El reciente anuncio de que el científico inglés Stephen Hawking tiene a punto de publicación un nuevo libro, El gran designio, y la nota de prensa que anticipaba alguna de sus tesis principales ha dado origen a una avalancha de comentarios de diferentes signo y orientación. Prácticamente todos los medios de comunicación se han hecho eco de esta nueva y han dado una notable relevancia a la misma, o por la excelencia del personaje o por lo que se asegura que dice. Al parecer, según los datos de agencia, Hawking defiende en esa próxima publicación la teoría de que no hace falta la hipótesis de un Dios creador para explicar el origen del universo. La cuestión, como se sabe, es la compatibilidad de la ciencia y la fe, de las tensiones que pueden darse entre el conocimiento que proporcionan una y otra.
En un asunto tan delicado, complejo y exigente como éste la noticia ha sacado a la luz pública multitud de opiniones de docenas de científicos y pensadores de alta consideración y se han repetido citas tan famosas como la de P. S. Laplace a Napoleón, hace ahora un par de siglos, cuando le dice al General que nunca ha necesitado la hipótesis de un Dios Creador porque, aunque pueda explicar todo, no permite predecir nada.
Así las cosas, poca novedad tiene la posición de Hawking. Pero la verdad es que en medio de este ruido nadie se ha acordado de que, si en la historia del pensamiento hay un nombre protagonista en relación a esta discusión, es Averroes. El filósofo cordobés está en el centro de ella en su época, en la edad media.
Ello es así porque algunos le han achacado que defendía una enseñanza que por entonces hizo furor en algunos ambientes y que se cita como la “teoría de la doble verdad”. Ésta doctrina viene a decir que hay una verdad religiosa y otra verdad filosófica y científica, lo que significaría que, en caso de discrepancia entre una y otra, podía ser que una proposición fuera verdadera de acuerdo a la teología pero falsa según la filosofía y al revés. Es decir, implicaría la posibilidad de que existieran verdades contradictorias entre sí. Un ejemplo de entonces, de acuerdo a esa idea, razonaba que aunque por la fe creemos que el mundo ha sido creado, por la razón podríamos sostener que el mundo es eterno. La doble verdad, la discusión de aquellos siglos.
El problema es sin duda complejo y hoy las cosas se ven de otra manera y con matices diferentes. Lo que ahora se dice es que son ámbitos diferenciados. Francisco J. Ayala, uno de los más eminentes biólogos del mundo, y que en su día fue sacerdote dominico, asegura que la ciencia y la fe religiosa no están en contradicción ni pueden estarlo puesto que tratan de materias diferentes que no se solapan.
A Averroes, dada la ambigüedad de ciertas expresiones suyas y a que se perdieron algunas obras, hay estudiosos que le achacan la defensa de esa teoría aunque la mayoría le liberan de ese error. En todo caso, si en esta cuestión hoy se le ha dado casi todo el protagonismo mediático al inglés, los periódicos medievales, de haber existido, hubieran tratado de esa manera a Averroes. Cuestión de épocas, de perspectivas sobre el pensamiento y, ¿por qué no?, también de modas.
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