nuestros pues igualmente compartimos el 99% de los genes) son los bonobos, una especie de la que de vez en cuando aparecen determinadas noticias en los diferentes medios de comunicación. Menores por su tamaño, pero hermanos por sus iguales características genéticas. Se supo de ellos en 1929 cuando un científico se dio cuenta de que el cráneo que tenía en la mano no era de un chimpancé joven sino de otra especie. Los bonobos son pocos, por eso se tardó en conocerlos, y solo viven en África central, en el Congo. Y lo último que se ha dicho de ellos es que tuvieron sexo con sus hermanos mayores y con ellos hijos fértiles hace miles de años.
        Todos estos datos se pueden leer en cualquier libro, pero lo que importa a este propósito es apuntar cómo miramos para otro lado cuando nos llegan sorprendentes y curiosas noticias de determinados rasgos significativos por la singularidad de su cultura y su conducta. “Si entre dos grupos de bonobos hay tensiones, dice el primatólogo Frans de Waal, no se matan como los chimpancés, En seguida se ponen a hacer sexo” y lo practican en todas las combinaciones. Las hembras, dominantes, no compiten tanto por la jerarquía y son menos territoriales, lo que limita la violencia, y hacen sexo con muchos machos, que evita el infanticidio contraproducente. Entre ellos solo hay paz y armonio. Y, como se ha dicho, junto con los chimpancés, son los primates más cercanos a nosotros.

Publicado el día 25 de noviembre de 2016

Las mentiras públicas (y 4)

        En cuanto a la impresión de que el reino de la mentira se ha adueñado de la dialéctica del ágora, del discurso público y casi universal, conviene recordar que esta estrategia no es nueva en absoluto. Bien desde el mismo poder como desde su contra, toda la historia está salpicada de episodios en los que la falacia ha dominado las relaciones de opresión. Más aún, puede afirmarse, aunque matizando, que la misma estructura última de las relaciones sociales es falsa en sí misma pues no en balde el dominio de unos sobre otros siempre se ha montado sobre este equívoco: de otro modo el mundo social sería muy diferente. Porque mentir el poder siempre lo ha hecho o ¿alguien cree que en otros tiempos todos los poderosos iban con la verdad por delante? Y ya se preocuparon sus moralistas en justificar sus desmanes. La otra cara se apoya en si los protagonistas se creen lo que dicen, protagonistas que lo producen y quienes lo apoyan con sus votos.
      Al final el juego borroso y difuso de lo que es y lo que no lleva a que las nuevas tecnologías están magnificado el contenido de lo que se dice, sea o no verdad, y eso hace que influya más y a más gente. Pero probablemente en esto, como en todos los comportamientos humanos, no hayamos variado mucho de lo que siempre hemos venido haciendo. La diferencia no sería de calidad sino de grado, es decir, que el chismorreo y el rumor sobre la vida y los milagros de los vecinos, que antes no pasaban del casino del pueblo o de las chácharas de los del pueblo, ahora llega a los confines del mundo (y, si no, en ocasiones, los mismos actores los exhiben o los falsean).
         Los populismos se ayudan para su extensión y consolidación del lenguaje falaz pero una cosa es la causa y otra la condición. En verdad se extiendan y van arraigando poco a poco porque previamente no se han corregido los desequilibrios económicos y sociales, antes al contrario, bastaría con señalar las cada vez más aterradoras desigualdades. El origen de la actitud de los pueblos no está en esos discursos sino en la política que el poder ha ido ejerciendo. La interpretación interesada y falsa que hicieron los enemigos de Tiberio C. Graco de un gesto y que le costó la vida arrojado en el Tíber, puede servir de modelo porque venía defendiendo la reforma agraria. Y así hemos llegado hasta aquí. Lo que dure, y cómo, está por ver. Más allá del nuevo y reciente cinismo de la posverdad.

Publicado el día 18 de noviembre de 2016

La verdad socio-política (3)

       Efectivamente hay gente muy preocupada porque considera que vivimos en algo así como el reino de la mentira. Y, si necesitan aducir ejemplos públicos y populares para justificar ese pesimismo, piensan que los tienen a millares. Desde afirmaciones exactamente falsas en su contenido, repetidas una y mil veces en los diversos medios comunicación, a las que circulan por las redes sociales sin control ninguno de veracidad, ni siquiera de referencia personal de autoría. Y, para muchos, llega la verdadera angustia al ver cómo se montan sobre la mentira, (repetida, cínica y descarnada, que no es producto de un malentendido ni de una mala información) proyectos políticos que triunfan precisamente apoyados en ese discurso. Javier Ayuso, en un artículo reciente, enumera una serie de afirmaciones, evidentemente falsas, que ciertos líderes políticos han enunciado “sin que se les caiga la cara de vergüenza y, al tiempo, no pase nada” y, sobre todo, lamenta que, pese al desmentido documentado, la falsedad siga circulando como si tal cosa porque de nada vale, asegura, que Obama presente su certificado de nacimiento para cortar el infundio. Medios convencionales de comunicación, internet y las redes sociales, favoreciendo el llamado populismo, tanto de izquierdas como de derechas, mezclado casi siempre con un nacionalismo de vana exaltación, son las patas de un mundo que algunos piensan ha perdido el valor de verdad.
        Claro que esta percepción de la realidad tiene su coherencia interna, que sin duda ambos agentes de información andan por ahí comportándose sin control. Y lo más espinoso son las consecuencias que generan, promoviendo sustanciales modificaciones socio-políticas de onerosa resonancia social y creando un grave sufrimientos en los pensamientos y las sensaciones de muchos ciudadanos.
       Todo ello ocurre así y es una creencia relativamente compartida. Pero, sin negar la materialidad de esos ejemplos y aunque duela por sus efectos, cabría preguntarse reduplicativamente si a esas afirmaciones no veraces se puede aplicar sin más el concepto de falsedad. “En medio de un gran tumulto de la Asamblea popular, que impedía escuchar las voces de los oradores, Tiberio Cayo Graco indicó con un gesto de la mano su cabeza, queriendo significar que estaba amenazado mortalmente, pero sus enemigos informaron en seguida al Senado que el tribuno había pedido para sí la corona de rey”.

Publicado el día 11 de Noviembre de 2016

De lo verdadero y lo falso

        Normalmente cuando se reflexiona sobre la verdad o la mentira se suele empezar con el famoso sofisma de Epiménides. Este que, como se sabe, era un habitante de la isla de Creta había afirmado que “todos los cretenses son mentirosos”, lo que llevaba a que, siendo él uno de ellos, también lo era y por tanto no podía ser verdad lo que estaba diciendo. Pero, si todos los cretenses son veraces, cuando un cretense afirma que todos los cretenses son mentirosos está diciendo la verdad y por tanto todos los cretenses son mentirosos. Al margen de la contradicción lógica de este viejo y famoso silogismo, todo esto venía a cuento de que, entre los griegos, era opinión común que los cretenses eran muy mentirosos, algo así a como nosotros decimos ahora que si los españoles somos tal o los ingleses tal otra cosa. Tanto lo creían que se creó un verbo en griego “cretear” que significaba “comportarse como un cretense”, es decir, mentir. Incluso san Pablo, en la epístola a Tito, (¿dogma de fe?) recoge el dicho completo de Epiménides: “Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos” y asegura que todo eso es verdad. Hasta tenían un dios, decían las malas lenguas, para los ladrones. Todo, naturalmente, una exageración.
     Pero lo curioso de la situación era que, a su vez, los romanos a quienes les adjudicaban ese comportamiento era a los griegos. Tras reconocer sus innumerables virtudes, acababan señalándolos como mentirosos. Cicerón, por citar a un autor muy conocido, muy enfadado, después de elogiarlos como conocedores de muchas artes, poseedores de una gran agudeza de ingenio y otras cualidades por el estilo, decía: “pero el respeto por la verdad y los testimonios esa nación jamás los ha cultivado”. Juicio de opinión muy duro, que también repiten otros escritores. Y un poco para justificar toda esta historia aducían datos y referencias literarias, destacando entre ellos, por ejemplo, cómo uno de sus personajes míticos más representativos, Ulises, se había pasado la vida mintiendo y hasta asegurando que él era también cretense.
      Lamentablemente (o felizmente, no se sabe) todo esto de la verdad y la mentira es tan complejo que poco se puede aseverar con seguridad. Cuando alguien (Por aquello de jurar decir toda la verdad…) le está diciendo al juez que el garrote que tiene en la mano está nuevo, siempre alguien puede apuntarle, pues métalo en el río y ya verá.

Publicado el día 28 de octubre de 2016

De préstamos y deudas

           Si bien se mira, resulta sorprendente observar cómo el asunto de las deudas, de pagar a otro lo que se le debe, no haya tenido la debida consideración estudiosa pese a ser desde siempre uno de los indicadores más significativos de la estructura cultural. Y, habiendo sido, además, uno de los problemas que ha traído más de cabeza a lo largo de la historia a unos y a otros. Cuando se juega, medio en broma y medio en serio, a averiguar cuál ha sido el pecado más antiguo, nunca se habla de todo esto, de débitos, préstamos, pagos y escaqueos de los deudores. Y, sin embargo, desde las tablillas y los pergaminos, es uno de los problemas que ha ocupado el mayor interés y exigido la mayor atención.
      Códigos de más de 2.000 años de la era antigua, muy anteriores incluso al de Hammurabi que es el más completo y famoso (1.700), según los cuales había que vender a la familia y hasta a uno mismo para la extinción del préstamo. El historiador griego Heródoto cuenta que, en Egipto, allá por el año 2500, cuando era faraón Asiquis, que uno sólo podía recibir un préstamo dando como garantía el cadáver de su padre; y quien facilitaba el préstamo se convertía, de paso, en dueño de toda la cámara mortuoria del contrayente; y, si persistía la deuda, no podía a su muerte recibir sepultura en la tumba paterna hipotecada ni en ninguna otra. Solón, el gran político griego del siglo VI, ha pasado a la historia, entre otros motivos, por la prohibición de que las personas pudieran transformarse en esclavos como garantía de sus préstamos. A todo esto ha prestado atención en alguna oportunidad esta columna, destacando cómo hasta lo más sagrado se ha visto afectado en esta quiebra. Pero la actualización de los sistemas de endeudamiento y cobro requieren tener la puerta abierta a novedades acordes al momento tecnológico presente. Lo último, para chicas, consiste en entregar “selfis desnudas a prestamistas contactados por internet que serán divulgados si el dinero no es devuelto con puntualidad”. Cuando lo virtual se puede manipular a voluntad.
          Lo que le interesaba sobre todo al escritor francés Balzac cuando alquilaba una vivienda era que tuviese puertas ocultas por las que pudiera escapar cuando empezaran a llegar los acreedores a cobrar las deudas que, después de unos negocios imposibles, iba dejando por todas partes. Curioso sería saber cómo se comportaría en circunstancias como la presente.

Publicado el día 21 de octubre de 2016

Los dos códigos del vestir

           Tenemos que reconocer que, desde que a un antepasado, jefe de una tribu, se le ocurrió ponerse una pluma (o una hoja, que la cosa no está tan clara) para mostrar que era él quien mandaba, buena se lio con lo de la ropa y demás. Mas, para situarnos sobre esto, hay que recordar que, según los paleontólogos, perdimos el pelaje, que siempre tuvimos, hace un millón largo de años y tardamos en colocarnos encima lo que hoy llamamos ropa hace 60 o 70.000 años, siendo los piojos de la ropa quienes han facilitado esta información. El caso es que, junto al lenguaje oral, escrito, etc. hemos creado otro nuevo y bastante complejo, el de la vestimenta.
       El asunto, como se sabe, viene de lejos y los dos códigos que lo sustentan han complicado cada vez más las cosas. El código oficial, digamos las iniciativas del poder público, ha creado faltas y delitos por el uso desmedido de normas y ordenanzas. Y se pueden resumir esas decisiones tomadas por quien manda en dos ámbitos básicos. Uno, que la ropa nunca muestre que quien la lleva disfruta de mayor poder que el que le corresponda. Ya lo asegura el Código de las Siete Partidas: “Vestiduras facen mucho conocer a los hombres por nobles o por viles et por ende los sabios antiguos establecieron que los reyes vistiesen paños de seda…” El otro, muy relacionado con el anterior, es que al pobre no se le permita vestir de rico… con la enumeración de los “vicios que se oponen a una prudente economía”, en una Cartilla de 1892. Poder y riqueza han sido los móviles de las intervenciones gubernamentales a este particular.
            Pero el problema viene con el otro código, el que preconizamos todos y cada uno, que no tiene refrendo legal, crea pecados sociales y deriva de ese conjunto de costumbres, usos y manías de que somos responsables los humanos. Y a que, como con la comida, la bebida y el sexo, hemos aplicado una autonomía funcional, dicen los sociólogos, que nos lleva a comer sin hambre, beber sin sed y ejercer el sexo, vaya usted a saber, alejándonos de las finalidades biológicas para las que nacieron. Vestimenta, a la que se le podría aplicar el título del libro de J. A. Marina “la selva del lenguaje”, que cada persona o colectivo interpreta como cree y produce graves problemas por la importancia que le da. Este código colectivo, que, como dice Villorio, hace uso religioso de lo laico, pero que requiere firmeza para poder entendernos todos.

Publicado el día 14 de octubre de 2015

Visiones de futuro

      En más de una ocasión hemos recibido de los científicos el consejo de que tendríamos que vivir con más intensidad lo que ellos llaman el calendario cósmico, el tiempo geológico. Dejar atrás una visión raquítica y situar la vida y los acontecimientos en una escala más apropiada a como se desarrolla y se maneja el Universo, al menos el nuestro. Ello significa que nuestro cerebro, nuestra mente, debería analizar lo que ocurre dentro de un esquema mucho mayor del que utilizamos habitualmente. Hablamos, por ejemplo, de que el calor es cada vez más intenso, pero si, haciendo caso de esa recomendación, contabilizáramos el tiempo en modo geológico, las correlaciones que nos correspondería utilizar deberían ser mucho más lejanas: pues hay que ver, podríamos decir al vecino en el ascensor, cómo desde el principio del Jurásico (hace por cierto unos 200 millones de años o algo menos) el calor no para de aumentar, no sé adónde vamos a llegar por este camino. Y así en todo lo demás. Sabiendo que la vida del Sol es de unos diez mil millones de años-Tierra y que anda por la mitad, nos sería posible elaborar almanaques que nos fueran diciendo cómo pasa el tiempo en esa dimensión. Ya lo dice hasta el refrán o ¿es que eso de que “en cien años todos calvos” no es una indicación descarnadamente geológica?
       Todo esto y mucho más, que se podría añadir, parece una broma y, de alguna manera, lo es, aunque en verdad no del todo. Primero, porque es real, lo atendamos o no. Y, segundo, porque, perdidos tantas veces en la minucia de un segundo, un mes o un año, ¿qué representa esa perspectiva cuando sabemos que apenas pintamos nada montados en un pequeño planeta… en un rincón de una galaxia menor…? Menos mal que esos mismos sabios nos excusan en parte señalando las muchas dificultades que tiene nuestro entendimiento para pensar “exponencialmente”, es decir, montados en un ritmo que aumenta cada vez más.
      Se ha contado en todo el mundo que ha nacido un niño hijo de tres padres, un paso más desde que se inició, felizmente para tantos padres, la reproducción asistida y obviamente este y otros pasos similares ya son irreversibles. Y, aunque nuestra inteligencia no lo pueda manejar, ¡con tantos cambios y modificaciones en miles de millones de años! sería inteligente no utilizar con tanto boato palabras grandes (lo de siempre, lo natural, eterno…) que, vaya usted a saber, el alcance que tienen.

Publicado el día 7 de octubre de 2016

Los bancos de España

      Hay que ver cómo se ha ido llenando de bancos el país. Ya puede uno ir por el norte o por el sur, viajar por una zona urbana o rural, que por todas partes podrá comprobar la existencia de muchos bancos, de muchos. Bancos, por este lado o por el otro. Y quizá todavía seguro que no son suficientes, que vendrían bien unos cuantos más. Uno recuerda otros tiempos en los que apenas se veían, sin embargo últimamente no ocurre así. Pero, claro, para que nadie se moleste, habrá de aclararse que esta observación urbanística no está referida a esas entidades que de una manera u otra manejan nuestro dinero. No. Hablar de ellas ni está en el propósito de estas líneas ni es un tema sencillo para una breve columna periodística. Los bancos de los que se habla es de los asientos, con respaldo o sin él, en que pueden sentarse dos o más personas y de los que afortunadamente cada día hay más por nuestras calles y nuestros parques. Bancos para sentarse. (¿Un síntoma de que el país se está llenando de gente cansada?). “Banco”, al ser un término equívoco, exige clarificar su uso para no confundir.
     Contaba el otro día en un programa de “radio clásica” el ilustre matemático Antonio Córdoba que, en una ocasión, tuvo el privilegio de emocionar nada menos que a Monserrat Caballé cantándole en su aniversario el “cumpleaños feliz”, para, a continuación, hacer referencia a cómo esta narración era para él un ejemplo modélico de las trampas del lenguaje. (El intríngulis consistía en que en un concierto, al que asistía como espectador, al término del mismo el director de escena anunció a los asistentes que aquel día celebraba la cantante esa fiesta personal, con lo que el público, en pie, le entonó la felicitación que, como es natural, le conmovió profundamente). Decir una cosa y parecer, o encubrir, que se dice otra diferente. Como el título del artículo.
      Las trampas del lenguaje son uno de los atolladeros y aprietos más graves y penosos con que se enfrenta la especie humana. Que lo diga si no Caín en su confusa justificación; o Creso, a quien la Pitonisa anunció que un imperio caería tras la batalla y él creyó, equivocadamente, que sería el de sus enemigos, los persas; o quien da un braguetazo cuando dice a su cónyuge que le quiere. O, sin ir más lejos, los que, aprovechando el juicio por las “tarjetas negras”, vociferan con razón por el engaño de las preferentes que tanto mal les causó.

Publicado el día 30 de septiembre de 2016

De buenos, malos y falsos

      Pues el asunto está en saber quiénes son los buenos y quiénes los malos porque, mientras no clarifiquemos esa cuestión, corremos muchos y graves peligros. Bien es verdad, por ejemplo, que, de acuerdo con el romancero, Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos y, claro, en esa tesitura solo basta con contarlos a unos y otros y así todo queda aclarado: los malos son la mayoría. Pero, cuando nos fallan las cuentas o nos despistamos y calculamos mal, el desastre está al acecho. Dice Aristóteles: “Creemos que las buenas personas son amigos” y seguramente esté en lo cierto pero el problema radica en distinguir precisamente quiénes son las buenas personas. Caín es considerado por mucha gente el primer malo de la historia y Abel el primer bueno, pues ahora hay quien con diferentes análisis opina lo contrario. Y así de tantísimos buenos, buenísimos y malos, malísimos.
     Pero más se complica la cosa cuando hablamos no de personas sino de grupos o colectivos más o menos organizados o institucionalizados. Los países, pongamos por caso, ¿cuándo son buenos y cuándo malos? Y, lo más interesante: siguiendo el pensamiento citado de Aristóteles, ¿cuándo amigos y cuándo no? Aquí sí que nos metemos en un buen lío teórico si empezamos a analizar las cosas como son y a tratar de distinguir a unos y otros. Las relaciones internacionales (que es el lenguaje que se suele utilizar para estos menesteres) son uno de los aconteceres más curiosos, complejos y contradictorios que se pueden dar dentro de los modos de convivencia de la especie humana. Y no de ahora, cuando el concepto de Estado moderno constituye la forma universal de organización política de los pueblos sino desde siempre, desde la tribu.
    Podemos dar un paso más y centrarnos, digamos, en un país que oficialmente es de los buenos, de los nuestros, de nuestros amigos: Arabia Saudita. Pues han tenido que ser los americanos quienes se han dado cuenta de lo culpables que pueden ser de nuestras desgracias en asuntos de terrorismo y hayan aprobado una ley que permite exigirles responsabilidades por lo que ocurrió el 11-S. En ese país, mientras no permiten en ningún caso ninguna actividad que llamaríamos nuestra, ellos financian la construcción de mezquitas y están llenando el mundo, y especialmente Europa, de imanes integristas, de los que se llamarían familiarmente una “quinta columna”. Ni buenos ni malos, peor: falsos.

Publicado el día 23 de septiembre de 2016

Amor y desamor en un perno

        Seguro que ya conocen o, al menos, han oído hablar del nuevo sistema, diseñado en los Países Bajos, para evitar las tensiones que se producen en tantas ocasiones cuando llega la separación matrimonial o de pareja, incluida la resolución de los problemas financieros derivados. Es verdad que en ocasiones la cosa ha ido de ligera, de breve y de superficial pero todos conocemos situaciones en las que el arraigo ha echado raíces y quebrar el ligamen cuesta su disgusto y su desazón. También su dinero. (Y no digamos nada de otras culturas que resuelven estos percances con sangre, a tiro limpio).
    Esto resulta así de simple: una empresa ha diseñado un modelo tipo de vivienda construida mediante módulos que pueden unirse o separarse a voluntad. Y, al tiempo, flotante, situada en los canales de que dispone el país. El proyecto está planteado como “una casa para los que, antes de casarse, ya consideran la posibilidad de la separación”. Casas flotantes que se juntan y separan a voluntad, según el amor y el desamor de sus moradores.
    Pero no hace falta referirse a resolver situaciones tan radicales ni fatídicas de la convivencia, Este invento, a pesar de que el estudio holandés autor del proyecto lo presenta con tanta solemnidad, ofrece otras virtualidades más festivas y risueñas. Como en un juego. ¡Ahí es nada pasar de casado a soltero o de célibe a emparejado con solo apretar un tornillo! O utilidades más cercanas y comedidas que lo hacen la mar de ventajosas. Pensemos en la ciencia de saber huir, que dice Montaigne, la de saber quitarse de en medio a tiempo. Una manera práctica y seguramente inteligente de disolver los malos humores y dejar que se volatilicen para volver a alcanzar después la calma, el sosiego y la placidez. Digamos que se quita el tornillo, la vivienda se desliza por los canales y a esperar que acampe, como se dice familiarmente. ¿Y las reconciliaciones? Aunque no esté incluido en la publicidad, sin duda lo mejor. Toda la lírica de un reencuentro encerrada en un perno, dice la información de la agencia, en el contraste eterno entre lo poético y lo chabacano y vulgar. La felicidad en un tornillo. Liberarse del recuerdo de aquel baile que para Emma Bovary fue una ocupación. Vaya, vaya. La cosa, por su simpleza e ingenio, es extraño que no se haya ocurrido antes a ninguna mente ladina y astuta. Lo malo es que en España nos faltan los canales. ¡Mala pata!

Publicado el día 16 de septiembre de 2016

La suerte de los ricos

         Como ya se ha dicho en alguna otra ocasión, durante la Edad Media, los exámenes, eran un elemento revolucionario, constituían un procedimiento para conseguir algún tipo de promoción social. Naturalmente su composición y estructura nada tenían que ver con lo que hoy hacemos pero sí que suponían un recodo más o menos excepcional por el que se podía ascender de categoría social.
     No debe olvidarse que durante siglos (alguien diría desde siempre y para siempre, incluido el mundo de hoy, no nos engañemos con lo que se dice de boca para afuera) la ideología dominante, el pensamiento común era que, allá donde uno ha nacido, allí debe permanecer toda su vida. Si Dios te ha hecho pobre y miembro de una familia sin recursos sabrá por qué lo ha hecho pero a nosotros no nos incumbe, no ya siquiera tratar de averiguarlo, menos todavía tratar de salir de esa situación. En la taxonomía de pecados graves, de alto nivel, este de no aceptar la situación social y por ende económica en la que se había nacido era uno de los más terribles. Esforzarse por escapar del rincón que la vida le había adjudicado era una perversión terrible, un yerro como mínimo de soberbia y altanería. ¡Ni el rey podía trastocar ese orden!, recuerda el historiador Manuel Fernández Álvarez, hablando del barroco español, que, además, ya se encargaban los poderes fácticos en mantenerlo Así es que cada uno a su sitio ¡El de abajo, abajo y el de arriba, arriba! Y en esa concepción de la vida los exámenes era una excepción que las autoridades toleraban, por supuesto en según qué condiciones. La desigualdad de estatus y las consecuentes jerarquías, al tiempo que económicas y de poder, forman así el panorama de lo que es y lo que debe ser.
        ¿Significa todo esto que los ricos son siempre los mismos? Pues sí, de acuerdo a todo lo anterior. Entonces, esa idea del liberalismo de que cada uno, con su esfuerzo y un poco de suerte desde luego, puede llegar a donde quiera (un planteamiento, como se ve, como mínimo herético), que se ha ido implantando al ritmo del desarrollo del capitalismo, ¿tiene sentido?, es viable aunque pudiera ser un pecado? Un trabajo reciente que ha estudiado todo esto ha concluido, con ciertas dosis de verosimilitud por la carencia de informaciones viables, que los ricos de Florencia de ahora son descendientes de los de hace 600 años. ¿Acaso va en la genética algún gen de la riqueza? Pues, ¡vaya!

Publicado el  día 9 de septiembre de 2016

Dilemas éticos en las máquinas

        Ya Sócrates, el filósofo de hace veintitantos siglos, utilizaba lo que en la jerga específica se llaman los dilemas éticos o los dilemas morales, que a estos efectos son términos similares. Lo hacía cuando, conversando con sus seguidores, les preguntaba si hacer una cosa no sería más justo que hacer otra; si, entre dos alternativas de comportamiento, una acción o actitud sería preferible, por más honrada, que la diferente. Los dilemas éticos, las dudas entre qué hemos de hacer cuando se nos presentan diversas opciones, son una consecuencia de las condiciones de la realidad y de la del ser humano. Es sin duda inalcanzable, tanto a nivel teórico como práctico, enumerar todas las situaciones posibles con que puede encontrarse una inteligencia. Y de ahí surgen las incertidumbres, las cábalas. Y los inconvenientes. Quienes piensen que la ética, o la moral, es un catálogo de preguntas y respuestas automáticas anda bastante despistado.
      Un caso curioso que ha aparecido en la prensa es el del Presidente de la República Portuguesa. Y el lado ocurrente y saleroso es el problema de protocolo que con su actitud está provocando en un lugar institucional en el que los modos son tan importantes. Marcelo Rebelo, que así se llama y se considera católico ferviente, se casó un día “como Dios manda” pero pasado un tiempo el matrimonio se separó. Ahora, aun viviendo desde hace muchos años con una compañera estable, no está dispuesto al divorcio y quiere seguir siendo considerado casado con todas las consecuencias que de ello se están derivando, incluida la etiqueta de su alto cargo (y la vida privada de su exesposa). ¿Qué es preferible, desde una óptica cristiana?
     Esta historia, que sirve de ejemplo por andar estos días por las redacciones, es una vivencia humana propia de las condiciones de nuestra especie. Pero el horizonte empieza a complicarse (¡de qué manera!) si ponemos delante otro dilema de los muchos que empiezan a correr por los mentideros teóricos. Está referido a los coches sin conductor que se van implantando poco a poco: ¿qué ha de preferir la máquina si se encuentra con un vehículo que se le viene encima y tiene que optar entre salvar a sus pasajeros o a los que le vienen? De otra manera, dado que no son previsibles todas las posibles situaciones, ¿qué autonomía tiene la máquina sobre la inteligencia que la ha creado? Empiezan los dilemas de las nuevas tecnologías.

Publicado el día 2 de septiembre de 2016

Se dice y se quiere decir

        Áyax era uno de los grandes héroes griegos que participaron en la guerra de Troya. Tanto destacaba su fama de valeroso que le hacía ser considerado el segundo más bravo después de Aquiles. Muerto este, se planteó entre los gerifaltes helenos quién debía heredar su maravillosa armadura hecha nada menos que por el dios Hefesto. Áyax estaba seguro de merecerla y de conseguirla pero la votación de los principales se la adjudicó al astuto Ulises. Nuestro héroe, lleno de cólera y herido en su orgullo guerrero, decide vengarse y dar muerte a los jefes responsables. Es entonces cuando la diosa Atenea nubla su mente y le introduce el delirio en su espíritu provocándole figuraciones de manera que, mientras piensa y cree que su brazo se está teñiendo con la sangre de sus víctimas, en realidad está haciendo una carnicería en borregos y bueyes a los que confunde con los famosos guerreros griegos.
         Si Miguel de Cervantes conocía o no este episodio de la tragedia de Sófocles, es un asunto para los estudiosos cervantistas pero los lectores de El Quijote recordarán una escena de parecido contenido y significado. “En estos coloquios iban don Quijote y su escudero cuando vio don Quijote que por el camino que iban venía hacía ellos una grande y espesa polvareda… Y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente le conduce y guía el grande emperador Alifanfarón, señor de la grande isla Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo el rey de los garamantas, Pentapolín del Arremangado Brazo… ¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores? —No oigo otra cosa —respondió Sancho—, sino muchos balidos de ovejas y carneros. Y así era la verdad, porque los que ya llegaban cerca eran dos rebaños…
         Héroes por ovejas y ovejas por héroes. Temible y provocante confusión que, en un caso, origina una causa exógena, la diosa Atenea, y en otro, endógena, la propia demencia pero que en definitiva se muestra cómo nos atormentamos por las opiniones que se forman sobre las cosas más que por las cosas mismas, como asegura Montaigne. La eterna paradoja de lo que se dice y se quiere decir, de lo que se manifiesta en las palabras y las intenciones que estas ocultan. En una ínsula literaria la incierta línea que separa la ficción de la realidad, los rebaños de los ejércitos. Y esto, tanto en lo vulgar y prosaico como en lo solemne.

Publicado el día 26 de agosto de 2016

El problema es la ignorancia

       Los amigos de crucigramas y pasatiempos suelen ver de vez en cuando esta pregunta: Nombre de un filósofo que dijo “solo sé que no sé nada”, dando después como respuesta la conocida de Sócrates. Es esta anécdota el ejemplo de cómo un pensador ha pasado a la historia popular sin haber escrito una sola letra y citado con un solo pensamiento, que acaba siendo un aparente oxímoron, es decir, una frase aparentemente contradictoria. Naturalmente Sócrates, como bien saben los estudiosos, es muchísimo más, hasta el punto de que su doctrina, expresada a través de sus discípulos, especialmente Platón, es uno de los soportes conceptuales de nuestra cultura occidental. De todas formas esta expresión “crucigramera” tiene más pedigrí del que a primera vista pudiera parecer. Representa lo que los filósofos llaman la docta ignorancia.
       Estaba Sócrates en un trance casi imposible, tratando de defenderse con toda dignidad, ante el Consejo ateniense de los Quinientos, un tribunal integrado por ese número de ciudadanos de Atenas elegidos por sorteo, cuando se le ocurrió recodar el suceso de su amigo Querefonte. Había sucedido que este le había preguntado a la Pitonisa si había alguien más sabio que nuestro hombre y esta había respondido que Sócrates era el más sabio de todos los hombres. Las consecuencias procesales de traer a colación este reconocimiento ya se pueden suponer (360 apoyaron su muerte frente a 141) pero lo que importa aquí es resaltar que esa ignorancia no es la del desconocimiento que todos tenemos de tantas cosas. Ese no saber es una disposición inteligente a acoger la verdad desde la confesión de nuestra inocencia, una ignorancia sabia. Estar abiertos a aprender, evitando la terquedad.
      Cuando personajes, más o menos públicos, acuden al mercado de ideas aportando simplezas o desabrimientos, de los que hay tantos ejemplos similares en unas y otras trincheras, lo que ponen de manifiesto es su ignorancia, tan extrema como la de Metrodoro de Quío al que se le atribuye lo de “ni siquiera sé si no sé nada”. Ignorancia es, a juicio del refranero, todo a tropel, aseverar o temer. Y el antropólogo Theodore Zeldin asegura que hay muchos prejuicios que son una forma de fanatismo. Los clásicos hablaban incluso, a cuentas de la intolerancia, de un desconocimiento culpable con sentido moralista. Pero todo este viscoso mundo de ignorancia se desbloquearía si esta fuese docta.

Publicado el día 19 de agosto de 2016

Las cabañuelas y la izquierda

         Nunca fue fácil al hombre de cromañón predecir el comportamiento meteorológico de la naturaleza. Que se lo digan si no a los componentes de un prestigioso instituto que anunció allá por el mes de junio que este año no íbamos a tener olas de calor. Pues, siendo esto así ahora, ya podemos imaginar cómo de complejo sería hacer esta función cuando el “Gran creciente fértil”, cuando encontró procedimientos para manejar las cosechas, domesticar los animales y hacerse sedentario, hace unos 10.000 años, al decrecer los fríos de la última glaciación. Lo que llamamos el Neolítico.
        Entonces, tratando de conocer de antemano los caprichos de la naturaleza, empieza una historia la mar de curiosa y atractiva. Porque, como siempre ante la solución de un gran problema, había dos posturas, dos partidos, dos posiciones ideológicas. El de los inmovilistas insistía en que los métodos para hacer tales averiguaciones debían ser los de siempre, los heredados de los mayores. Habrá que mirar, decían, el estado de las vísceras de los animales muertos, el patear de las gallinas… Aunque parezca extraño, Montaigne cuenta que hubo un filósofo que defendió que hay aves que nacen sólo para servir a estos menesteres. Y luego buscar la piedad de los dioses, de quienes en última instancia dependía todo el tinglado, de lo que ya se encargaban los chamanes institucionalizando ritos propicios y controlando a la gente para que no cometiera fechorías, como por ejemplo sublevarse contra los jefes, que enfadaran a los inmortales.
       Mas la filosofía se inició cuando el hombre comenzó a irse liberando de las patrañas (dicho cariñosamente) de los mitos y usó la razón como forma de interpretar el mundo. Y, aunque todavía el camino por recorrer es largo e intrincado, positivos son los pasos que puedan irse dando. En el debate de los antiguos, frente a los conservadores empecinados en mantener los viejos sistemas, apareció otro grupo, que hoy llamaríamos progresista y de izquierdas que decidió introducir la razón a la hora de predecir el comportamiento climatológico de la naturaleza: observemos la realidad y, aunque con limitaciones, tratemos de sacar conclusiones a partir de la experiencia y el razonamiento, hagamos ciencia natural. Y así surgieron las cabañuelas. A día de hoy valen en cuanto justifican comportamientos estables de la naturaleza, aunque su causa pueda ser de momento absolutamente desconocida.

Publicado el día 12 de agosto de 2016

Aristóteles en los Juegos Olímpicos

        Aunque con estos calores hablar de Aristóteles pueda dar la impresión de que aumentan la temperatura y los sudores, parece obligado, dados los graves afanes que se están negociando en el ágora, en la plaza pública, evocar a quien fue luz y guía durante siglos y generaciones. Y no se crea que en esta columna se quieren recordar asuntos principales en los que anda el personal porque, por una parte, comentaristas de lujo los tratan a menudo y siempre con sabiduría y, por otra, no queda muy claro si en verdad se negocia o se está haciendo eso que los catetos llamamos teatro y los modernos, con un anglicismo estúpido por innecesario, “flashmob”. Sea lo que fuere, que allá cada cual, también fuera de nuestro país, en el día de hoy, acontecen episodios muy dignos de destacarse, que deberían pasar a la “Historia universal de la infamia” que Jorge Luís Borges se ocupó de recoger. En Nicaragua los jueces amigos de Ortega expulsan del parlamento a todos los opositores y él nombra a su mujer candidata a vicepresidente. En Venezuela, Maduro, además de mandar a los funcionarios a cavar en el campo, declara en desacato al parlamento y le retira todos los fondos. Y en Turquía ya nadie sabe quién dio el golpe, incluso si lo hubo.
     Pero la vida y el mundo están llenos estos días de otras informaciones que pueden descargar el ánimo y que percibe el paladar o sexto sentido (de que hablan personas tan lejanas como “La Perrata” o Ernest Jüger) y que sería torpe dejar a un lado. Como esa explosión de vida de los Juegos Olímpicos. Abre uno los medios de comunicación y se encuentra con que el C. O. I. está repartiendo entre los atletas 450.000 condones, 100.000 preservativos femeninos y 175.000 botes de lubricante. ¿Serán muchos? Ya por ejemplo en Sidney, en el año 2000, se repartieron 70.000 que hubo que implementar con otros tantos; en los anteriores, Londres 2012, se llegó de entrada a 150.000; y esta vez los organizadores no se han andado con chiquitas y, para los 17 días que dura la competición, reparte 42 por atleta (a los que naturalmente habría que sumar los de la pareja).
         Y a todo esto ¿qué pasó con Aristóteles? Pues que reflexionando escribe lo de que el bien es aquello a que tienden todas las cosas pero que, habiendo diversos tipos de fines, cabe preguntarse cuál es el que abarca a todos y este es sin duda el bien principal, que es la felicidad. Pues habrá que disfrutarla.

Publicado el día 5 de agosto de 2016

De moscas y moscones

    Injusto y hasta innoble sería que, en medio de todo este verano y sus calores acompañantes, no dedicáramos una elegía, ligera pero atinada y medida, a estos seres con quienes compartimos tantos ratos estivales. Porque, al hablar de las moscas, no lo estamos haciendo de un animal prosaico definido superficialmente por el sambenito de incómodo para otras especies. Al margen de la tarea biológica dentro de los ciclos naturales, la mosca, las moscas, no ya en el ámbito de la literatura, que más de uno calificaría de bagatela y pamplina, sino en el mundo de la ciencia, aportan unos beneficios impagables. Que merecen correspondencia.
      Las moscas son muy sensibles, hasta el punto de que beben cuando no consiguen copular. Y de celo, amor y uniones tienen gran libertad, dice el filósofo Luciano de Samosata, del siglo II: “el macho no monta y desciende al instante, como en los gallos, sino que se mantiene mucho rato sobre la hembra, y ella lleva al novio, y unidos vuelan sin romper en su evolución ese coito aéreo”. Ya las encumbró hasta los cielos nada menos que Homero cuando en la épica guerra de Troya pone en boca de la diosa Atenea el consejo a Menelao de: “la audacia de la mosca, que, aunque sea ahuyentada una y otra vez, vuelve y pica sin cesar porque le es agradable la sangre de los hombres”. Pero el agradecimiento triunfal debe ser para la mosca del vinagre o de la fruta, la que eyacula espermatozoides 20 veces más grandes que su cuerpo, la Drosophila melanogaster, a la que los humanos nunca pagaremos los servicios que nos producen, ya que, como por sus condiciones genéticas para la investigación fácilmente nos pueden reemplazar, son el animal más estudiado y conocido, del que sería justo hacer monumentos por aquí y por allí.
       Voltaire se preguntaba por qué existen las moscas y en su lucha contra la intolerancia aseguraba que es archisabido que “han nacido para que coman las arañas, las arañas para que se las coman las golondrinas, las golondrinas para que las devoren las picazas, las picazas para que se las coman las águilas, las águilas para que las maten los hombres y los hombres para matarse unos a otros, y que luego se los coman los gusanos y después los diablos…”. Sin duda está haciendo falta el gran libro sobre las moscas. ¿Y los moscones? ¡Ah! Eso es otra historia todavía mucho más pesada, a la que, dada su complejidad, habrá que echarle de comer aparte.

Publicado el día 29 de julio de 2016

Peligroso colchón

       Catulo fue un gran poeta latino que tuvo la desgracia de enamorarse perdidamente de Lesbia. Y no es que esta circunstancia sea en sí misma una calamidad, que, antes al contrario, para mucha gente es la grandeza de la felicidad, sino que su amor por ella le ocasionó el mayor sufrimiento y, dicen algunos, su prematura y joven muerte. Lesbia, nombre en la ficción de Clodia, fue todo menos una amante fiel y al pobre lírico lo trajo a mal traer toda su escasa vida, pasando por ser uno de los amantes más desdichados e infelices que se conocen. “Que viva y lo pase bien con sus amantes” fue la despedida final.
     Y es que, como todos sabemos, si hay un tema largo, complejo y casi infinito por su densidad y puntos de vista es el de la fidelidad al amado. Tratado desde el principio de los tiempos de manera irreverente, erudita, incluso religiosa, no hay un momento en que no aparezca de manera principal en la literatura, en el derecho, o en la historia. Materia de chanzas hasta lo imposible, que muchos toman a broma; debatido científicamente desde la perspectiva de quienes defienden con argumentos de laboratorio la imposibilidad en principio del amor único al mismo tiempo; hasta san Pablo interviene ordenando que los obispos sean fieles a una sola mujer y asimismo también los diáconos. Satisfacción íntima para unos, sufrimiento para otros, ideal de vida para algunos y motivo de virulenta disputa para los intereses derivados de una infidelidad. O de muchas. ¡Ay, de los infelices bastardos!
      El caso es que, por mucho que se diga, el tema siempre está vigente de tal manera que cada día surgen nuevas iniciativas por alguno de los motivos enunciados. También naturalmente con el negocio y el comercio. Viene a cuento todo esto porque se ha anunciado el descubrimiento de un colchón que, por un sistema de sensores ultrasónicos, detecta si hay actividad sexual sobre él y envía un aviso de alerta al usuario o señor del objeto. Una cama inteligente que advierte al dueño del paño. Debe ser la nueva teórica de los colchones, un saber tan antiguo como la vida misma, que, eso sí, el resto de los seres vivos, que son igualmente promiscuos salvo distinguidas excepciones, no acaban de necesitar para cumplir sus propósitos. La que recuerda aquel viejo y rancio chiste del que va por la calle con el colchón a cuestas y, a la pregunta de si va de mudanza, responde confiado: “no, voy de ligue”.

Publicado el día 22 de julio de 2016

Pues eso, la filosofía

    “Hijo, ¿qué provecho te aporta a ti la filosofía?” La familia del filósofo Edesio de Capadocia, cuenta el historiador Eunapio, era de casa noble, aunque de escasos recursos económicos. Vivió allá por el siglo IV y su padre, confiado en haber encontrado un tesoro de hijo, del que esperaba se dedicase a hacer buenos negocios, lo envió con esa intención a estudiar a Atenas. Pero a su regreso, cuando descubrió que se inclinaba a la filosofía, se enfadó de tal manera que le echó de su casa tachándolo de inútil. Y cuando lo expulsaba, le preguntó con lamento: “Hijo, ¿qué provecho te aporta a ti la filosofía?”. Al oírlo, Edesio, se volvió y le respondió: “No es pequeña cosa, padre, haber aprendido a respetar al propio padre, incluso cuando éste le está echando a uno de casa.
        La queja no es por tanto original de ahora. Entender y pensar que la filosofía es un saber o un conocimiento no solo inútil sino incómodo o embarazoso, incluso provecto o de antiguos, no es ninguna novedad, sino que el juicio de valor ya viene de antiguo. ¡Que se lo digan si no a Edesio! De todas maneras, ha habido temporadas en las que de pronto se pone de moda y no hay convención, congreso o reunión discursiva, incluso empresa multinacional en la que no se invite a un filósofo para dar el tono. Por el contrario, y como se ha conocido recientemente, nada menos que la Universidad Complutense, al reordenar los esquemas de gestión administrativa de las enseñanzas, ha dejado en un rincón la filosofía y lo sorprendente es que personas de alto copete teórico y doctrinal puedan desconocer cómo la organización de las cosas no es una actividad neutra desprovista de toda ideología.
       Y la verdad es que es una pena este olvido de la filosofía. No hay más que fijarse en el caso de Máximo, que acompañó a varios emperadores romanos y recibió donaciones del Estado, pero, cuando cayó en desgracia, los poderes públicos decidieron ponerle "la más severa de las penas: le multaron con una suma de dinero tan fuerte que un filósofo difícilmente nunca podía haberla oído ni siquiera mencionar." Porque el filósofo está en otra cosa, en salvar la ciudad, dice Gómez Pin. No hay que olvidar que la filosofía surge en sociedades complejas, en las que no es posible una salida individualizada de los problemas y donde hay que andarse con cuidado. Y es que, como dice Sancho muy certeramente, donde no hay tocinos, no hay estacas.

Publicado el día 15 de julio de 2016

El tonel y el vino

       Hay un cuento de Jonathan Swift, el de Los viajes de Gulliver, titulado “El tonel” con el subtítulo de que “es un error fatal organizar tan mal los asuntos que uno pueda pasar por necio ante determinada gente mientras que ante otra pueda ser considerado un filósofo”. El origen del título viene dado, según explica, en una costumbre de los marineros que consiste en que, cuando encuentran una ballena, le echan un tonel vacío para que se entretenga y de esta manera evitar que se comporte con violencia contra el barco.
       Curioso y sorprendente el panorama de las negociaciones para formar gobierno. Curioso y sorprendente porque es ajeno, no ya a los usanzas y modos contrastados de estructuras consolidadas sino al propio sentido común. Cuando Suárez, González y Aznar necesitaron votos para poder ser investidos, enviaron, cada uno en su momento, a sus personajes de confianza, a negociar con quienes podían proporcionarles lo que necesitaban, que si esto que si lo otro; que si esto sí y lo otro no; que por esto no paso; que esto ya veremos, que en esto de acuerdo; que mañana hablamos; que lo de ayer tarde lo estoy pensando… procesos todos ellos ajenos a toda escenificación pública, con sigilo, con prudencia, que bien acabaron. Ahora es otra cosa, que no presagia nada bueno. En esta ocasión, mientras, por ejemplo, en el PSOE andan buscando por ahí si queda algún tetrarca por opinar, y en los demás grupos o partidos más o menos de lo mismo, en medio del guirigay, el adalid de la lista más votada, como un prócer, va recibiendo, sin mucha prisa, a cada grupo, que aprovecha la oportunidad para contarle sus cuitas a él y a todos los ciudadanos… en un proceso de entrada vacío como el tonel del cuento sin los automatismos propios de cualquier negociación reservada y eficaz. Todo suena a una especie de ademán y de teatro, sin que se conozca qué procedimiento está previsto y se ignore dónde está el proscenio, el foso del apuntador y el patio de butacas.
     Cuenta Heródoto de los antiguos persas que las decisiones que resultaban de sus discusiones estando ebrios, al día siguiente, ya sobrios, las replanteaban y, si les seguían pareciendo acertadas, las ponían en práctica; y, si no, pues renunciaban a ello. Asimismo, lo que hubieran podido decidir cuando estaban sobrios, lo volvían a tratar en estado de embriaguez. Es una idea, por si vale o resulta útil. Que a veces lo simple lo es.

Publicado el día 8 de julio de 2016

¡Ay de las encuestas!

     La historia del inglés que ha votado el brexit por estar convencido de que no iba a triunfar y decidió aprovechar la oportunidad para manifestar su enfado con el gobierno, ilustra con claridad una de las muchas aporías y paradojas que encierran las encuestas de opinión. El referido ciudadano quería seguir en Europa, estaba convencido de que sus convecinos así lo iban a aprobar pero quiso dar un sopapo a sus autoridades votando lo contrario de lo que deseaba. Su actitud volátil e inconsistente recuerda la anécdota del recluta que, cabreado una tarde por algún infortunio disciplinario, decide no cenar “para que se entere el coronel de lo que es bueno”. Luego confesó su decepción y ha sido uno de los millones que solicitan un nuevo referendo.
    Desde que en 1824 se llevó a cabo la primera previsión de resultados, se ha ido constituyendo un saber que ha pasado a ser considerado científico y presume de consistencia doctrinal: la “demoscopia”, que maneja una tecnología social y cierto aparato teórico. Pero las cosas no están tan claras, como se muestra por las consecuencias de sus dictámenes, llenos de aciertos, es verdad, pero con errores clamorosos, que empañan seriamente su credibilidad y el fundamento teórico de sus presupuestos.
      Tratar de prever la compleja decisión voluntaria y libre de la voluntad humana entendida como una gestión anticipatoria muestra las carencias del procedimiento. La demoscopia se mueve en el ámbito sociológico, dando como cierta una especie de “inteligencia de enjambre” que estandariza comportamientos sicológicos y con la que juega con una especie de imitación ambigua de las colonias de hormigas o los rebaños en el pastoreo, por citar algún ejemplo. Pero el paso de uno a otro ámbito (de los sociológico a lo sicológico) no está claro que sea filosóficamente legítimo por la complejidad inherente a cualquier decisión personal, con el juego de las emociones, los pensamientos y, fuera del sujeto, los intereses y las presiones. Y para colmo la profecía autocumplida, de Robert Merton, esa teoría que se aplica a la influencia que los propios sondeos tienen sobre el propio voto. En estas condiciones y otras por el estilo, lo de acertar las encuestas parece más un juego de adivinación que una conclusión científica. Y en estas lides tenemos a Cicerón enfadado por su rechazo a este juego. ¿Hacerlas? Bueno, pero conociendo su inconsistencia esencial.

Publicado el día 1 de julio de 2016

La levedad y el peso

        Lo plantea Milan Kundera como cuestión desde la que arrancar los mimbres de su obra más conocida. “¿Qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?” Y viene muy a cuento esta intención cuando los ríos se han despeñado, las tormentas crujen en las montañas y, con ello, las esperanzas menguan, como le ocurría a Miguel de Cervantes, casi al pie de la sepultura, en “Los trabajos de Persiles y Sigismunda”. Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad? Este fue el interrogante, sigue Kundera, que se planteó el filósofo Parménides en el siglo sexto antes de Cristo y al que respondió que, a su juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: positivo uno; el otro, negativo.
       Es verdad que semejante división entre polos positivos y negativos puede parecemos puerilmente simple. Pero no podemos olvidar que, bien miradas, las cosas, todas, tienen dos caras, dos expresiones: la levedad y el peso. Las cosas, lo que ocurre en la vida y en el mundo, siempre tienen dos caras, la aparente, la que aparece a primera vista y luego viene el fondo, lo que encierran de verdad de verdadero y falso, de simple y complejo. Augusto Monterroso nos propone un Monólogo del Bien. “Las cosas no son tan simples –pensaba aquella tarde el Bien- como creen algunos niños y la mayoría de los adultos. Todos saben que en ciertas ocasiones yo me oculto detrás del Mal como cuando te enfermas y no puedes tomar un avión y el avión se cae… Las cosas no son tan simples”. Pero la dificultad está en descubrir todo lo que encierran en su interior y que, a veces, distraídos, se nos escapan como el agua de entre las manos.
      Semejante discernimiento sobre el devenir de las sociedades y los aconteceres que soportan no es una mera reflexión sin más ni más. Los comportamientos de la gente, de unos y de otros, de todos están llenos de pecados, de tropiezos y yerros gravísimos pero la hondura de esta reflexión lleva a que lo peor de todo es cuestionar la ordenación. Lo del paraíso terrenal que más de uno recordaría con gusto. En la democracia griega sus máximos responsables, como le ocurrió, por ejemplo, a Alcibíades, ya habrían sufrido la pena de ostracismo que padecían los traidores a la patria. El llamado incidente de la “policía patriota” es lo más grave y decisivo que ha ocurrido en estos últimos años en nuestro país porque ha deslegitimado todo el sistema. Y a ver ahora cómo nos entendemos.

Publicado el día 24 de junio de 2016

La batalla de unos minutos

       Las crónicas de la época (siglo IV a.n.e.) refieren que, cuando Alejandro Magno murió por unas fiebres, los atenienses, que habían sido los primeros en caer bajo sus dominios, celebraron el episodio con todo dispendio y jolgorio. El historiador Plutarco cuenta que la gente se echó a la calle con guirnaldas de flores y cantos de victoria como si hubieran sido ellos los que lo hubieren matado, e inmediatamente una delegación fue a buscar a Demóstenes que por haberse opuesto denodadamente al gobierno de Alejandro y de su padre Filipo, contra quien había lanzado aquellos terribles discursos tan conocidos, había sido desterrado. Vuelto a su casa, a Atenas, se convirtió en seguida en el líder del momento y organizó un ejército popular para enfrentarse a Antípater a quien había tocado en el reparto sucesorio Grecia y Macedonia. Lleno de fervor y entusiasmo trató de provocar una batalla contra el nuevo opresor pero esta, lamentablemente para sus propósitos, solo duró unos minutos. El desastre fue total.
        Seguro que la estructura interna de este relato le suena a más de uno como repetido una y otra vez a lo largo de los siglos. Con filípicas incluidas o sin tanta panoplia, el ejército popular creado desde la emoción incontrolada y avasalladora queda destrozado en unos minutos y puesto en pie de fuga. Lo peor de todas maneras en estos casos se da cuando no solo se destruye lo que llaman el tejido social, en armas o desarmado, sino cuando todo viene por acreditado, razonado y por tanto justificado. Aparentemente justificado. Cuando caen las aspiraciones precisamente en nombre de sagrados supuestos valores, cuando las esencias se exhiben como excusa para destruir los deseos de la gente.
     Porque lo curioso y, al tiempo, relevante de este triste, elemental, vulgar y rutinario episodio histórico, de los que ha habido tantos, es que Filipo II, el macedonio que invadió Grecia (y del que por cierto se acaba de decir que al fin se ha dado con su tumba) estaba feliz de ser el rey de Grecia, iba pavoneándose de estar al frente del pueblo más culto del mundo de entonces. A pesar del ruido de Demóstenes y los suyos, Filipo agradecía cada mañana a los griegos ser su jefe. Esta es la parábola de la batalla de unos minutos en la que estamos envueltos y no hay manera de escapar, sin necesidad de poner más nombres. Porque al final se pierden las formas y solo vale el esto es lo que hay.

Publicado el día 17 de junio de 2016

El artista y el transfigurado

        Discutían los griegos sobre si es lo mismo la exactitud de la política que la del arte, si, dicho de otra manera, una y otro (política y arte) deben manejarse o no con los mismos esquemas y atribuirles similares estructuras. No era una bagatela la discusión porque detrás de ella se escondían visiones contrapuestas de la sociedad y del mundo. Y, como ocurre en estos casos, había opiniones para un lado y para otro. Dos de los más grandes filósofos de la época disentían. Platón era partidario de que sí, que se debía aplicar el mismo criterio, mientras que Aristóteles defendía que no, que los fines y propósitos de ambos quehaceres humanos son muy diferentes y alejados entre sí.
     Tiene actualidad esta controversia al haberse presentado ante la opinión pública un partido que, según se aprecia cada día, ha confundido dos realidades que nada tienen que ver entre sí. Ha trocado al país, a España, con un plató de televisión y creído que la acción política es un “reality show”. En consecuencia, para ganar el premio en liza, utiliza los modos y maneras al uso en ese tipo de actuaciones. Y no hay otra cosa más. Detrás de la escenografía no hay pensamiento ni proyecto político o social alguno, ideología o diseño de formas de gobernanza. Socialdemocracia o comunismo, Ikea…, ¡qué más da!, la ocurrencia a que se recurre según guion. Lo que importa es pasar cada día imaginando comportamientos surrealistas, como el encuentro de la semana pasada, primario y simplista, en la P. del Sol. No, el problema no está en lo que algunos llaman doctrina radical, sino en haber mezclado el arte teatral con la realidad y existencia humana, en que no hay doctrina de ningún tipo. Y eso sí que es muy peligroso. Una vez acabe la función, ¿ahora qué se hace? Por supuesto que Podemos no es Syriza, un partido con contenido.
         Izquierda Unida, naturalmente, es otra cosa. IU es un partido organizado, estructurado, con ideología, contenido y proyecto político. Ya antes de las últimas generales se vio a su nuevo líder solicitando, reclamando y hasta mendigando atención e interés, no recibiendo más que desplantes, humillaciones y desprecios, de los que, textos e imágenes, las hemerotecas dan testimonio. Ahora anda por la calle transfigurado, como en una nube, con una expresión permanente de placer infinito, al modo que se supone de los bienaventurados. Mientras, su partido, hasta con sus símbolos velados.

Publicado el día 10 de junio de 2016

Nada, una tontería

       Juan Pablo Forner fue un escritor del siglo XVIII, de carácter adusto y duro con las situaciones literarias y bien preparado para conocer las tropelías del lenguaje, que escribió un libro en el que describe lo que diríamos el entierro de la lengua castellana. El texto, suficientemente gráfico incluso en el título, es una sátira en la que manifiesta el mal camino que ha tomado el uso del idioma y la espantosa y sombría desazón que le produce esta circunstancia. Pasados ya camino de más de dos siglos, podríamos traer a colación, por ejemplo, las reiteradas admoniciones y reprimendas que nos dedican cada día los académicos más activos.
      Una lengua natural es el archivo, dice Lázaro Carreter, adonde han ido a parar las expectativas, saberes y creencias de una comunidad, un archivo no estático sino en permanente actividad que cambia, deja obsoletas e incorpora a lo largo del tiempo las connotaciones precisas para poder convivir armoniosamente y entenderse una comunidad. El lenguaje encierra por ello dos niveles o propósitos, diferentes y complementario. Uno es la representación del alma y de la manera de ser y actuar de un pueblo, de un colectivo cosido por vivencias comunes y que le dan sentido de unidad. La otra dimensión es puramente instrumental. Si no habláramos lo mismo, si fuera real aquella metáfora del don de lenguas, no sería posible ni siquiera la supervivencia. Si, al decir un pan, el otro entendiera tren, pues apañados estaríamos.
      Jugar con el idioma es por tanto la mayor torpeza que un ser racional puede cometer. Dicen los expertos que el lenguaje abreviado de los teléfonos no afecta nada al lenguaje natural. Estamos hablando de otra cosa. Estamos hablando de los carteles de propaganda, de los titulares de los establecimientos y de la comidilla de cada día. ¿Y las administraciones públicas? Poca o nula importancia dan al uso del lenguaje correcto. Ya sabemos que en los boletines oficiales escribe demasiada gente, pero debía ser obligatoria la presencia de unos correctores que supieran algo tan sencillo como que entre “XXX, ha decidido” no hay coma. ¡Mira que proponer un texto para examen general con faltas de ortografía! Y es que, si en lugar de “perder el tiempo”, tratando de memorizar, desde la niñez más prematura, inútiles estructuras gramaticales, lo que a nada bueno conduce, se ocupasen en aprender a leer, escribir y hablar… Nada, una tontería.

Publicado el día 3 de junio de 2016

Noticias y paradojas chinas

       Pues ya que estamos en feria y queda bien trivializar un poco…, Mientras el poeta romano Ovidio, hace dos mil años, da pautas a su amante para entenderse con signos y complicidades furtivas mientras asisten a una cena en la que también está presente el marido, en China se ha prohibido cualquier exhibición en la que se coma un plátano en público de manera sensual Y mientras el poeta reprocha al marido de su amante (naturalmente otra diferente de la anterior) que no la vigile suficientemente “en favor de él”, del poeta, en estos tiempos se han convertido en un negocio la mar de rentable, también en China, las agencias que, por encargo de las esposas, se ocupan de eliminar a las amantes de hombres casados.
         No se crea sin embargo que esta forma de liquidar el pecado conlleva delitos de sangre. Ni muchísimo menos. Estas agencias aseguran que realizan su trabajo convenciendo a las amantes de su iniquidad y de los perjuicios que causan pero que de ninguna manera utilizan medios violentos. El caso es, para completar lo que cuentan los medios de comunicación, que en China empieza a ser un signo de prosperidad y de alta imagen y prestigio entre los que llamaríamos los modernos, mantener, al menos, una amante. Y a su vez muchas mujeres solteras, dada la precariedad social y desamparo en que viven ansían vehementemente compartir su vida, aunque sea a medias, con alguien que atiende sus necesidades y les aporta también un cierto calor humano. Porque, y hay que seguir en China de donde procede esta variedad tan compleja de informaciones, ser soltera es convertir a una mujer en inútil, en “mujer sobrante”, si ha superado los 25 años sin casarse, lo que conlleva multitud de limitaciones para una vida placentera y gozosa.
       —Así es la verdad —respondió Anselmo—, y con esa confianza te hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa, es tan buena y tan perfecta como yo pienso, y no puedo enterarme en esta verdad si no es probándola… La historia de “El curioso impertinente” con el encargo que hizo a su amigo íntimo, incluida en El Quijote, aunque no se haya leído, ya se sabe cómo termina. Más grave es sin duda la confesión que, al parecer, hizo a su confesor, Fray Juan de Almaráz, María Luisa, mujer del Rey Carlos IV: “Ninguno de mis hijos lo es de Carlos IV, la dinastía Borbón se ha extinguido en España”. Pero aún seguimos gozosos en feria.

Publicado el día 27 de mayo de 2016