Secretos de otra alcoba

     Nuevos aires políticos están planteando que cualquier negociación que se haga debe llevarse a cabo en público, es decir, delante de las cámaras de televisión para que todo el que quiera conozca lo que cada uno dice, propone, acepta, rechaza… Argumentan que es así como deben tratarse los asuntos públicos, que no es suficiente con contar después los acuerdos adoptados y las desavenencias surgidas sino que también el propio proceso debe ser “ante oculos”, que decían los antiguos, ante la vista de todos. (La propuesta, que tiene naturalmente su interés, sugiere dos preguntas a responder: la primera, si tiene sentido, si eso no será confundir la vida política con los programas televisivos de telerrealidad, el espectáculo televisivo; y, la segunda, si es posible, si los protagonistas están dispuestos a realizarlo o si ocurriría, como una vez, que acordaron reunirse antes en secreto para ponerse de acuerdo en lo que habrían de simular ante las cámaras).
     De todas formas es de esperar que, si la propuesta cunde y se lleva a cabo, después se proponga que todo el ejercicio de la gestión política también deba someterse al mismo parámetro. ¿Por qué no? Sería maravilloso: miles de cámaras repartidas por todas las oficinas y despachos de la Administración (¿por qué no también los ayuntamientos y demás…) mostrando lo que hace, dice, habla o gestiona... Y, al tiempo, la gente enchufada a la televisión: “vamos a Agricultura a ver qué está hablando sobre el trigo o el maíz el director general…“; “anda, pasa a Asuntos sociales, a ver qué hace el subsecretario…” “o, mejor, a ver qué explican los funcionarios de Hacienda… Y así todo el tiempo. Lo que exigirá desde luego un conocimiento exhaustivo del organigrama del aparato del Estado y permitirá, sobre todo, tener ocupado a todo aquel que guste... ¿Quizá obligatorio? De todas maneras se transformará la comunidad pues los temas de conversación se enriquecerán y cualquiera podrá analizar y juzgar con conocimiento toda acción de gobierno por mínima que parezca. Y de ahí a intervenir, a pasar a una televisión interactiva, habrá un paso. Y toda la sociedad generará una nueva ética, una nueva estética y una nueva metafísica porque se habrán resuelto todas las insuficiencias de la política y habremos llegado a la utopía.
       Claro, que ya advirtió Lope que “nunca el honor se perdió, mientras que duró el secreto”. La cuestión es cuál.

Publicado el día 29 de enero de 2016

Humor e inseguridades

       Es muy viejo el chascarrillo que narra cómo un automovilista va por la carretera y desde allí llama a un amigo con su nuevo teléfono móvil. Ten mucho cuidado, le dice el amigo, están diciendo por la radio que hay un coche que va en sentido inverso por la autopista. ¿Uno?, responde el interpelado, uno no, sino cientos. Pero esta historieta (esperemos que en verdad sólo sea eso) encierra la virtualidad de presentar un problema filosófico de alto copete, una cuestión subyacente sobre la que a lo mejor es curioso detenerse un momento. El intríngulis teórico está en dilucidar qué coches, al margen de que sean pocos o muchos, son los que llevan la dirección correcta. De entrada cabe preguntarse si este no es un simple conflicto de puntos de vista. Michel Foucault, quizá el filósofo que últimamente más trabajó sobre el poder, diría que por supuesto, que en definitiva lo que hay detrás de esta anécdota no es sino la confirmación de esta interpretación, solo que quien decide “la verdad” es el poder, en este caso representado por un organismo administrativo del Estado. Pero a fin de cuentas una decisión voluntaria y libre y no fija y definitiva como se demuestra en el hecho de que mañana pueda ser modificada y organizada al revés sin que se derive ninguna consecuencia objetiva. Hoy, todos hacia el sur, manda quien manda y se acabó la discusión.
        Probablemente justo en estos días la falta de alguien que diga si al norte o al sur sea lo que tiene nervioso a más de uno. Y ya no solo esa ausencia sino que puede dar la impresión a primera vista que son demasiados los que andan de acá para allá buscando el interruptor para marcar cuál debe ser el sentido de la marcha. Pero, si bien se mira, esta es una impresión más bien errónea y de escaso fundamento. Y este hecho, esta sensación, obedece a la habitual costumbre de confundir certezas con opiniones. El viejo chiste de quien se cree que era lo mismo cuando con el comunismo se decía que los miembros del aparato conducían ellos mismos sus carísimos coches mientras que en el sistema autogestionado la gente corriente va en esos grandes coches a través de sus representantes.
       Y ya, para seguir y cerrar con ironía las inseguridades, valga este inquietante relato: Un científico y su mujer salen a dar una vuelta en coche por el campo. -¡Ay, mira, dice la mujer, han esquilado a esa oveja! –Sí, de este lado sí, responde el científico.

Publicado el día 22 de enero de 2015

Los ojalateros y parecidos

       Muchas y excelsas historias hay detrás de esos a los que la tradición del buen humor, y de alguna que otra cosa, llama “ojalateros”. No en balde, aunque humildes y algo pazguatos, tienen una tarea insustituible en el comercio de la vida y los tráficos. Es este un término de escaso uso en el habla, lo que no quiere decir de parca práctica ya que define un tipo de comportamiento la mar de extendido por muchos ámbitos de la vida. Por ojalateros (escrito así, sin hache, a diferencia del término que se refiere a quienes trabajan o fabrican piezas de hojalata) se entiende una vieja profesión y tarea, de las que podría discutirse su antigüedad, que explica el diccionario de la R. A. E. como al que en las contiendas civiles se limitaba a desear el triunfo de su partido. (¿Sólo antes?)
       Sobre el origen del término, no así su etimología que, como puede apreciarse, es bastante claro que se deriva del árabe y el adverbio ojalá, algunos dicen que la frase tiene su origen en las llamadas guerras carlistas y era la manifestación de la queja de quienes estaban al frente en el campo de batalla y renegaban de los cortesanos que, andando en el mundo de la diplomacia, se limitaban a suspirar al tiempo que añadían: ojalá ataquen y ganemos nosotros. El literato P. Risco, con ocasión de la biografía de un militar de la época, es el que hace referencia a cómo de “los fogueados oficiales llamaban repugnantes ojalateros a los que dentro de las oficinas y lejos de la línea de fuego, levantaban sus manos al cielo con la súplica: ¡ojalá triunfemos…”
       Ojalateros se va uno encontrando por la vida a cada esquina y seguramente y tal vez todos tengamos algún ramalazo de lo mismo. La versión más jaranera y explayada, la que aparece por libros y folletos de manera más principal, es aquella que se refiere de esta forma: “Dice el padre prior que bajéis al huerto, que trabajéis y que después merendáremos”, de la que hay otra versión como más sarcástica: “Dice el padre prior que bajemos al huerto, que trabajéis y que después merendaremos”, con lo que la bajada al jardín se convierte en la onerosa peregrinación del propio. De donde debe deducirse que de la necesidad de su existencia no puede caber ninguna duda porque, vamos a ver, cómo podría sobrevivir el convento si no existiese heraldo o recadero que indicase a los frailes los encargos y mandatos del prior? Las flores de corte, que decía Quevedo.

Publicado el día 15 de enero de 2015

Los miedos y las amenazas

     Hace un tiempo John Carling, narraba un hecho referido a una tribu sudafricana, los Xhosa. Contaba que en marzo de 1856 una profetisa quinceañera de la tribu había tenido la visión de que a su gente les esperaba un futuro feliz, el cielo, pero para alcanzarlo, debían ofrecer previamente un inmenso sacrificio como ofrenda. “Anunciad que todo el ganado debe ser exterminado porque las vacas han sido infectadas por la brujería”. Largo y accidentado fue el debate promovido por los miembros del partido de la razón que proponían pensar y repensar una decisión de tan graves consecuencias. Pero los impolutos, los que se llamaban a sí mismo puros y guardadores de las esencias, no sólo se oponían a esa controversia sino que consideraban que ya la misma propuesta de discutir suponía un descreimiento, un terrible pecado de falta de fe. Por fin en agosto de ese mismo año la tribu obedeció y mataron entre 150.000 y 200.000 vacas, lo que ocasionó que más de 20.000 personas murieran de hambre.
       En aquel trance tan desafortunado y desgraciado, siguiendo con la reflexión de Carling, los Xhosa hicieron lo que se denomina el “cálculo implícito de todo riesgo”, es decir, evaluar si la posible recompensa justifica la renuncia, algo que hacemos nosotros, que, antes de lanzarnos al ruedo, medimos si el peligro que corremos va a compensar el beneficio que esperamos conseguir.
       Ahora nos parece claro a nosotros que hicieron un grave despropósito. Pero los Xhosa no lo entendieron así. Convencidos plenamente de que unos miles de vacas valen poco frente a la felicidad eterna, lo que se jugaban y lo que iban a ganar, su decisión fue perfecta. Su equivocación fue aplicar un paradigma sin consistencia teórica. El error estuvo, primero, en creer que el cielo (que está ahí esperando) vendrá en algún momento sobre la tierra y, después, en que bastaba ese módico precio para conseguirlo. Pero ante el fiasco, el jefe supremo de los brujos achacaría, como siempre ocurre en estas situaciones, el fracaso de la operación a algunos pecados, y así daría una vuelta más al tornillo del control de la mente mediante un período de purificación. Cuando los prejuicios son irracionales (y casi siempre lo son), todo se justifica y los argumentos racionales no sirven de nada. Y ya veremos qué dicen de nosotros en tiempos futuros, una vez que en tantas cosas estamos actuando con los mismos parámetros que los Xhosa.

Publicado el día 8 de enero de 2016