Geometría blanca

     Mucha gente se pregunta cada día por qué el discurso político está tan lleno de aristas y de esquinas, por qué sus mensajes llevan aparejados, las más de las veces, unas dosis tan altas de agresividad y cuál es el motivo de que éstos no tengan otro ropaje más amable. Algo que no está reñido con el empuje dialéctico y la pujanza argumental. Esta percepción se nota especialmente en circunstancias significativas cuando la tensión emocional sube de tono y se carga el ambiente con ruidos estridentes. Porque en los momentos en que triunfan las graves dificultades y sólo queda decir que poco se puede hacer, es cuando más se aprecia la dureza inútil como forma de manejar dialécticamente los asuntos de la cosa pública.
   Ángel Ganivet, teórico de la vida política algo olvidado, habla de un tipo de ideas, "picudas" las llama, que dan vida a nuevas parcialidades violentas, que en vez de hacer un bien hacen un mal pues mantienen en tensión enfermiza los espíritus, e incitan a la lucha. Y sugiere que no basta con lanzar ideas, sino que antes hay que quitarles la espoleta. Precisamente este tipo de ideas, por la irracionalidad que arrastran y las configura, ni son creadoras ni favorecen la solución de los problemas. Como contraposición a las mismas, ofrece las ideas "redondas", aquellas que, solas, se bastan para vencer cuando deben de vencer.
     En este terreno de juego es muy fácil quemarse. Y por ello se están desarrollando frutales de lo que antaño se empezó por llamar "partidos blancos", que quieren arreglar las cosas por procedimientos exentos de formalidades, recordando que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos geométricos. A lo mejor, entonces, es que para reducir los ángulos agudos y reencontrarse con los ángulos rectos hay que cambiar de geometría. Y para cambiar los colores fuertes y sustituirlos por otros más profundos, resulta necesario cambiar también de paleta de forma que el blanco no agote todo el arco iris. A los griegos no les gustaban mucho las esquinas. No es que no las tuvieran, sino que cuando tenían que recurrir a imágenes para representar sus ideas, decían que la esfera era la figura que mejor interpretaba lo perfecto. Al fin y al cabo lo redondo es algo que empieza y termina en sí mismo. (Aunque, como todas las cosas tienen su aquel, ese es el gran peligro de lo perfecto: que uno se acabe olvidando de lo que anda por ahí fuera).

Publicado el día 28 de diciembre de 2018

Los pies del gato

    Hablando del gato, en verdad desconocemos qué hemos de buscarle si el tercer o quinto pie porque opiniones las hay para las dos alternativas. Porque el debate o la discusión sobre este punto no está nada claro. El propio Cervantes, en El Quijote, se inclina por la opción de los tres mientras otros autores entienden que de lo que se trata es de saber si a la cola se le puede calificar de pata. Por otra parte, buscarle pies al gato ya se sabe lo que significa: tentar la paciencia a alguno o, también, tratar de probar lo imposible mediante sofismas, que son razonamientos engañosos y embusteros. Es decir, enredar más allá de lo que en principio es razonable porque, aunque un poco de embrollo puede parecer tolerable y hasta, en ocasiones, simpático, pasarse de la raya de lo sensato ya no está bien.
    Y es que, aunque parezca mentira, discusiones como ésta del gato, tan trascendente y definitiva para el porvenir de la Humanidad, simbólicamente, andan por todos los medios de comunicación como si fueran lo más interesante para nuestra cultura y nuestra formación. No está claro cómo se ha producido, pero, mientras que antes lo que estaba en el disputa de la plaza pública eran las noticias, lo que ocurría, ahora lo que prolifera y parece importar es lo que unos y otros opinan sobre las cosas y los acontecimientos y no las cosas en sí y lo que ocurre en la realidad. Y es que, metidos en el berenjenal de hablar y hablar, por lo general no diciendo absolutamente nada y en otras ocasiones tergiversando a su favor lo acontecido o lo pretendido, pasa como en aquella anécdota del que iba por la calle preguntando a los peatones: "¿Oiga, es Vd. una persona cuerda?" y si alguien, seguro de sí mismo, contestaba que sí, le insistía: "¿puede usted demostrarlo documentalmente?" y, al no poder hacerlo (nadie va por la calle con el certificado de listo y sabio), el protagonista exhibía triunfante su propio certificado de alta en un manicomio, en el que había estado ingresado. Y es que muchas de las cosas que decimos son puras construcciones verbales que nada añaden a nuestro conocimiento de lo que ocurre en el mundo. Hablar por hablar,
     Tres o cinco patas del gato, como se ha dicho al principio, sigue sin estar del todo claro. Pero por hablar y discutir sobre el vacío, que no quede. Que no falte el alimento anímico que a fin de cuentas es lo que parece nos deja tranquilos. Y casi felices.

Publicado el día 21 de diciembre de 2018

Amores para relajarse un poco

     Sir Isaiah (Berlin, cumbre de la filosofía en el siglo XX) era ya un mocetón, que diríamos hoy. Siempre dedicado al estudio y la reflexión metafísica, abstraído, tímido, de exquisita educación, sin más vida social que sus relaciones profesionales de congresos y seminarios, y desconocedor del enjambre mundano. Así, hasta que un día (cuenta su biógrafo Michael Ignatieff), precisamente el del cuarenta cumpleaños que había pasado solo como un cabal solterón, se hace todo consciente de su situación de soledad y de madurez sobrevenida.

   Así es que, decidido a transformar su existencia y abrirse al amor y al sexo, mas desorientado por su falta de experiencia, inicia algún que otro romance, generalmente con esposas de sus compañeros y comportamientos propios de jovenzuelos: citas en iglesias, bibliotecas, pasillos… hasta que, en un momento dado, la cosa empieza a ponerse algo más seria y su conciencia le fuerza a hablar con el marido de su colega preferida: “estoy enamorado de tu mujer”, le dice. Pero este, totalmente escéptico: “Isaiah se ha vuelto loco. Pues no dice ¡que se ha enamorado de ti!” Pero había una verdad detrás de ello y, tras nuevos ligeros avatares, Hans Halban, que así se llamaba el marido, se pone en guardia y empieza a controlar a la pareja. Es entonces cuando nuestro protagonista, en una nueva conversación con el colega, le arguye que meter a alguien en una cárcel es estimularle el deseo. “Bueno, de acuerdo en que os podáis ver, pero solo una vez por semana”, sentencia definitivamente.

    Los lectores de Valle-Inclán recordarán cómo en “Martes de carnaval”, agregación de comedias-esperpentos, el autor incluye una con el título de “Los cuernos de don Friolera”, cuyo tema ya puede deducirse del enunciado. El teniente don Pascual Astete (don Friolera) recibe un anónimo, que supone con acierto de una vieja “con ojos de pajarraco”, descubriéndole que su mujer anda en chiquitas con el barbero y, a partir de ese dato, se desarrolla todo. Don Friolera, que, sin quererlo, empuja a la pareja a situaciones confusas sin que se haya consumado ni mucho menos el adulterio, anda de acá para allá haciendo gala de que su honor ha de ser vengado con sangre. Quiere cortar dos cabezas, pero el esperpento está en que, sin saberlo, recibe la bala de muerte su niña, que está en brazos de su madre. Todos los ríos, dice el Eclesiastés, van al mar / y el mar nunca se llena”.

Publicado el día 7 de diciembre de 2018

El Estado de los indecisos

    Dentro de la parafernalia externa de las elecciones, más allá de su sentido político, social y hasta metafísico, sabido es que tenemos las procesiones electorales, uno de los espectáculos más complejos del teatro social con sus ceremonias y ritos de su liturgia; las frases inconvenientes que se exceden más de la cuenta; las expresiones repetidas hasta la saciedad; o la ronquera de los candidatos. Y los pronósticos. Discutidos en lo que son y si deben ser, acaban siendo, como los monaguillos, colaboradores principales. Y a su alrededor, como planetas de su sistema, pululan los juegos de los efectos: que si el "efecto Mateo", que, cuando se prevé un vencedor claro (por más o menos, eso no importa), hay gente a la que gusta subirse a su carro; que el "efecto Lucas", que hay quien por pena acaba votando al que aparece como perdedor. Y algunos otros de menor cuantía, como el “efecto Gila”, aquel del pequeñajo y los demás.
    Pero en todas estas teorías, hay un aspecto principal: cargar sobre las espaldas de los indecisos la responsabilidad del resultado final. Los indecisos, dicen los encuestadores, serán a última hora los que definan el resultado en uno u otro sentido, los que tienen la última palabra. Por lo que, vistas así las cosas, lo que deben hacer los muy interesados en que su voto decida el tipo de gobierno, es declararse indecisos y ya se les pedirán cuentas después. Por el contrario, quienes quieran renunciar a tan grande responsabilidad habrán de apuntarse en seguida en la lista de los decididos. Algo así deben pensar los líderes políticos porque es a los indecisos a los que cortejan, miman, y tratan de convencer. Ellos son tan verdaderamente importantes que sólo tienen que dejarse querer.
    En el diccionario del Diablo de Bierce, el protagonista elogia la indecisión, “porque hay muchas maneras de hacer algo, y una sola es la correcta”. (Claro que: —Su rápida decisión de atacar —le dijo cierta vez el general Grant al general Gordon Granger— fue admirable. —Sí, señor. Cuando no sé si atacar o retirarme, jamás vacilo: tiro al aire una moneda. —¿Quiere decir…? — Sí, mi general, pero le ruego no reprenderme. Desobedecí a la moneda). Y de lo anterior debe deducirse que esto supone un camino nuevo para participar activamente en política: hacerse indeciso para así ser el que decide quién gana… Ya dice Celestina que al hombre vergonzoso el diablo lo trajo a palacio.

Publicado el día 30 de noviembre de 2018

Opiniones, opiniones...

     En un viaje que un famoso reportero consiguió hacer a Corea del Norte, hablando con la guía que las autoridades le han proporcionado, ésta, tras comentarle que en su país todo el mundo tiene los mismos pensamientos, le dice: “En Francia no todo el mundo piensa de igual manera. Esto trae problemas”. Y claro que, a veces, los trae, pudiera decir cualquiera, sin detenerse a analizar, más allá de lo preciso, el significado ideológico de lo que da a entender esa apreciación de la norcoreana. París, por ejemplo, dice Guillermo Altares, es la ciudad de las revoluciones:1789, 1832, 1848, 1871, 1968…

     Sin embargo la dialéctica “opiniones, opiniones…” encierra mucha más complejidad de lo que a primera vista pudiera pensarse y no puede despacharse así como así con conclusiones simplistas. El primer paso para conocer el alcance de esta realidad es saber si se le puede aplicar aquello de destrucción creadora, es decir, si el enredo de “opiniones, opiniones…” es solo una retórica incluso combativa (hundir al adversario) o, por el contrario, viene a ser un remedio de contraste que hace avanzar el mundo o la sociedad que tenemos delante. Por eso, hablando de opiniones, de diferentes puntos de vista que llevan a diversas actitudes y comportamientos, con el consiguiente riesgo de refriegas, hay autores que, por ejemplo, han intentado estipular unas condiciones del diálogo en una serie de reglas racionales susceptibles de considerarse universales. Lo que lleva a una suerte de comunidad ideal de comunicación como supuesto ineludible de toda conversación no manipulada y racional. Sólo allí donde esas condiciones se dan, el diálogo puede conducir a un consenso verdadero no basado en la violencia o el manejo.

     Se plantea Richard Rorty, uno de los más grandes filósofos del siglo XX, hablando de este juego público de “opiniones, opiniones…” que ser conscientes de la relativa validez de las propias convicciones y, aun así, defenderlas resueltamente desde la palabra, es lo que distingue a un hombre civilizado de un salvaje. Y que sirve para darnos cuenta de cómo, sin pretenderlo, es una forma de crueldad con la que en ocasiones tratamos a otros seres humanos, y una llamada a prestar más atención a los demás, para evitarla. Crear un ambiente de crispación, además de una crueldad, es la torpe ingenuidad o escasa inteligencia de creer, porque produzca ruido, que tapa el verdadero problema.

Publicado el día 23 de noviembre de 2018

De nuevo recordar a Casandra

    En verdad que el recuerdo de Casandra y su tragedia siempre está presente en nuestra cultura y en nuestro medio. Porque es curioso observar cómo es de sorprendente la cantidad de gente que llena su vida y su autoestima de anunciar catástrofes. Como eternos voceros de la desgracia y de la desventura, nos aseguran cada mañana que el fin del mundo está a la vuelta del camino, en el primer recodo a la izquierda. O, más bien, a la derecha. Al final es indiferente lo que ocurra, Lo que interesa es dar el mazazo ante la opinión general y pública. Y luego quedarse tranquilo. Un escritor español de hace dos siglos, por citar alguna cosa, Juan Pablo Forner, contó con sorna no exenta de mala leche cómo el castellano como lengua ya había muerto y se entretuvo en narrar su entierro. Los vendedores de contratiempos y tribulaciones tienen, además, la suerte de que siempre hay gente dispuesta a escucharles y, lo que es peor, a creerse al pie de la letra sus vaticinios y sus augurios. Y no distinguen que una cosa es avisar de que hay piedras en el camino y otra decir que se terminó la carretera.
    No hay manera de contradecir esta actitud. Como aquellos copistas y escoliastas, que, aprovechando las esquinas, incluían sus propias opiniones sobre los trabajos de los grandes escritores, siempre hay algún comentarista que coge el rábano por las hojas e interpreta cualquier mensaje de esperanza al revés, como si fuese un error de lectura. Y lo malo de eso es que, al final, no se sabía muy bien ni se distinguía entre la obra copiada y el pensamiento del copista. Cuando a alguien se le ocurre contar algo positivo, siempre está el que avisa de los peligros.
    Casandra era hija de Príamo, rey de Troya. Deseosa de poder conocer el futuro, ofreció su mano, como se decía antiguamente, a Apolo con tal de conseguir ese don de la profecía. Lo malo es que después, por una serie de circunstancias, se desdijo de lo dicho y abandonó sus propósitos de matrimonio. Apolo, como es lógico, se enfadó mucho y en la línea de los grandes castigos que los dioses de la mitología antigua proferían a sus pecadores, le castigó a ver el futuro pero a que nadie hiciese caso a sus profecías. A día de hoy, más de uno agradecería que Apolo resurgiera de sus cenizas históricas y a muchos de estos tribunos de desgracias les retirara, como a Casandra, el don de la credibilidad. Simplemente para poder descansar un poco.

Publicado el día 16 de noviembre de 2018

La tragedia de don Práxedes

  Por entonces, cuando la revista "La Codorniz" (una publicación que ejerció el protagonismo inteligente del humor en tiempos del siglo pasado) hizo pública la tragedia de don Práxedes Paredes, más de uno se quedó preocupado por lo que le contaban. Y no eran únicamente los pacatos y los melindrosos, que tienen tendencia a ver las cosas casi siempre desde el lado oscuro; tampoco los compasivos, que se apiadan de cualquier desgracia ajena, aunque sea de menor cuantía. No, personas sesudas y experimentadas, que acostumbran a tomar las cosas más extravagantes con calma y sosiego, no fueron ajenas a esta inquietud cuando tuvieron noticia de lo que le ocurría al Sr. Paredes y se preguntaban cómo un ciudadano tan importante y preclaro se había contagiado de un mal tan dañino. Por entonces el lamento se extendía de boca en boca y empezaba a preocupar a todo el mundo. ¡Pobre de don Práxedes! decían en el rumor y la comidilla todas las reuniones sociales. La Codorniz explicaba que la gente le miraba por la calle y hacía gestos de complicidad al cruzárselo y su situación era comentada por todos sus convecinos, que no podían comprender cómo todo eso era posible.
    Porque lo que le pasaba, por entonces, a este pobre señor, el mal que le había entrado en su alma y su espíritu era sencillamente que no sabía andar por la vida con pies de plomo: cuando hablaba, o decía lo que no tenía que decir, o lo hacía en un momento inoportuno o se equivocaba en la manera de hacerlo. En cuanto abría la boca, ocurría una de estas tres hipótesis. El caso es que nunca acertaba. Y por más que sus amigos, por si conseguían que se enmendara, le repetían el consejo de Baltasar Gracián cuando dice: “Comenzar con pies de plomo porque la necedad siempre entra de rondón, pues todos los necios son audaces”, no había manera. El sr. Paredes desconocía ese secreto básico para poder manejarse con el lenguaje en la vida y en la relación con los demás. Porque por entonces la cautela y la discreción eran dos herramientas imprescindibles para poder sobrevivir.
    Curioso resulta a día de hoy que este padecimiento fuese tan singular que mereciera ser destacado en los papeles. Este comentarista lo trató y reflexionó sobre esa singularidad porque, por entonces, no saber andar en la vida con los pies de plomo era, en tiempos de silencio, de mucho silencio, una dolencia muy grave. Casi definitiva y mortal. Por entonces.

Publicado el día 9 de noviembre de 2018

¿Una única solución?

    Es Isaiah Berlin, uno de los filósofos más representativos del liberalismo en el siglo XX, quien desvela un sesgo o manía que nos impiden resolver los conflictos personales y sociales que nos acogotan y nos angustian. Hay en el pensamiento occidental, dice, un utopismo, (para unos, la idea de que al principio existió la edad de oro y todo era perfecto, pero luego se va corrompiendo; y, para otros, que lo perfecto está por llegar), que puede concretarse de esta manera: el convencimiento entre nosotros, los occidentales, de que para todo problema humano auténtico sólo existe una solución correcta y verdadera y todas las demás son falsas, y que, por tanto, una vez hallada, ésta es la que hay que aplicar. Para el problema catalán, el de la política tributaria o la incidencia de la droga sólo hay una salida adecuada. Ningún aprieto, siempre que se plantee correctamente, puede tener para resolverlo dos respuestas que sean diferentes y, a la vez, correctas.
    El problema viene porque este convencimiento nos lleva a un dogmatismo fijo y estricto que puede derivar, y de hecho deriva en muchos casos, en una rigidez fría y severa impedidora del diálogo y la negociación. Niega aquello de Machado, es el mejor de los buenos / quien sabe que en esta vida / todo es cuestión de medida: / un poco más, algo menos. Y también a proponer soluciones de tú o yo, y yo que tengo la fuerza, te la impongo como sea porque la solución es, ya sabes, una sola. No hay más que un camino impuesto para resolver el problema catalán, solo es posible una única y sola forma de tributación y para la droga pues ahí está Duarte, que también participa de esta convicción occidental.
    Cuenta Augusto Monterroso que hubo una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero que en esa segunda ocasión encontró que ya en la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y en esta circunstancia se deprimió mucho. Gente hay que, según se aprecia, solo quiere resolver las cosas enviando rayos y despreciando cualquier otro tipo de solución, gente a la que solo le importa la derrota del otro y nunca echar abono para crear una convivencia aceptable. Pero el problema que se le plantea, de acuerdo con la observación de Monterroso, es que, cuando ha pasado la depuradora, ya no hay nada que demoler. Y entonces ¿qué hacer con los rayos que habíamos construido si ya no hay donde hacer mucho más daño?

Publicado el día 2 de noviembre de 2018

El anillo de Giges

    Cuenta el filósofo griego Platón en su libro “La República” una historia fabulosa: un antepasado del rey de Lidia, Giges era un simple pastor que un día, mientras cuidaba de sus ganados, presenció un acontecimiento que le dejo sobrecogido: sobrevino un terremoto que produjo un abismo delante de donde estaba. Asustado pero decidido, descendió por el precipicio y halló un cadáver de hombre que no tenía nada, excepto un anillo de oro en la mano. Reunidos luego los pastores en asamblea a fin de informar al rey, como todos los meses, acerca de los rebaños, nuestro protagonista se presentó con el anillo en la mano y sucedió que, sin darse cuenta, volvió la piedra de la sortija hacia el interior de la mano quedando oculto ante la vista de los demás que comenzaron a hablar de él como si estuviese ausente. Admirado por lo que acababa de ocurrir, tocó de nuevo la sortija y volvió hacia fuera la piedra con lo que se hizo visible. Y así, cada vez que volvía la piedra hacia dentro se hacía invisible y si la dirigía hacia fuera visible. Convencido entonces del poder de la sortija, trató de ser incluido entre los que viajaran hasta el rey y, una vez allí, aprovechándose de su nuevo poder, sedujo a la reina y se valió de ella para matar al rey y apoderarse del reino.
    La historia, que luego ha sido tratada en muchas obras literarias y filosóficas a través de la historia, viene a plantear un tema muy comprometido acerca de la conducta humana. Si existiesen, sigue diciendo Platón a través de un personaje de su libro, dos anillos como ese y uno se entregara a un hombre bueno y otro a uno malo, ¿podríamos seguir hablando, después de un tiempo, de uno justo y de otro injusto o ambos, viéndose con ese poder de no ser nunca descubiertos, hubieran seguido el mismo camino? La opinión del interlocutor platónico es que ambos se comportarían de igual modo, lo que significaría que nadie es justo por su propia voluntad sino únicamente a la fuerza y por presión.
    Dice F. Savater que al Estado le trae sin cuidado si cuando cumplimos una norma de tráfico lo hacemos por miedo a una sanción o por nuestro convencimiento del bien común, que lo que le importa es que nos atengamos a lo preceptuado porque una cosa es lo legal y otra lo moral. Precisamente la confusión de ambas ha sido motivo a lo largo de la historia de un montón de conflictos y de mucha sangre, mucho horror y mucho sufrimiento.

Publicado el día 26 de octubre de 2018

Breve balance humano

    Por señalar un punto de partida en el proceso de las condiciones para la aparición, la existencia y la vida de los humanos, se puede decir que todo empezó cuando, a comienzos del período que los geólogos llaman el Terciario o Cenozoico (“animales nuevos” 0 “era de los mamíferos”, al desaparecer los dinosaurios), hace unos 60 m. de a., “descendieron las temperaturas, las precipitaciones fueron remitiendo y las sabanas y las praderas se extendieron”. Estos y otros cambios ambientales, desde ese período hasta hoy, afectaron a cuantiosas especies animales y también y mucho a los primates, los simios y luego los homínidos. Homo erectus (ya erguido y con dos manos disponibles), Antecesor, Neandertal y, luego nosotros, Cromañón, que acabamos dueños de todo, tras eliminar a los otros humanos. Y así echamos a andar.
    Interpretar el mundo para saber cómo comportarse eran las dos variables en la que había que fundamentar la vida humana. Averiguar en qué consiste la realidad, por qué pasan las cosas que pasan, en orden a saber qué decisiones había que tomar en nuestro beneficio y cuáles en evitación de los posibles perjuicios era indispensable para sobrevivir. Y aunque acertar en ambas cosas (entender y actuar; entender para actuar) era muy difícil, poco a poco fuimos manejándonos, apoyados en la herramienta de la mayor inteligencia, comparada con de los demás vivientes. Inventos útiles y la elaboración de doctrinas fueron las parihuelas en las que nos apoyamos para seguir por aquí y no desaparecer. El problema estaba en la escasa consistencia teórica de estas interpretaciones, a pesar de su, en ocasiones, utilidad. Hoy llamamos mitos a esas proposiciones y entendemos, según el mundo occidental, que fue en Grecia, alrededor del siglo VI, cuando empezamos a abandonarlas y a poner la razón encima de la mesa. Empezó la filosofía y el saber científico, por racional, cuando pasamos, según opinión general, desde el mito al pensamiento, a la razón.
    Y en ello andamos. Desde entonces todo nuestro esfuerzo no es sino una pugna entre el mito o leyenda sin fundamento, y la razón o pensamiento libre de prejuicios. Como es natural, progresivamente va venciendo esta última pero aún quedan demasiados rincones de irracionalidad que el futuro veremos si resuelve. Tal vez algunas de las siguientes especies humanas que, lógicamente, seguirán, la próxima de las cuales ya tenemos encima.

Publicado el día 19 de octubre de 2018

La peluca mal puesta

     Las personas vivimos en algunas ocasiones a saltos, que, con unos u otros matices, vienen de vez en cuando y a veces hasta o quebrantan la memoria o rompen el porvenir. Mientras, el resto de nuestra existencia transita entre la monotonía, la rutina y la vacuidad. Al fin y al cabo por mucho que queramos romper el corsé de cada día y cada rato, "las generaciones de hombres vienen y van, pero la tierra permanece”, asegura el Eclesiastés. Vamos y venimos en lo trivial, en lo que no exige algo más allá, lo que no exige un punto de esfuerzo mental, un punto de cavilación o un punto de reflexión. Aunque, ¡ojo! llevan siglos diciendo los filósofos que somos lo bastante sabios para advertir nuestras contradicciones, para darnos cuenta de esa templada monotonía, aunque lamentablemente pero no lo suficiente para resolverlas.
    Viene a cuento toda esta aparente (y puede que real) advertencia por la desazón que produce observar cómo al final casi todos los esfuerzos que se hacen en la sociedad de hoy no superan el listón de un “pásalo” como si ese fuera el alto límite de capacidad humana de construir la realidad en únicamente un “trending tropic”. Todos los que no hacen otra cosa creativa y de interés en la vida, en su vida y la de la colectividad que “pasarlo” muestran el papel de transmisores que de un tiempo acá nos hemos asignado a nosotros mismos y a los de nuestro entorno, olvidando (de nuevo el Eclesiastés) que las palabras de los sabios oídas con calma valen más que los gritos del que gobierna a los necios.
      Esta forma de hacer las cosas, las contradicciones de lo que se dice y se quiere decir, de lo que se hace y se quiere hacer pueden venir reflejadas e ilustradas de manera simplista, casi infantil y propio de un juguete, pero atinada y precisa en la anécdota del viudo que estaba despidiendo un duelo. Como es costumbre en estos casos, muchos de los parientes, vecinos y demás conocidos tienden a repetir con el consabido "lo mismo digo" el pésame que suponen ha dicho el anterior de la fila. Pero una vez ocurrió que el primero, por ser persona cercana a la familia y con suficiente confianza, le avisó al doliente: "Tiene usted la peluca torcida". "Lo mismo digo" fueron diciendo los siguientes hasta que el pobre hombre, harto ya de intentar ponérsela bien, optó por quitársela. Que para muchos es la única forma de resolver los saltos que da la vida. Muy pobres, quizá.

Publicado el día 12 de octubre de 2018

Los insatisfechos

    Asegura el economista J. K. Galbraith que en nuestras sociedades avanzadas hay dos grupos de desigual poder e influencia cuya dinámica ha deteriorado el sistema democrático. En “La cultura de la satisfacción” reconoce que, por una parte, están los favorecidos, los potentados y los ricos, sin excluir la burocracia empresarial ni los intereses comerciales, siempre con sus cuitas, sus ambiciones y sus anhelos. (Tal vez los impecables implacables a que se refiere Rafael del Águila). Y que luego están los demás, los otros, los social y económicamente desposeídos. Nada nuevo desde luego, pero el norteamericano lo refiere para considerar la contradicción democrática de cómo resulta que, siendo muchos más, este grupo no gobierna, quizá, sugiere, por su descreimiento del sistema. De todas maneras, la aludida estructura es una situación tan asentada desde siempre que muchos la juzgan natural, que no depende de la voluntad humana, algo así como tener dos ojos o dos manos.
    No está la cosa para plantear un debate teórico o filosófico sobre el origen y la legitimidad del poder y de la distribución de la riqueza, que, hechos aparte, nunca viene mal. Pero no es el momento cuando la exclusión social sigue creciendo mientras, por ejemplo, los desahucios han desaparecido de la plaza pública, tanto que hasta hay quien cree que ya son agua pasada. Mas, natural o no, siempre reconforta recordar aquello de Rousseau, que todo esto de la propiedad se inició cuando un listo aseguró: “esto es mío” y un grupo de imbéciles se lo creyó.
    “La recuperación económica no reduce la brecha entre las rentas altas y las bajas”, “los contratos temporales y a tiempo parcial explican que la caída de la desigualdad no llegue a los colectivos de menos ingresos” … son titulares de prensa de estos días que ponen sobre la mesa este acordeón o gradiente que a cada rato sigue creciendo. Al final da la impresión de que los satisfechos siempre acaban siendo los insatisfechos. Y que vale cada vez más aquello, también de Galbraith, que con cuanta más generosidad se alimente al caballo con avena, más granos caerán en el camino para los gorriones. Lo que puede deducirse del último informe de la Fundación FOESSA, vinculada a Cáritas Española, que destaca en su presentación más simplista que “la exclusión social severa sube un 40% desde 2007 en España”. Y del que este artículo solo quiere ser un simple portavoz.

Publicado el día 28 de septiembre de 2018

La venganza de la verdad

    En la historia de la ciencia es memorable el momento en el que como de pronto se modifican tanto la concepción de la enfermedad como derivadamente los sistemas terapéuticos. No es, por supuesto, que esa transmutación se hiciese de la noche a la mañana (cuando incluso hoy, con lo que hemos aprendido y lo que las ciencias han avanzado, no la hemos asimilado del todo) pero ello se produjo cuando apareció por Atenas un tal Hipócrates (el hoy protagonista del juramento médico) en el llamado siglo de Pericles. Hipócrates representó lo que los filósofos describen como “el paso del mito a la razón”, saltar de entender los hechos como mensajes de dioses e interpretarlos como acontecimientos naturales; en las tormentas pasar de rayos que envía Zeus enfadado a fenómenos regidos por las leyes de la naturaleza; y en la enfermedad olvidarse de recurrir a Asclepio, dios de la medicina, en busca de curación a basarse en lo que puede tocarse con las manos, el cuerpo humano. (Curiosamente la última frase de Sócrates tras beber el veneno, propia del antiguo régimen, a su discípulo Fedón: “Debemos un gallo a Asclepio, págalo y no lo olvides”). Así empezó el pensamiento humano y la ciencia.
    Ya se ha dicho: veintitantos siglos no han sido suficientes para que nos convenzamos de que la ciencia, a pesar de sus dificultades, sus contradicciones, sus limitaciones y sus insuficiencias es el único camino viable para resolver el problema del bienestar físico y psíquico, y de la salud. Que Asclepio (o Esculapio, para los romanos) no son la vía transitable para la salvación. Y menos aún remedios paracientíficos que arrastran cabe sí desde negocios indecorosos y enlodados hasta ideologías perversas y excesivas, en muchos casos unos y otras mezcladas.
    Sólo hay un camino de ser, ya decía Parménides por aquellos tiempos, porque el otro lleva a la nada. Y ese camino de ser es la verdad, la verdad científica que, al final del trágico juego, acaba vengándose de los humanos, de los que se enredan con ella. Lo triste es que los más débiles son los que lo sufren. Y así, mientras, se están produciendo desgracias irreversibles de personas agarradas a bulos estúpidos, cuyos transmisores, a pesar del anonimato, tienen sobre sus espaldas una infame colaboración. No lo puede manifestar de manera más clara y explícita Jorge Guillén: “Sí, más verdad, / Objeto de mi gana. / Jamás, jamás, engaños escogidos”.

Publicado el día 21 de septiembre de 2018

Si el suicidio es un derecho

    Como ya se ha citado en alguna ocasión, Albert Camus empieza su libro “El mito de Sísifo” afirmando que “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Creer que la vida vale o no vale la pena de ser vivida es responder a la cuestión fundamental de la filosofía. El resto de cuestiones… viene después”. Los dioses habían castigado a Sísifo a elevar una piedra hasta lo alto de la montaña, piedra que volvía a caer de nuevo para otra vez ser levantada: es el triunfo de lo eternamente inútil y sin sentido. Sísifo había intentado engañarlos y de ahí la verdadera cuestión, el infinito problema, de si tiene sentido la vida o hay que abandonarla para siempre.
    Normalmente se ha tratado el suicidio, y así se sigue haciendo, como un fenómeno social. En el libro de culto que el filósofo francés Emilio Durkheim dedicó al tema y que escribió después de estudiar miles de informes de otros tantos suicidios, tras definirlo con precisión científica y organizarlo en tres categorías (suicidios egoístas, altruistas y anómicos), lo considera como un indicador de determinadas sociedades. Durkheim, que en algún sentido los equipara a los divorcios, considera que estos reflejan al grado de anomía de un grupo social, entendiendo este concepto como una situación en la que se ha ido perdiendo el relato de la existencia y las normas han rebajado su trabazón. Unos dirían sociedad abierta e innovadora y por tanto resbaladiza como contraste con otra cerrada y tradicional. De todas maneras parece obligado recordar las cifras aireadas el otro día con ocasión del llamado “Día Mundial de la Prevención del Suicidio”: en España, 3.600 personas de media al año se quitan la vida, lo que equivale a unas 10 al día, según los datos de la OMS.
    Pero cuando, en la fábula, la terrible convulsión hizo caer en su lecho a madame Bovary; en la leyenda, Diógenes se desplomó muerto tras contener la respiración; o cuando, en la realidad, Stefan Zweig y su mujer bebieron el veneno, es obvio que algo personal se ha roto. Y se ha quebrado cuando la aporía, la no-salida de la situación, o el afán salvador se apodera del corazón del protagonista. Es entonces cuando vale la terrible doble cuestión: el enfrentamiento solitario del individuo ante su destino y la pregunta, tan inquietante como el vacío, de si el suicidio sea un derecho humano personal. Porque, de ser así, muchas cosas cambiarían.

Publicado el día 14 de septiembre de 2018

Doctrina de la esfera

    "Hay hombres", dice Pío Baroja en "Zalacaín el aventurero", para quienes la vida es de una facilidad extraordinaria. Son algo así como una esfera que rueda por un plano inclinado, sin tropiezo, sin dificultad alguna". Personas a quienes la lotería genética, en expresión que puso de moda "La generación X", ha brindado la posibilidad de poder ocuparse de los asuntos de la vida, sin tener que prestar atención al propio camino; gente que sólo tiene que estar ocupada de los acontecimientos porque el deslizamiento en la pendiente natural ya les lleva adelante sin sobresaltos. Una teoría de la esfera que es prudente tener a mano para explicar comportamientos, individuales y colectivos, y entender las reglas del mundo que tenemos delante. Porque de lo que aquí se trata no es que las cosas les salgan bien a algunas personas o a algunas colectividades; no es un problema de resultados ya que también a trompicones se puede dar uno de bruces con la suerte. El asunto está en que, cuando la esfera está llena de esquinas por todas partes, esta condición empuja a que el propio desarrollo de las cosas sólo pueda hacerse con dolor y con tensión, y en esas circunstancias son la contradicción y la paradoja los únicos instrumentos válidos para gobernar el timón del destino. ¿Pero posible?
        En el caso de las vidas individuales como colectivas, públicas o desconocidas en general, los ejemplos de una u otra fortuna se encuentran a cada paso. Cada persona, cada grupo social sabe y siente que la facilidad de la vida le viene desde el contexto, desde el entorno. Hablando de todo esto, vale la cita de Favorino de Arelate, uno de los más célebres filósofos del Imperio Romano, que contaba tres paradojas que, según relato de Filóstrato, de sí mismo: ser galo y tener mentalidad de griego; ser eunuco y sufrir un proceso por adulterio; y haberse enfrentado a un emperador y estar vivo.
      La pregunta que lleva a este complejo, al tiempo que simple, doble camino en el que unos y otros estamos situados, son las razones del porqué. Precisamente en estos meses estamos viendo de manera casi insultante la diferencia de que habla Pío Baroja, de cómo rodó la esfera del destino y los descalabros / venturas que reparte. Pero así son las cosas. ¿O acaso a la ramita del árbol de la que tiramos descuidadamente andando por la calle, no le hubiera gustado haber nacido arriba, fuera de nuestro alcance? Pues claro.

Publicado el día 7 de septiembre de 2018

¿Cómo siguen todavía ahí?

      Como la experiencia literaria muestra a cada rato, los temas que podríamos describir genéricamente como administrativos tienen poca resonancia intelectual. Y no porque no tengan categoría teórica, hondura metafísica y hasta valor político. Más aún, los estudiosos y críticos apenas aprecian dimensión ideológica en estos temas, olvidándose de que están en juego valores de alto nivel especulativo, diseños sustanciales de política y ética y caminos en los que la manipulación conceptual entra como dueño por su casa. Pocas veces en el plano general se aplican valores y criterios no ya ontológicos sino existenciales y antropológicos. Únicamente se ha prestado alguna atención al filósofo Max Weber que, de manera más detenida, trabajó en conceptos básicos hasta el punto de que sus tipos ideales de burocratización y el ejemplo de la jaula de hierro han servido para ocuparse algo de todo esto. Sólo cuando las cañas se vuelven lanzas, cuando algún sujeto, individual o colectivo, percibe sus derechos quebrantados, la preocupación administrativa pasa a primer plano y entonces estamos en otro mundo.
      Grave error filosófico, social y político, además de moral, este no atender como se debiera el asunto que venimos planteando porque la sociedad que rehúye la enjundia de esta regla de juego, se torna inexcusable y esencialmente injusta, arbitraria y sin la equidad indispensable, que diría Ralws. La corresponsabilidad en la gestión, por ejemplo, de infraestructuras no es un asunto baladí sino de la mayor incumbencia teórica que afecta a múltiples y variados órdenes de derechos esenciales.
       Un ejemplo de libro es el nefasto episodio acontecido en Vigo hace pocos días. Por ello resulta tan indignante que los responsables políticos aún continúen en sus puestos y no se hayan marchado ya, ¿vestidos con un saco y con ceniza en la cabeza?, como muestra de arrepentimiento por tan grave tropelía. Ya sabemos que si, como parece, hay varios partidos implicados, ninguno va a enarbolar la bandera, hipócrita en estos casos, de la decencia. También que el propio Weber asegura que el reino político no es un reino de santos. Pero una vez más la impudicia acaba triunfando mientras protagonistas que despreciaron todos los derechos humanos y sociales poniendo en grave peligro a los ciudadanos por no haber sido capaces de ponerse de acuerdo, siguen en sus puestos. Parece que sin vergüenza ni apuro.

Publicado el día 31 de agosto de 2018

Mirar al cielo. Y 3. Las estrellas

Y han sido las estrellas fugaces (esos peñascos que, vestidos de luz, nos guiñan con las lágrimas de san Lorenzo) las que han cerrado este último circuito singular de noticias e referencias cósmicas y celestiales y nos han empujado a mirar al cielo, desde que la Luna pasó aquel disgustillo. Circuito, que ha añadido dos informaciones, cada una de las cuales son enormemente singulares: una, la aparición de agua en Marte (que, por cierto, luce esplendoroso junto a Júpiter y Venus en estas tardes de inmenso cielo veraniego), una referencia a la tan traída y llevada discusión sobre si ha habido algún tipo de vida en ese planeta, cuestión nada baladí si consideramos que tiene todas las papeletas de estación en el salto al espacio, algo reclamado por físicos y astrónomos de alto recorrido. La otra, el envío al sol de una sonda que tratará de adentrarse en lo posible en “ese sol padre y tirano”, novela de la sequía de 1905 de José Andrés Vázquez.

Es una llamada inconsútil e íntegra la de los cielos, una llamada como de eternidad a reencontrarnos en el lugar en el que estamos y, al tiempo, olvidar los miles y permanentes milenarismos que nuestra imaginación, nuestros egoísmos y. especialmente, nuestros orgullos e intereses nos están lazando cada día como una huida hacia adelante, hacia el muro de la sinrazón. La llamada de los cielos a los humanos conlleva un aviso terminante: las escalas de la realidad a nuestro alcance son subjetivas antropológicamente, no pueden entenderse sino relativamente porque no basta con poner escaleras desde el mundo cuántico, lo ínfimo, hasta la maxi, lo inconmensurable por grande, las magnitudes de difícil expresión por inmensas, que dan origen a las escalas de la vida… del carbono.

Y para reflejar lo débil, baste recordar aquellos versos de Lord Byron (“Oscuridad”) tras la catástrofe, ya casi olvidada, de 1815, “el año sin verano”, como se llamó, en Tambora (Indonesia), la mayor erupción volcánica de la historia registrada, con un volumen de eyección estimado en 160 km³ y que a punto estuvo de amortiguar seriamente le vida en el Planeta: “Yo tuve un sueño, que no era del todo un sueño. / El brillante sol se apagaba, y las estrellas / vagaban diluyéndose en el espacio eterno”. Fue entonces cuando “los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror / de esta desolación; y todos los corazones / se helaron en una plegaria egoísta por luz… “

Mirar al cielo. 2. Prosa

Vuelta ya la Luna a su despejado camino propio, a la prosa de la vida, que dice un personaje de “Agua, azucarillos y aguardiente”, después de haber quedado a oscuras y sin saber a dónde dirigirse (de tanto interés popular), hemos de estar muy atentos para aclarar lo más posible qué significa y qué representa este embrollo en sí mismo y en relación a nosotros, a los terrestres. Porque ese cielo (que ni es cielo ni es azul y en el que algunos dicen que hay mucha gente mientras otros, más pesimistas, apoyados en el grado de corrupción a que hemos llegado, lo dudan) no es sino un caparazón que nos sirve de pantalla, de parachoques, además de aportarnos muchas otras utilidades. Entre ellas, valga la expresión, servir de trampolín al complejo mundo del Universo infinito en el espacio y en el tiempo que es nuestra casa. Y puestos a rizar el rizo hay que recordar que físicos de altísimo prestigio vienen señalando que nuestro universo no sea tal vez sino uno entre muchos, quizá de infinito número. El multiverso es la solución para una increíble variedad de enigmas de la física, dice Javier Sampedro, una opción de la que, asegura, no hay de momento pruebas objetivas suficientes, pero va abriéndose camino a pasos agigantados.

El asunto está en la dificultad intrínseca para nuestra limitada mente de fijar los márgenes de espacio y tiempo, que se alejan en horizontes cada vez más lejanos, nos cuenta en un precioso libro (“Universo sin fin”) Cayetano López. Es lo de la larga paradoja de los movimientos aparentes para entender y explicar los reales. O, siguiendo a san Agustín, la grave dificultad de entender un comienzo del tiempo defendiendo a Dios de la acusación de haber actuado por un impulso aleatorio, es decir, pasar del calendario de nuestros rincones privados y rutinarios de vida a unas dimensiones de infinitos, una palabra que hemos inventado para significar que algo nos excede conceptualmente. La pulla peligrosa estaría en sustituir los calendarios al uso por otros de valor cósmico. Sería preguntarnos qué nos va a pasar cuando dentro de cinco mil millones de años se nos apague el Sol. O cuando colisionemos con Andrómeda. (Ah, entonces ¿qué?).

Echarnos en manos no ya de los poetas sino de los astrónomos, (la profesión imprescindible, de los que son y aspiran), que conducirán nuestro deambular por los espacios y los tiempos infinitos. Que es nuestro futuro cierto.

Mirar al cielo.1.Poesía

      Ese cielo azul que todos vemos, que ni es cielo ni es azul, (que los hermanos Argensola utilizaron como imagen para destacar “A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa” y que trata el tema de las falsas apariencias) nos puede llevar mucho más allá de la rutina de nuestra vida, tan pegada a lo terrestre, a lo de la calle de al lado y al recorrido de cada día. Siempre, sin embargo, desde el principio, la especie humana miró al cielo. No lo hacen de igual manera otros seres vivos, a los que les basta poner en guardia sus sentidos para saber de lo de fuera. Algunos, incluso, como el imaginario Catoblepas solo puede mirar al suelo porque todo hombre que le ve los ojos cae muerto. Pero los homínidos necesitaron mirar hacia arriba buscando algunas de las claves más elementales de su existencia. Mirar a las estrellas tratando de escudriñar su lenguaje, de averiguar qué nos pueden decir de nosotros. No por casualidad Dante termina con esta palabra (“las estrellas”) cada una de las tres parte de su trayecto.
     La anécdota canónica, real o inventada no importa a este propósito, de ese estar pendiente del cielo es la del sabio Tales de Mileto que, mirando a las estrellas, tropezó y cayó, en un pozo dicen algunas versiones, mientras una muchacha descreída le espetaba aquello de: ¿cómo puedes saber de arriba, del cielo, si no ves lo de abajo? Y, claro, lo que no entendía ni ella ni tantos descuidados como hay por ahí es que justamente la dialéctica arriba/abajo es el único camino para la permanente y definitiva pregunta: qué pintamos por aquí. Por eso Dante va percibiendo cada vez más claridad conforme se va acercando al Paraíso, que es donde, en todas las civilizaciones, teísmos, culturas y teologías los seres humanos hemos colocado a los dioses.
      Y aunque Augusto Monterroso, en una demanda reduplicativa, lamente que lo peor del caso es que desde el cielo no se ve el cielo, siempre es posible una mirada tierna y de esencia candorosa, como la del joven Aleixandre cuando “en el abismo estrellas. Como los peces altos / se enamoró del cielo donde pisaba luces.” Al fin y al cabo se trata de encontrar en ese cielo azul que todos vemos pero que ni es cielo ni es azul un poco de poesía, que nunca viene mal y tampoco en tiempos tormentosos en los que parece que siempre están ganando quienes tienen gana de pelea. Como, por ejemplo, puede ser el caso de esta noche. Y esta luna.

Publicado el día 27 de julio de 2018

¡Que venga Daniel!

       Es bastante probable que del rico idioma castellano (y, seguramente, también de otros) se hayan agotado todos los calificativos que vituperan la conducta del presidente Trump. A primera vista da la impresión de que todo lo que dice y hace es pura locura, con unas consecuencias de desequilibrio mundial, que tardarán mucho tiempo en corregirse. Y mucha gente, incluso importante y capacitada, anda sugiriendo que se inicie el procedimiento para relevarle de su puesto. (Aunque ya ha habido quien ha manifestado que su vicepresidente, profundo fundamentalista religioso, podría resucitar, si se permite la broma, el gobierno que impuso Calvino en Ginebra en el s. XVI).
        Así, la conclusión más sensata parece la de irresponsable. Pero ¡mucho cuidado! Seguro que, aparte de sus caprichos ideológicos y de pensamiento, conoce perfectamente lo que hace y deshace: su apoyo electoral, al parecer, sigue aumentando y su objetivo político, como ha dicho desde el primer día, es conseguir la reelección. “América para los americanos”, “fíjate, nuestro presidente va por el mundo poniendo firme a todo el que se pone por delante, sea quien sea”, “eso es mandar y dejar claro que a los americanos ya no nos engaña nadie, como ha ocurrido hasta ahora”, “¡ole ahí, así se hace, eso es un macho-alfa!”. Y votos para el segundo mandato. ¿Tan torpe y fútil puede ser el pueblo? “Mi bando siempre tiene razón” es, a juicio de André Glucksmann, la forma de expresar la sabiduría… en la estupidez postmoderna.
        Tenían los babilonios un ídolo llamado Bel que cada día consumía doce unidades de flor de harina, cuarenta ovejas y seis medidas de vino. Bel era de arcilla y cobre, lo que justificaba el valor mágico y sagrado para el rey y su pueblo. ¿Por qué no adoras a Bel, preguntó un día el rey a Daniel, si es un ser divino?, ¿no ves lo que come y bebe?”. “Nunca un objeto así ha comido ni comerá, respondió Daniel. Y tras tenderle una trampa a los setenta sacerdotes “sin contar sus mujeres y sus hijos”, se descubrió que estos habían construido un pasadizo secreto y todas las noches entraban al templo y consumían las viandas. Así engañaban al rey y al pueblo. (Daniel es el cuarto y último de los llamados profetas mayores y esta es una historia, de manera resumida, que se encuentra en el Antiguo Testamento). ¡Que venga Daniel! Pero ¿dónde está en USA?, ¿y, por cierto, en España, nuestro barrio, nuestra calle?

Publicado el día 20 de julio de 2018

¡Que viene el lobo!

      Que todos los seres vivos, cada especie en su medida biológica y su capacidad discursiva, siempre ha vivido con el miedo a cuestas parece una obviedad. Ante la futilidad de la vida y lo efímero de la existencia, el temor, real o construido, a perder lo que se posee o se espera ha sido siempre un motivo de sufrimiento porque envuelve al ser, del que se apodera, en su entendimiento y su voluntad. Por ello, entendido como condicionamiento acaparador de totalidad, exige desde esta perspectiva ser tratado como una de las fuerzas principales del comportamiento teórico y existencial. Tanto que su efecto principal y significativo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son, como reprocha don Quijote a Sancho, momentos antes de lanzarse a la caza y captura de su enemigo Alifanfarón de la Trapobana transformado en rebaños de ovejas. O el pensamiento de Montaigne cuando asegura que no hay otra pasión más propicia, en el criterio de los médicos, para trastornar el juicio… A nada tengo tanto miedo como al miedo, insiste.
      El miedo, como cualquier otra afección del alma, dispone de una extensa escala de intensidad, que explican los diccionarios y que va desde el No se puede vivir desde el miedo de Macbeth a su pérfida esposa, hasta el sobresalto más insustancial. Cada una de las cuales con una determinada función social.
      Dadas estas condiciones, a lo largo de todas las civilizaciones, el miedo, en todas sus variantes y niveles, ha sido el instrumento principal de poder. Ya se cuida el león derrotado de lo que hace con el dueño del corral y en la especie humana ocurre otro tanto. A veces algunos ingenuos sugieren lo de vencer y convencer y consideran que las razones deben ser el procedimiento para convencer a la gente que no lo está. Pero ¡triste afán! Porque, aparte de que solo en contadas ocasiones alguien persuade a alguien (¿?), la forma más eficaz de arrastrar a las masas es el procedimiento a-racional de la motivación sensible y pasional, la que produce el miedo. Y que tiene como suficiente con el grito de: Ojo, que viene el lobo… Sobre todo cuando lo complementa el discurso electoral de Pío Baroja, en “Paradox, rey”: ¿Os gustan las habichuelas? Pues ya sabéis… Y ello a pesar de lo listos, cultos y superiores que somos los europeos, que incluso nos creemos que los bisabuelos salen del sepulcro, que fustiga despectivamente también Montaigne...

Publicado el día 6 de julio de 2018

Una historia natural

        Por lo que se sabe, salimos de África (de donde eran nuestros antepasados, incluidos los que andaban a cuatro patas), hace unos 50.000 años, hacia lo que hoy se llama, en sentido muy genérico, Europa, o Eurasia, donde habitaban otros humanos con condiciones vitales parecidas a las nuestras. Por motivos que ahora no son del caso, nosotros, los recién llegados, acabamos casi aniquilando a esos hermanos que ya ocupaban estos territorios y que, hace unos 30.000 años, acabaron desapareciendo. Y así nos hicimos nosotros dueños de todo. Luego, al tiempo en que tratábamos de conquistar todos los rincones terrestres y marítimos y ya sin enemigos exteriores, empezamos a distinguirnos y separarnos entre nosotros, a formar grupos de muy diversa índole y hasta acabamos peleándonos entre nosotros. Nos repartimos tierras y mares; aunque mirándonos de reojo, nos fuimos creyendo amos absolutos de lo que, casi siempre por azar, nos habíamos adjudicado; y empezamos a crear y formular doctrinas y teorías para justificar nuestros comportamientos, en especial, nuestros repartos de tierras y de poder.
       El caso es que el resultado de estos repartos, a pesar de querer que fuesen definitivos, siempre acabaron frágiles y cambiantes. De pronto unos nos sentimos superiores, nos creímos más fuertes y nos apoderamos de las ventajas de otros y hasta, si nos fue posible, los aniquilamos. Eso sí, siempre cargados de razones de todo tipo, razones que ya empezamos a distinguir como técnicas, morales, religiosas… etc. Y así ha venido transcurriendo nuestra vida. Que si ahora para allá, ahora para acá; que si en estos momentos dominadores y en estos otros dominados… pero todo prácticamente provisional o en el aire, porque hasta ayer (y en algunas zonas, incluso hoy) no hemos parado de chincharnos todo lo que hemos podido. Eso sí, como ya se dicho, cargados de altísimas motivaciones, avalados supuestamente por mandatos de imaginados dioses de toda clase y condición, y con la conciencia muy tranquila de que estamos haciendo lo bueno, lo que hay que hacer.
      En estas estamos y nada ha cambiado. Ahora, para mayor justificación, utilizamos términos despectivos para todos aquellos que masivamente tratan de hacer lo que los demás hemos hecho y somos tan toscos que no acertamos a entender que esta capacidad de movilidad es tan universal y tan de siempre que detenerla es imposible, absolutamente imposible.

Publicado el día 29 de junio de 2018

La parábola de los Xhosa

         Cuenta John Carling que, en marzo de 1856, una profetisa quinceañera de la gran tribu Xhosa en el sur de África tuvo una visión. A su gente le esperaba un futuro feliz, abundante, la Edad Dorada. Pero primero tendrían que hacer un sacrificio heroico. 'Anunciad que todo el ganado debe ser exterminado', fue el mensaje de la niña a la tribu, 'porque las vacas han sido infectadas por la brujería.' Tras un largo debate, la tribu lo aceptó. En agosto de ese mismo año mataron entre 150.000 y 200.000 vacas. Más de 20.000 personas murieron de hambre. En aquella circunstancia hicieron lo que John Adams, profesor del University College London, define como el cálculo implícito en todo riesgo: 'Evaluar si la posible recompensa justifica el posible daño'. Hasta aquí John Carling.
       Parece claro, para nosotros, que se equivocaron sin más porque sus resultados fueron tan perniciosos para la tribu, y la ruina casi acaba con toda su etnia. Pero, analizados los acontecimientos con estricto rigor lógico, no está tan claro su desacierto. Desde hoy, pronosticando sobre el pasado y con lo listos que somos, no nos cabe más que sorprendernos de cómo pudieran haber hecho esa tontería en aplicación del citado principio “de recompensa por daño”. Pero cualquiera de nosotros hubiera pensado lo mismo: ¿qué valen unos miles de vacas frente a la felicidad eterna, total y definitiva? En el equilibrio entre lo que se jugaban y lo que iban a ganar, su decisión fue perfecta. Su equivocación fue que aplicaron un paradigma que no tenía consistencia teórica: creer, primero, que el cielo vendrá en algún momento sobre la tierra y, después, que bastaba ese módico precio para conseguirlo.
      "Millones van a morir", chillaban los titulares con lo de las vacas locas. Y se exterminaron, por las dudas, cinco millones de reses; el consumo español de carne bajó al 30%; y en R.U. se suicidaron muchísimos ganaderos. ¿Les debió ser difícil a los Xhosa asimilar la derrota? Probablemente, no. Achararían el fracaso de la operación, como es de rigor, a algunos pecados, y así darían una vuelta más al dominio real de la mente, mediante un período de purificación. Cuando los prejuicios son irracionales (y casi siempre lo son), todo se justifica y los argumentos racionales no sirven de nada. Lo más sospechoso de las soluciones es que se encuentran siempre que se quiere, asegura Sánchez Ferlosio. En los riesgos virtuales.

Publicado el día 22 de junio de 2018

¿Una filosofía paliativa? (y 2)

      A la filosofía la especie humana, desde el principio, le ha venido pidiendo ayuda. Los hombres, los seres humanos, tan precarios, tan “efímeros”, de siempre hemos creído que este saber de tan elevado rango nos podía echar una mano a la hora de aclarar en lo posible lo que un filósofo europeo definía en un interesante libro como el puesto del hombre en el cosmos. Y esto se ha hecho, especialmente, en los momentos duros de la historia, cuando casi todo en lo que se creía y en como se vivía, se venía abajo. La caída del imperio romano, al aparecer como dominación pueblos con mentalidades, costumbres, formas de vida y creencias tan diferentes, puede ser un ejemplo. Es sobre todo en esos momentos cuando se solicita ayuda a la filosofía y se formulan doctrinas que tratan de paliar la angustia de quienes viven en esos momentos.
      Precisamente una de las demandas que se le hacen, y que ya viene de muy antiguo, se podría resumir en que, como se decía entonces, “salve a la ciudad”. Salvar la ciudad, (la comunidad, el Estado, la vida en sociedad…) significa aportar un conjunto de ideas y de principios que, tomados en serio y aplicados con rigor, faciliten la convivencia de todos los ciudadanos, cualesquiera sean las ideas y los estilos que practiquen. Porque la ciudadanía, ser ciudadano, es una cualidad simple y elemental para la que se requiere como único requisito, sugería Aristóteles, “participar en la administración de justicia y en el gobierno”, es decir, ser activo dentro de la multitud de formas de participación. Hablamos, por supuesto, de una democracia real y al alcance de todos.
        Pero esta condición de democracia y, por consiguiente, de ciudadanos, exige un grupo de ideas, de una filosofía, como dice Manuel Cruz, “al alcance de todos y que no puede ser mera pirotecnia”. La filosofía, y las normas derivadas de esta, han de ser consistentes y, además, asumidas e interpretadas con el mayor rigor y autenticidad. De otra manera todo puede acabar en el caos y en la plena confrontación de unos contra otros. Por eso sorprende tanto la charlatanería impropia con que determinados y significados personajes, con alevosía y para salvar su imagen, descalifican globalmente el sistema, y las normas derivadas que rigen nuestra vida en común. ¿Una filosofía paliativa?, por supuesto pero en serio. Y es que, como dice Sancho muy certeramente, donde no hay tocinos, no hay estacas.

Publicado el día 15 de junio de 2018

¿Una filosofía paliativa? (1)

    Boecio fue un filósofo romano, a caballo de los siglos V y VI, que compaginó esta condición con tareas como estadista. Aunque él se consideró siempre inocente, motivos políticos le llevaron a ser condenado a muerte. Un año, más o menos, pasó en prisión esperando el cumplimiento de la sentencia y, mientras tanto, escribió un tratado que pasa por ser su obra más conocida: “Del consuelo de la Filosofía”, un texto en el que ésta, representada por un personaje alegórico femenino, dialoga con el protagonista, aclarándole el problema del destino, de por qué los malvados logran recompensa y los justos no, mientras trata de suavizar su aflicción mostrándole la verdadera felicidad, es decir, ejerciendo de filosofía paliativa, al cubrir mentalmente los desajustes ideológicos y vitales que el condenado tenía sobre sí.
      No siempre, sin embargo, fue así. La filosofía nació como reflejo que recogía en su sombra y bajo su patrocinio no sólo el grueso de las preguntas últimas, escatológicas y definitivas, como aquellas que formuló Manuel Kant (lo de dónde venimos, a dónde vamos… ¿qué es el hombre?) sino que nació por la necesidad de dar sentido bajo su paraguas a todos los saberes que la especie humana iba descubriendo. Era entonces un saber de saberes y doctrinal que resumía las pulsiones humanas en un montón, aunque, en realidad más de preguntas que de respuestas.
        Pero la vida de este edificio teórico original se fue complicando cada vez más, al tiempo que la existencia mundana se llenaba de desajustes. Y entonces empezó otra forma de vivirla. se le fueron exigiendo mayores y más eficaces prestaciones, de forma que no solo cubriera los retos teóricos del saber. Como fue el caso de los padres de Edesio, un joven brillante hijo de una familia venida a menos y en el que confiaban sus progenitores para superar la crisis económica por lo que lo enviaron a estudiar a Constantinopla, que por entonces era lo más de lo más en la sabiduría. La cuestión es que, a su vuelta, el padre descubrió horrorizado que su hijo se había dedicado a la filosofía, y empujado por la grave decepción decidió echarlo de casa. Y fue justo en ese momento, al salir por la puerta, cuando se le ocurrió preguntarle: "¿Qué provecho te aporta a ti la filosofía?" Edesio se volvió y le contestó: "No es pequeña cosa, padre, haber aprendido a respetar al propio padre, incluso cuando lo está echando a uno de casa."

Publicado le día 8 de junio de 2018

Cínicos y cinismo

      De los siete discípulos principales que tenía Sócrates, muerto en 399, algunos fundaron sus propias escuelas filosóficas. Uno de ellos fue Antístenes, cuya doctrina y modo de vida se extendió durante dos siglos con el nombre de “escuela cínica”, siendo de entre sus seguidores el más famoso Diógenes de Sínope. Los cínicos representan desde entonces una corriente de concepción teórica y de usos vitales muy distintivos: despreciaban la palabra y trataban de mostrar sus convicciones éticas y filosóficas a través de una vida que llamaríamos extravagante. Y, desde una vivencia a ultranza de la libertad personal, con sus modos existenciales defendían posiciones políticas, éticas y sociales de contraposición a los valores impuestos desde la estructura de poder y dominio. “Una autosuficiencia rebelde y ácrata, una burla despiadada y desafiante”.
    Desde entonces a hoy muchos movimientos de estructura ideológica similar han surgido en la historia, moviéndose en actitudes rompedoras y disruptivas. Cínicos o rebeldes o moralistas, tanto a la derecha como a la izquierda, no se crea, los ha habido siempre y son, entre otras cosas, una forma, discutible desde luego, de oxigenar el pensamiento avasallador, único y asfixiante.
     Pero las cosas han cambiado. La respuesta la da un filósofo alemán, Peter Sloterdijk, quien desde su “Crítica de la razón cínica” expone cómo “el cinismo pasó de ser una insolencia plebeya a una prepotencia señorial, algo que se expresa en múltiples aspectos pero que resulta ostensible cuando observamos cómo la ironía dejó de ser un desafío al poder para ser el síntoma de la prepotencia de quien ya no le alcanza con tenerlo todo sino que ha decidido mostrarlo y humillar al que nada tiene… El cinismo moderno es la antítesis contra el idealismo propio como ideología y como mascarada. El señor cínico alza ligeramente la máscara, sonríe a su débil contrincante y le oprime. Tiene que haber orden… El cinismo señorial es una insolencia que ha cambiado de lado.” Es decir, el cinismo ha pasado de ir de abajo a arriba a convertirse en modo de dominio de quien siempre ha mandado, controlado y explotado ideológica, moral y hasta económicamente. Esa ha sido la gran transmutación que han traído los tiempos modernos, la “revolución” de hoy. (Aunque en verdad Hesíodo, hace unos veintiocho siglos, ya nos contó la fábula del halcón poderoso y opresor y el ruiseñor cautivo).

Publicado el día 1 de junio de 2018

Irse de político

       El amigo dice, y reafirma, que el líder de Podemos está deseando abandonar todo y marcharse a otro tipo de trabajo, dejando lo relacionado con el poder, el liderazgo y todo lo demás. Y no lo dice ahora por aquello de la discutida casa, de la que hasta hay quien opina que un piso de tipo medio vale en Barcelona lo que ha pagado esta familia, sino que la decisión viene de antes. Considera el amigo que el protagonista hace tiempo se ha ido dando cuenta de que el juego político no es el juego escénico que pensaba; que la política exige mucha fortaleza; que por otra parte o se hace una revolución total, que al final no sirve para nada, o la eficacia de cambiar las cosas dentro de las instituciones nacionales es muy discutible y muy escasa; que mantener encendida a la masa es harto difícil porque ésta siempre pide hasta lo descabellado; que luego está el fuego amigo… total que no merece la pena y que lo mejor es abandonar la faena. Pero ¿cómo y sin sufrir un grave deterioro? Ahí está la clave de su sufrimiento actual: marcharse pero sin mancharse. Esto asegura el amigo.
        Lo de irse de político es un asunto de la más alta relevancia que pocas veces se medita con cuidado. Más allá del tópico, cierto desde luego, de lo que suele llamarse “las puertas giratorias”, ese juego de paso franco de lo público a lo privado, muy rentable por cierto, poco se habla del abandono del poder, una posición en sí misma contradictoria ideológica y conceptualmente pues el poder o es absoluto o no lo es. Lo que ocurre es que, marchándose, no se abandona este, que en verdad no se posee, sino la influencia, el dominio, ejercitado mediante el funcionariado político. En lides de simulación en verdad muy acabada. Porque, como dice Max Weber, el cuadro administrativo que representa hacia el exterior a la empresa de dominación política no está vinculado con el detentador del poder por ideas de legitimidad sino retribución y honor social.
        Sila es el dictador romano, del que mucha gente asegura, por supuesto con exageración y algo de inexactitud, que ha sido el único en la historia que voluntariamente renunció a la máxima legislatura. Y se cuenta que, cuando se dirigía a su casa libre del poder, un hombre le insultó por la calle reprochándole el abandono, a lo que el ya exmandatario respondió: “¡Qué imbécil! Después de ese ademán, no habrá ya dictador en el mundo dispuesto a abandonar el poder”.

Publicado el día 25 de mayo de 2018

La verdad, en la filosofía

       ¡Lo que faltaba! podrá exclamar cualquiera, viendo, que si, además de todas las fatigas que está dando la difícil tarea de clarificar lo de las noticias falsas, nos metemos ahora nada menos que en filosofía. Y, aunque de entrada esta objeción parezca tener algún fundamento, ello es solo aparente porque, para resolver lo que estamos tratando, es indispensable ocuparse de conceptos como realidad y otros similares de que trata la filosofía. Si el objetivo es o bien eliminar las informaciones mentirosas o, cuando menos, poder detectarlas, no podemos soslayar lo que debe ayudarnos en la faena por muy arduo que nos parezca. Imaginemos que o no tuviéramos memoria o llegara a la tierra un extraterrestre desconociendo nuestra física, y mostramos un palo sumergido en el agua: los dos protagonistas tendrán claro que esta es la situación permanente del tronco, su estado natural, la segura realidad, doblado. Pero ¿lo es?
         Mucha gente docta y también entidades institucionales están trabajado en este embrollo que, de pronto, parece haber seducido a casi todo el mundo. Porque, claro, molesta bastante que se extienda por las redes sociales que, por ejemplo, “el ministro X viajó ayer a París” cuando dicho personaje no se movió del centro de Madrid. O, más todavía, cuando se reconoce que en la elección del presidente Trump intervinieron elementos rusos mediante la manipulación de informaciones. Disgusta y mucho. Y, como diría alguien con sensatez, cuando aquí no caben términos medios: o marchó a la capital francesa o no. Y en este dilema la verdad es clara y la falsedad también. Montemos, pues, procedimientos, andan buscando, que permitan interrumpir la divulgación del viaje, o en su caso no viaje, del referido ministro.
       Sin entrar en más matices, normalmente se entiende por verdad la coincidencia entre lo que ocurre y lo que se dice de eso que ocurre. Pero la realidad, lo que de verdad acontece, no siempre, más aún, casi nunca es a sí o no. Más frecuentemente se asemeja a la hipótesis referida del palo. Ya se ha citado en esta columna: en el ámbito de la filosofía, un libro recoge veintitantas teorías de la verdad en el siglo XX. Muy enredado y confuso todo. ¿Están entonces perdiendo el tiempo con ese afán? Seguro que no, pero un ventisquero de escepticismo y de derrota no se puede evitar. Como, por otra parte, ha pasado a lo largo de toda la historia. Aunque sin redes sociales.

Publicado el día 18 de mayo de 2018

Hablando de tonterías

        Como todo el mundo sabe, por experiencia propia y ajena, los humanos hacemos y decimos, con toda naturalidad, tonterías, muchas tonterías. Gómez de la Serna, en una greguería, hasta lo aconseja: “en la vida, dice, hay que ser un poco tonto porque, si no, lo son sólo los demás y no te dejan nada”.
       El caso es que, tras bucear por los muchos libros que sobre este asunto han sido escritos, podemos encontrar estos cinco principios generales. El primero es que todos decimos y hacemos a lo largo de nuestra vida un montón de ellas (este artículo quizá lo sea también); el segundo que, aunque haya cierto consenso en que algunas frases y cosas son dislates, esta consideración es en muchos casos subjetiva, es decir, que lo que para algunos es una solemne tontería, para otros puede ser una verdad como un templo; el tercero, que unos hacen o dicen más, otros menos: (por supuesto que a nosotros mismos, salvo que andemos con la autoestima por los suelos, siempre nos excluimos del primer grupo, siendo lo máximo asegurar que uno nunca lo ha hecho o dicho, aunque pensar o decir eso seguro que ya lo es); el cuarto señala que no es cierto que los personajes públicos digan o hagan más tonterías: lo que pasa es que, son mucho más famosas; y el quinto es que hay varias clases y géneros de tonterías.
     Y de entre todas estas modalidades una de las más perniciosas, por su aparente bobería, es la de las obviedades. Se utilizan tanto en la vida privada como en la pública y los personajes públicos tienen tendencia a creer que con ellas se ganan el favor de los ciudadanos (¿así… así?). Para distinguirlas basta con aplicarle el truco del “no, si te parece…”. “XX aboga por el pleno empleo”, dice un titular y uno en seguida está legitimado para pensar: no, si te parece, vamos a luchar por el pleno desempleo. XX defiende que las viviendas tengan un precio razonable, dice otro, que se debió quedar exhausto después de esa frase maravillosa: no, si te parece… España está por la modernización…: no, si te parece, vamos a que sea un país rancio, anquilosado en la prehistoria. Como éstas, aparecen cada día un montón: “estamos por la participación”, “defendemos una verdadera justicia social”, etc. Y en la vida privada el número de ellas es infinito. ¿Compleja y difícil cuestión? Voltaire advertía que “la parte más filosófica de las historias es hacer conocer las tonterías cometidas por los hombres”.

Publicado el día 11 de mayo de 2018

Una justificación confusa

       “Están temblando. Asustados. Con un problema que se les ha venido encima sin comerlo y, nunca mejor dicho, sin beberlo. ¿Quién iba a esperar la firmeza de las Cortes…?” Con un relato parecido a este se manifestaba el otro día un sociólogo, tratando de mostrar cómo en los contextos sociales la modificación de una estructura deriva en muchos casos en otra dialéctica diferente y hasta nueva. Reflexión surgida a cuenta de que en la comisión creada ad hoc sobre el uso y el abuso que los jóvenes hacen del alcohol se ha incluido, en el borrador de la ponencia, que un modo de evitar esta perniciosa situación sea, entre otros, que los padres abonen las multas que la autoridad pueda imponer por ello. A cuyo propósito gubernamental han respondido en el acto algunas asociaciones de padres con un discurso complejo y muy meditabundo, aportando no razones económicas sino algo más enmarañado y proponiendo todas la reticencias que se les han ocurrido.
      Exordio que se justifica en la perspectiva social, educativa y familiar que abre esta nuevo aviso legislativo, la pregunta de dónde está y cómo se reparte el poder real en la familia. Si la figura que se enuncia ya en el código de las Siete Partidas, el “del mayoral, al que todos llaman en latín rector”, tiene algún tipo de vigencia en la estructura doméstica y casera. Dicho de otro modo, lo que inicialmente pretender ser un principio mentor de salud e higiene, corporal y mental se ha trasladado a buscar quién manda de hecho en la familia, al desajuste de tantos padres que viven dominados por sus hijos, mientras tanto se ocupan de que al niño no le falte ningún capricho.
       Es esta la generación de los jóvenes que no ha tenido educación familiar ni educación en valores cívicos, dice Manuel Escudero. No educación familiar porque el contacto entre padres e hijos se ha perdido en las clases emergentes españolas, en las nuevas clases medias, cuyos padres y madres trabajan de sol a sol y dejan a sus hijos a su libre albedrío. Ni tampoco en valores cívicos por la falta de firmeza política. Y en estas condiciones muchos progenitores (¿tal vez demasiados?), que niegan que sus hijos beban y miran para otro lado, a partir de ahora, a base de multas, van a tener que echar un vistazo al frente. Pero ¿ocultarle al niño que estamos pagando una y otra vez… o enfrentarnos al “rey de la casa”? Ahí va a estar el verdadero problema. Menudo dilema.

Publicado el día 4 de mayo de 2018

Caerse los pantalones

         Llevamos una época, dándole una y otra vez a la monserga de la intimidad con la rutina de que las nuevas tecnologías irrumpen cada vez más y con mayor intensidad en ella, y empresas y gobiernos acceden a nuestros datos. De donde derivan y dogmatizan los terribles peligros que nos acechan, convirtiéndose el progreso de esta forma en un arma de doble filo: mientras nos facilitan la vida, al tiempo nos controlan y ponen nuestras referencias en manos de un montón de gente, como mínimo para hacer negocio.
       Pero todo este relato, con parecer tan evidente e incontestable, encierra algunas trampas, que conviene aclarar. Porque, siendo más o menos verdad todo ello, en ningún caso queda justificado el uso de la palabra intimidad. Con las nuevas tecnologías se podrán controlar nuestras actividades, pero de ahí a llegar a lo íntimo; a lo que somos cada uno; a nuestro consciente y nuestro inconsciente; a nuestros sentimientos, emociones y pensamientos; a eso que nos decimos a nosotros mismos en la soledad de nuestra soledad, media una larga distancia. No está en juego nuestra intimidad, sino aquello que hacemos y sirve para el negocio. Nuestra intimidad es otra cosa.
         Aunque poca gente lo sepa o lo crea, las virtudes y los comportamientos ejemplares no son de siempre (¿a quién se le hubiera ocurrido en la Prehistoria defender, por ejemplo, la libertad de expresión?, ¿o la tolerancia?) y hasta se puede decir que se ponen de moda. Son conquistas colectivas, incluido el cajón personal de nuestra mesilla de noche. Muy curioso resulta, por eso, que un estilo de vida, que se asentó en la especie humana en el siglo XIX (repásese la historia de la vida privada) cuando la persona empezó a buscar rincones propios, haya pasado a ser un derecho personal, y hasta principal, sin más. Sin análisis críticos y sin referencia antropológica alguna. Verdad es que cada uno vive y muere su propia vida y su propia muerte, pero el diseño de lo que en realidad somos exige reflexiones más existenciales, bioquímicas y metafísicas. De todas maneras, puestos así, para quebrantamiento místico de la intimidad cuando al poeta mejicano José Emilio Pacheco se le cayeron los pantalones al dirigirse, en 2010, a recibir el premio Cervantes. No tenía tirantes, es un buen argumento contra la vanidad, dicen que dijo. El mismo que escribió: “Mala vasija el cuerpo. Recipiente / incapaz de rebalse. Y deterioro”.

Publicado el día 27 de abril de 2018

La homeostasis

      Los sentimientos y las emociones tienen muy mal cartel, muy mala fama, especialmente las segundas. La vida afectiva en general no goza de catadura moral, sobre todo entre la gente que propugna la corrección social. Hay que reconocer que, a pesar del poder de que disponen (de lo que se ha hablado el otro día), no cuentan con buenos predicadores favorables y sí bastantes detractores. Ya, desde las primeras lecciones morales de la familia y de la escuela, quedan al margen y se nos está diciendo que ¡ojo! debemos y tenemos que controlar todo ese mundo interior con el guardián de nuestra vida, con la razón. Y ni se nos enseña a manejarlos con eficacia. Sin embargo son ellos los que empujan en la vida y en la existencia, mostrando el placer y la felicidad o, al contrario, el dolor y la miseria.
     Homeostasis es una palabra de origen griego compuesta de dos términos: homo, que significa igual, y stasis, estar, es decir, permanecer igual. Posición persistente y sólida, equilibrio, estabilidad. La homeostasis es un concepto que explican los sicólogos, los filósofos y los pensadores en general como el medio de que disponemos para regular nuestra vida, para detectar si está carente de algo o, por el contrario, tiene excesos. Es el sistema de autorregulación y de información de que disponen los seres vivos. Y de lo que nosotros mismos nos damos cuenta cuando percibimos que estamos tranquilos, como completos, más allá de sueños y fantasías, y ni nos falta de nada ni nada nos sobra.
      Los sentimientos son los que regulan a fin de cuentas nuestra homeostasis. Son ellos los que nos ofrecen el placer y el dolor como referencias básicas de nuestro estado y son ellos que promueven movimientos culturales, económicos y sociales para nuestra redención o nuestra bancarrota. Y los que nos salvaron como seres vivos y como especie. Lo hicieron cuando desde el principio, ya como bacterias, buscando beneficios, entendieron, dice Antonio Damasio, que en la relación entre unos y otros eran “gemelos” la cooperación y la competencia. De donde una vez más, en el juego de los tramposos y los incautos, queda claro que la cooperación no solo se apoya en discursos moralizantes sino que es una verdadera exigencia científica. Una sociedad exclusivamente formada por tramposos no podría subsistir. Como dice Adela Cortina, hasta una sociedad de demonios necesita cooperación para mantenerse y permanecer.

Publicado el día 20 de abril de 2018