Los que nunca se fueron

    Repasando los comportamientos políticos de la humanidad a lo largo de su historia. la democracia ha sido el sistema de organización social al que menos se ha recurrido para el gobierno de los pueblos, casi una situación excepcional. Porque, aunque los griegos fundamentaban su alternativa en razones de alto interés doctrinal y moral (como el convencimiento, que diría Aristóteles, de que la felicidad de la ciudad es la misma que la de cada uno de los ciudadanos), el caudillismo, en sus infinitas variables, ha sido una tentación demasiado fuerte, de tal manera que se ha considerado el orden natural del dominio sobre las gentes. Siempre respaldado, por supuesto, en presiones externas de represión, coacción y crueldad física y, sobre todo, apoyado en procedimientos ideológicos, que conseguían producir creencias y certezas de dogmas y credos, casi siempre de orden religioso. Y contaminaban de culpa y de temor.
    Así las cosas, casi solo en los últimos tiempos han protestado los ciudadanos, y tanto a nivel personal como colectivo y en contadas ocasiones se ha tratado de quebrar ese poder, mientras habitualmente se ha vivido en un conformismo existencial. Desde una visión de síntesis se puede indicar que sólo en los últimos tiempos, desde la Ilustración, la democracia ha ido poco a poco adquiriendo carta de prestigio social y su nombre se ha puesto de moda, hasta el punto de que todo gobernante que ha querido legitimar su régimen no ha dudado en calificarlo como democrático, aunque sólo tuviera el nombre.
    El caso es, sin embargo, que últimamente se ha ido resquebrajando este predicamento y prestigio (justificación, en última instancia), ha perdido su popularidad y empiezan a salir por unos y otros rincones gobernantes con proyectos que ya ni siquiera utilizan el nombre. Ni para disimular. Aunque nunca se habían ido del todo, porque en eso de la democracia una cosa es serlo y otra simularlo, han empezado a volver, sorprendentemente en lugares en los que menos se esperaba, movimientos mesiánicos que sin ningún pudor aseguran tener a Dios, completamente y sin discusión, de su parte. Curioso por lo demás que se les llame populismos cuando son todo lo contrario: una sublimación del poder autócrata que, utilizando la simplicidad de la utopía, convierte en masa a los ciudadanos, aprovechándose de sus insatisfacciones e impotencias. Están llegando los que nunca se habían ido.

Publicado el día 25 de enero de 2019

Movimientos alternativos. 3

   Sabido es que los griegos, al no aceptar el modelo de organización política y de gobernación del absolutismo, en que prácticamente todas las demás culturas y civilizaciones, en mayor o menor grado, vivían, se encontraban con problemas sobrevenidos que era necesario resolver. Así en la discusión sobre el asunto de los mejores para entregarles el gobierno, había dos posiciones. Una, que representaba lo que hoy podríamos llamar aristocracia o partido aristocrático, entendía que a algunos los dioses les otorgaban determinadas cualidades que los hacían más preparados para asumir estas responsabilidades. Sin embargo defendían otra opinión quienes creían que los divinos, además de dar a cada persona los talentos específicos para llevar a cabo una determinada tarea o profesión (zapatero, guerrero, arquitecto…), atribuían a cada ciudadano los requisitos para ejercer la acción pública. Cuando Hermes pregunta a Zeus, o Júpiter, de qué manera ha de distribuir entre los humanos el sentido de la moral y de la justicia,” entre todos, dice el padre de los dioses, que cada uno tenga su parte en estas virtudes”. Sus partidarios constituían el partido democrático y fue el que al fin se llevó el gato al agua: sorteo para elegir a los responsables políticos, el Consejo de los Quinientos o la rendición de cuentas.
     La democracia, pues, fue desde el primer momento el sistema social, ético y político que se fundamenta en la participación consciente y responsable de todos los ciudadanos. Es lo que, entre otros muchísimos pensadores (desde Platón o Aristóteles hasta hoy) que insisten en lo mismo, se citaba la semana pasada en boca de Daniel Innerarity: que todo el juego presupone una ciudadanía que comprende y observa críticamente la política. Así es un modo de participación colectiva y responsable de todos, como propio de la naturaleza humana y del respeto a la persona. Y derivadamente, basado en el sentido común.
    Después de Grecia en pocos momentos de la historia la democracia ha sido la opción política elegida. Salvo en rincones privilegiados (Reino Unido y países de su influencia, USA…) el mundo ha sido gobernado por poderes despóticos y autoritarios que, contando con la aquiescencia y el conformismo del pueblo sometido, han hecho depender de las alturas, religiosas o civiles, su origen y justificación. Y eso en el mejor de los casos, cuando no se han mostrado como barbarie pura.

Publicado el día 18 de enero de 2019

Movimientos de democracia. 2

    Sabido es que los pueblos griegos, convencidos de tener derecho natural a decidir su forma de vida pública, buscaban el sistema político que les viniera mejor para ser más felices y más afortunados. Dicho de otra manera, la revolución ideológica de esos pueblos consistía, primero, en cuestionar la organización política, en no aceptar sin más el absolutismo, casi siempre teocrático, que existía por doquier, y, después, en creer que el sistema podía y debía analizarse para mejorarlo en beneficio de todos. Porque, si en aquellos tiempos se hubiese preguntado a algún egipcio de a pie, a algún asirio de la calle, sobre la posibilidad de que su pueblo pudiese tener otra organización social, lo más seguro es que, tras mirarnos con cara de no entender la pregunta, se hubiese marchado a lo más demonizando nuestra cuestión: ¿que mandase alguien que no fuese el divino faraón? No era desde luego el comportamiento público en Grecia lo que hoy llamaríamos un democracia total por sus muchas carencias, pero sin duda esta visión de la vida representaba una isla en el mundo conocido… y desconocido.
    Planteada, pues, la posibilidad de un debate político, la conformación de cómo debe estructurarse mejor una sociedad de fines y medios para la felicidad y el bienestar común, ahora venía el cómo llevarlo a cabo. Por supuesto que, mientras en los referidos regímenes de autoridad total con ausencia infinita de debate la vida era todo comodidad en el ámbito doctrinal porque todo estaba lleno de certezas, los griegos tenían que andar ocupados, muy ocupados y preocupados, en encontrar las vías y los caminos para organizarse con éxito. Discusiones por aquí y opiniones diversas por allá llenaban su vida pública. Aceptado el principio obvio de que debían gobernar los mejores, la pregunta clave era la de cómo encontrarlos. Porque, en primer lugar, cómo sabemos quiénes son. Y luego, en segundo lugar, cómo los seleccionamos, quiénes son los listos que los seleccionan… y, a su vez, quién selecciona a estos listos… o sea, pregunta hasta el infinito. Problemas, dudas e incertidumbres.
    Encabeza un librito que acaba de publicar Daniel Innerarity (“Comprender la democracia”) afirmando que ésta presupone una ciudadanía que comprende y observa críticamente la política. Y se pregunta si estamos en condiciones de hacerlo. Parece que, con todas sus limitaciones, los ciudadanos griegos sí lo estaban.

Publicado el día 11 de enero de 2019

¿Movimientos de Dios? 1

    Aunque las síntesis históricas encierran una relativa subjetividad a la hora de enjuiciarlas y delimitarlas, sí parece razonable asegurar que, por razones que no son del caso, llevamos un tiempo del que bastante gente (¿mucha, poca?) se queja de que su mundo se desarrolla en un clima de desconcierto ideológico. Personas y colectivos a quienes gusta, y en ocasiones necesitan, para moverse por la vida en el ámbito de la conciencia, de taxonomías claras y precisas, de principios de sí o no y de blancos o negros se vienen lamentando de vivir en una época en la que faltan esos referentes. En ese terreno de juego algunos se han acogido a aquello de Ortega de que en realidad lo que nos pasa es que no sabemos qué es lo que nos pasa, y de esta manera han manifestado su pesar y quebranto por la referencia existencial en la que han venido viviendo.
   Y es que, aunque siempre ha habido de todo, como en botica, y no han faltado componentes y perspectivas de todo signo y condición, en verdad los momentos históricos se pueden calificar con colores diferentes y pautas diversas. Épocas ha habido en las que se han impuesto con mayor facilidad los códigos cerrados y en una sola dirección, mientras que en otros períodos la propia evolución de las cosas y el manejo que de ellas ha llevado a cabo el ser humano ha ofrecido al pensamiento más dudas que seguridades y más preguntas que respuestas.
   Ahora, sin embargo, de un tiempo acá, para tratar de resolver esas desagradables e incómodas percepciones parecen despertarse movimientos y tendencias (nada novedosos, por cierto) que como terapia tratan de imponer, con uno u otro ropaje acorde a las circunstancias, esquemas morales de certezas indubitables. Diversas son las formas de denominación de estas vibraciones que en un tótum revolútum, revoltijo que dice el diccionario, mezclando churras y merinas, aglutinan los diferentes ámbitos antropológicos (religiosos, sociales, políticos…) para acabar en un monismo moral destacadamente simplista. Pero, sobre todo, se mueven desde la garantía de contar con un colaborador indiscutible por sí y que indiscutiblemente está de su parte, de Dios… con cuya autoridad cuentan con todo desparpajo como colegas de mesa de camilla. Y cuyo mensaje interpretan de manera irrebatible y dogmática, atribuyéndose por tanto desde esa coordenada siempre la última palabra. Pero hablar y hacer así tiene sus peligros.

Publicado el día 4 de enero de 2019