¿Cómo siguen todavía ahí?

      Como la experiencia literaria muestra a cada rato, los temas que podríamos describir genéricamente como administrativos tienen poca resonancia intelectual. Y no porque no tengan categoría teórica, hondura metafísica y hasta valor político. Más aún, los estudiosos y críticos apenas aprecian dimensión ideológica en estos temas, olvidándose de que están en juego valores de alto nivel especulativo, diseños sustanciales de política y ética y caminos en los que la manipulación conceptual entra como dueño por su casa. Pocas veces en el plano general se aplican valores y criterios no ya ontológicos sino existenciales y antropológicos. Únicamente se ha prestado alguna atención al filósofo Max Weber que, de manera más detenida, trabajó en conceptos básicos hasta el punto de que sus tipos ideales de burocratización y el ejemplo de la jaula de hierro han servido para ocuparse algo de todo esto. Sólo cuando las cañas se vuelven lanzas, cuando algún sujeto, individual o colectivo, percibe sus derechos quebrantados, la preocupación administrativa pasa a primer plano y entonces estamos en otro mundo.
      Grave error filosófico, social y político, además de moral, este no atender como se debiera el asunto que venimos planteando porque la sociedad que rehúye la enjundia de esta regla de juego, se torna inexcusable y esencialmente injusta, arbitraria y sin la equidad indispensable, que diría Ralws. La corresponsabilidad en la gestión, por ejemplo, de infraestructuras no es un asunto baladí sino de la mayor incumbencia teórica que afecta a múltiples y variados órdenes de derechos esenciales.
       Un ejemplo de libro es el nefasto episodio acontecido en Vigo hace pocos días. Por ello resulta tan indignante que los responsables políticos aún continúen en sus puestos y no se hayan marchado ya, ¿vestidos con un saco y con ceniza en la cabeza?, como muestra de arrepentimiento por tan grave tropelía. Ya sabemos que si, como parece, hay varios partidos implicados, ninguno va a enarbolar la bandera, hipócrita en estos casos, de la decencia. También que el propio Weber asegura que el reino político no es un reino de santos. Pero una vez más la impudicia acaba triunfando mientras protagonistas que despreciaron todos los derechos humanos y sociales poniendo en grave peligro a los ciudadanos por no haber sido capaces de ponerse de acuerdo, siguen en sus puestos. Parece que sin vergüenza ni apuro.

Publicado el día 31 de agosto de 2018

Mirar al cielo. Y 3. Las estrellas

Y han sido las estrellas fugaces (esos peñascos que, vestidos de luz, nos guiñan con las lágrimas de san Lorenzo) las que han cerrado este último circuito singular de noticias e referencias cósmicas y celestiales y nos han empujado a mirar al cielo, desde que la Luna pasó aquel disgustillo. Circuito, que ha añadido dos informaciones, cada una de las cuales son enormemente singulares: una, la aparición de agua en Marte (que, por cierto, luce esplendoroso junto a Júpiter y Venus en estas tardes de inmenso cielo veraniego), una referencia a la tan traída y llevada discusión sobre si ha habido algún tipo de vida en ese planeta, cuestión nada baladí si consideramos que tiene todas las papeletas de estación en el salto al espacio, algo reclamado por físicos y astrónomos de alto recorrido. La otra, el envío al sol de una sonda que tratará de adentrarse en lo posible en “ese sol padre y tirano”, novela de la sequía de 1905 de José Andrés Vázquez.

Es una llamada inconsútil e íntegra la de los cielos, una llamada como de eternidad a reencontrarnos en el lugar en el que estamos y, al tiempo, olvidar los miles y permanentes milenarismos que nuestra imaginación, nuestros egoísmos y. especialmente, nuestros orgullos e intereses nos están lazando cada día como una huida hacia adelante, hacia el muro de la sinrazón. La llamada de los cielos a los humanos conlleva un aviso terminante: las escalas de la realidad a nuestro alcance son subjetivas antropológicamente, no pueden entenderse sino relativamente porque no basta con poner escaleras desde el mundo cuántico, lo ínfimo, hasta la maxi, lo inconmensurable por grande, las magnitudes de difícil expresión por inmensas, que dan origen a las escalas de la vida… del carbono.

Y para reflejar lo débil, baste recordar aquellos versos de Lord Byron (“Oscuridad”) tras la catástrofe, ya casi olvidada, de 1815, “el año sin verano”, como se llamó, en Tambora (Indonesia), la mayor erupción volcánica de la historia registrada, con un volumen de eyección estimado en 160 km³ y que a punto estuvo de amortiguar seriamente le vida en el Planeta: “Yo tuve un sueño, que no era del todo un sueño. / El brillante sol se apagaba, y las estrellas / vagaban diluyéndose en el espacio eterno”. Fue entonces cuando “los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror / de esta desolación; y todos los corazones / se helaron en una plegaria egoísta por luz… “

Mirar al cielo. 2. Prosa

Vuelta ya la Luna a su despejado camino propio, a la prosa de la vida, que dice un personaje de “Agua, azucarillos y aguardiente”, después de haber quedado a oscuras y sin saber a dónde dirigirse (de tanto interés popular), hemos de estar muy atentos para aclarar lo más posible qué significa y qué representa este embrollo en sí mismo y en relación a nosotros, a los terrestres. Porque ese cielo (que ni es cielo ni es azul y en el que algunos dicen que hay mucha gente mientras otros, más pesimistas, apoyados en el grado de corrupción a que hemos llegado, lo dudan) no es sino un caparazón que nos sirve de pantalla, de parachoques, además de aportarnos muchas otras utilidades. Entre ellas, valga la expresión, servir de trampolín al complejo mundo del Universo infinito en el espacio y en el tiempo que es nuestra casa. Y puestos a rizar el rizo hay que recordar que físicos de altísimo prestigio vienen señalando que nuestro universo no sea tal vez sino uno entre muchos, quizá de infinito número. El multiverso es la solución para una increíble variedad de enigmas de la física, dice Javier Sampedro, una opción de la que, asegura, no hay de momento pruebas objetivas suficientes, pero va abriéndose camino a pasos agigantados.

El asunto está en la dificultad intrínseca para nuestra limitada mente de fijar los márgenes de espacio y tiempo, que se alejan en horizontes cada vez más lejanos, nos cuenta en un precioso libro (“Universo sin fin”) Cayetano López. Es lo de la larga paradoja de los movimientos aparentes para entender y explicar los reales. O, siguiendo a san Agustín, la grave dificultad de entender un comienzo del tiempo defendiendo a Dios de la acusación de haber actuado por un impulso aleatorio, es decir, pasar del calendario de nuestros rincones privados y rutinarios de vida a unas dimensiones de infinitos, una palabra que hemos inventado para significar que algo nos excede conceptualmente. La pulla peligrosa estaría en sustituir los calendarios al uso por otros de valor cósmico. Sería preguntarnos qué nos va a pasar cuando dentro de cinco mil millones de años se nos apague el Sol. O cuando colisionemos con Andrómeda. (Ah, entonces ¿qué?).

Echarnos en manos no ya de los poetas sino de los astrónomos, (la profesión imprescindible, de los que son y aspiran), que conducirán nuestro deambular por los espacios y los tiempos infinitos. Que es nuestro futuro cierto.