Casillas y Rubalcaba

    Ha sido Manuel Vicent quien popularizó el episodio que narra que en la puerta del retrete de un bar de carretera, alguien había escrito: “Dios ha muerto. Firmado: Nietzsche”. Debajo de este aforismo otro usuario había añadido: “Nietzsche ha muerto. Firmado: Dios”. Ante este par de sentencias inexorables Woody Allen comentó: “Dios ha muerto, Nietzsche ha muerto y yo no me encuentro muy bien de salud”. Una bonita forma, comenta Vicent, de bajarle los humos al superhombre. Aunque, claro, puestos a eso, ahí tenemos al terrorífico Lovecraft cuando asegura que los dioses crearon a los humanos “by joke (por broma) o by mistake” (por equivocación), que así los hicieron y ya no tiene remedio.
    Probablemente sea verdad todo esto pero lo significativo es que, a día de hoy, no existe narrador ni discurso capaz de darle al hombre en el poliuniverso un relato unitario de su vida, una manera de interpretar qué pintamos por la tierra y por la vida. Justo cuando parece que estamos a punto de dar el salto a lo poshumano, lo más seguro desapareciendo en el antropoceno, o puede que por eso mismo, nos hemos quedado sin explicación y sin explicaciones. Nos hemos hecho pobres, asegura José Jiménez en “La vida como azar”. Abocados a un crecimiento siempre y siempre obsesivo en todo lo que somos y manejamos, en un agobio permanente del tiempo, en el que hoy ha de ser de todas maneras más (mucho más, infinitamente más que ayer), solo nos vale correr y correr, aunque como en el ejemplo de Alicia, sea para mantenerse en el mismo sitio. Ya se sabe: si el depredador corre cada vez más, la presa, para mantener el equilibrio actual, tendrá que hacerlo también.
    En unos días estos dos personajes públicos han sido requeridos por la vida de una manera altisonante y en un bucle los ha emparejado aunque dándoles después una salida muy diferente. Cuando Sancho comprueba cómo el bálsamo de Fierabrás ha sido verdaderamente eficaz y definitivo en don Quijote y decide probarlo, los resultados son para él un desastre, casi siente morirse, lo contrario de lo que esperaba. Al final la duda existencial de sentido proviene de si es la vida puro y absoluto como azar (imprescindible, por ejemplo, en qué lugar y contexto se hallaba cada uno en el momento de la llamada) o si, como asegura don Quijote, de lo que se trata es de no haber sido armado caballero andante ni jurado las leyes que rigen la corporación.

Publicado el día 31 de mayo de 2019

Hablar de casi nada

    Es famosa la anécdota de aquel que iba por la calle preguntando: "¿Oiga, es Vd. una persona cuerda?". Y, aunque por lo general los viandantes solían esquivar la respuesta (¿?), si alguien, más seguro de sí mismo, contestaba que sí, el personaje insistía: "¿Puede usted demostrarlo documentalmente?". Entonces el protagonista exhibía triunfante un certificado de alta en un manicomio, del que acababa de salir, con benévolos pronunciamientos. Relato curioso y sugerente, por arriesgado y difícil, que permite extraer unas cuantas reflexiones y alguna pregunta más o menos maliciosa. Una historia que visualiza cómo el lenguaje en muchas ocasiones es un puro entretenimiento y no nos cuenta nada del mundo porque en las condiciones en que se hace tanto la pregunta como la respuesta sobre la cordura de cada uno, son simples juegos verbalistas. Ni verdaderas ni falsas sino que carecen de sentido. Como les ocurre a muchas de las cosas que decimos: son puras construcciones verbales que nada añaden a nuestro conocimiento de lo que ocurre en el mundo. Son un discurso montado únicamente sobre enredos de palabras que puede acarrear consecuencias fatales sobre nuestra salud mental.
    Y si hay una circunstancia en la que este tipo de lenguaje toma el poder en el espacio público es sin duda en las elecciones, en los días en torno a algún proceso electoral. Porque es entonces cuando la mayoría de los enunciados o proposiciones son de esta clase, de aquellos que sólo se ocupan del puro verbalismo.
    Ello es así porque, si bien el legítimo interés por asegurarse algún beneficio puede inclinar en algún caso por un grupo u otro, por lo general el proceso sicológico que realiza el ciudadano para elegir opción es una indagación introspectiva para averiguar cuáles son los suyos, a qué grupo pertenece. Por lo que los inmensos listados de ofertas son vanos vientos de palabras, enunciados no verificables que, además, generan grave descreimiento por su fruslería lingüística y operativa. Como en una especie de geometría alternativa, crean un discurso sobre su discurso, ajeno al mundo de los problemas reales, lo que provoca una reacción similar a la del paisano que, la primera vez que acudió a un teatro, se marchó nada más empezar la función, con el argumento de que habían salido al escenario unas personas que se habían puesto a hablar de sus cosas, que por cierto a él no lo interesaban para nada.

Publicado el día 24 de mayo de 2019

Si seremos más listos

    Quizá estemos muchos de acuerdo en que, si bien a la larga apenas han significado otra cosa que una simple bagatela, los discursos catastrofistas, los anuncios del inmediato apocalipsis del mundo, siempre han sido un espléndido negocio. No solo en el ámbito económico, sino, sobre todo, ideológico, social o político (de poder o de su intento). Sin embargo últimamente no parecen estar a la orden del día, al menos en sus formulaciones clásicas, aunque hay quien de manera sibilina y encubierta está sacando beneficios muy ventajosos con). Una cosa es vender que toda esta tramoya se nos cae, mercancía siempre atractiva y por muy seductora enormemente rentable, y otra muy diferente asegurar que no podremos hacer tiempo a que pasen los 5.000 millones de años en que está tasado nuestro calendario (porque a ver qué hacemos a partir de la “tarde” en la que el Sol se haya apagado).
    Sin embargo hay que dejar constancia de que donde hay una buena liada es entre los pensadores y los científicos (libros y artículos casi a cada rato, y hasta una famosa apuesta, de lo que se está hablando estos días) a cuenta de algunas cuestiones de alta trascendencia para nuestro presente y, sobre todo, nuestro porvenir. Una de las principales es si nuestra inteligencia tiene límites, si vamos a ser todavía más listos de lo que somos, asunto que está a la base para nuestra consistencia y perdurabilidad, para la dirección y ordenación del Universo. Porque si la Tierra ha tardado tantos miles de millones de años (unos 4.500) en diseñar y crear, a través de la evolución, una capacidad como ésta, ¿a dónde podrá llegar en los otros tantos que faltan, o se nos agotarán nuestros recursos cósmicos y será la inteligencia artificial (AI), creada por nosotros, la que nos sustituirá? Ahí está el coche sin conductor que nos puede llevar, dice Nick Bostrom, a modos de fallo malignos.
    Al margen de todo lo anterior, ¿aguantaremos entonces, como estamos, hasta la referida “tarde”?, ¿hasta las próximas elecciones? Si la respuesta, como dice la conocida y exquisita canción, está flotando en el viento, podemos echar mano a Borges cuando cita los versos del poeta romántico Coleridge: “Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?”. ¿Entonces, qué?, también podemos preguntarnos nosotros.

Publicado el día 17 de mayo de 2019

Desahogo personal

    Uno de los momentos más desagradables y más duros, con el que muchos acabamos encontrándonos en la vida, se produce cuando nos damos cuenta de que bastantes de los problemas y de los sufrimientos no tienen solución, simplemente porque hay personas o grupos decididos a evitar que las tengan. Es algo realmente sorprendente pero la verdad es que hay un bloque de conflictos y contrariedades en la vida de los seres humanos que no obedecen a motivos inevitables sino que se producen y permanecen porque hay gente interesada en que las cosas estén como están. Dificultades, angustias, congojas, desamparo… que atenazan a muchas personas y atosigan a colegas de nuestra especie, que podrían evitarse si otros quisieran. Y también nosotros por supuesto. Advertir este hecho, percibir que esto está delante de nosotros y ocurre en el escenario verdadero que nos ha tocado vivir acaba siendo una de las experiencias más dramáticas y que más conmueven nuestros esquemas de pensamiento y nuestra opinión sobre el mundo.
    Porque en principio la tendencia es a creer más en las insuficiencias de nuestras capacidades o en la complejidad de las soluciones a que hay que acudir para resolver las tensiones y los problemas que vemos que amargan al mundo, que en considerar que están ahí sencillamente porque hay gente que está impidiendo como sea su arreglo y remedio. Incluso es lo que nos han enseñado desde niños. Nunca hemos recibido el mensaje, al menos en la doctrina oficial de los libros de texto y en el discurso de la escuela y los maestros, de que es inútil esperar un esfuerzo común y generalizado por encontrar vías de apaño de bastantes desajustes de la vida. Aunque bien es verdad que también desde muy pronto hemos podido observar que una cosa es sembrar y otra recoger trigo.
    Las consecuencias lógicas para quien ha sufrido este accidente doctrinal y teórico desde la experiencia vital y ha descubierto casos y situaciones en las que por más que se quiera no hay nada que hacer ante el sufrimiento, el deterioro o la muerte del prójimo, son perfectamente previsibles. No es únicamente la desconfianza en nuestra especie, algo que por otra parte casi todo el mundo acaba por sentir, sino una vivencia que va mucho más allá y que afecta a todos los convencimientos y emotividades que nos ayudan a entender algo sobre la vida e incluso a sobrevivir con una conducta superior a lo puramente biológico.

Publicado el dóa 10 de mayo de 2019

Bartleby, el escribiente

    El novelista y poeta Herman Melville, más conocido por su universal “Moby-Dick”, escribió un celebrado cuento titulado “Bartleby, el escribiente”, en el que narra la historia de un empleado que entra a trabajar en una oficina. Al principio, Bartleby ejerce sus tareas habituales de manera ejemplar, pero poco a poco va modificando su conducta, hasta el punto de que llega un momento en el que ya no hace absolutamente nada. Y además un día el jefe descubre que ni siquiera abandona la oficina, que prácticamente vive allí. (“Si no hacía nada en la oficina: ¿por qué se iba a quedar? Sin embargo, le tenía lástima… me causaba inquietud. Si hubiese nombrado a algún pariente o amigo… pero parecía solo, absolutamente solo en el universo”). Incapaz de expulsarlo, decide trasladar su despacho, pero no hay manera de que se marche y los nuevos inquilinos se quejan de ello…
    El personaje Bartleby se ha convertido en un símbolo de la carga afectiva e ideológica de la sociedad en que vivimos y ha sido considerado precursor del existencialismo (ese pensamiento que plantea la situación de arrojados a la vida como nuestra principal condición humana) y de la literatura del absurdo (que narra el nulo sentido que tienen la vida y la existencia).
    Pero quien ha colocado esta fábula en el centro de la reflexión y el debate sobre la carga afectiva e intelectual de la sociedad de hoy, en la que estamos encerrados y a la que, a su vez, impulsamos, ha sido el filósofo alemán, de origen coreano, Byung-Chul Han, especialmente en su libro “La sociedad del cansancio”. El hombre moderno, asegura entre otras cosas, ya no necesita ejercer la represión porque ésta ha sido interiorizada: es él mismo su propio explotador, lanzado solo a la búsqueda del éxito, a cambio de un modo de vida escasamente interesante, “la mera vida, frente a la vida buena”, dice, casi pura supervivencia. A cambio de eso, el hombre cede su soberanía y su libertad y se ha abocado “al cansancio y la depresión”, lo que le lleva a la violencia, ahora de manera más sutil. Un célebre crítico ha dicho que “si el pobre Bartleby es un lunático, no es porque el resto de los hombres estén de alguna manera sanos, sino porque él ha aceptado su desolación como una circunstancia ineludible…”. Triste y fútil destino que nos hemos proporcionado a nosotros mismos y que explica tantas conductas, individuales y colectivas, así, sin sentido.

Publicado el día 3 de mayo de 2019