La Pascua y las pascuas

      Aunque parezca extraño, uno de los asuntos que más acució a los cristianos durante parte del final de la Edad Antigua y casi toda la Edad Media fue determinar la fecha para la celebración de la Pascua, naturalmente la de Resurrección pues las otras festividades que llevaban el mismo calificativo eran pascuas menores. Decir Pascua era decir Pascua de Resurrección, acontecimiento que, por razones teológicas que aquí no son del caso, era el referente de la religión. El problema estaba en la disparidad de cálculos para fijar cuándo debía festejarse. Y, tratándose de una materia de tan alta relevancia, se entendía como una dolorosísima impiedad mantener el enredo en su conmemoración con carácter universal. ¡Si hasta había comunidades que, con la confusión cronológica, llegaban a celebrarla ¡dos veces al año! Mientras, otras, al contrario, demoraban en exceso la festividad. No es asunto del hombre saber en qué orden ha puesto Dios los momentos, había dicho Beda. Pero ¿cómo era posible que las jerarquías de la Iglesia, el mismo papa, pues el asunto era de tanta gravedad que merecí a su atención principal, no hubiesen resuelto tal incertidumbre? Porque, como todo el cómputo, que era como se llamaban entonces, “afectaba a la ciencia, la teología, la doctrina de la Iglesia, el impacto práctico de la vida de la gente, el gobierno y la economía”, apunta el estudioso del tema David E. Duncan.. Y más en un asunto como este. 
       Las condiciones de esta festividad eran, además, un motivo de escándalo y de pendencia. Hasta con sus batallas, sus condenas de herejía y todo el aparato de presión social e ideológica entre quienes señalaban una fecha distinta de otros. O el obispo Agustín que, para convencer a los celtas de que sus cálculos eran equivocados, hizo el milagro de dar la vista a un ciego. El origen, claro está, venía de los desajustes del calendario, los graves desajustes de su configuración, y, en el caso que nos ocupa, de la dificultad sobrevenida por la mezcla confusa de las dos maneras de medir el tiempo. Porque, influidos por la Pascua judía, había que conjugar el año lunar, el de casi toda la vida de la Humanidad, con el que Sosígenes había propuesto a Julio César, el del Sol. Dos formas de contar y ninguna, además, con rigor y ajustamiento técnico preciso.
    El propósito por el que se peleó, discutió, anatematizó… fue que todo el mundo lo celebrase en el mismo día.

Publicado el día 25 de marzo de 2016
 

Lo del patio trasero

        A fin de cuentas todos vinimos de África. Según se considere, hace miles o cientos de miles de años, pero de allí llegamos. De África vino el primer colega erguido (homo erectus) y del mismo continente proceden las poblaciones a las que pertenecemos como homo de Cromañón, homo moderno u homo sapiens, según las diversas denominaciones al uso. Quizá por eso en lo profundo de nuestra antropología subyace la tensión migratoria como forma de vida cuando el hábitat no resuelve nuestras necesidades ni ofrece lo necesario para vivir y sobrevivir. Pero curiosamente del afán de dominio y de nuestras inseguridades, en cuanto nos fuimos estableciendo, surgió el concepto de extranjero como alguien que no formaba parte en la organización totémica del grupo. Y así, aunque con muchas variantes sociales, ideológicas y conceptuales a través de los siglos, más o menos hasta hoy. Unas veces, como receptores y otras, como emigrantes.
       El problema se ha agudizado hasta el límite cuando se han superado las teorías y las discusiones sobre si o no al multiculturalismo y hemos empezado a aplicar al fenómeno de la llegada de extranjeros el NIMBY o, castellanizado, el SPAN. Términos que son acrónimos y significan “No en mi patio trasero, mi jardín”. O en nuestro idioma: Sí, pero aquí no. En ambos casos la expresión, que encierra un sentido de profundo reproche, viene a expresar la actitud de aquellos ciudadanos que, manifestándose a favor de alguna iniciativa social, insistiendo con energía en su necesidad y su sentido, no están dispuestos a que la actividad generada se lleve a cabo en su entorno vital, en el lugar en el que se pueda ver afectada, supuesta o realmente, su vida. Este rechazo es el que da origen a las alarmas que circulan por los medios urbanos. Todos queremos tener buena cobertura para el móvil pero rechazamos las antenas en las cercanías de nuestra vivienda: SPAN.
       Ahora, sobre todo por las condiciones en que se está produciendo, hemos extendido el SPAN a los inmigrantes. Estamos conmocionados con lo que estamos viendo pero no lo queremos en nuestro jardín. Nosotros, Europa, (que es el barrio pijo del mundo, rodeado de amenazas y peligros que le acechan por todas partes", en expresión de Santiago Roncagliolo) tenemos un dilema, dice Antonio Guterres, entre la compasión y el miedo y la intolerancia, que estamos cargando de razones solemnes pero tal vez solo sean excusas. 

Publicado el día 18 de marzo de 2016
 

Ser y expresarse

        En principio y como justificación de nuestro papel político, con la política y con los que llamamos políticos, parece un convencimiento universal que una cosa es lo que somos y otra lo que expresamos, que hay un sujeto que somos nosotros, cada uno de nosotros, y luego una expresión con la que nos manifestamos, al menos ante los demás (que los diálogos y la comunicación con nosotros mismos ya es otra cuestión la mar de compleja). Es este convencimiento universal lo que nos faculta para alabar y sobre todo reprochar a la clase política el juego (algunos dicen escenificación) que dicen, se trae, especialmente ahora, con el asunto de formar gobierno. El “postureo” le llaman, un término convertido en indicador de modernidad. Ay de aquel que no la tenga en su boca a cada rato.
     Ya se contó en esta columna cómo el sabio legislador Solón, hace más de 26 siglos, reprochó a Tespis, que algunos consideran el primer actor de la época clásica griega, cómo no se avergonzaba de mentir ante tanta gente. Al bueno de Solón le parecía una desvergüenza lo que hoy denominamos el teatro. ¿Qué ocurriría si de pronto todo el mundo en la ciudad comenzara a fingir ser quien no es, a jurar fidelidad a sus esposas cuando sus pensamientos los desmentían, si los políticos efectuaran promesas sin intención de cumplir? No, aquella impostura debía concluir. Y el grave Solón la proscribió con dureza.
      Narra Mario Benedetti que Milton Estomba había sido un niño prodigioso, que a los cinco años ya tocaba la serenata nº 3, op. 5, de Brahms. Sin embargo a los veinte años se fue especializando en expresiones hasta el punto de tener una específica para cada pieza que tocaba. Todo iba bien hasta que un sábado de pronto el pianista se equivocó y tocó la Catedral Sumergida con la expresión de la Marcha Tuca. Pero la catástrofe vino después: Milton se había olvidado de las partituras pero recordaba perfectamente los gestos ampulosos y afectados que correspondían a cada composición. Desde entonces solo fue capaz de efectuar un mudo recital de expresiones. Y es que a lo mejor, al final del todo esto de diversificar lo que somos de lo que parecemos no es sino, como decían los antiguos, una mera distinción de razón, una separación teórica y lo que hizo Tespis no fue sino dar el primer pasa para dejar claro lo que somos. Todos. Ellos y nosotros. Somos lo que expresamos. Pura presentación, puro “postureo”.

Publicado el día 11 de marzo de 2016

Dónde está el busilis

       En una narración-tipo de los manuales de lógica se cuenta que se presenta ante el juez un campesino quejándose de que un vecino “pasa con sus ovejas por mis tierras y me estropea las cosechas. No es justo” y el magistrado le responde: tienes razón. A continuación aparece el vecino y dice: “mis ovejas solo pueden beber agua del estanque si pasan a través de sus tierras y sin agua morirían”. Tienes razón, le corrobora el juez. La limpiadora que andaba por allí y ha escuchado todo, exclama: “pero, señor juez, ¡no pueden tener razón los dos! A lo que éste replica: tienes razón. Pues, visto lo visto hasta ahora, más o menos así andamos. El diagnóstico de lo que está pasando en la realidad socio-política es que estamos metidos en un buen lío, en una contradicción, en un escollo sin salida. En un contexto, cuya formulación es esta: el país necesita un gobierno pero de momento no hay manera de encontrarlo, (1) ¿Porque lo hemos dejado imposible?, o (2) ¿Porque quienes han de aderezarlo no tienen capacidad para ello? La gente en general, por lo que uno ve por la calle, parece lavarse las manos señalando ¡que lo arreglen ellos que para eso están! Y lo peor será tras la segunda parte en la que, según todas las previsiones, se mantendrá la misma discordancia, idéntico contrasentido.
       Pero habrá que buscar el busilis, el punto en que estriba la dificultad del asunto del que se trata, según define la RAE. Mas para eso, para encontrar la solución, antes habrá que averiguar dónde está y cuál es el problema, si en el sistema o en quienes tienen que gestionarlo.
      Conocida es la historia de Gordión que, cuando llegó con su carreta de bueyes a Frigia, sus paisanos, por seguir un oráculo, le eligieron rey y anudó de tal manera sus bueyes al templo que no había forma de desatarlos. Fue Alejandro Magno quien solucionó el apuro cortándolo con su espada. La expresión nudo gordiano se refiere a una grave dificultad que solo se puede resolver recurriendo al pensamiento lateral, es decir, buscar una solución mediante estrategias no ortodoxas, “que normalmente serían ignorados por el pensamiento lógico", de que ya se ha hablado en esta columna. Es decir, no se trata de hacerle caso a lo que diría un buen arbitrista, aquí sea ¡ale, a votar una y otra vez hasta que salga un resultado razonable que permita… Pero sí es imprescindible repensar todo el proceso porque algo habrá que hacer como sea.

Publicado el día 4 de marzo de 2016