El ibuprofeno

     La palabra le sonaba ligeramente pero desconocía significado y utilidad. Platicaban los amigos sobre uno de los cuatro temas de que parlotean los varones cuando se reúnen en grupo y en esta ocasión lo hacían de medicina, de enfermedades, de sistemas de prevención y de tratamiento. La conversación seguía las mismas cadencias de todas las de este tipo, que en el fondo son una competición más o menos educada para ver quién es más experto y conocedor de estos asuntos, en una época en la que ese saber da lustre. El protagonista, que, por no interesarle ni el tema ni la general obsesión enfermiza y solo por educación medio seguía la cháchara, escuchó el término de referencia y por congraciarse con la reunión, decidió solicitar se le aclarase la palabra. Y ahí ardió Troya. Todo fueron reproches y reparos a su ignorancia que evidenciaba “falta de responsabilidad y grave quebranto moral”.
     Hablando de venenos, F. Savater cuenta cómo casi hasta nuestros días la salud que importaba a las autoridades, e interesaba a la mayoría de la gente, era la del alma y la del reino, no la del físico de los ciudadanos. De esto último se ocupaban en el caso de los ricos los médicos, y, en el de los pobres, curanderos de diferentes categorías y conocimientos y las órdenes religiosas caritativas. Y es que el cuerpo, “sepulcro o cárcel”, apenas incumbía salvo en contadas ocasiones circunstancias y personas. Otra cosa era la salud del alma y sobre todo la del reino: los poderes, públicos y privados (la Inquisición), hacían lo que podían para evitar que la gente fuera al infierno, y sobre todo, que era lo importante, cuidaban de que no se pusiera en peligro el orden establecido, mediante tareas tan propias como quemar herejes, prohibir libros o censurar comedias. Era la forma de ejercer el poder, de dominar las conciencias.
     Ahora casi todo ese montaje se ha caído y el Poder ha buscado otros caminos para mantenerse con la misma fuerza de siempre. Si antes la ideología llevaba a los pecados del alma, ahora, que además hay dinero, se ha conseguido convencer a la gente de que lo que importa es la salud del cuerpo y, con esa certidumbre que es puro pensamiento interesado, se siguen manteniendo seguros y protegidos arriba los de arriba y abajo los de abajo. Y todo el mundo (occidental, por supuesto) tan contento sintiéndose libre mientras compra, feliz, todo el ibuprofeno que haga falta y más.

Publicado el día 31 de octubre de 2014

"Robagallinas" y defraudadores

      Los primitivos dueños de tierras, aquellos que al grito de esto es mío pusieron en marcha el sistema de propiedad porque, en opinión de Rousseau, un montón de idiotas (otros dicen “simples”) se lo creyeron, cayeron pronto en la cuenta de que, aunque todos quedaran convencidos de la bondad de su decisión, siempre podría venir algún subversivo y crearles un problema. Para señalar los límites de cada dominio habían colocado mojones bien visibles pero ¿quién podía asegurar que, llegada la noche, no acudiera algún agitador y moviera las lindes? En esas condiciones se plantearon colocar guardas de seguridad pero ¡menudo gasto! Había que echarle imaginación al asunto, hasta que encontraron la solución perfecta: asegurar y convencer a unos y a otros que cada marca, cada jalón, estaba controlado, vigilado y protegido por espíritus, duendes, dioses y otras fuerzas superiores con suficiente imperio para poder castigar a quien se portara mal, es decir, trastocara el orden establecido y anduviera moviendo de acá para allá los límites de las posesiones. O, sobre todo, pretendiera incluirse de manera subrepticia en el listado de los ricos, de los terratenientes.
     Había sido una solución genial, perfecta. Y no ya solo por el ahorro de gasto que suponía tal sistema, tampoco por la seguridad que daba de su eficacia. Lo más interesante del procedimiento era la calma y bienestar que producía en el ánimo de los ciudadanos saber qué era lo bueno y lo malo, lo permitido y lo prohibido. Se había establecido de esa manera un código de conducta, un estatuto del buen y mal comportamiento, lo que era mejor manera de tener tranquila conciencia y vivir en paz consigo que a fin de cuentas, de acuerdo a los códigos morales al uso, es la mejor forma de ser felices. “Y ya una vez acostumbrados a los Amos, los Pueblos no están en condiciones de privarse de ellos”, dice Rousseau.
     De todas maneras la vía represiva no estaba del todo prescrita. Acomodadas las leyes civiles a esta nueva situación, todo debía girar en mantener la situación. El caso es que en la historia ha habido momentos en los que se ha cuestionado seriamente todo el montaje. El presidente del CGPJ, interpretando sin duda lo que la gente opina, lo ha dicho de una manera precisa y clara: “La Ley está pensada "para el robagallinas" y no para el gran defraudador”. Pues este sería un estupendo momento para revisarla y cambiarla.

Publicado el día 24 de octubre de 2014

Los dueños de Dios

       Cuentan algunas malas lenguas que el día en el que homo erectus descubrió que la carne pasada por el fuego resultaba más apetecible apareció un chamán argumentando con arrogancia que sazonar los alimentos así era un modo de impiedad porque mataba el alma de los animales y eso disgustaba mucho a los dioses, que acabarían enviando plagas y calamidades como castigo. En ese escenario es lógico suponer que los responsables de tamaño pecado serían castigados con la severidad apropiada a su culpa. A día de hoy ha aparecido otro grupo de chamanes, dirigiendo un pueblo, que hablan en nombre de un dios, interpretan la realidad de acuerdo a los mensajes que aseguran reciben de lo alto, toman medidas radicales para organizar a la gente y castigan cruelmente a quienes no les hacen caso. Desde el paleolítico hasta ahora y en una sucesión ininterrumpida a lo largo de los siglos chamanes y similares han tratado de traer a su molino las voluntades públicas y privadas.
       Así las cosas, el gran problema no es tanto que unos piensen, o lo simulen, que forman parte de ese linaje de mensajeros de lo divino. Cada uno puede sentirse, si lo desea, el rey del mundo. Lo trágico y lo terrible son las consecuencias que se derivan de esos pronunciamientos, y entre la gente que se lo cree y aquella otra a la que se le obliga, acaba pasando lo que ya sabemos: guerras de religión por aquí y por allí, y muerte y sufrimiento sin límites por doquier. Unos con las armas por delante y otros atribuyendo a la supuesta cólera divina males sin fin (ahora con ébola como estandarte), en un trágica competencia para ver quién es más legítimo, es decir, más terrorífico. Bien es verdad que,  “el hecho, en opinión de un filósofo que estudió el asunto, Émile Durkheim, de que su mensaje haya variado tantísimo con los tiempos basta para probar que ninguna de estas concepciones lo expresa adecuadamente”, pero ello no evita que, mientras pelean entre sí, se pronuncien con solvencia como verdad absoluta.
       Bueno sería de una vez por todas abandonar esta locura pero sabemos que no lo será de ninguna manera porque el espíritu humano no es capaz de soltar un sistema de poder externo y de control de las conciencias tan elemental, tan sencillo de manejar y tan útil para tantas cosas. Con amenazas físicas, coacciones síquicas e ideológicas, con promesas de ensueño cuya falsedad nunca se podrá demostrar, ancha es Castilla.


Publicado el día 17 de octubre de 2014

De cómo nos juntamos

     Más o menos así ha ocurrido: al principio fueron las etnias y los lazos naturales, diríamos genéticos, los que nos llevaron a vivir juntos. Después, al aumentar los miembros de los grupos originarios, empezamos compartiendo la existencia en un clan, una horda, una tribu… Luego vinieron las que llamamos ciudad-estado, después los dominios de unas sobre otras que acabaron en los imperios, los reinos, los sistemas feudales… Y ese tejer y destejer aconteció empujado por acciones bélicas de dominio, que llamamos simplemente guerras, invasiones, búsqueda de la subsistencia, agrupamientos por etnias, culturas, civilizaciones... Muy pronto también comenzaron las migraciones, los extranjeros (con o sin papeles) los mestizajes. Y, en la última fase hasta el momento, llegaron los Estados actuales como una nueva fórmula de convivencia, con soluciones más racionales a los problemas comunes pero con un pecado original, ahí latente y conflictivo, el de su constitución, el de su origen.
   En su funcionamiento interno quedan algunas graves lagunas enmarañadas y espinosas que no acaban de solucionarse pero las legitimidades de ese arranque chirrían cada día: unos se hicieron de acuerdo a lo que había pasado, su historia; otros por acuerdos de los que llaman diplomáticos; algunos simplemente mediante el trazado de una raya en el mapa; y en la mayoría de los casos como resultado de guerras, invasiones y similares, o sea, por el argumento obvio de la ley del más fuerte. Y así salió lo que salió, lo que existe ahora y lo que constituye la forma social y política de convivir en este momento la especie humana a lo largo y ancho de la Tierra. De un trayecto que podemos situar en unos diez o doce mil años hasta hoy, los sistemas de convivencia han sido muchos y diversos pero casi nunca con un origen racional. (¿Y la Europa de las regiones de De Gaulle?
   Los Estados actuales, su delimitación y fronteras, al haberse formado por la vía de hechos consumados son antropológicamente arbitrarios y artificiosos. Justificar quiénes son los nuestros o quiénes somos nosotros no es el resultado de alguna inmanencia metafísica. No hay esencialismos sociales ni políticos ni éticos por mucho que se empeñen todos los nacionalismos. ¿En base a qué iba a haberlos cuando la historia y los hechos son tozudos? En lo que hemos avanzado es en que toda convivencia ha de ser negociada. Y eso ya es muchísimo.

Publicado el día 10 de octubre de 2014

Dos obstáculos teóricos

       Metidos como estamos, unos más y otros menos y cada uno a su forma de ver, entender y sentir, en lo que familiarmente llamamos el problema de Cataluña, bueno será dejar por un momento los sentimientos y la acción, u omisión, política para fijarnos en un par de aspectos teóricos o conceptuales que subyacen a todo el laberinto y sirven para evaluar y entender toda la complejidad que encierra el caso. Siempre es fructífero, alguno diría hasta inteligente, hacer un paréntesis en las emociones y los valores y echarle una miaja de reflexión fría y serena. Dos sugerencias.
    La primera viene al hilo de Alfred Hirschman, un filósofo y economista de altísimo prestigio, que propuso diferenciar dos tipos de conflictos en una distinción muy citada. Unos, los divisibles, que suelen ser aquellos que tienen que ver con la distribución de algún bien: cuando algo se reparte puede que alguien plantee que no ha sido justo y en ese caso se trata de revisar el procedimiento. Es por tanto un tipo de conflicto de relativa solución porque permite un más y un menos, se presta al compromiso y se trata solo de ajustar el resultado. El otro tipo de conflicto, por el contrario, que llama indivisibles, son los que afectan sobre todo a consideraciones sobre la identidad o el ser de alguien y en ellos no cabe ni ajustamiento, ni el aumento o la diminución. Indivisibles son aquellos que hacen referencia, por ejemplo, a la identidad de una persona, a si se es o no se es y ahí no cabe término medio. En nuestro caso lo que se plantea es si hay contradicción entre ser catalán y español al mismo tiempo y en este tipo de conflictos no cabe solución intermedia porque o se es de una manera o de otra. El que tenemos delante es un claro ejemplo de conflicto indivisible y de ahí la dificultad, podría hablarse de imposibilidad, en su resolución a gusto de todos.
       Un segundo problema teórico subyace a este laberinto y es el que en su día se llamó lo del café para todos, el asunto de las competencias, y ahí solo vale un dilema: una vez reconocida, supuestamente (basada, por ejemplo, en la distinción constitucional de regiones y nacionalidades) la singularidad de Cataluña dentro del Estado español, ¿tendría el mismo poder político que las demás? Si no, ¿lo aceptarían los catalanes, las otras nacionalidades? porque en ese caso, para qué tanto lío; y si sí, ¿lo admitirían los demás? Otro conflicto indivisible.

Publicado el día 3 de octubre de 2014