El anillo de Giges

    Cuenta el filósofo griego Platón en su libro “La República” una historia fabulosa: un antepasado del rey de Lidia, Giges era un simple pastor que un día, mientras cuidaba de sus ganados, presenció un acontecimiento que le dejo sobrecogido: sobrevino un terremoto que produjo un abismo delante de donde estaba. Asustado pero decidido, descendió por el precipicio y halló un cadáver de hombre que no tenía nada, excepto un anillo de oro en la mano. Reunidos luego los pastores en asamblea a fin de informar al rey, como todos los meses, acerca de los rebaños, nuestro protagonista se presentó con el anillo en la mano y sucedió que, sin darse cuenta, volvió la piedra de la sortija hacia el interior de la mano quedando oculto ante la vista de los demás que comenzaron a hablar de él como si estuviese ausente. Admirado por lo que acababa de ocurrir, tocó de nuevo la sortija y volvió hacia fuera la piedra con lo que se hizo visible. Y así, cada vez que volvía la piedra hacia dentro se hacía invisible y si la dirigía hacia fuera visible. Convencido entonces del poder de la sortija, trató de ser incluido entre los que viajaran hasta el rey y, una vez allí, aprovechándose de su nuevo poder, sedujo a la reina y se valió de ella para matar al rey y apoderarse del reino.
    La historia, que luego ha sido tratada en muchas obras literarias y filosóficas a través de la historia, viene a plantear un tema muy comprometido acerca de la conducta humana. Si existiesen, sigue diciendo Platón a través de un personaje de su libro, dos anillos como ese y uno se entregara a un hombre bueno y otro a uno malo, ¿podríamos seguir hablando, después de un tiempo, de uno justo y de otro injusto o ambos, viéndose con ese poder de no ser nunca descubiertos, hubieran seguido el mismo camino? La opinión del interlocutor platónico es que ambos se comportarían de igual modo, lo que significaría que nadie es justo por su propia voluntad sino únicamente a la fuerza y por presión.
    Dice F. Savater que al Estado le trae sin cuidado si cuando cumplimos una norma de tráfico lo hacemos por miedo a una sanción o por nuestro convencimiento del bien común, que lo que le importa es que nos atengamos a lo preceptuado porque una cosa es lo legal y otra lo moral. Precisamente la confusión de ambas ha sido motivo a lo largo de la historia de un montón de conflictos y de mucha sangre, mucho horror y mucho sufrimiento.

Publicado el día 26 de octubre de 2018

Breve balance humano

    Por señalar un punto de partida en el proceso de las condiciones para la aparición, la existencia y la vida de los humanos, se puede decir que todo empezó cuando, a comienzos del período que los geólogos llaman el Terciario o Cenozoico (“animales nuevos” 0 “era de los mamíferos”, al desaparecer los dinosaurios), hace unos 60 m. de a., “descendieron las temperaturas, las precipitaciones fueron remitiendo y las sabanas y las praderas se extendieron”. Estos y otros cambios ambientales, desde ese período hasta hoy, afectaron a cuantiosas especies animales y también y mucho a los primates, los simios y luego los homínidos. Homo erectus (ya erguido y con dos manos disponibles), Antecesor, Neandertal y, luego nosotros, Cromañón, que acabamos dueños de todo, tras eliminar a los otros humanos. Y así echamos a andar.
    Interpretar el mundo para saber cómo comportarse eran las dos variables en la que había que fundamentar la vida humana. Averiguar en qué consiste la realidad, por qué pasan las cosas que pasan, en orden a saber qué decisiones había que tomar en nuestro beneficio y cuáles en evitación de los posibles perjuicios era indispensable para sobrevivir. Y aunque acertar en ambas cosas (entender y actuar; entender para actuar) era muy difícil, poco a poco fuimos manejándonos, apoyados en la herramienta de la mayor inteligencia, comparada con de los demás vivientes. Inventos útiles y la elaboración de doctrinas fueron las parihuelas en las que nos apoyamos para seguir por aquí y no desaparecer. El problema estaba en la escasa consistencia teórica de estas interpretaciones, a pesar de su, en ocasiones, utilidad. Hoy llamamos mitos a esas proposiciones y entendemos, según el mundo occidental, que fue en Grecia, alrededor del siglo VI, cuando empezamos a abandonarlas y a poner la razón encima de la mesa. Empezó la filosofía y el saber científico, por racional, cuando pasamos, según opinión general, desde el mito al pensamiento, a la razón.
    Y en ello andamos. Desde entonces todo nuestro esfuerzo no es sino una pugna entre el mito o leyenda sin fundamento, y la razón o pensamiento libre de prejuicios. Como es natural, progresivamente va venciendo esta última pero aún quedan demasiados rincones de irracionalidad que el futuro veremos si resuelve. Tal vez algunas de las siguientes especies humanas que, lógicamente, seguirán, la próxima de las cuales ya tenemos encima.

Publicado el día 19 de octubre de 2018

La peluca mal puesta

     Las personas vivimos en algunas ocasiones a saltos, que, con unos u otros matices, vienen de vez en cuando y a veces hasta o quebrantan la memoria o rompen el porvenir. Mientras, el resto de nuestra existencia transita entre la monotonía, la rutina y la vacuidad. Al fin y al cabo por mucho que queramos romper el corsé de cada día y cada rato, "las generaciones de hombres vienen y van, pero la tierra permanece”, asegura el Eclesiastés. Vamos y venimos en lo trivial, en lo que no exige algo más allá, lo que no exige un punto de esfuerzo mental, un punto de cavilación o un punto de reflexión. Aunque, ¡ojo! llevan siglos diciendo los filósofos que somos lo bastante sabios para advertir nuestras contradicciones, para darnos cuenta de esa templada monotonía, aunque lamentablemente pero no lo suficiente para resolverlas.
    Viene a cuento toda esta aparente (y puede que real) advertencia por la desazón que produce observar cómo al final casi todos los esfuerzos que se hacen en la sociedad de hoy no superan el listón de un “pásalo” como si ese fuera el alto límite de capacidad humana de construir la realidad en únicamente un “trending tropic”. Todos los que no hacen otra cosa creativa y de interés en la vida, en su vida y la de la colectividad que “pasarlo” muestran el papel de transmisores que de un tiempo acá nos hemos asignado a nosotros mismos y a los de nuestro entorno, olvidando (de nuevo el Eclesiastés) que las palabras de los sabios oídas con calma valen más que los gritos del que gobierna a los necios.
      Esta forma de hacer las cosas, las contradicciones de lo que se dice y se quiere decir, de lo que se hace y se quiere hacer pueden venir reflejadas e ilustradas de manera simplista, casi infantil y propio de un juguete, pero atinada y precisa en la anécdota del viudo que estaba despidiendo un duelo. Como es costumbre en estos casos, muchos de los parientes, vecinos y demás conocidos tienden a repetir con el consabido "lo mismo digo" el pésame que suponen ha dicho el anterior de la fila. Pero una vez ocurrió que el primero, por ser persona cercana a la familia y con suficiente confianza, le avisó al doliente: "Tiene usted la peluca torcida". "Lo mismo digo" fueron diciendo los siguientes hasta que el pobre hombre, harto ya de intentar ponérsela bien, optó por quitársela. Que para muchos es la única forma de resolver los saltos que da la vida. Muy pobres, quizá.

Publicado el día 12 de octubre de 2018