Quizá sea ya la hora posiblemente de que descabalguemos de una vez por todas de las taxonomías morales la corrupción. Es esta maniobra una necesidad que se aprecia especialmente en épocas sobredimensionadas como son unas elecciones. De la misma manera que, cuando un síntoma está en fase aguda exige con más perentoriedad su neutralización, así, aunque siempre es bueno y conveniente aclarar las cosas para saber con qué nos estamos jugando los cuartos, es en los momentos álgidos (y qué otra cosa no son unas elecciones) cuando esta exigencia se hace más fuerte. La corrupción (que curiosamente no tiene un término contrario propio, más allá de vocablos abstractos como honradez y otros por el estilo) debe salir de una simplista valoración moral, axiológica y entrar en el santuario de los debates y discusiones doctrinales y teóricos para ver la forma de precisar qué significa, qué alcance tiene, cuáles son sus límites, si se ha practicado siempre y hasta qué sentido tiene dentro de la evolución, de la selección natural. La corrupción no es una categoría moral y por ello ni es algo bueno ni algo malo. Meterla de lleno, como hacen algunos autores, en el módulo de la ejemplaridad es la mejor forma de evitar un análisis imprescindible de qué es de lo que estamos hablando cuando utilizamos esa palabra.
Por supuesto que, presentada así de una forma esquemática y abreviada, esta proposición puede resultar cuando menos sorprendente pero ocurre como con esas citas que nadie se molesta en comprobar si es verdad o no, todos copian a los anteriores y queda para siempre adjudicado ese pensamiento. Pero es este un ejemplo más del doble discurso, el oficial o hipócrita y el real. ¿Cuántos ciudadanos de verdad, a la hora de elegir una papeleta, rechazan una candidatura con el argumento de “esta no, que incluye un corrupto” y como temiendo infectarse la sueltan en seguida para elegir otra?
“Y ¿dónde vamos a hundirnos, si no es mala pregunta?”, inquiere el señor Cayo, aquel cuyo voto fue tan disputado en el relato de Miguel Delibes. Antes el propagandista candidato le había lanzado la soflama de que esas serían unas elecciones fundamentales para el país y que “si las desaprovechamos nos hundiremos sin remedio, esta vez para siempre”. Mientas salen estos discursos apocalípticos, la corrupción la corrupción se convierte en el arma más chillona pero menos eficaz. Un verdadero juego.
Publicado el día 20 de marzo de 2015
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