Escritores
y pensadores ha habido, y los hay, que se enfadan mucho cuando escuchan a otros
defender la conveniencia y la necesidad de la llamada “mentira noble”, la que
se atribuye el gobernante (“y los grandes y las personas ricas y poderosas, los
Señores y los bien situados”) como obligación a la hora de dirigirse al pueblo
y hablarle de los asuntos colectivos. Y ese enfado tiene naturalmente su lógica
porque consideran que quienes defienden la utilidad de engañar al pueblo en
busca de su felicidad, en el fondo lo que pretenden es que permanezca en la
ignorancia y no porque ello le lleve al bienestar y a la beatitud sino porque,
manteniéndolo de esa manera, lo dominan mucho mejor y tienen más facilidad para
controlarlo y ponerlo al servicio de sus intereses. Intereses por tanto
egoístas y no generosos o solidarios como pretenden hacer creer. Lo que se
arreglaría, por ejemplo según Condorcet, con una educación pública, universal y
gratuita.
De
todas maneras tampoco es tan fácil, y menos en las sociedades modernas de hoy,
llevar a cabo con éxito la tarea de la añagaza y el embuste para que sea eficaz
y consiga su propósito. Un autor sarcástico y burlón donde los haya, Jonathan
Swift, el de “Los viajes de Gulliver”, tiene precisamente un libreto titulado
“El arte de la mentira política” en el que anuncia, expone y desarrolla toda
clase de artimañas y estrategias que faciliten el éxito de la mentira, una
especie de Enciclopedia llena de consejos, normas y útiles pues, en su opinión,
es peliagudo fabricar y propagar una mentira creíble requiere un muy cuidadoso
aprendizaje.
El
debate no obstante sigue ofreciendo aristas a cual más aguda e incisiva.
Podemos recordar el muy conocido texto de Dostoievski en el libro V de “los
Hermanos Karamazov” cuando el Gran Inquisidor, ya anciano, se jacta ante Él de
“haber conseguido, en unión de los suyos, suprimir la libertad para hacer a los
hombres felices”. Y ejemplos y doctrinas como esta las hay a miles, todas ellas
fundamentadas en la incapacidad del pueblo y el gusto que tiene por los miedos,
las supersticiones, las idolatrías y credulidades. Ya lo dice Goethe en unos
versos que la mayoría de las publicaciones sobre el caso incluyen: “¿Debe
engañarse al pueblo? / Desde luego que no. / Mas si le echas mentiras, /
mientras más gordas fueren / resultarán mejor”. Pues así y entre otros
quebrantos esto nos está pasando.
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