Todo lógico y normal

    Pues ya está. La aparente comedia terminó y se aclaró (de momento) la gestión del futuro. Todo lógico y normal. Mucha gente confiaba en que se llegase a algún tipo de acuerdo, el que fuere, pero tal vez porque no se había detenido serenamente a analizar el intríngulis profundo de lo que estaba en juego y que, quizá, ni todos los protagonistas habían percibido. No, analizando con calma el entramado, en ningún caso era posible el compromiso. Las cosas son más profundas y obedecen a causas más primigenias y sustanciales. No ha sido un problema político ni una caricatura de retórica escénica o intereses de sus líderes (cada uno cargado con sus cadenas) sino una idiosincrasia propia del ser colectivo. El pacto no ha sido posible porque lo impedían razones de mayor envergadura: culturales, históricas, sociales, y hasta antropológicas.
   No podemos olvidar que en nuestra sociedad, acostumbrada históricamente a un monopolio ideológico siempre triunfante, hemos labrado una cultura de la intransigencia, de valores absolutos, de ideales salvadores irrenunciables, y en esas condiciones existenciales y conceptuales ¿quién comete el grave pecado de renunciar a lo eterno, fijo e indiscutible?, ¿quién consuma la traición a lo que es de verdad? No, en ningún caso. “¿Renunciar a mis verdades verdaderas del todo?, ¿cómo es posible?” Y, además, los electores no lo permitirían y lo castigarían severamente. (Acostumbrados a echar a los políticos nuestros propios pecados, un trabajo de campo permitiría averiguar cómo de responsables del desaguisado somos los ciudadanos: si todo pacto es una transacción de partes, pregúntese a cada votante, con la relación de proyectos y promesas de los partidos afectados delante, a qué está dispuesto a renunciar expresamente y a aceptar del contrario para facilitar el acuerdo … y ya veríamos).
    Dos ejemplos. ¿Alguien cree en verdad que en algún momento tendremos un pacto de Estado, en torno a la escuela? Pero si ni siquiera una asignatura como “Educación para la convivencia”, tan universal, ha sido posible aquí... Y dos: las relaciones públicas e institucionales entre los partidos son un ejemplo práctico de que solo vivimos las discrepancias: siempre atacando, siempre casi insultando… Un comportamiento por cierto que no es exclusivo de los responsables públicos. Y es que, dice S. Ferlosio, nadie tan ferozmente peligroso como el justo cargado de razón.

Publicado el día 20 de septiembre de 2019

Una política metafísica

   En un muy viejo cartapacio de ejemplos y cuentecillos se incluye esta historieta: Una oficina necesitaba un adelantado de los trabajos y el mandatario mandó convocar una concurrencia para averiguar a quien designar. El caso es que, mediando el trámite y aún no averiguado, al que habían concurrido en demasía, uno de los demandantes, presentándose donde cumplía la tarea, dijo que él asumía el trabajo, lo que llenó de dudas y desconfianzas a todo aquel que iba conociendo el sucedido. Hasta que alguien decidió inquirir al dicho mandatario que explicara con un “sí” o un “no”, pues no cabía otro curioseo, el absurdo e intempestivo sucedido, o sea, si de esa forma tan misteriosa había finalizado la diligencia. Mas este, a la cuestión planteada, respondió narrando los problemas que presenta la novela picaresca en el Quijote, las incongruencias de la Hª de España del P. Mariana, y hay quien asegura que las referencias del Mahabharata y el Ramayana para seguir explicándolo a sus interpelantes... Los antiguos cronicones interrumpen en este punto la narración pero el busilis del cuento es suficientemente explicativo de una manera de comportamiento público.
    El principio de verificación es, como su mismo nombre sugiere, una referencia de que dispone la mente y el sentimiento humano para determinar si los elementos epistemológicos, es decir, si lo que conoce y percibe es algo que tiene que ver con la realidad o, simplemente, es una ficción mental. El uso de este principio, de este termómetro es algo que no solo utilizan las ciencias y todos los saberes sino cada uno de nosotros cuando necesitamos comprender la incumbencia de lo que sabemos y conocemos. Es, como lo diría el paisano, tratar de averiguar si nos movemos con la realidad o es todo simplemente poesía, simplemente palabras que no significan nada.
    A este respecto, la política tiende a prescindir de este tipo de controles y así se mueve en un mundo particular y artificial, ajeno a lo que el ciudadano vive y persigue. El caso del cuentecillo es bastante claro: el responsable político se encuentra satisfecho, quizá, de su acción y de sus capacidades y, como no utiliza ningún registro que mida su relación con la vida, hasta cree hacerlo bien, sin darse cuenta de que es lo que antes se llamaba despectivamente, en este caso, una actividad ¿metafísica? Pues así nos va y así vamos a tener que respirar más cada vez y día.

Publicado el día 13 de septiembre de 2019

Fantasía política

    Como en aquel viejo dicho que narra cómo el muchacho, viendo la situación familiar que se presenta, acaba diciendo: “por lo que veo, aquí ni cenamos ni se muere padre”, así parece a veces que vamos andando el camino, recodo a recodo y bucle a bucle, con lo que tenemos delante y lo que se avecina a la vuelta de la esquina, lo que pomposamente llamamos presente y futuro. Viene a cuento este chascarrillo, nunca tan a pelo como en este momento del proceso colectivo, en el que estamos a lo de a ver qué pasa, porque, queriendo buscar la autenticidad, estamos acabando, en estado de ánimo y en explicación doctrinal, en lo que podría llamarse en la política del malestar. Una vez asumido que el estado de Bienestar en parte se ha consumido en los años de la crisis.
    Eso sí, en este escenario ha vuelto a asentarse, parece que con más fuerza que en otras ocasiones, aquello que Sánchez Ferlosio describía cómo los unos dieron origen a los otros de manera que lo que importaba sobre todo es la categoría de la diferencia: unos y otros; otros y unos. Pero, vamos a ver, Sócrates, ahora que nadie nos escucha, ¿no es verdad que la política, aunque suene muy feo, ha sido siempre una forma de engañar a la multitud, aprovechándose de su inconsciencia y sus desordenados deseos? Es la confesión del filósofo político Calicles, el mismo que venía defendiendo que las leyes, que son un producto artificial humano, las hacen los débiles para ver si pueden romper el equilibrio natural del poder de los mejores, los más hábiles y los más fuertes. Porque no se trata de que ganen los nuestros sin más, lo que importa es que ganen los buenos, que, naturalmente son los nuestros, pues solo así nos sentiremos autorizados a haber utilizado a los malos como alfombrilla del ratón, que puntualiza José Luís Pardo. “¡Qué amable eres, Sócrates, dice el venenoso y mordaz Calicles, qué amable eres que llamas moderados a los idiotas!”
    Cada mañana salía al quicio de la puerta y gritaba con todas sus fuerzas: “¡Tigres! ¡Fuera de aquí! ¡No quiero ver tigres cerca de mi casa!” Y, a continuación, se metía dentro. Un día le dijimos: “¿de qué va esto? Si no hay un tigre a miles de kilómetros a la redonda”. Y respondió. “¿lo veis? Funciona”. Y tanto que funciona. Es lo mismo que el que asegura que el sol sale cuando el gallo canta, así que el canto del gallo es el que debe hacer que salga el sol. Pero, ¿por Antequera?

Publicado el día 6 de septiembre de 2019