Una historia natural

        Por lo que se sabe, salimos de África (de donde eran nuestros antepasados, incluidos los que andaban a cuatro patas), hace unos 50.000 años, hacia lo que hoy se llama, en sentido muy genérico, Europa, o Eurasia, donde habitaban otros humanos con condiciones vitales parecidas a las nuestras. Por motivos que ahora no son del caso, nosotros, los recién llegados, acabamos casi aniquilando a esos hermanos que ya ocupaban estos territorios y que, hace unos 30.000 años, acabaron desapareciendo. Y así nos hicimos nosotros dueños de todo. Luego, al tiempo en que tratábamos de conquistar todos los rincones terrestres y marítimos y ya sin enemigos exteriores, empezamos a distinguirnos y separarnos entre nosotros, a formar grupos de muy diversa índole y hasta acabamos peleándonos entre nosotros. Nos repartimos tierras y mares; aunque mirándonos de reojo, nos fuimos creyendo amos absolutos de lo que, casi siempre por azar, nos habíamos adjudicado; y empezamos a crear y formular doctrinas y teorías para justificar nuestros comportamientos, en especial, nuestros repartos de tierras y de poder.
       El caso es que el resultado de estos repartos, a pesar de querer que fuesen definitivos, siempre acabaron frágiles y cambiantes. De pronto unos nos sentimos superiores, nos creímos más fuertes y nos apoderamos de las ventajas de otros y hasta, si nos fue posible, los aniquilamos. Eso sí, siempre cargados de razones de todo tipo, razones que ya empezamos a distinguir como técnicas, morales, religiosas… etc. Y así ha venido transcurriendo nuestra vida. Que si ahora para allá, ahora para acá; que si en estos momentos dominadores y en estos otros dominados… pero todo prácticamente provisional o en el aire, porque hasta ayer (y en algunas zonas, incluso hoy) no hemos parado de chincharnos todo lo que hemos podido. Eso sí, como ya se dicho, cargados de altísimas motivaciones, avalados supuestamente por mandatos de imaginados dioses de toda clase y condición, y con la conciencia muy tranquila de que estamos haciendo lo bueno, lo que hay que hacer.
      En estas estamos y nada ha cambiado. Ahora, para mayor justificación, utilizamos términos despectivos para todos aquellos que masivamente tratan de hacer lo que los demás hemos hecho y somos tan toscos que no acertamos a entender que esta capacidad de movilidad es tan universal y tan de siempre que detenerla es imposible, absolutamente imposible.

Publicado el día 29 de junio de 2018

La parábola de los Xhosa

         Cuenta John Carling que, en marzo de 1856, una profetisa quinceañera de la gran tribu Xhosa en el sur de África tuvo una visión. A su gente le esperaba un futuro feliz, abundante, la Edad Dorada. Pero primero tendrían que hacer un sacrificio heroico. 'Anunciad que todo el ganado debe ser exterminado', fue el mensaje de la niña a la tribu, 'porque las vacas han sido infectadas por la brujería.' Tras un largo debate, la tribu lo aceptó. En agosto de ese mismo año mataron entre 150.000 y 200.000 vacas. Más de 20.000 personas murieron de hambre. En aquella circunstancia hicieron lo que John Adams, profesor del University College London, define como el cálculo implícito en todo riesgo: 'Evaluar si la posible recompensa justifica el posible daño'. Hasta aquí John Carling.
       Parece claro, para nosotros, que se equivocaron sin más porque sus resultados fueron tan perniciosos para la tribu, y la ruina casi acaba con toda su etnia. Pero, analizados los acontecimientos con estricto rigor lógico, no está tan claro su desacierto. Desde hoy, pronosticando sobre el pasado y con lo listos que somos, no nos cabe más que sorprendernos de cómo pudieran haber hecho esa tontería en aplicación del citado principio “de recompensa por daño”. Pero cualquiera de nosotros hubiera pensado lo mismo: ¿qué valen unos miles de vacas frente a la felicidad eterna, total y definitiva? En el equilibrio entre lo que se jugaban y lo que iban a ganar, su decisión fue perfecta. Su equivocación fue que aplicaron un paradigma que no tenía consistencia teórica: creer, primero, que el cielo vendrá en algún momento sobre la tierra y, después, que bastaba ese módico precio para conseguirlo.
      "Millones van a morir", chillaban los titulares con lo de las vacas locas. Y se exterminaron, por las dudas, cinco millones de reses; el consumo español de carne bajó al 30%; y en R.U. se suicidaron muchísimos ganaderos. ¿Les debió ser difícil a los Xhosa asimilar la derrota? Probablemente, no. Achararían el fracaso de la operación, como es de rigor, a algunos pecados, y así darían una vuelta más al dominio real de la mente, mediante un período de purificación. Cuando los prejuicios son irracionales (y casi siempre lo son), todo se justifica y los argumentos racionales no sirven de nada. Lo más sospechoso de las soluciones es que se encuentran siempre que se quiere, asegura Sánchez Ferlosio. En los riesgos virtuales.

Publicado el día 22 de junio de 2018

¿Una filosofía paliativa? (y 2)

      A la filosofía la especie humana, desde el principio, le ha venido pidiendo ayuda. Los hombres, los seres humanos, tan precarios, tan “efímeros”, de siempre hemos creído que este saber de tan elevado rango nos podía echar una mano a la hora de aclarar en lo posible lo que un filósofo europeo definía en un interesante libro como el puesto del hombre en el cosmos. Y esto se ha hecho, especialmente, en los momentos duros de la historia, cuando casi todo en lo que se creía y en como se vivía, se venía abajo. La caída del imperio romano, al aparecer como dominación pueblos con mentalidades, costumbres, formas de vida y creencias tan diferentes, puede ser un ejemplo. Es sobre todo en esos momentos cuando se solicita ayuda a la filosofía y se formulan doctrinas que tratan de paliar la angustia de quienes viven en esos momentos.
      Precisamente una de las demandas que se le hacen, y que ya viene de muy antiguo, se podría resumir en que, como se decía entonces, “salve a la ciudad”. Salvar la ciudad, (la comunidad, el Estado, la vida en sociedad…) significa aportar un conjunto de ideas y de principios que, tomados en serio y aplicados con rigor, faciliten la convivencia de todos los ciudadanos, cualesquiera sean las ideas y los estilos que practiquen. Porque la ciudadanía, ser ciudadano, es una cualidad simple y elemental para la que se requiere como único requisito, sugería Aristóteles, “participar en la administración de justicia y en el gobierno”, es decir, ser activo dentro de la multitud de formas de participación. Hablamos, por supuesto, de una democracia real y al alcance de todos.
        Pero esta condición de democracia y, por consiguiente, de ciudadanos, exige un grupo de ideas, de una filosofía, como dice Manuel Cruz, “al alcance de todos y que no puede ser mera pirotecnia”. La filosofía, y las normas derivadas de esta, han de ser consistentes y, además, asumidas e interpretadas con el mayor rigor y autenticidad. De otra manera todo puede acabar en el caos y en la plena confrontación de unos contra otros. Por eso sorprende tanto la charlatanería impropia con que determinados y significados personajes, con alevosía y para salvar su imagen, descalifican globalmente el sistema, y las normas derivadas que rigen nuestra vida en común. ¿Una filosofía paliativa?, por supuesto pero en serio. Y es que, como dice Sancho muy certeramente, donde no hay tocinos, no hay estacas.

Publicado el día 15 de junio de 2018

¿Una filosofía paliativa? (1)

    Boecio fue un filósofo romano, a caballo de los siglos V y VI, que compaginó esta condición con tareas como estadista. Aunque él se consideró siempre inocente, motivos políticos le llevaron a ser condenado a muerte. Un año, más o menos, pasó en prisión esperando el cumplimiento de la sentencia y, mientras tanto, escribió un tratado que pasa por ser su obra más conocida: “Del consuelo de la Filosofía”, un texto en el que ésta, representada por un personaje alegórico femenino, dialoga con el protagonista, aclarándole el problema del destino, de por qué los malvados logran recompensa y los justos no, mientras trata de suavizar su aflicción mostrándole la verdadera felicidad, es decir, ejerciendo de filosofía paliativa, al cubrir mentalmente los desajustes ideológicos y vitales que el condenado tenía sobre sí.
      No siempre, sin embargo, fue así. La filosofía nació como reflejo que recogía en su sombra y bajo su patrocinio no sólo el grueso de las preguntas últimas, escatológicas y definitivas, como aquellas que formuló Manuel Kant (lo de dónde venimos, a dónde vamos… ¿qué es el hombre?) sino que nació por la necesidad de dar sentido bajo su paraguas a todos los saberes que la especie humana iba descubriendo. Era entonces un saber de saberes y doctrinal que resumía las pulsiones humanas en un montón, aunque, en realidad más de preguntas que de respuestas.
        Pero la vida de este edificio teórico original se fue complicando cada vez más, al tiempo que la existencia mundana se llenaba de desajustes. Y entonces empezó otra forma de vivirla. se le fueron exigiendo mayores y más eficaces prestaciones, de forma que no solo cubriera los retos teóricos del saber. Como fue el caso de los padres de Edesio, un joven brillante hijo de una familia venida a menos y en el que confiaban sus progenitores para superar la crisis económica por lo que lo enviaron a estudiar a Constantinopla, que por entonces era lo más de lo más en la sabiduría. La cuestión es que, a su vuelta, el padre descubrió horrorizado que su hijo se había dedicado a la filosofía, y empujado por la grave decepción decidió echarlo de casa. Y fue justo en ese momento, al salir por la puerta, cuando se le ocurrió preguntarle: "¿Qué provecho te aporta a ti la filosofía?" Edesio se volvió y le contestó: "No es pequeña cosa, padre, haber aprendido a respetar al propio padre, incluso cuando lo está echando a uno de casa."

Publicado le día 8 de junio de 2018

Cínicos y cinismo

      De los siete discípulos principales que tenía Sócrates, muerto en 399, algunos fundaron sus propias escuelas filosóficas. Uno de ellos fue Antístenes, cuya doctrina y modo de vida se extendió durante dos siglos con el nombre de “escuela cínica”, siendo de entre sus seguidores el más famoso Diógenes de Sínope. Los cínicos representan desde entonces una corriente de concepción teórica y de usos vitales muy distintivos: despreciaban la palabra y trataban de mostrar sus convicciones éticas y filosóficas a través de una vida que llamaríamos extravagante. Y, desde una vivencia a ultranza de la libertad personal, con sus modos existenciales defendían posiciones políticas, éticas y sociales de contraposición a los valores impuestos desde la estructura de poder y dominio. “Una autosuficiencia rebelde y ácrata, una burla despiadada y desafiante”.
    Desde entonces a hoy muchos movimientos de estructura ideológica similar han surgido en la historia, moviéndose en actitudes rompedoras y disruptivas. Cínicos o rebeldes o moralistas, tanto a la derecha como a la izquierda, no se crea, los ha habido siempre y son, entre otras cosas, una forma, discutible desde luego, de oxigenar el pensamiento avasallador, único y asfixiante.
     Pero las cosas han cambiado. La respuesta la da un filósofo alemán, Peter Sloterdijk, quien desde su “Crítica de la razón cínica” expone cómo “el cinismo pasó de ser una insolencia plebeya a una prepotencia señorial, algo que se expresa en múltiples aspectos pero que resulta ostensible cuando observamos cómo la ironía dejó de ser un desafío al poder para ser el síntoma de la prepotencia de quien ya no le alcanza con tenerlo todo sino que ha decidido mostrarlo y humillar al que nada tiene… El cinismo moderno es la antítesis contra el idealismo propio como ideología y como mascarada. El señor cínico alza ligeramente la máscara, sonríe a su débil contrincante y le oprime. Tiene que haber orden… El cinismo señorial es una insolencia que ha cambiado de lado.” Es decir, el cinismo ha pasado de ir de abajo a arriba a convertirse en modo de dominio de quien siempre ha mandado, controlado y explotado ideológica, moral y hasta económicamente. Esa ha sido la gran transmutación que han traído los tiempos modernos, la “revolución” de hoy. (Aunque en verdad Hesíodo, hace unos veintiocho siglos, ya nos contó la fábula del halcón poderoso y opresor y el ruiseñor cautivo).

Publicado el día 1 de junio de 2018