Cuentan algunas malas lenguas que el
día en el que homo erectus descubrió que la carne pasada por el fuego resultaba
más apetecible apareció un chamán argumentando con arrogancia que sazonar los
alimentos así era un modo de impiedad porque mataba el alma de los animales y
eso disgustaba mucho a los dioses, que acabarían enviando plagas y calamidades
como castigo. En ese escenario es lógico suponer que los responsables de tamaño
pecado serían castigados con la severidad apropiada a su culpa. A día de hoy ha
aparecido otro grupo de chamanes, dirigiendo un pueblo, que hablan en nombre de
un dios, interpretan la realidad de acuerdo a los mensajes que aseguran reciben
de lo alto, toman medidas radicales para organizar a la gente y castigan
cruelmente a quienes no les hacen caso. Desde el paleolítico hasta ahora y en
una sucesión ininterrumpida a lo largo de los siglos chamanes y similares han
tratado de traer a su molino las voluntades públicas y privadas.
Así las cosas, el gran problema no
es tanto que unos piensen, o lo simulen, que forman parte de ese linaje de
mensajeros de lo divino. Cada uno puede sentirse, si lo desea, el rey del
mundo. Lo trágico y lo terrible son las consecuencias que se derivan de esos
pronunciamientos, y entre la gente que se lo cree y aquella otra a la que se le
obliga, acaba pasando lo que ya sabemos: guerras de religión por aquí y por
allí, y muerte y sufrimiento sin límites por doquier. Unos con las armas por
delante y otros atribuyendo a la supuesta cólera divina males sin fin (ahora
con ébola como estandarte), en un trágica competencia para ver quién es más
legítimo, es decir, más terrorífico. Bien es verdad que, “el hecho, en opinión de un filósofo que
estudió el asunto, Émile Durkheim, de que su mensaje haya variado tantísimo con
los tiempos basta para probar que ninguna de estas concepciones lo expresa
adecuadamente”, pero ello no evita que, mientras pelean entre sí, se pronuncien
con solvencia como verdad absoluta.
Bueno sería de una vez por todas abandonar
esta locura pero sabemos que no lo será de ninguna manera porque el espíritu
humano no es capaz de soltar un sistema de poder externo y de control de las
conciencias tan elemental, tan sencillo de manejar y tan útil para tantas cosas.
Con amenazas físicas, coacciones síquicas e ideológicas, con promesas de
ensueño cuya falsedad nunca se podrá demostrar, ancha es Castilla.
Publicado el día 17 de octubre de 2014
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