Gobernar desde las emociones

         Menudo problema para aquel fraile que trataba de refutar a Galileo con el argumento de que, puesto que los cielos no pueden ser no perfectos, era imposible que los satélites del planeta Júpiter existieran porque eso sería como una mancha que los ensuciara. Mas de un soponcio de los de verdad le habría dado si hubiese sabido, por citar un ejemplo, que billones de virus y bacterias van cayendo permanentemente sobre la Tierra infectando a los organismos que la pueblan. Imposible, diría, porque de la perfección no puede venir la imperfección, de la excelencia en ningún caso es posible se deriven la lacra y la impureza. Y es que el problema viene cuando los hechos contradicen nuestros certidumbres y seguridades. Al fraile de referencia, convencido de una interpretación de la naturaleza, le resultaba imposible siquiera algún sesgo que pusiera en cuestión aquello por lo que explica el mundo, que a fin de cuentas son sus certezas, eso, su mundo.
       Como bien sabido, lo primero que hace el ser humano (los demás animales también disponen de un mecanismo similar, adecuado a cada naturaleza) es averiguar el mapa en el que se desarrolla su vida, con el que se ha topado por azar al nacer, un mapa que en principio toma prestado de su grupo, tribu o comunidad y que luego, en función de las vicisitudes que se va encontrando, configura a través de su vida. Ese mapa, en primer lugar, interpreta y entiende el mundo y, al tiempo, se va rellenando con la vida afectiva. Dos ámbitos, por tanto, las claves en que se desarrolla nuestra existencia, que configuran nuestras creencias: pensamiento y emociones.
         Con este panorama antropológico, es imprescindible reclamar que cualquier modo de gobernanza que tutele un país debe atenerse a ambos perfiles complementarios, como sugirió Aristóteles. No es legítimo que un gobierno, el que sea, se apoye en exclusividad en las emociones y los sentimientos para dirigir al grupo y a la nación. Por decencia (pues eso lleva a comportamientos degenerados) y su praxis peligrosa (porque puede volverse contra sí mismo una vez descontrolada la fuerza irracional), no se puede gobernar desde las emociones. Ni es honrado y ni siquiera inteligente. Es lo que da pie a lo que se considera como la otra forma de populismo, en este caso, mucho más peligroso. No sería mala una lectura del “buen” Maquiavelo, del que advertía de las desviaciones del poder irracional.

Publicado el día 23 de febrero de 2018

Pregunta sobre valor y precio

      La historia, curiosa y amarga al tiempo por lo que se verá, ocurrió así: no hace demasiado tiempo había por unas tierras un ciudadano bastante rico que poseía fincas, inmuebles y negocios, y algunos otros bienes diversos, entre los que se encontraba la solariega imagen de una Virgen, a la que veneraba por encima de todas las cosas y a la que ofrecía especiales cultos, ritos y ceremonias litúrgicas. Soltero y sin hijos, al menos reconocidos, sí tenía nuestro protagonista algunos sobrinos, entre los cuales había uno claramente preferido. Tanto lo era que en la familia muchos pensaban firmemente que, a la muerte del protagonista, este último recibiría todas, o al menos, la mayoría de las propiedades de su tío. Fallecido ya nuestro hombre, el notario abrió el testamento y en él se encontró consignado que, efectivamente, el sobrino predilecto había sido privilegiado por encima de sus otros familiares. A él le había sido adjudicado lo más valioso. Pero ¡ojo!, los caminos de Dios son inescrutables y los criterios humanos muchas veces nos despistan del todo. Porque eso, lo más valioso, era la imagen de la Virgen y esa fue su única herencia. Las fincas y demás bienes, mundanos al fin y al cabo, pasaron al resto de los sobrinos. Apenas importaban.
    Una historia que suscita y sugiere un montón de reflexiones, contrastes doctrinales, servidumbres sociales y paradojas sin límite. Cabe preguntarse si el sentido moral que subyace presenta en toda su radicalidad un grave desajuste social e ideológico sobre lo que vale y no vale, lo que interesa a unos y otros, lo material y lo simbólico. De todas maneras parece obvio que el cuento y su consumación han roto y quebrantado el esquema conceptual valorativo que la colectividad manifiesta culturalmente, rectificando todas las expectativas que tenían los sobrinos respecto al desenlace final. Unos y otro. Todos.
      Dice Adam Smith, en el libro sobre los sentimientos morales, que los nuestros sobre la belleza de cualquier tipo están tan influidos por la costumbre y por la moda que cabe pensar que los relativos a la belleza de la conducta también lo estén sobre manera. Hay dos clases de calamidades: las desgracias propias y la buena suerte ajena, asegura el diccionario del Diablo de A. Bierce. ¿Es entonces este caso sólo una calamidad afectada de esa forma o tiene otro alcance? ¿Acaso aplicamos siempre lo de valor y precio de A. Machado?

Publicado el día 16 de febrero de 2018

Todo lleno de patáforas

       Ubú rey ha conquistado Polonia, degollando al rey legítimo. Todo empieza cuando: “PADRE UBÚ: De por mi velón verde, el rey Venceslas está aún bien vivo; y admitiendo incluso que muera, ¿no tiene acaso legiones de hijos? MADRE UBÚ: ¿Quién te impide degollar a toda la familia y ponerte en su lugar? PADRE UBÚ: ¡Ah! Madre Ubú, me estáis injuriando y pronto se os hará pasar por la cacerola. MADRE UBÚ: ¡Eh! Pobre desgraciado, si yo pasara por la cacerola, ¿quién te remendaría la culera del pantalón?” Naturalmente todo es puro escarnio y puro sarcasmo porque, al fin, “he cambiado el gobierno y he hecho imprimir en el periódico que se pagarán dos veces todos los impuestos, y tres veces los que podrán ser designados ulteriormente. Con este sistema en seguida habré hecho fortuna. Entonces mataré a todo el mundo y me iré”. Por supuesto que con los tesoros… cuando ya no queda nadie en el reino. Lo dicho: puro escarnio y puro sarcasmo.
        “Rey Ubú” es una comedia escrita por Alfred Jarry en 1896, antecesora del teatro del absurdo, que representa el modelo, sobre todo en su lenguaje ramplón y hasta grosero, casi sin sentido, de la que se llama Patafísica (término por cierto muy culto en su etimología), “la ciencia de las soluciones imaginarias que se basa en el principio de la unidad de los opuestos”, donde la regla es precisamente la excepción de la excepción, lo extraordinario, lo que explica y justifica la existencia de la anormalidad”. La patafísica da origen a las patáforas, que ya puede uno imaginar lo que son y simbolizan. Hay quien las ha relacionado con el humor de Gila cuando, por ejemplo, descubría los crímenes repitiendo por el pasillo de la pensión en voz alta lo de “¡Alguien ha matado a alguien!”.
       Momentos hay en los que la confusión en el poder llama a buscar ejemplos como este cuando no se entiende nada o se entiende demasiado, cuando se conjugan la majadería de mandar a distancia y el no mandar nada. “Rey Ubú”, dicen, es una parodia de Macbeth, lo que lleva a recordar el famoso monólogo nihilista, cuando ya empieza a moverse el bosque de Birnam y se le resbala el poder: "La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada". Nihilismo que, lamentablemente, está acabando por distraer.

Publicado el día 9 de febrero de 2018

Voltaire y Rousseau

       Muy conocidas son las teorías pedagógicas del filósofo Juan Jacobo Rousseau, expuestas sobre todo en la famosa novela “Emilio”. Hay que volver a la sencillez de la naturaleza y superar las creaciones artificiales de la cultura, que solo traen daño al hombre, porque “todo sale bueno de las manos del autor de las cosas (hay quien traduce Dios), todo se vicia en las manos del hombre”, como dice la sentencia con la que empieza su celebrada novela. Como resumen de toda esta doctrina lo que ha quedado en los manuales es que para él la naturaleza es buena y la sociedad la que lo estropea, por lo que hay que educar a los niños en la libertad y no someterlos a doctrinas que lo esclavicen.
      Pero en Rousseau, como en tanta gente, una cosa es la teoría y otra la realización práctica, una cosa lo que se dice y otra lo que se hace. Así nuestro hombre, tras vagabundear por un montón de sitios y de trabajos, llega a París en 1745, 33 años, y decide convivir/casarse con una modista analfabeta Thérèse Levasseur, con la que tiene cinco hijos, y a quien convence para entregarlos al hospicio conforme van naciendo. Al principio dijo que carecía de medios para mantenerlos, pero más tarde, en sus Confesiones, sostuvo haberlo hecho para apartarlos de la nefasta influencia de su familia política. Y todo esto naturalmente choca con sus principios. Como se lo hizo saber un panfleto, en principio anónimo, (“El sentimiento de los ciudadanos”, que ya se sabe fue de Voltaire) que le reprocha: mira lo que hace con sus hijos el que cree en la bondad originaria del hombre. (Y para defenderse escribe sus Confesiones).
      Pero él desconoce quién es el autor del libelo y acude precisamente a Voltaire para averiguarlo juntos, circunstancia que permite asistir a una gran conversación en la que los dos filósofos enfrentan sus ideas acerca de Dios, la igualdad, la educación…, dos maneras igualmente generosas pero muy distintas de concebir la sociedad. Como bien ha resumido José Andrés Rojo, Voltaire entiende que habrá que arremangarse para combatir los errores, pero reconoce los logros culturales y científicos que la humanidad ha ido conquistando. Rousseau piensa, en cambio, que esa humanidad es buena por naturaleza y que es la sociedad la que la ha corrompido: no hay problemas que arreglar, hay que cambiarlo todo. Un debate de siempre y de ahora. (Hoy es una obra de teatro que se está representando).

Publicado el día 2 de febrero de 2018