Sagrados ideales

       La historia se puede teatralizar así: el líder de ERC, tras levantarse y vestirse de moralista impenitente y feroz, lanza al universo mundo uno de los más virulentos y punzantes sermones contra la corrupción. Una vez terminada la tarea, se baja del púlpito, se pone el traje de faena y se marcha con prisa al Parlamento catalán no vaya a llegar tarde de impedir que el presidente Mas, la persona más cercana humana, política y económicamente al señor Pujol, tenga que declarar en la comisión que al efecto se ha creado en dicha institución. Una vez conseguido su propósito, se dedica a hacer grandes elogios poéticos y soñadores de cómo de bien van a vivir los catalanes tras conseguir la independencia del explotador y tramposo Estado Español. Y así una, dos, tres y hasta cuatro veces, llueva, esté nevando o haga un sol espléndido. Esta es la película, más o menos, de los hechos conocidos públicamente. Luego viene la segunda parte: un día la situación se hace tan insostenible, después de que el nombre del presidente haya sido citado en esos trapicheos de la familia, que decide modificar su voto y añadirse a los que exigen que el señor Mas acuda a la referida comisión. La respuesta de Convergencia es tan sucia e impúdica, que es aquello de que si no veo, no lo creo: acusa a ERC de estar socavando el proceso de independencia.
      El temible y duro término ideología siempre ha tenido dos significaciones más o menos cercanas pero con un matiz muy diferenciador. Y una de ellas, la perversa, se utiliza cuando se trata con sentido de información engañosa, cuando manejamos los valores para encubrir miseria y suciedad, intereses aviesos. La historia desgraciadamente está tan llena de manipulaciones estructurales que en escasas ocasiones somos nosotros mismos los que pensamos desde nosotros. Pero en este caso el engaño es tan obvio e infantil que cabría aplicarle aquello de Michael Kinsley refiriéndose al hablar de los políticos: una metedura de pata es lo que pasa cuando un político, sin querer, dice la verdad.
       La fábula recuerda aquella vieja broma tan conocida del que, estando en misa, ve pasar al monaguillo hasta en tres oportunidades pidiendo “una limosna para el culto”. Sorprendido, le pregunta cómo y porqué de esta actitud y si no le bastaba con haber hecho un solo recorrido que, además, es lo habitual. “Es que es para el cura, que sabe tres idiomas”, le dice el acólito.

Publicado el día 30 de enero de 2015

Los cuchillos de los míos

     Comentaba la sección humorística de un periódico la broma de que seguro que Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, debe dormir espléndidamente dada la cantidad de gente que le está haciendo la cama. La multitud está reñida con el descanso pero hacer la cama a alguien, como se sabe, es trabajar secretamente para quitarle el puesto que tiene. Y eso es lo que se está denunciando estos días, que dentro del Partido Socialista existen movimientos de notables que, creyendo débil la posición política del recientemente elegido, están en la tarea de retirarlo de en medio con el mensaje de quítate tú que me voy a poner yo. Y, como es habitual, estos notables tienen a su lado un grupo de adláteres y corifeos que van limpiando el camino mientras le cantan sin cesar aquello de eres el mejor, el más listo, el más guapo… La opinión más generalizada da pistas, además, de que en esta carrera por subir hay quien de momento lleva todas, o casi todas, las ventajas.
       Curioso y hasta sorprendente resulta el escaso interés que suscitan en la literatura política las relaciones que se dan dentro de los grupos, en especial en lo referente a su comportamiento moral. Cuando se habla de ética y política, habitualmente nos referimos a los principios que deben regir las acciones públicas con respecto a la sociedad o al Estado, lo que se llama “ad extra”, es decir, al exterior, pero casi nunca nos ocupamos de los preceptos que deben gobernar el comportamiento de quienes participan de manera voluntaria en un partido ni les aplicamos reproches ni reprimendas cuando quebrantan códigos elementales de conducta ética. A lo de “los cuchillos más peligrosos son los de mis compañeros” o el grito de “cuerpo a tierra que vienen los nuestros” se les da un tratamiento casi chistoso como si la traición, la felonía y la deslealtad dentro del propio partido no fueran también pecados abominables.
      A este respecto ya hace muchos siglos hablaba Plutarco de que, si toda actividad política produce ciertas enemistades y diferencias, conviene que este hecho sea para el político motivo de intensa preocupación. Al líder, sobre todo si es elegido y legitimado democráticamente, hay que deberle acatamiento y fidelidad. Y en esto no valen zarabandas ni juegos por el estilo. La ética “ad intra”, es decir con los propios, es imprescindible. La búsqueda del poder no legitima todo. Y ¡ojo! que la gente no es tonta.

Publicado el día 23 de enero de 2015

Clericalismo municipal

    Sorprende a primera vista al observador externo (“etic” lo llaman los antropólogos) la militancia clerical del gobierno municipal cordobés. Militancia en su doble vertiente, unas veces activa y en otros momentos pasiva. Un estilo de gobierno, en lo que concierne a determinados temas o naturalezas, en el que se lleva a cabo una deriva del poder institucional que por naturaleza le pertenece; una mengua en la gestión, decisión y soberanía de los que precisamente desde san Agustín se llaman “iura fori”, que hoy traduciríamos por “derechos civiles”. Y ya no es la broma de la misteriosa e intrigante “concejalía culto y clero”, cubierta administrativamente o transversal, que hace las delicias humorísticas y sarcásticas de los que algunos llamarían bajos fondos (aunque en verdad ni tan bajos ni tan fondos). El asunto es más serio por la donación de poder legítimo del que se posee y la bajada del nivel de institucionalización de la acción política.
     Sorprende y mucho dicha deriva porque de ella no se aprecia ni necesidad y ni a cuento de qué viene. Ni intención ni propósito, ni sentido ni funcionalidad; ni tampoco qué beneficios pueda estar proporcionando a la ciudadanía en general, a la que se debe su actividad pública. Incluso ni siquiera sus mayores, ideológicos y correligionarios, lo están ejerciendo, más allá de algún hecho aislado, y desde luego no con esa fuerza y ese afán. Puede que algún arbitrista de los de cuentas asegure que con esta aventura se trate de garantizar la contada fidelidad del voto de aquellos ciudadanos que estarían dispuestos a apoyar una nueva reedición de la querella de las investiduras de allá por los siglos XI y XII pero, aparte de anacrónicos, tampoco deben ser demasiados. En todo caso produce la impresión de que es un discurso de puro vacío.
     El poder municipal se define por la visión de globalidad. Apenas hay representantes de instituciones públicas a los que el protocolo les asigne un puesto de preferencia sobre el alcalde. Pero una cosa es el juego de lo menor, que puede ser sectario, y otra, la política de lo que podríamos llamar “El Estado municipal”. En esta dimensión social y política el alcalde lo es de todos, absolutamente de todos. Hasta del rey. Hace unos cuantos siglos ya decía Jean Bodin que, si el príncipe soberano toma partido, dejará de ser juez soberano para convertirse en jefe de partido. Tan sencillo como una obviedad.

Publicado el día 16 de enero de 2015

Parloteos navideños

     “Te contaré que los médicos me acaban de diagnosticar una comprometida dolencia”, relataba el otro día el amigo. Es un síndrome muy molesto que no tiene tradición clínica y que ni siquiera dispone de protocolo al uso. Una afección dura y difícil. Y, fíjate, insiste: todo causado por un colmo de responsabilidad social, por buscar “el plus de identidad ciudadana para tener peso y presencia en la esfera pública”, que viene a decir Ramón Rodríguez. He querido, al menos por una vez, no poner límite a mi esfuerzo de conocimiento y eso me ha llevado a un estado de tal postración que he tenido que recurrir a medios terapéuticos que me ayudaran a sobreponerme al trauma. Es la complicación de los excesos y de la falta de criterio para señalar el límite. El problema ha venido, te lo explicaré todo, por cómo han proliferado los discursos de fin de año de los diversos responsables políticos. Desde el gobierno hasta el último responsable público, todos se han sentido obligados a decir a los ciudadanos sus pensamientos sobre cómo lo han hecho de bien (y lo harán en el futuro aún muchísimo mejor, si ello fuera ya posible) en una especie de rendición de cuentas, al estilo del llamado “juicio de residencia”.
      Todos, envueltos en una escenografía cursi, lánguida y meliflua, con una sonrisa de amigo íntimo, susurrante y cómplice, idéntico estrado de chimenea invernal impoluta y perfecta, primeros planos de un rostro que simula enviarte muchos besos y requiebros como si estuviese absolutamente preocupado por tí solo con quien habla de tú a tú… de lo nuestro. Eso sí, arengas y sermones sin interrupciones ni preguntas. Como se suele hacer últimamente. Todos iguales, desde los líderes comunitarios, que también son jefes nuestros, hasta los presidentes de la comunidad de vecinos y los jefes de escalera. Y así ha sido como ha caído el amigo. Creyendo que le hablaban a él solo y, al tiempo, consciente de que debía seguir y estudiar todas y cada una de las declaraciones, ni villancicos ni belenes: todo el día persiguiendo textos.
    Pláticas hueras la mayoría de las veces. Parloteos protocolarios pero con signos propagandísticos; plenamente inútiles; viejos y anticuados, con olor a naftalina. Cuenta Filóstrato en su “Vida de sofistas” que cuando los atenienses se dieron cuenta de la habilidad de los que hablaban por hablar, los excluyeron de los tribunales. Pues a lo mejor no era mala idea.

Publicado el día 9 de enero de 2015

Apuntes sobre el calendario

     Seguro que la profecía que más veces se ha hecho a lo largo de la historia ha sido la del fin del mundo o el final de los tiempos. Y, salvo casos especiales en los que el autor se ha manifestado de esa manera empujado por un conocimiento teórico, lo normal es que quienes proclaman ese futuro revelan, consciente o inconscientemente, al tiempo que hacen el anuncio, el deseo de que se cumplan sus previsiones, no por mostrar su sabiduría sino por algún motivo justiciero relacionado con los pecados del mundo. A ello hay que añadir que, aparte de la indefinición sobre a qué se llama el mundo (el Universo, el Sistema Solar, la Tierra…) cuando se asegura su fin, el caso es que hasta el momento, más allá de un cierto y momentáneo desplome de las nubes unos metros, una y otra vez han sido vanas estas pretensiones. Este ni ha terminado ni hay indicios de que ello pueda ocurrir, al menos de momento, como muy bien indica Astérix. Otra cosa es la desaparición de la especie humana, eso seguro y próximo tras neandertales y cromañón, pero por ejemplo el sol, dicen los expertos, está a mitad de su vida y aún le faltan cinco mil millones de años para extinguirse.
     Al margen de esos vaticinios tan poco halagüeños, sí que es verdad que nuestra relación con el calendario y la forma de contar el tiempo ha sido unos de los esfuerzos más complejos y notables que hemos vivido, como especie, a lo largo de los siglos. Tranquilos ahora por lo que parece un asunto menor, sí que ha dado la lata a la gente (discusiones teológicas, políticas, sociales, económicas y hasta humorísticas incluidas) pues había que arreglar el caos organizativo hasta con dos Pascuas de Resurrección en un año. Pero todo este problema no competía a todo el mundo sino que, por sorprendente que parezca, su conocimiento y su uso solo alcanzaba a las clases dirigentes. A la gente normal eso de medir el duración y las fechas, si les llegaba alguna información, lo consideraban algo que pertenecía a Dios y, si acaso, al papa.
      Aunque todo el proceso duró hasta 1912, con Mao Tse Tung, el comienzo del arreglo final a los desajustes se inició en octubre de 1582, cronología que, con ocasión del incidente de Teresa de Jesús, vamos a escuchar este año hasta la saciedad. Y como por lo general las proclamas de fin del mundo han venido acompañadas del anuncio de la llegada del Anticristo, Gregorio XIII fue honrado con este título.

Publicado el día 2 de enero de 2015