Mirar al cielo.1.Poesía

      Ese cielo azul que todos vemos, que ni es cielo ni es azul, (que los hermanos Argensola utilizaron como imagen para destacar “A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa” y que trata el tema de las falsas apariencias) nos puede llevar mucho más allá de la rutina de nuestra vida, tan pegada a lo terrestre, a lo de la calle de al lado y al recorrido de cada día. Siempre, sin embargo, desde el principio, la especie humana miró al cielo. No lo hacen de igual manera otros seres vivos, a los que les basta poner en guardia sus sentidos para saber de lo de fuera. Algunos, incluso, como el imaginario Catoblepas solo puede mirar al suelo porque todo hombre que le ve los ojos cae muerto. Pero los homínidos necesitaron mirar hacia arriba buscando algunas de las claves más elementales de su existencia. Mirar a las estrellas tratando de escudriñar su lenguaje, de averiguar qué nos pueden decir de nosotros. No por casualidad Dante termina con esta palabra (“las estrellas”) cada una de las tres parte de su trayecto.
     La anécdota canónica, real o inventada no importa a este propósito, de ese estar pendiente del cielo es la del sabio Tales de Mileto que, mirando a las estrellas, tropezó y cayó, en un pozo dicen algunas versiones, mientras una muchacha descreída le espetaba aquello de: ¿cómo puedes saber de arriba, del cielo, si no ves lo de abajo? Y, claro, lo que no entendía ni ella ni tantos descuidados como hay por ahí es que justamente la dialéctica arriba/abajo es el único camino para la permanente y definitiva pregunta: qué pintamos por aquí. Por eso Dante va percibiendo cada vez más claridad conforme se va acercando al Paraíso, que es donde, en todas las civilizaciones, teísmos, culturas y teologías los seres humanos hemos colocado a los dioses.
      Y aunque Augusto Monterroso, en una demanda reduplicativa, lamente que lo peor del caso es que desde el cielo no se ve el cielo, siempre es posible una mirada tierna y de esencia candorosa, como la del joven Aleixandre cuando “en el abismo estrellas. Como los peces altos / se enamoró del cielo donde pisaba luces.” Al fin y al cabo se trata de encontrar en ese cielo azul que todos vemos pero que ni es cielo ni es azul un poco de poesía, que nunca viene mal y tampoco en tiempos tormentosos en los que parece que siempre están ganando quienes tienen gana de pelea. Como, por ejemplo, puede ser el caso de esta noche. Y esta luna.

Publicado el día 27 de julio de 2018

¡Que venga Daniel!

       Es bastante probable que del rico idioma castellano (y, seguramente, también de otros) se hayan agotado todos los calificativos que vituperan la conducta del presidente Trump. A primera vista da la impresión de que todo lo que dice y hace es pura locura, con unas consecuencias de desequilibrio mundial, que tardarán mucho tiempo en corregirse. Y mucha gente, incluso importante y capacitada, anda sugiriendo que se inicie el procedimiento para relevarle de su puesto. (Aunque ya ha habido quien ha manifestado que su vicepresidente, profundo fundamentalista religioso, podría resucitar, si se permite la broma, el gobierno que impuso Calvino en Ginebra en el s. XVI).
        Así, la conclusión más sensata parece la de irresponsable. Pero ¡mucho cuidado! Seguro que, aparte de sus caprichos ideológicos y de pensamiento, conoce perfectamente lo que hace y deshace: su apoyo electoral, al parecer, sigue aumentando y su objetivo político, como ha dicho desde el primer día, es conseguir la reelección. “América para los americanos”, “fíjate, nuestro presidente va por el mundo poniendo firme a todo el que se pone por delante, sea quien sea”, “eso es mandar y dejar claro que a los americanos ya no nos engaña nadie, como ha ocurrido hasta ahora”, “¡ole ahí, así se hace, eso es un macho-alfa!”. Y votos para el segundo mandato. ¿Tan torpe y fútil puede ser el pueblo? “Mi bando siempre tiene razón” es, a juicio de André Glucksmann, la forma de expresar la sabiduría… en la estupidez postmoderna.
        Tenían los babilonios un ídolo llamado Bel que cada día consumía doce unidades de flor de harina, cuarenta ovejas y seis medidas de vino. Bel era de arcilla y cobre, lo que justificaba el valor mágico y sagrado para el rey y su pueblo. ¿Por qué no adoras a Bel, preguntó un día el rey a Daniel, si es un ser divino?, ¿no ves lo que come y bebe?”. “Nunca un objeto así ha comido ni comerá, respondió Daniel. Y tras tenderle una trampa a los setenta sacerdotes “sin contar sus mujeres y sus hijos”, se descubrió que estos habían construido un pasadizo secreto y todas las noches entraban al templo y consumían las viandas. Así engañaban al rey y al pueblo. (Daniel es el cuarto y último de los llamados profetas mayores y esta es una historia, de manera resumida, que se encuentra en el Antiguo Testamento). ¡Que venga Daniel! Pero ¿dónde está en USA?, ¿y, por cierto, en España, nuestro barrio, nuestra calle?

Publicado el día 20 de julio de 2018

¡Que viene el lobo!

      Que todos los seres vivos, cada especie en su medida biológica y su capacidad discursiva, siempre ha vivido con el miedo a cuestas parece una obviedad. Ante la futilidad de la vida y lo efímero de la existencia, el temor, real o construido, a perder lo que se posee o se espera ha sido siempre un motivo de sufrimiento porque envuelve al ser, del que se apodera, en su entendimiento y su voluntad. Por ello, entendido como condicionamiento acaparador de totalidad, exige desde esta perspectiva ser tratado como una de las fuerzas principales del comportamiento teórico y existencial. Tanto que su efecto principal y significativo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son, como reprocha don Quijote a Sancho, momentos antes de lanzarse a la caza y captura de su enemigo Alifanfarón de la Trapobana transformado en rebaños de ovejas. O el pensamiento de Montaigne cuando asegura que no hay otra pasión más propicia, en el criterio de los médicos, para trastornar el juicio… A nada tengo tanto miedo como al miedo, insiste.
      El miedo, como cualquier otra afección del alma, dispone de una extensa escala de intensidad, que explican los diccionarios y que va desde el No se puede vivir desde el miedo de Macbeth a su pérfida esposa, hasta el sobresalto más insustancial. Cada una de las cuales con una determinada función social.
      Dadas estas condiciones, a lo largo de todas las civilizaciones, el miedo, en todas sus variantes y niveles, ha sido el instrumento principal de poder. Ya se cuida el león derrotado de lo que hace con el dueño del corral y en la especie humana ocurre otro tanto. A veces algunos ingenuos sugieren lo de vencer y convencer y consideran que las razones deben ser el procedimiento para convencer a la gente que no lo está. Pero ¡triste afán! Porque, aparte de que solo en contadas ocasiones alguien persuade a alguien (¿?), la forma más eficaz de arrastrar a las masas es el procedimiento a-racional de la motivación sensible y pasional, la que produce el miedo. Y que tiene como suficiente con el grito de: Ojo, que viene el lobo… Sobre todo cuando lo complementa el discurso electoral de Pío Baroja, en “Paradox, rey”: ¿Os gustan las habichuelas? Pues ya sabéis… Y ello a pesar de lo listos, cultos y superiores que somos los europeos, que incluso nos creemos que los bisabuelos salen del sepulcro, que fustiga despectivamente también Montaigne...

Publicado el día 6 de julio de 2018