La verdad es que el momento más apropiado es este en que se cambia
la hora. El reproche de “si ya estamos diciendo que esto no puede seguir
así” (“¡cómo les gusta vagabundear”, dice el profeta), se nos cae sobre
la cabeza, como si fuera un mantra. Es lo que dicen quienes se han
atribuido a sí mismos, sin que nadie se lo haya pedido, el afán de
organizar y reordenar nuestra vida. Ya se sabe, recordaba Fernando
Savater, que a los poderes públicos lo que le interesaba en el Antiguo
Régimen era la salud de nuestra alma mientras que ahora, sobre todo
desde la Ilustración, es el cuerpo el objeto de desazón. Pues hay una
tercera posición ideológica que está preocupada por la ordenación
general del reino y, en consecuencia, de cada uno de nosotros. ¿Qué hay
que salvar? Que si hay que cambiar nuestros horarios, que cómo es que
comemos a las 3 y cenamos después de las 22, que en Europa hay otros
hábitos… ¿A qué vienen esas comparaciones?, ¿Acaso nuestro país es el
último en la escala de esperanza de vida?, ¿Y los índices de felicidad?
Pero
¡qué gana tiene la gente de meterse en nuestras intimidades! No ya en
la cama, (que tantos candidatos con el carné de profesionales vienen
durante siglos intentándolo y veces hasta lo consiguen) sino en nuestra
comida, nuestra siesta, nuestro ocio y demás parcelas personales y
familiares. Demasiada discusión hay detrás de cuáles deban ser los
límites infranqueables de nuestra vida privada para que vengan otros,
autoproclamados defensores de no se sabe muy bien en qué valores se
fundamentan y qué credenciales les acreditan. Ahí es nada cambiar las
costumbres.
Parece razonable que tal vez pudiera
discutirse si nuestro país debería acomodarse al huso horario universal.
Pero otra cosa ya es discutible, salvo que se trate de seguir la Regla
de san Benito, especialmente la V. Y, además, todo es un inmenso
sofisma. Lo que hay es una sensata desorganización en la que cada uno
hace lo que quiere y lo que puede. Lo primero para salvar a la gente de
sus pecados es conocer si los cometen. No existiendo las brujas,
¿cuántas fueron condenadas? ¿Cómo es eso de que no se puede cenar a las
10?, ¿cuánta gente lo hace en su casa? Pero si lo desea ¿por qué no
puede hacerlo?, ¿también se va a prohibir, por ejemplo, pasar por la
taberna a tomarse una cerveza? Si hasta los monjes, en verano, tienen un
descanso más largo después de la hora sexta, la siesta
Publicado el día 1 de abril de 2016
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