Tristes o, mejor, entretenidos

      Defendía Erich Fromm que el Estado estaba interesado en crear individuos tristes y macilentos porque gobernar sobre esta clase de personas es más fácil que hacerlo con gente alegre y animosa, más propensa a la protesta y a la crítica. No está claro del todo, sin embargo, que este propósito no permita otras alternativas para tener al colectivo tranquilo y dominado y, encima, puedan ser mucho más beneficiosas para quienes tienen el último y decisivo control. Porque cabe preguntarse (y de hecho se lo han preguntado importantes sociólogos) que, si bien parece razonable pensar que unos ciudadanos alicaídos darán poca lata a las autoridades, también podrían comportarse de la misma manera quienes estuviesen en otras condiciones que condujesen a esa misma finalidad. Por ejemplo, tener distraído al personal, entretenido de tal manera que ni le interese entrar en conflicto con el poder, ¿no sería acaso tan rentable y hasta incluso del mayor interés? ¿Y si, además, está plenamente convencido de que su comportamiento es francamente bueno y recto?
         Vicente Verdú sistematiza el desarrollo del capitalismo en tres momentos de la historia reciente. Hay uno primero, dice, de producción (que llega hasta la Segunda Mundial) en el que lo principal son las mercancías, y los productos que ofrece (cocinas, paraguas, teléfonos) … negros y sombríos; después, hasta la caída del Muro, viene un período de consumo, con superficies brillantes, aluminio, acero inoxidable…; la etapa actual, capitalismo de ficción, se caracteriza porque nos ofrece la felicidad, la alegría, la creación de un mundo nuevo y mejor, en definitiva, un mundo virtual que nosotros podemos promover a nuestro antojo y de acuerdo a nuestros deseos y aspiraciones.
    A este fin, viene bien recordar lo que cuenta William Davies analizando los comportamientos colectivos: que los vínculos sociales, los compromisos con los demás, está demostrado que son más fundamentales que los precios de los mercados. Así es que, si nos dejamos seducir por la bondad de esos vínculos sociales que, a fin de cuentas, son más eficaces y, por tanto, rentables, pues mejor que mejor. ¡Qué sistema más óptimo que éste para completar el mejor efecto del capitalismo de ficción! Contentos y confiados, estamos en la inmejorable disposición para comprar y consumir, pensando además que estamos haciendo una buena obra. Con lo que queda el círculo cerrado.

Publicado el día 29 de diciembre de 2017

Una nueva belleza

     Como de pronto, alguien advierte de que nos hemos olvidado del vehículo, de que, encerrados en lo de cada día, ya no nos acordamos del carruaje en el que estamos acomodados. Y menos aún de que hoy empezamos una nueva vida, un nuevo amanecer que nos llevará durante los próximos seis meses cada vez con más luz, con más sol, con más vida. Es el solsticio de invierno: un acontecimiento más real que las elecciones catalanas o la lotería nacional. Un acontecimiento cósmico que, ya decía el fraile Roger Bacon en 1267, se mueve, que sube en el calendario… pero que, decidido por la Iglesia como fijo, había alborotado todo el ceremonial de fiestas y santos, mientras carga sobre sus espaldas el peso de “un inmenso abanico de… ritos de fecundidad, fiestas del fuego, ruedas ardientes, ofrendas a los dioses”.
        (Para el aviador la pregunta es “qué habrá pasado en el planeta, ¿quizá el cordero comió a la flor? A veces me digo; ¡seguramente no! El principito encierra todas las noche a la flor bajo un globo de vidrio y vigila bien a su cordero… Entonces me siento feliz. Y todas las estrellas ríen dulcemente. Pero a veces me digo: de vez en cuando uno se distrae ¡y es suficiente! Una noche el principito olvida el globo de vidrio o el cordero salió silenciosamente durante la noche… ¡entonces los cascabeles se convierten en lágrimas! Es un gran misterio. Para vosotros que también amáis al principito, como para mí, nada en el universo sigue siendo igual si en alguna parte, no se sabe dónde, un cordero que no conocemos, ha comido, sí o no, a una rosa… Mirad al cielo. Preguntad: ¿el cordero, sí o no, ha comido a la flor? Y veréis cómo todo cambia… ¡Y ninguna persona mayor comprenderá jamás que tenga tanta importancia!”)
          Porque, para que eso ocurra, antes que nada hay que detenerse, pararse un momento, dar un suspiro, apropiarse de una bocanada de aire. ¿Desde cuánto tiempo no ha leído una poesía, unos versos? podría ser una pregunta que hiciésemos por la calle. Y con la previsible respuesta, las cosas no funcionan, no pueden funcionar: así todo acaba en gritos, en ruido. “Huye el año a su término / como arroyo que pasa / llevando del Poniente / luz fugitiva y pálida”, que dice Rubén Darío. Y tal vez debería ser obligatorio lo de un poema por mes o, al menos, por año. Otro gallo nos cantaría. Una nueva belleza que, según los antiguos, equivale a una nueva verdad y a una nueva bondad.

Publicado el día 22 de diciembre de 2017

La igualdad, por Navidades

      Sabido es el viejo pensamiento racionalista que, procedente de Sócrates y demás filósofos, digamos, orgánicos occidentales, defiende que la virtud es en sí misma tan atractiva y verdadera que basta conocerla para engancharse a ella, a través de la ecuación intercambiable: virtud es saber y saber es virtud. Lo que, desde el ángulo opuesto, explica la aparición del vicio por la ignorancia y falta de conocimiento. Es por tanto una visión intelectual de la moral y de la ética, identificativa del mundo occidental. Ahí están para demostrarlo los dominantes discursos buenistas que no cesan y se justifican en, que, si el hombre no la interfiriera, la virtud (la igualdad, en este caso) acabaría gobernando el mundo para el bien y felicidad universal. ¡Nadie entre aquí que no defienda la igualdad! ¿Quién se atreve a decir lo contrario? El pensador, que se cierra en lo racional y doctrinal.
        Pero los ideales son peligrosos, no lo duden, proclama Rafael del Águila. A muchos les parece, viene a decir, que, si creemos profundamente en algo maravilloso y lo convertimos en actuación política racionalmente exigida, todo irá bien y será maravilloso. Pero claro ¿y qué pasa si alguien en la ciudad no cree que esa igualdad no solo no es maravillosa sino, muy al contrario, hasta puede ser muy perjudicial? ¿O simplemente la rechaza al grito, que ahora está dominando Europa, de ¡yo no quiero ser igual a ese o a esos!? ¿Y quién ha determinado esa virtud, puede objetar el ciudadano que cada día ahonda más aún en la brecha social con sus comportamientos económicos o empresariales mientras rechaza un mundo común con lo común del mundo? ¡Y que, además, dice, compita conmigo por un mundo único! Porque ¿quién ha dicho, o decidido, que la igualdad es un bien en sí mismo y por qué?
       Véase si no el redoblado esfuerzo navideño por la igualdad, por ejemplo, en campañas especialmente bienintencionadas, pero baldías por su inconsistencia, su futilidad teórica, mientras asoma la que puede ser definitiva ruptura de nuestra especie, sobrepasando incluso lo previsto en “1984” o en Huxley ¿Qué pasaría si las nuevas tecnologías genéticas solo estuviesen disponibles para la gente rica? Tendríamos una sociedad que no solo estaría dividida definitivamente por una brecha económica, sino que el acceso a la genética crearía una subclase antropológica, pregunta Siddhartha Mukherjee. O una nueva especie partida.

Publicado el día 15 de diciembre de 2017

La duda como remedio

       Tras la vorágine que los nuevos conceptos de posverdad y realidad alternativa han creado tanto en el discurso público como en el privado, tal vez sería prudente y sensato, para ir aclarando pensamientos y actitudes, echar mano de una posición teórica y práctica que el ser humano siempre ha tenido a su alcance que es la duda, la capacidad de cuestionarse todo el esquema de ideas sobre el mundo de que dispone. Introducir una cuña interrogativa en el conjunto de conocimientos que poseemos de manera que nos permita desalojar de nuestro pensamiento los absolutos, esas posiciones que, aunque a primera vista parezcan todo lo contrario, en el fondo trocean la realidad y crean multitud de puntos de vista, excluyente cada uno de ellos. Y de esta manera tantas interpretaciones disipan la verdad y la rompen. Nunca hubo dos hombres, dice un filósofo, que juzgaran del mismo modo una cosa y es imposible encontrarse con dos opiniones exactamente iguales no solo en hombres diferentes sino en uno mismo a todas horas.
         Plantear la duda, ejercer una cierta sospecha ha sido una afortunada tentación que se ha sugerido como tratamiento a las convicciones desde que comenzó a desarrollarse lo que se puede llamar la filosofía occidental. No solo porque desde el principio hubo pensadores que llamaban a esta serenidad de ánimo sino porque, a lo largo del tiempo, siempre ha habido alguien que se ha ocupado en insistir en las virtudes y los aspectos positivos y beneficiosos de esta actitud existencial. El escepticismo, que en el fondo es la desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo, consiste precisamente en esto.
        Sin embargo ya sabemos que la referida cuña de cuestionamiento de algo suele ser rechazada por la exigencia que todos tenemos de afianzar nuestra seguridad porque, como algunos han dicho, cuestiona los dogmas de la tribu en cuyos parámetros necesitamos encontrar el suelo en que apoyarnos, pero aprender a dudar implica distanciarse de lo dado y poner en cuestión los tópicos y prejuicios, cuestionarse lo que se presenta como incuestionable, viene a decir Victoria Camps. La duda, cuestionarse los fundamentos de nuestro esquema ideológico, del conjunto de nuestras certidumbres personales es el mejor (y tal vez único) camino para encontrar la verdad. En la línea que aconseja Cervantes cuando afirma que de sabios es guardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un día.

Publicado el día 8 de diciembre de 2017

Desigualdades de nacimiento

       Huarte de san Juan, uno de nuestros sabios del siglo XVI, se interpela sobre cómo es posible que, siendo la Naturaleza prudente, mañosa, de gran artificio… y el hombre una obra en quien esta tanto se esmera, sin embargo “para uno que hace sabio y prudente cría infinitos faltos de ingenio”. ¿A qué se debe esta incongruencia?, se pregunta. Y acaba achacando la causa (la culpa) de tal desafuero a los padres porque, dice, no se llegan al acto de generación con el orden y concierto que Naturaleza estableció ni saben las condiciones que se han de guardar para que los hijos salgan sabios y prudentes. (¡Vaya responsabilidad!: los padres, por no saber hacer bien las cosas, los causantes de que no todos seamos listos, guapos… Otra cosa es lo que cuenta que se debería hacer).
      Pero en definitiva en eso estamos y en eso vivimos. Y de donde deben partir todas nuestras consideraciones ideológicas y sociales a la hora de plantearnos cualquier iniciativa para la consecución de la igualdad universal. Sin embargo por lo general dejamos a un lado las dos discriminaciones con las que venimos al mundo. Porque de entrada ya hay una desigualdad de naturaleza: ser alto o bajo, guapo o feo, (el poeta Marcial se preguntaba, ¿de broma?, si los feos pueden ser buenos) inteligente o torpe… nos planteará o ayudará con las dificultades de vivir, de sobrevivir o de triunfar. Y lo mismo se puede decir del poder operativo de la otra dimensión, la de las condiciones sociales en que está el rincón familiar en el que nacemos. Y todo ello cuando aseguran todos los expertos, y hasta los que no lo somos lo vivimos cada día, el definitivo condicionamiento que tiene en nuestra vida lo derivado de nuestras límites de nacimiento, de lo natural y de lo social.
       De acuerdo con ello una reflexión que minusvalore o prescinda de ese doble punto de partida tiene todas las posibilidades de terminar en un discurso amable y dulce, pero en absoluto operativo y corremos el riesgo de hablar de vacuidades y no de proyectos reales. Bien claro lo dice el emperador Wen, de la dinastía Wei: “¿Por qué si el mundo es uno / todo es tan desigual? Los ricos bien que comen / buen arroz, buena carne. / Pero los pobres comen / desperdicios y yerbas. / ¡Qué dura es la pobreza! / Nuestra suerte, inmutable, el cielo la dispone. / Y es inútil quejarse, y es inútil gemir, / porque a nadie podemos reclamar”. Porque así son las cosas.

Publicado el día 1 de diciembre de 2017

El poder social de las emociones

         Los lectores de Pío Baroja recordarán la escena de “Paradox, rey” en la que este trata de convencer a un grupo a que le sigan en una rebelión, sin tener demasiado éxito en su proclama. Es entonces cuando le interrumpe un miembro de su equipo: “Mi querido Paradox, creo que se pierde usted en un laberinto filosófico-político-religioso. Déjeme que intente yo arengar a las masas”. Y entonces es cuando empieza la conocida retahíla de “¿Os gustan las habichuelas?, ¿y el buen tocino?” ... que acaba por convencer a los indecisos.
         Dice John Galbraith que en el mundo hay tres poderes, cada uno de los cuales se apoya en un sistema específico. El poder condigno se obtiene mediante las amenazas al sujeto; el poder compensatorio, por el contrario, obtiene la sumisión mediante recompensas; y el tercero, al que llama condicionado, es el que se sustenta en el convencimiento, en la creencia, a través de la persuasión. Y si los dos primeros pueden parecer una transacción (en definitiva, el yo te doy, tú me das) el último recoge una categoría especial. Consigue el poder o manda aquel que convence al grupo (ya sea una nación, un Estado o un grupo de amigos o vecinos) mediante un sistema natural. Quienes se hallan sometidos lo pueden vivir hasta sin darse cuenta, tal es la capacidad de seducción que en ocasiones produce, aunque por lo general es una supremacía entendida y aceptada a la que puede aplicarse incluso el “efecto halo”, que consiste en que, si nos gusta una persona, sobre todo por su aspecto físico, tendemos a calificarle con características favorables a pesar de que no dispongamos de mucha información sobre ella. Es un poder que se vive y sustenta subjetivamente.
          Pero ¿cuál es el camino para esa creencia que lleva a aceptar el feudo como algo propio y casi espontáneo? ¿Cómo se llega a ese estado anímico? ¿Es el laberinto filosófico-político-religioso o son las habichuelas? ¿Qué nos empuja de manera natural y casi automática a aceptar la dependencia de otro, la razón o los sentimientos y emociones, es decir, la vida afectiva? La respuesta, aunque no guste a muchos que tienen una alta opinión de sí mismos, es que es esta última la definitiva. De ahí el poder social de las emociones, el tremendo y terrible poder. Aunque no lo parezca, no es la razón ni las razones quienes marcan el camino. Y de aquí deriva el número tan considerable de problemas que hay en la convivencia.

Publicado el día 24 de noviembre de 2017

De premios y castigos

         La manida propuesta de que a los ciudadanos se podría, y tal vez debería, otorgarle un carné de buena vecindad cuando se compruebe que cumple con todos sus deberes colectivos es una idea con la que juegan algunas a lo más biempensantes. El aparato de todos los Estados y también las instituciones funciona con una concepción judaica o bíblica del hombre como sujeto caído, que, en cuanto nos descuidemos ya empieza a hacer dislates y en esas condiciones necesita de redención y de extrema vigilancia. (Lo que se demuestra en que no hay disposición, moderna o antigua en algún lugar del mundo, que, en el desarrollo de su articulado, en lugar del consabido rosario de sanciones para los incumplidores, ofrezca únicamente premios para quienes se comporten de acuerdo a lo ordenado). Pero, como aun así sigue desobedeciendo, el ciclo se cierra con el castigo y la amenaza del mismo. De ahí la sugerencia de quienes se consideran a sí mismos como buena gente o porque consideran que sería estimulantes, de vez en cuando hablan de ese documento que acreditara la bonhomía.
      Carné o no, lo que sí ocurre es que hay multitud de instituciones de toda índole que gustan destacar a determinadas personas con premios y distinciones. Algún socarrón diría que entre tanto premio poca gente debe quedar sin tener, al menos, alguna mención honorífica por hacer bien una tortilla o saberse con precisión el himno del equipo. Bromas aparte, lo que hay que considerar más en serio es el listado de premios que las Administraciones Públicas (hacer de su capa un sayo en un asunto privado es otra cosa), en su afán de exhibir su poder, adjudican sin ton ni son. Y ahí está el abuso. Porque los procedimientos que utilizan son esencialmente discriminatorios pues marginan a tantos ciudadanos que los merecen, puede que más, y sólo hay publicidad en los resultados. Seleccionar, por ejemplo, a unas docenas de personas para un premio nacional al mérito en el trabajo puede ser tachado desde candidez a un descoco inaudito. Y los otorgados con motivo de las fiestas locales o autonómicas: serán personajes extraordinarios, pero ¿de una raza superior?
       La venganza popular es que a nadie interesan, salvo a los seleccionados. Mas, para compensar el desequilibrio, las autoridades podrían establecer también unos castigos. Al estilo de la Lotería en Babilonia de Borges. Lo malo es que eso sería darle muchas pistas al demonio.

Publicado el día 17 de noviembre de 2017

Un astrónomo de cabecera

     Por lo general no hay semana, incluso a veces días, en que no aparezca alguna información de interés que podríamos llamar cósmica, cosmológica o planetaria, algo referido a descubrimientos que se van haciendo en el cosmos y a leyes y modos de comportamiento del Universo en que estamos. Ayer, antes de ayer, la última quincena… todos esos momentos están llenos, a nivel periodístico, es decir, de divulgación, de datos que los astrónomos y astrofísicos, por citar algunas especialidades, tratan de colocar en lugar preferente en el dietario del mundo. Lo último aparecido, cuenta Javier Sampedro, son los trabajos que sobre la mecánica cuántica están haciendo los chinos, de manera que “en cinco o diez años esperan estar listos para iniciar una red global de comunicación cuántica. Van en serio, y lo están haciendo genial” y, aunque a cualquiera de nosotros, no experto en la alta física, todos estos conceptos nos suenen a chino (nunca mejor dicho) son avances científicos de muy alto nivel para el mejor conocimiento de nuestra realidad y la del universo que, a fin de cuentas, es lo que importa.
         Hace casi un siglo un filósofo alemán, hoy más bien olvidado, Max Scheler, lanzaba una interpelación decisiva sobre lo que nosotros, los humanos, representamos en el universo (“El puesto del hombre en el cosmos”, se titula el trabajo) y, aunque su respuesta no tiene al día de hoy demasiada actualidad, la pregunta sigue vigente, entre otros motivos porque ni se ha encontrado la respuesta y casi no hay ni pistas sobre cómo aclarar el asunto. Cuando en cualquier manual específico leemos que en nuestro Universo (sin contar con los poliuniversos) hay un sinnúmero de galaxias, la cuestión de qué representamos nosotros queda como ridícula y nimia. Dentro de lo real, ¿qué significa la especie humana? En una imagen plástica alguien ha dicho que por qué no puede nuestro universo ser una célula pequeñísima del estómago de algún ser de tamañas proporciones. ¿Cómo saber sin más de nosotros mismos?
     ¿Diría alguien que la profesión de futuro será entonces la de astrónomo, según vaya abriéndose paso hacia el Universo la ciencia, en definitiva, los humanos, los de Cromañón, aquellos que salimos de África hace unos 100.000 años? Pues, si las cosas van a ir por ese camino, ya deberíamos estar cada uno de nosotros buscándonos nuestro astrónomo de cabecera. Y no hay nada de broma en esta reflexión.

Publicado el día 10 de noviembre de 2017

Problemas en lo que se dice

        En las emisoras de radio se publicita una empresa con el argumento de que ella “no hace como las demás” de su ramo, sus competidoras, que se dedican más a la publicidad que a cumplir correctamente con su tarea profesional, cosa que la empresa protagonista asegura en su anuncio que no hace. Es decir, publicita que ella no se dedica a hacer publicidad, lo que acaba resultando una curiosa argumentación pues lleva a cabo precisamente lo que dice que no hace, apoyándose en el término dedicarse. Hacer lo que se dice que no se hace, utilizándolo como tesis para probar que no se hace lo que se dice, es una inteligente forma de competir en el debate de las ideas y, al tiempo, el manejo de un viejo sistema de confrontación dialéctica basada en una incongruencia argumental y que puede ser tachada de sofística. (Otra cosa son los resultados económicos y empresariales, si esa forma de hacer anuncios pueda ser interesante, un asunto ajeno a esta reflexión, que es exclusivamente lingüística).

        Hablar de cómo manejamos el lenguaje en nuestra vida diaria y cómo lo usamos con una u otra finalidad es una tarea de cada día que no podemos ni debemos obviar porque, a fin de cuentas, el lenguaje y la palabra constituyen casi todo lo que somos como personas. Y de ahí la necesidad de estar pendiente de cada giro lingüístico, de cada expresión. En la Edad Media, por citar un ejemplo al azar, allá por el siglo XI más o menos, pasaba lo mismo. También entonces había quienes pensaban y creían en la importancia del habla, de tal manera que hubo más de uno que estimaba que quienes se apoyaban para hacer ciencia y filosofía en el lenguaje se pasaban de listos, que, de tanto estar pendientes de la dialéctica y de la retórica, se olvidaban de otras cosas mucho más importantes, como de la teología. Y así surgieron los que se podrían llamar dos partidos, el de los dialécticos y el de los teólogos.

        Los juegos de palabras son posibles por la flexibilidad casi infinita que encierra el lenguaje, y la cosa llega a tales niveles que la precisión en el habla resulta de lo más complicado. Y cómo en tantas ocasiones una cosa es lo que nos dicen y otra lo que escuchamos. Por ello cuando nos quejamos de discursos que nos llegan llenos de trampas lógicas, conviene que seamos conscientes de que es más difícil construir una frase exacta, hablar bien, que hacerlo mal. Por mucha buena voluntad que se ponga.

Publicado el día 3 de noviembre de 2017

Natural, terrible palabra

    Adjetivar las palabras para encontrarles un lugar en el universo del idioma es, normalmente, una operación simple. Un regalo simpático, un tarde calurosa o un vecino amable son expresiones fáciles, salvo que alguien pretenda precisar hasta el detalle. Mas es conveniente recordar que hay palabras que encierran una muy alta concentración de significado lo que las hace complejas, duras y hasta terribles. Natural, y naturaleza, son dos de ellas. Si, por ejemplo, en filosofía buscamos seleccionar un reducido número de términos técnicos especialmente discutidos hasta el límite, de elevada comprensión, uno de ellos es sin duda el de naturaleza. Y natural, su derivado. Dos palabras, madre e hija, que, aunque a lo largo de la historia se han entendido de muchas maneras, podemos resumir como el conjunto de la realidad física que nos rodea. Siempre por supuesto en proceso pues la naturaleza no es algo permanente, fijo y estable.
      Entendidas de esta manera, las manejamos en tres usos principales. La aplicación que hay quien hace a una supuesta ley y derecho moral natural, que sería algo así como una “luz que nace con el hombre y lo hace capaz de discernir el bien del mal”, uso este vinculado a creencias religiosas y sin vigencia más allá de determinados sectores. En los tiempos modernos, cuando el comercio, lejos de ser un modo de subsistencia, se ha convertido en una actividad antropológica central y se vende lo natural como señuelo mercantil para hacer grandísimos negocios: ¿productos naturales?, vaya usted a saber. Y hay un tercer uso como cuando justificamos la vida social en este concepto: lo natural, decimos, es ir a una boda con nuestras mejores galas y no en pijama.
     Adjetivar como natural cualquier acción o ciertos objetos es desde luego bastante peliagudo y peligroso. Sorprende, pues, y mucho la ligereza y frivolidad con la que muchas veces utilizamos estos términos, no de una manera superficial sino con pretensiones teóricas. La palabra natural tiene tal carga ideológica, comercial y societaria que su manejo exigiría toda la prudencia del mundo. (Lo que ocurre sin embargo es que todas estas y otras consideraciones son del todo inútiles, precisamente por esos intereses tan monumentales que suscita, que acaban siendo un inmenso y gigante negocio moral, económico y societario. Por lo que no vendría mal un poco de suspicacia y sospecha cuando alguien la utiliza).

Publicado el día 27 de octubre de 2017

Loor y gloria al ser humano

        Hablando san Agustín, en una reflexión sobre el Pentateuco, de los primeros hombres en la tierra, los patriarcas, que vivieron tantísimos años y tuvieron hijos a edades tan tardías comparadas con nuestros parámetros de vida, se pregunta cómo es posible que se abstuvieran del coito durante tanto tiempo hasta la edad en que se dice que tuvieron hijos. Tras aceptar y defender que la cuenta que se hace es correcta y que en efecto vivieron todo el tiempo que se dice en el Génesis, viendo que los hijos que tuvieron les llegaron, en bastantes casos, superada ya la centena de años, se plantea cómo pudieron pasar tanto tiempo sin practicar el apareamiento. Set, por ejemplo, tenía ciento cinco años cuando engendró a Enós, o Yéred, ciento sesenta y dos años cuando concibió a Henoc. ¿Se abstuvieron del coito hasta esta edad? Esa es la cuestión que plantea el santo.
      Mucho, como decimos familiarmente, ha llovido desde entonces. De manera que esta pregunta, aunque pueda parecer profundamente humana por su trasfondo y sobre todo en el momento histórico en el que se formulaba, no deja de ser una futilidad al día de hoy por las condiciones científicas y tecnológicas en que nos movemos. Y así hay que saludar con toda clase de campanas, trompetas y tambores, orquestas y bandas de música incluidas, el nacimiento en Sevilla del llamado bebé-medicamento, en realidad el único y gran objetivo de esta columna. Mucho ha llovido en efecto desde que Agustín de Hipona se proponía esa, en el fondo, confusa pregunta cuya réplica es lo que llaman los científicos “el diagnóstico genético preimplantatorio”, la salvación para las familias que quieren tener hijos pero corren el riesgo de transmitirles graves enfermedades. Las informaciones aseguran que, en 2005, Andalucía fue la primera comunidad autónoma en incorporar este procedimiento. Si la primera o la última importa menos. Lo decisivo es, en primera instancia, el beneficioso progreso humano que ello representa y, después, el reflejo que lleva a las personas que se benefician.
       (Sobre la pregunta inicial, san Agustín, en “La ciudad de Dios” que es donde lo trata, razona afirmando que teóricamente caben dos opciones para responder a tamaña cuestión: que pudo ser porque la pubertad se alargaba entonces de manera considerable o porque el relato bíblico no mencionó a otros hijos que hubieran tenido antes. Y se inclina por esta segunda opción).

Publicado el día 20 de 0ctubre de 2017

Los flecos en la vida

        Este año, según los indicadores de moda que aparecen en los medios de comunicación, los flecos serán muy básicos en todo el vestir. Desde el calzado a los vestidos. Flecos de todo tipo y color, flecos que casi todo el mundo llevará. Naturalmente esto de los patrones de la moda, como todos sabemos, es una manera de hablar, un forma de entretenerse y después cada cual hará lo que quiera y desee. Es algo que solo viene a enredar un poco y dar algún dinero a quienes la promueven y a algunos otros que se lo creen o, al menos, hacen que así lo parezca. Flecos, en definitiva, que no son sino un tipo de ingredientes que vienen a acompañar a lo sustancial. Nadie puede vestir exclusivamente de flecos porque esa condición casi es una contradicción en sí misma.
        El caso es que eso de los flecos, dejando a un lado lo apuntado de la moda, ha venido a airear una palabra que está como escondida en tantos escenarios de la vida. Una cosa son los flecos materiales que cuelgan de la ropa y muy otros los flecos simbólicos, alegóricos o figurados. “Sólo faltan unos flecos en la negociación” es una expresión más frecuente de lo que a primera vista pudiera uno figurarse, rincones a los que no prestamos apenas atención, que parece no representan gran cosa pero que en tantas ocasiones acaban siendo más decisivos que lo aparentemente principal. No caemos en la cuenta de que, de la misma manera que un fleco extravagante o mal encarado puede dar al traste con un ornato en el que está en juego algo tan principal y conveniente como nuestra imagen, así el referido que no termina por cerrar un pacto o un convenio es capaz de romper todo lo que tenemos negociado.
        Todo el mundo recuerda lo que comienza con aquello de que “por un clavo se perdió una herradura…”, un poema metafísico (y religioso) de George Herbert, un poeta inglés del siglo XVII, que, entre sus muchas advertencias, llamó la atención del alcance de las cosas pequeñas en su recopilación de dichos “Jacula Prudentium”, publicada en 1652. Y, en el mundo de hoy, poca gente quedará que no haya leído o pensado algo sobre otro paradigma del máximo interés y eficacia: el llamado efecto mariposa, propuesto por Edward Lorenz, según el cual, si en uno de dos sistemas iguales o casi idénticos hay una mariposa aleteando, al final ambos acabarán siendo completamente diferentes. Los flecos, sobre todo ideológicos, con que nos obsequia la vida.

Publicado el día 13 de octubre de 2017

Una amenaza permanente

      A finales del siglo XV a un tal Sebastián Brant, nacido en Estrasburgo, se le ocurrió escribir un libro que tituló: “La nave de los necios”, en una época que llamamos como de transición entre la Edad Media y la Moderna, con el Humanismo de fondo. El texto viene a representar la imagen de un grupo de locos viajando en barco hacia la tierra de los tontos (o Narragonia, en el original alemán) y es una sucesión de cuadros críticos, acompañados cada uno con un grabado, en los que el autor critica los vicios de su época a partir de la denuncia de distintos tipos de necedad o estupidez. “Un necio es el que no entiende cuándo habla con un necio; un necio es el que ladra siempre en contra y se pelea con un borracho y quiere bromear con niños y necios sin aceptar el juego de la necedad… Y sucede una cosa singular en la tierra: más de uno quiere ser un sabio, pero se acomoda a la estulticia y cree que se le debe alabar cuando se dice ¡ese conoce bien la necedad!”
       El asunto de la necedad o de la estulticia sigue tan presente en nuestra civilización que ha sido frecuente objeto de estudio para analizar cuáles son sus claves y si hubiese algún remedio. Pero es vano propósito. Por empezar por algún lado, se puede recordar lo que dice el filósofo francés André Glucksmann, en un libro relativamente reciente con este título de la estupidez, que la preocupación por estudiar este tema se ve contrarrestada por la de protegerse contra ella, y que cada uno se guarde las espaldas al precio que sea para que no le ocurra lo que a Gribouille, que se metió en el río para huir de la lluvia. O aquel romano que, sabiendo que los augurios pronosticaban que moriría ahogado en el mar, decidió abandonar esa forma de viajar y luego se acabó ahogando en un río.
      La clava y la capucha, símbolos de los necios, tienen mucha más vigencia de la que a primera vista pudiera parecer. Objetos de uso tan frecuente, que los llevamos más de uno, por no decir tantísima gente, en estos tiempos que corren. Poco éxito, o más bien ninguno, tuvo Sebastián Brant en la tarea que se encomendó porque la estirpe que trató de sanar ha ido creciendo considerablemente y tomando cada vez más poder. El busilis está en que la estupidez es ausencia de juicio, pero ausencia activa, conquistadora y preponderante, matiza Glucksmann. Soslaya la duda, su medicación precisa, y entonces es cuando nos perdemos al querer imponerla.

Publicado el día 6 de octubre de 2017

El mundo y sus demonios

         Es probable que a más de uno le suene el título de esta columna. Se trata, en efecto, de el del libro de Carl Sagan, publicado en 1995, que intenta explicar el método científico al ciudadano corriente, anima a los lectores a utilizar el pensamiento crítico o escéptico y le muestra estrategias que le pueden permitir separar el grano de la paja, es decir, la afirmación científica de la falsa y adulterada. “Si se llegara a entender ampliamente que cualquier afirmación de conocimiento exige las pruebas pertinentes para ser aceptada, no habría lugar para la pseudociencia. Pero, en la cultura popular, prevalece una especie de ley de Gresham según la cual la mala ciencia produce buenos resultados”. Ley que asegura que, cuando en un país circulan simultáneamente dos tipos de monedas de curso legal y una de ellas es considerada por el público como "buena" y la otra como "mala", la moneda mala siempre expulsa del mercado a la buena. Es una manera de decir que la gente guarda lo bueno para mayor garantía, mientras que lo malo es lo que da en todas partes y así domina el mercado.
      Lo terrible de esta situación que denuncia Sagan es ver cómo la pseudociencia copa determinados terrenos societarios y sociales, engañando a los incautos mientras les estruja su mente y su bolsillo. Si hay un ámbito falso, ahora que está de moda lo de la posverdad, es éste del gran fraude relacionado con la ciencia. Y lo más lamentable es la promoción popular que, de manera cínica y despreciable, lleva a cabo cierta televisión pública, con una actitud que debiera ser penada con gran firmeza.
    Como contrapunto a los premios Nobel, se crearon hace unos años los “Nobel alternativos” o “Ignobel”, galardones que premian investigaciones curiosas o disparatadas pero que acaban teniendo un sentido profundo que, a primera vista, no se descubre. “Primero reír, luego pensar”. El año 2013 lo fueron, entre otros, dos descubrimientos relacionados entre sí. El primero sostiene que, cuanto más tiempo lleve una vaca tumbada, más probable es que se levante pronto, mientras que el segundo que, una vez levantada la vaca, no es fácil predecir cuándo se tumbará otra vez. Recuerda Sagan a este respecto la afirmación de Hipócrates: “Los hombres creen que la epilepsia es divina meramente porque no la pueden entender. Pero si llamasen divino a todo lo que no pueden entender, habría una infinidad de cosas divinas”. Así es.

Publicado el día 29 de septiembre de 2017

La pequeña rendija

       Cuando tratamos de calificar este período en que nos ha tocado vivir, en demasiadas ocasiones caemos en el juicio más repetido y asequible de que andamos en tiempos de incertidumbre, en tiempos revueltos, con las angustias y los miedos que nos atenazan en cada esquina. Tenemos la sensación de que falta consistencia a las certidumbres, que por tanto ya no lo son tales, y de que, en cuanto a las referencias que dirigen nuestra vida, valen muchas respuestas. Es la multiplicidad que se originó en un movimiento universal de pensamiento, de culturas y de creencias que algunos definieron como pensamiento débil. Siempre el ser humano ha sido frágil y su existencia ha estado pendiente de un hilo (los “efímeros” nos llama Esquilo) pero una cosa es el destino individual y el riesgo personal y otra, la cuna en que se mece la interpretación del mundo, la doctrina. Haciendo un muy discutible ejercicio de simplificación, en la Edad Media, por ejemplo, había una explicación suprema que no sólo daba sentido a lo que era sino también a lo que debía ser.. Hasta éramos el centro del universo.
        A día de hoy se puede decir que la mayoría de la gente anda a cuestas con sus dudas y vacilaciones. La inmensa variedad de opciones en todos los ámbitos (cultural, económico, social, religioso… y hasta deportivo) de que hoy disponemos sí que puede señalarse como una descripción de esta época. Por ello las predicciones del futuro están tan abiertas y nos hacen temblar quizá más de la cuenta. Precisamente por esta complejidad algunos científicos llaman caos al diseño del futuro. Y hacer predicciones sobre la orientación de lo que puede pasar es prácticamente imposible.
     Hay sin embargo una pequeña rendija mediante la cual podemos influir en lo que ocurrirá. Es lo que llaman los manuales “nivel dos de caos” y son esos casos en los que la intervención humana puede condicionar el futuro: Si hacemos un programa informático mediante el cual aseguramos que el precio del petróleo mañana será de 100 euros, esta aseveración modificará en el acto la cotización de hoy subiendo o bajando el precio, es uno de los ejemplos que utilizan los que saben de estas cosas. Pero lamentablemente no ocurrirá lo mismo si las predicciones se utilizan para el tiempo que hará mañana, aquí en nada podemos influir: “nivel uno de caos”. En casos como estos “la propia realidad te va a contestar”, dice el cómico latino Plauto.

Publicado el día 22 de septiembre de 2017

Una perniciosa confusión

         Por más que nos extorsionen y nos rompan los bellos discursos que hacemos en tantas ocasiones, es preferible no seguir a los agüeros y atenerse a los hechos, que son los que marcan la realidad, lo que realmente ocurre y es. Lo advierte nuestro cordobés Juan de Mena y lo comenta Sánchez Ferlosio diciendo que los agüeros tienen un elemento de simbolismo y no de existencia, lo que nos lleva casi indefectiblemente al error y a la confusión. Manejarnos con criterios de deber-ser para entender lo que ocurre a nuestro alrededor, confundiendo la utopía como propósito final con los hechos, es un grave y pernicioso extravío impropio de seres inteligentes. Y que nos ha traído, y aún nos está trayendo hoy mismo, tantas desgracias y tan terribles sinsabores.
       Los libros que narran y analizan el proceso de Galileo son suficientemente explícitos para mostrar este juego de dislate. Sabido es cómo, en el fondo, lo que al sabio le creó los problemas fue asegurar que, a través del telescopio, había visto los que hoy llamamos los cuatro grandes satélites de Júpiter: una visión de la realidad que resquebrajaba el orden lógico y mental del universo, rompía lo que debía ser y lo sustituía con lo que realmente es. En la discusión, el filósofo, su contradictor, argumenta que debe preguntarse si son necesarias esas estrellas ya que el universo, tal como lo describe Aristóteles, es de tal orden y belleza que deberíamos dudar si romper esa armonía (con esas estrellas). ¡Razones, señor Galileo, razones! Pero el científico espera que, como único procedimiento de comprobación, se asome al telescopio y los vea. Verlos y no razones es lo que importa. “Como los cielos no pueden no ser perfectos, es imposible que existan esos satélites”, era el argumento racional de quienes querían agarrarse al deber ser, a lo que nuestra ensoñación en tantas ocasiones nos engaña.
       Son tantos los agüeros de significación que nos envuelven y nos torean que es fácil caer en la trampa del ingenuo, que, envuelta en papel de ilusión, acaba siendo en muchos casos propia del malicioso. No son razones (agüeros) sino hechos los que deben guiar nuestra interpretación de la vida y nuestra conducta. Otra cosa son los propósitos de futuro. Claro que aquí, por seguir con Ferlosio citando a don Jacinto: La “lucha final” y la “nueva era” son de esos grandiosos y clamorosos embelecos de los que no ha escarmentado nunca nadie.

Publicado el día 15 de septiembre de 2017

Si poder justificarnos

       Hay ocasiones en la que el estupor y la sorpresa se reduplican como si tal cosa y con la mayor naturalidad. Es decir, esto ocurre cuando alguien, por ejemplo, se sorprende de algo y, a su vez, es esta propia sorpresa la que sorprende a un tercero. Obviamente no es un juego de palabras sino una reacción bastante más frecuente de lo que pueda parecer a primera vista. Los resultados de un estudio reciente que se ha hecho sobre la juventud, sobre los que vienen detrás de nosotros y, de momento, están a nuestro cargo, han causado estupor a más de uno, que no ha acabado de entender cómo aún perviven en las generaciones más jóvenes estereotipos, convencimientos, opiniones y puntos de vista que más de un ingenuo esperaba hubieran desaparecido por su carácter ideológico de escasa, piensan, catadura moral. Pero donde el clamor reprobatorio es sonoro se ha producido a la hora de lamentar cuáles son sus referentes, a quién o quienes desean parecerse. ¡Vaya modelos, se ha escandalizado más de uno, a los que aspiran a imitar! Y ya no son únicamente los referidos resultados, sino que, en cuando acontece alguna avería social vuelve a ocurrir lo mismo.
       En realidad la encuesta es una clarividente radiografía de la sociedad en que vivimos y construimos cada día, pero todos nosotros, unos y otros, todos. Y lo significativo de estos diagnósticos es que nos ponen ante nuestra propia realidad de manera descarnada. Es entonces cuando nos vemos necesitados de aportar, como descargo de conciencia, las buenas ¡buenísimas! razones, de justificación. Es en este juego en el que hay quien asegura que la bondad de determinados concursos ha modificado que los niños, en lugar de querer ser futbolistas, ahora deseen ser cocineros. ¡El progreso moral, a través de la deontología!
     En el Diccionario del Diablo de A. Bierce, en la entrada Satanás, se dice: Uno de los lamentables errores del Creador. Habiendo recibido la categoría de arcángel, Satanás se volvió muy desagradable y fue finalmente expulsado del Paraíso. A mitad de camino en su caída, se detuvo, reflexionó un instante y volvió. —Quiero pedir un favor —dijo. —¿Cuál? —Tengo entendido que el hombre está por ser creado. Necesitará leyes. —Qué dices miserable! Tú, su enemigo señalado, destinado a odiar su alma desde el alba de la eternidad, ¿tú pretendes hacer sus leyes? —Perdón; lo único que pido, es que las haga él mismo. Y así se ordenó.

Publicado el día 25 de agosto de 2017

Pedrisco y el éxito

        El pobre Pedrisco pasaba un hambre atroz. Pedrisco es un personaje de la comedia de Tirso de Molina “El condenado por desconfiado” y ejerce la tarea de colaborar con el protagonista, el ermitaño Pablo, que vive en el desierto haciendo penitencia y alimentándose solo de las yerbas del campo que le proporciona precisamente el propio Pedrisco. Embalado Pablo en su camino al cielo (al menos, eso es lo que pretende) solo tiene el deseo de servir a Dios en la confianza de que sin duda conseguirá alcanzar el cielo. Luego, en el transcurso de la acción, las cosas se le torcerán por desconfiado y, en el fondo, egoísta, pero, mientras tanto, Pedrisco, que recibe los sermones de lo bueno que en la vida es ser santo porque te garantizas el cielo, no acaba de convencerse de que ese propósito conlleve necesariamente pasar hambre. ¿Por qué no comer y, al mismo tiempo, hacerse santo? Así las cosas, reza y suplica que el hambre me quitéis / o no sea santo en mi vida. / Y si puede ser, señor, / pues que vuestro inmenso amor / todo lo imposible doma, / que sea santo y que coma / mi Dios, mejor que mejor. Y en esas anda su preocupación, en simultanear la santidad y poder comer, en evitar la aparente contradicción de llevar el camino al cielo, pero, mientras tanto, poder comer algo que no sean solo yerbas. ¿Dónde estáis, jamones míos, / que no os doléis de mi mal?
      El recuerdo de los jamones que antes comía y que ahora, en estas circunstancias, no acuden a resolver a resolver sus problemas, es una referencia paródica de aquellos versos lastimeros de don Quijote cuando le reprocha a su Dulcinea que, estando herido (¿dónde estás, señora mía / que no te duele mi mal?) no acuda a socorrerle.
       El intríngulis está en las garantías. ¿Seguro que, en no comiendo o en hacerlo solo con yerbas, que a la postre viene a ser casi lo mismo, se asegura uno el cielo? ¿Y qué se conseguiría si los jamones acudiesen, como hubiera podido hacer Dulcinea, en auxilio del menesteroso? La garantía y la seguridad de alcanzar el éxito, que tanto preocupa a nuestra civilización cercana, no siempre está a la mano. Al ermitaño le costó la otra vida su desconfianza, pero el éxito los hizo fuertes, fueron capaces porque lo parecían, confirma Virgilio en la Eneida. Aunque para eso, como asegura el entender popular, hay que saber llegar a la hora del fraile. Nunca más apropiado que en este caso, que diría Pedrisco.

Publicado el día 18 de agosto de 2017

Espectáculos especiales

       Estamos a día 8 de octubre de 1559 y Felipe II, a las cinco y media de la mañana, se había presentado ya en la plaza Mayor de Valladolid. Su séquito estaba integrado por toda la más alta nobleza con encomiendas y ricas veneras y joyas y botones de diamante al cuello. La concurrencia era inmensa: autor hay que asegura que pasaban de 200.000 las personas que habían acudido al acto. (En el mayo anterior, en otro trance paralelo, se habían colocado más de doscientos tablados para los curiosos, que llegaron a tomar los asientos desde media noche y pagaron por ellos 12, 13, y hasta 20 reales). La ceremonia siguió la larga liturgia llena de rezos e imprecaciones piadosas con todos los intervinientes reglados: jerarquías civiles y eclesiásticas, clérigos seculares y regulares y demás ayudantes. Y luego vino el tratamiento particular para cada reo: unos, quemados vivos directamente; otros, ajusticiados antes y luego entregados al fuego… Con estos dos autos de fe, asegura Menéndez Pelayo, quedó muerto y extinguido el protestantismo en Valladolid.
         Dando un largo salto en la historia para el propósito de esta reflexión, cabe situarnos en Saná, capital de Yemen, casi antes de ayer. La crónica narra cómo es ejecutado en público… “una multitud observa, jalea y fotografía la condena a muerte en público de un hombre que violó y asesinó a una niña de tres años”: rodeando la zona habilitada para la ejecución en las terrazas cercanas e incluso encaramados a los postes de luz cercanos, los asistentes observaban el macabro espectáculo, que las autoridades llevaban días anunciando. Muchos coreaban “Alá es grande”. La sentencia fue jaleada por cientos de personas — en verdad casi sólo hombres—, que se congregaron para verle morir.
        La salud del alma, en un caso, la del cuerpo en otro. Y en el entretanto, por resumir un poco, la fila de nobles desfilando ante el cadalso en procesión civil. Muchas representaciones como espectáculos públicos de horror y espanto han llenado la historia, pero las que encierran un propósito justiciero guardan una pátina especial. Las autoridades lo justifican por ejemplarizante, tal como Licurgo, cuentan, emborrachaba a los ilotas para que los ciudadanos libres conocieran los perniciosos efectos del alcohol, pero, como dice Borges, en ese velatorio conmueven las menudas sabidurías / que en todo fallecimiento se pierden. Y pierden a la gente en comandita.

Publicado el día 11 de agosto de 2017

La metonimia de Apuleyo

       A Tesalia por negocios se dirigía el personaje del libro de Lucio Apuleyo. Iba con una carta de presentación de su amigo Demeas para que la entregase a Milón, un personaje de relieve y resonancia en la ciudad de su destino, en cuya casa podía albergarse los días de su estancia en la ciudad. No contaba sin embargo con que su anfitrión era famoso por su extrema avaricia y mezquindad, menos aún que la esposa de Milón dedicaba su tiempo a supercherías y actividades de magia. Y lo que ya no podía esperar era que Fotis, criada principal, también estaba entrenada en esos menesteres y que, enamorada locamente del protagonista, le iba a facilitar convertirse en ave mediante la toma de una pócima infalible. Y el final del cuento, que por otra parte es naturalmente el principio, nos cuenta que, por precipitación, Fortis confunde el brebaje y, en lugar de pájaro libre y volador, lo acaba convirtiendo en asno, “El Asno de oro”, en el que Apuleyo va contando todas las aventuras, más bien infortunios y desgracias, que vive un animal con cuerpo de burro y mente de humano. Puro hablar de una cosa y decir otra, pura metonimia.
      Los asuntos públicos, las querellas y las demandas colectivas, dice Jean Bodín, un filósofo del siglo XVI, solo deben fundarse en los poderes absolutos de la gente, pero hablar claro y contarlo todo es desde luego, quizá, el problema que plantea este propósito. Hablar de A para referirse a B exige el cumplimiento de unas ciertas y finas reglas que muchos responsables públicos rehúyen plantear.
       Metonimia es una figura literaria, que, como aquello de Moliere de hablar en prosa sin saberlo, estamos utilizando todos a cada momento. Siempre que designamos algo con el nombre de otra cosa por su relación con ella, hacemos metonimia. Referirse a la vejez por las canas o asegurar que hemos comido un par de platos por su contenido, supone manejar las metonimias. Metonimias a todas horas. Y también, por supuesto, cuando hablamos del país, de cómo están los asuntos públicos. El asno de oro, con la contradicción dialéctica de mente y cuerpo, juega un lenguaje y un discurso de pura paradoja Como ocurre con demasiada frecuencia cuando sabemos A y escuchamos B. La metonimia se ha convertido, probablemente a lo largo de la historia, en la figura literaria más utilizada y el mecanismo de decir lo que es solo en parte. ¡Ay de las metonimias y su utilización deshonesta!

Publicado el día 4 de agosto de 2017

De tramposos y tramposillos

       Volviendo a lo del pensamiento lateral, puede valer este ejemplo para dilucidar cómo la mente humana trata de salvar las situaciones más complicadas de manera que apenas produzcan daño. Es el caso de cinco hombres que van juntos por un camino en el campo cuando comienza a llover. En ese momento cuatro de ellos apuran el paso pero el quinto no hace ningún esfuerzo por darse prisa y, sin embargo, se mantiene seco mientras que los otros cuatro se mojan, llegando juntos a su destino. ¿Cómo pudo ser si para trasladarse sólo contaban con los pies? Otro ejemplo también muy conocido es el del hombre que se ha ahorcado en un granero en el que no hay objeto alguno al que haya podido subirse.
      No se trata en estos casos de poner al lector delante de una situación clásica de problemas más o menos solubles o de juegos de entretenimiento. En esta apostilla se ofrece una reflexión sobre esquemas de conducta que los seres vivos, cada uno a su nivel, han encontrado como medio de subsistencia biológica y síquica. Los sicólogos que han diseñado este tipo de situaciones y otras parecidas tratan de poner delante de nuestra mente la reflexión sobre este uso del pensamiento que utilizamos con más frecuencia de la que a primera vista pudiera parecer y que nos sirve para resolver problemas vitales y existenciales. Es, más o menos, lo que otros teóricos del comportamiento llaman los sesgos, es decir, el uso de soluciones a los problemas a que tenemos que enfrentarnos, mediante maniobras o sistemas no ortodoxos, procedimientos que normalmente serían ignorados por el pensamiento lógico. El sesgo o el pensamiento lateral consisten en apoyarse en modos heterodoxos pero que solventan el problema. O, mejor, simulan que lo resuelven.
       Estos últimos días hemos presenciado actuaciones y procederes públicos en los que protagonistas no han dudado en agarrarse a estas estrategias, no importándoles que se aprecie a simple vista la trampa utilizada. Pero, entre todos, hay una historieta que sobresale por encima: una persona que no está en un sitio porque se lo impide la ley pero, a pesar de ello, sigue estando plenamente en ese sitio. La respuesta a la primera incógnita de arriba es que los cuatro hombres llevaban al quinto, que se encontraba en su ataúd. La de la segunda es que el personaje se había subido a un bloque de hielo que luego se derritió. Y de esta tercera, ¿quién tiene la solución?

Publicado el día 28 de julio de 2017

A propósito de Slavoj Zizek

       Fue Marcel Proust quien dijo aquello de que hay creencias que crean evidencias, es decir, que, cuando uno está convencido de algo hasta la médula, percibe la realidad sólo bajo ese prisma y no hay manera de convencerlo de que hay otras opiniones y otros puntos de vista, otras existencias paralelas. Al fin y al cabo es la antigua distinción orteguiana de ideas y creencias. en la que defendía que las ideas son aquellos conocimientos que uno tiene y creencias, en lo que uno está, en aquellas certidumbres que conforman como nuestra espina dorsal ideológica y definen nuestra vida y la orientación que le damos en el proyecto y en su desarrollo.
     Siempre el ser humano, y los demás seres vivos a su manera, nos hemos sentido necesitados de creencias en las que apoyar nuestra conducta y nuestro modo de hacer y, sobre todo, dar sentido a nuestra existencia. Puede sin embargo que al relato que explica nuestro presente cultural y político le falte hondura y consistencia teórica, de manera que se haya dado un salto metafísico, que diría un filósofo, en el juego convenido de interpretar el mundo. Así se explicarían acontecimientos colectivos imprevistos y casi imprevisibles, que sólo se pueden entender cuando se han alimentado con claves emocionales: apuntalar el brexit, no por los beneficios que proporcionará sino por la distorsión rompedora que supone. Es el tránsito de una creencia hermenéutica o metodológica a una praxis puramente iconoclasta. Fuera de todo propósito transformador.
     Slavoj Zizek, escritor y filósofo esloveno, que ha quebrantado todas las leyes del eclecticismo mezclando en su doctrina a Hegel con, por ejemplo, Taylor Swift, que defiende lo que él llama un socialismo burocrático o que expone su pensamiento en videos del estilo de Guía ideológica para pervertidos, en una multitudinaria conferencia pronunciada en Madrid ha asegurado estar harto de la irresponsabilidad narcisista de Podemos. Zizek, que para unos es el futuro y para los otros el cantamañanas cínico que vive de decir a cada uno lo que quiera aunque sea lo contrario de lo anterior o nadie entienda lo que dice, utiliza a Podemos para enviar un mensaje universal: el Black Mirror ya está aquí y nadie hace nada por controlarlo. Porque los ordenadores son estúpidos, nulos. (Del filósofo cínico Menedemo se decía que venía del infierno a observar a los pecadores para luego contárselo a los demonios).

Publicado el día 14 de julio de 2017

Sobre mudanzas sociales

     Seguro que el lector puede cerrar los ojos un momento e imaginar una playa cualquiera de nuestra tierra (¿Fuengirola, quizá?) llena de mujeres vestidas con el chador u otra prenda hermana y a los hombres barbudos… Todos vestidos a la usanza árabe más estricta como si hubiera llegado alguna de las policías morales que controlan el comportamiento de la gente en algunos de los países árabes o fuerzas del orden que formaran parte del llamado califato del ISIS. En esta última hipótesis, ya no se trataría sólo del vestido, sino que los moralizantes exigirían muchos otros requisitos de comportamiento como completa separación de sexos, modestia en las mujeres, nada de gritos, jolgorio, música… en Fuengirola.
     Valga esta, de momento alegoría (porque muchos son los que piensan que este es un panorama de futuro casi cierto) para plantear una cuestión específica de dibujo de convivencia colectiva con esta pregunta clave: ¿son, o hasta qué punto, irreversibles los cambios sociales?, ¿qué garantías tienen estos reformadores para asegurar que sus conquistas de derechos colectivos van a permanecer en el tiempo?, ¿pueden creer quienes promovieron, por ejemplo, el matrimonio homosexual, que, según se aprecia, se va extendiendo poco a poco por los diferentes países y Estados, que ya es una institución para siempre? Desapareció, a lo largo de la historia, la esclavitud no sólo como modelo de conducta sino, y es lo más importante, también como diseño antropológico y metafísico, arrinconándose toda justificación filosófica, pero, al margen de actuaciones concretas y comportamientos encubiertos, ¿también es definitivo?
       El asunto sin duda es tan complejo que parece una irreverencia plantearlo en un formato tan simple como este, pero, no obstante, no viene mal sacarlo a colación cuando brota espontáneamente en los alegatos públicos. Sirvan un par de referencias actuales. El nuevo cardenal de Barcelona aseguraba que el camino que ha abierto Francisco no puede ir hacia atrás. Conocida es la oposición que dentro de la estructura eclesial está recibiendo el papa por quienes, desde fuera, permiten entrever que no creen ni en sus propios discursos: pero ¿conseguirán destruir los avances promovidos por el Vaticano? La señora Merkel ha cambiado de opinión y ya promueve el matrimonio homosexual: ¿un punto más de consolidación de esta nueva forma de familia? ¿Definitivas las mudanzas sociales?

Publicado el día 30 de junio de 2017

Contra los periodistas

    Suelen molestarse mucho los periodistas (algunos, desde luego, que otros manifiestan otros comportamientos y, en esto como en todo en la vida, hay clases y categorías) cuando algún personaje les achaca que están magnificando en exceso cualquier acontecimiento banal o insignificante. No les agrada en absoluto que se les atribuya esa conducta y se enojan mucho. Y para liberarse de esa mancha, repiten una y otra vez, como argumentación liberadora y, al tiempo, acusador, lo de matar al mensajero, una actitud baldía y nada eficaz. Es en definitiva una conducta corporativa como la de cualquier otro colectivo. (A un muy famoso futbolista le acusan, otro más, de defraudar a la Hacienda Pública. Y la cadena de radio ofrece a sus oyentes conversar con alguien que explique en qué consiste este farragoso asunto. ¿Y a quién lleva a sus micrófonos? Pues al gabinete defensor del jugador, al que, además, colman de elogios por su capacidad y brillantez. ¿Y qué aclaran los expertos? Lo que cualquiera supone: todas las razones que hacen inocente a su cliente y cómo de malo es el comportamiento de la fiscalía… Y todo con el impudor más absoluto).
      A nivel instrumental los periodistas son mediadores, pero no sujetos pacientes como puro cristal transparente. Cuando un locutor asegura que hay mucho ambiente para un acontecimiento, lo está creando él mismo. Es la conocida profecía autocumplida que ya expuso R. Merton, basándose en el principio de W. I. Thomas: si los individuos definen las situaciones como reales, son reales en sus consecuencias. Una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad. El caso del banco, del que un grupo de activistas empieza a correr la voz que va a quebrar lo que lleva a la gente a retirar su dinero y acaba haciéndolo, es el ejemplo más habitual. Desde su interpretación del mundo, los periodistas diseñan la crónica pública y, en lo que pueden, la privada. Y ese trabajo es, por su esencia, dialéctico, es decir, manejable.
     Obviamente este artículo, que en verdad pretende ser amable, no va contra los periodistas. El título no obedece a ese propósito. Es precisamente una forma de mostrar cómo, por mucho que quieran eludir la responsabilidad de administrar la existencia, esto no es posible. El título de este artículo es una leve y burlona trampa para exteriorizar el dominio informativo de que dispone el redactor. Pues así es.

Publicado el día 16 de junio de 2017

Pagos eternos

      Algunos recordarán este viejo chiste sobre un hombre muy rico a punto de morir que pidió a sus hijos, por si acaso pudiera hacerle falta, que en su sudario colocasen un buen fajo de billetes. La idea pareció bien a todos, salvo al más joven que, como alternativa, propuso sustituir ese tocho de moneda, dado el desconocimiento de cómo estaría el mercado en el más allá, por un talonario de cheques: de esa forma no tendría problemas el difunto si la demanda era muy cara. Llevar billetes a la otra vida no es una idea nueva del que inventó el chascarrillo porque, casi desde el comienzo de la vida humana, siempre hubo alguna explicación que justificaba dicha acción monetaria. La más conocida es el óbolo que las almas debían llevar a Caronte como pago por pasarle la laguna Estigia para llevarlos al Hades. Y ya en nuestra cercanía la venta de indulgencias con la famosa y discutida Taxa Camarae. Tan pronto caiga la moneda a la cajuela, el alma del difunto al cielo vuela, expresión que se atribuye a Johann Tetzel, un fraile dominico a quien el papa León X comisionó para este negocio. (Y que tanto influyó en Lutero).
       Por no convertir estas líneas en una interminable relación de referencias históricas sobre esta costumbre (lo que, además, sería imposible, salvo que recurriésemos a la biblioteca de Babel borgiana), baste decir que la última modalidad de la que hemos tenido noticia (¿ahí me las den todas?) consiste en vender las promesas y provocar que otros las ejecuten por nosotros. Es decir, mediante nuestro óbolo, otra persona hace nuestro camino o cumple el ayuno a que nos hemos comprometido mientras nosotros ganamos los beneficios derivados de la penitencia. El cilicio se lo ponemos a otro y utilizamos las disciplinas en la espaldas de un propio, a quien pagamos religiosamente, eso sí. En el fondo, como siempre.
       Y mientras nos quedamos en la vieja reflexión de Machado de que el hombre sólo es rico en hipocresía / en sus diez mil disfraces para engañar confía, podemos recordar el decreto contra los ricos de Luciano de Samosata en el que imponía que sus almas sean devueltas a la vida, se encarnen en cuerpos de burros y vivan como tales doscientos cincuenta mil años y nazcan burros de esos burros, que sean arreados por pobres… Lo gracioso va a ser cuando las tarjetas y los móviles acaben imponiéndose para los pagos, también en el cielo. O en el infierno. Que ya veremos.

Publicado el día 9 de junio de 2017

Argumentación ad hominem

      Con este latinajo los filósofos quieren referirse a un tipo de argumento o argumentación que se utiliza, quizá en demasiadas ocasiones, a la hora discutir sobre cualquier asunto. Ad hominem, o referente a la persona, es una expresión incluida en el diccionario de la RAE, que consiste en desautorizar al interlocutor para que, diga lo que diga (y aunque sea una afirmación plenamente verdadera), no se le crea. Expresado en lenguaje familiar, es aquello de que, como no tengo argumentos para rebatir lo que dices, ataco a tu persona tratando de descalificarla. Los argumentos ad hominem carecen de legitimidad dialéctica y lógica. Si alguien, en el ejemplo clásico, asegura que los triángulos tienen cuatro lados, no podemos fijarnos, para negar su afirmación, diciéndole que se equivoca porque ha estado en la cárcel, o es zurdo o ha venido como emigrante. Para contrarrestar esa afirmación falsa, hay que aportar, lógicamente, argumentos de geometría y no del color del pelo de quien lo ha dicho.
     Modalidades de esta falacia o argumento engañoso las hay a montones. Hay una variedad que consiste en hacer decir al adversario o interlocutor algo que no ha dicho para, de esa manera, refutarlo, al menos en apariencia. Otra, también muy conocida y frecuente, es la de confundir al sujeto con los referentes. (“Nos echan de casa”, dicen que dijo la esposa de Pujol cuando su marido perdió las elecciones). Pero la más relevante es la ya muy vieja y antigua estrategia de inventar un falso enemigo para justificar todos los desmanes. Por lo general estas opciones, por su contenido y estrategia, son embaucadoras, un claro desafío a la ética, porque juegan con la trampa y el engaño en beneficio propio.
      En nuestra vida privada, para defendernos o acusar a los demás, utilizamos en bastantes ocasiones esta picardía. Pero es en el ámbito público donde son más frecuentes y rimbombantes. Por supuesto entre los políticos llamados profesionales, que trastocan lo que han dicho sus adversarios para así refutarles cómodamente. Pero también entre aquellos otros personajes públicos (véanse si no los goznes de la Mezquita) dispuestos a defender el beneficioso statu quo de que disfrutan: ante cualquier sugerencia de efectos livianos, montan una cruzada que ni la del papa Urbano II. Y es que, como en la famosa greguería de G. de la Serna, “habría que llamar a los bomberos también en caso de infundio”.

Publicado el día 2 de junio de 2017

De nuevo sobre la verdad

      Que Alejandro Magno era tuerto es un rumor transmitido a lo largo del tiempo, una anécdota de ejemplaridad significativa. Se cuenta, pues, que, deseando que un buen pintor le hiciese un retrato, llamó a los tres más notables del momento. Uno de ellos, Zeuxis, le pinta tal como era, con el ojo malo, y su retrato es rechazado por haberle faltado al respeto al rey (este pintor, cara a cara / me hace diciendo el defecto / mío, y es gran desvergüenza / hablar al rey descubierto). Timantes, por el contrario, le pone los dos ojos buenos y su cuadro también es impugnado por faltar a la verdad (este no se me parece / porque le falta el defecto… / y ninguno ha de mentir / al rey). Quien, a juicio del protagonista, acierta en la expresión de su retrato es el tercero, que lo pinta tal como es, pero decide hacerlo de perfil por su lado bueno (ese que tantas veces se busca) y, por tanto, ni falta al respeto al soberano ni tampoco miente. Es Apeles, allá por el siglo IV.
      El problema que estas tres distintas formas de expresión plantean es arduo y complejo. No se crea que está todo claro, como pudiera parecer a primera vista. Porque se trata nada menos que de interpretar la relación entre el lenguaje, de la pintura en este caso, y la realidad, que es una forma de atender el problema de la verdad. De las tres respuestas al nudo gordiano, se supone que dos responden a la realidad y ¿sólo uno, Timantes, la manipula?
      Y eso se complica mucho más si lo llevamos a otro terreno ideológico diferente, al del poder. Si problemática es la relación con la existencia, tanto o más lo es sobre de qué manera hay que dirigirse a quien manda. Apeles bien lo resuelve a comodidad, pero los otros dos interlocutores resbalan en este punto. Se queja el historiador romano Tácito, tratando de reflejar la vida política de su tiempo, que los asuntos de Estado se han dejado a un lado como algo sin incumbencia, bien por el deseo de adular o, por el contrario, el odio hacia el poderoso y así, entre hostiles y sumisos, a nadie importaba la posteridad. Zeuxis y Timantes, hostil y sumiso respectivamente, parecen dar la razón a Tácito, pero ¿no es también muy discutible la faena de aliño de Apeles para un diálogo con los que de verdad mandan? ¿Cuál de las tres interpretaciones es la más auténtica?, ¿la más veraz? Basta con echar una ojeada cualquier mañana de estas a los periódicos para ver el intríngulis.

Publicado el día 26 de mayo de 2017

Catoblepas, arriba y abajo

      Cuenta el naturalista latino Plinio que, en los confines de Etiopía, habita un animal, por regla general de tamaño mediano y de miembros sin fuerza, solo soporta con dificultad su cabeza, que es muy pesada. Siempre la tiene inclinada hacia tierra; de otra manera supondría la ruina de la especie humana pues todos los que han visto sus ojos mueren inmediatamente. Catoblepas es una palabra griega que significa “que mira hacia abajo” y es usada en este caso para designar a este animal fantástico (¿?). Prácticamente desconocido en nuestra literatura, del catoblepas han hablado muchísimos escritores a lo largo de la historia, Grecia y Roma, y, entre los modernos, por ejemplo, Flaubert, como un monstruo que intervenía en las tentaciones de san Antonio. O Jorge Luis Borges. (Y con este nombre hay una revista crítica, de fácil acceso por internet).
   Sobre el catoblepas se ha formulado un sinfín de teorías e interpretaciones. Su comportamiento ha resultado tan rico en doctrina que ha sido utilizado en demasiadas ocasiones para interpretar filosófica e ideológicamente hechos, sucedidos y acontecimientos sociales, políticos o históricos. La interpretación más benigna de su actitud y, al tiempo, la más común es la que le atribuye cierta bondad al no apartar su mirada del suelo, para no ejercer su mortífero poder. Antonio, si levantara mis párpados, te morirías en seguida.
       Muchos de quienes han hablado sobre él ponderan que ese solo mirar a la tierra significa estar pendiente de la realidad dejando a un lado las grandes elucubraciones utópicas. Pero ese mirar a la tierra sin ver más allá es, a su vez, la trampa mortal a que lleva el Catoblepas. ¿Qué harán, por ejemplo, todos los cargos orgánicos que, como tales, han apoyado y empujado a un candidato si gana otro?, ¿qué decisión tomarán sobre su representatividad si quedaran desautorizados al no ganar su candidato?, ¿quedará el PSOE sin aparato y sin superestructura? Y la misma reflexión vale para los medios que, sin disimulo ni velo alguno, han optado fervorosamente por un ganador: ¿podrán hablar sin rubor de, por ejemplo, neutralidad? De tanto ir mirando hacia abajo les puede ocurrir como al Catoblepas: Una vez, Antonio, me devoré mis patas sin advertirlo. Y Machado recuerda, hablando de ese mirar, que hubo unos ojos que a la luz se abrieron / un día para, después, / ciegos tornar a la tierra / hartos de mirar sin ver.

Publicado el día 19 de mayo de 2017

Sobrentender el mensaje

     Tras haber extendido todo su ejército por el Helesponto (y soltar unas lagrimitas de emoción por ello), cuenta Heródoto que el gran Jerjes mantenía una interesantísima plática con su tío y primer asesor Artabano, conversando sobre la vida y la muerte, las decisiones políticas… y es entonces cuando el soberano pregunta: ¿Y cómo se puede conocer, siendo hombre, lo cierto? Creo que de ninguna manera. Estamos en el siglo V antes de nuestra era, por no ahondar en testimonios mucho más antiguos, y ya hay testimonio de las dudas que ofrece el concepto de verdad en las acciones de gobierno. No es por tanto nada nuevo en la historia todo ese complejo conceptual y lingüístico que ha venido a llamarse posverdad, realidad alternativa, etc. Y, mientras Sunzi declara que el arte de la guerra es el arte de engañar, los aqueos, dice Polibio, detestaban en las guerras todo propósito engañoso, no considerando legítima victoria más que aquella en la que los esfuerzos enemigos fuesen totalmente abatidos.
       Complejo y difícil, contradictorio, este asunto de lo verdadero y lo falso, de lo mentiroso y lo indudable. El juego de la verdad y la falsedad, cuando entra en el terreno social, y en especial en el político, no solo encierra un elemento interno de coherencia, de si algo es cierto o no, sino que se constituye en un arma activa por las consecuencias que de ello derivan. Echando mano de la ya vieja distinción de Alfred Hirschman sobre conflictos indivisibles y divisibles, es decir, los de sí o no y los de más o menos, son estos últimos los que generan dudas por sí mismos, los que se mueven en un ambiente de incertidumbre. De si habló o no lo hizo, sí o no, no surgen titubeos, pero de lo que dijo o no, con el agravante de los recursos complejos que ofrece el idioma, ya es bastante más confuso todo.
       Es lo que está pasando en todo el desgraciado asunto llamado caso Lezo y la fiscalía anticorrupción. Hay hechos conocidos y reconocidos de cuya veracidad nada hay que objetar, pero las valoraciones, sobre todo si estas se ofrecen con carácter universal (todo lo ha hecho perfectamente), sí generan el mayor resquemor. Defender a alguien que a uno le puede estar favoreciendo produce el efecto contrario al deseado. Y el ambiente viscoso y el reguero de suspicacia ya no desaparecerán. Mal negocio dialéctico por tanto. (Y ejemplos como este, en el terreno de la política, los hay a miles).

Publicado el día 12 de mayo de 2017

Siempre hacemos lo mismo

       Siempre que se habla de algo relacionado con la fama, el narcisismo o algo por el estilo, resulta obligado acordarse de aquel pastor de Éfeso, llamado Eróstrato, que, para conseguir notoriedad y nombradía eternas, decidió quemar, en julio del año 356 a.n.e., el templo de Diana, una de las siempre citadas siete maravillas del mundo. Y su propósito desde luego se cumplió enteramente. La prueba está, no solo en que a día de hoy seguimos recordándolo, sino que de él hay un montón de referencias a lo largo de la historia de la literatura. Y eso que en un primer momento las autoridades prohibieron, nada menos que bajo pena de muerte, recordar su nombre. Pero ¡qué se le va a hacer! Eso es lo mismo que, por ejemplo, cuando George Lakoff inicia sus experimentos lingüísticos indicando a los alumnos: no pienses en un elefante; hagas lo que hagas, no pienses en un elefante. La consecuencia es obvia: ¿en qué van a pensar si no? Como el caso de Eróstrato.
    Esta referencia histórica, como alguna otra que pudiera citarse (es el caso de las conversaciones que los llamados “Diálogos” del filósofo Platón descubren sobre sus protagonistas), da fe de que ni es nueva la tendencia a buscar la fama ni tampoco que únicamente se utilicen tácticas nobles para adquirirla. Narciso, aquel personaje de la mitología, que mientras bebe en el estanque, seducido por la visión de la belleza, se enamora de una esperanza sin cuerpo y cree que es un cuerpo lo que no es sino agua (belleza, ya se sabe, la de sí mismo), tan no lo hace a voluntad que también se ve forzado a rechazar el amor de la lindísima ninfa Eco. Lleva por tanto una clara imposición del destino. Su nombre lo invocó Freud para identificar el síntoma de transformar el propio sujeto en objeto de sí mismo, de su amor y de su contemplación.
   Lo más probable es que sea cierto ese pensamiento que manifiesta que los comportamientos humanos siempre han sido más o menos iguales y que en ese terreno no se ha producido grandes modificaciones. Bien es verdad que algunos vicios o virtudes han subido o bajado en la Bolsa de valores, pero, a fin de cuentas, siempre jugamos los mismos juegos y la diferencia está en las técnicas al uso. ¿O acaso Critón, o algún otro de los interlocutores de Platón, no hubiera hecho una foto del grupo si hubiese dispuesto de una cámara adecuada? Ya se pintaban retratos, pero, como siempre, normalmente a los más ricos.

Publicado el día 5 de mayo de 2017

Necesitamos niños

        Lo que pudieron tardar nuestros ancestros en comprender de dónde vienen los niños, en una época en la que aún no existía París ni se conocían las tareas de las cigüeñas, es sin duda un misterio. Llegaban los nuevos miembros de la tribu y ya está. Así, hasta que un día alguno, sin duda un alto científico del momento, empezaría a hacer cuentas y ¡zas! misterio resuelto. Naturalmente sería una época en la que la inteligencia aún andaba con dificultades para problemas complejos y el pensamiento abstracto apenas habría empezado a tener recorrido. De todas maneras, a día de hoy, ya tenemos pleno conocimiento de todo ese proceso, de cómo se hacen los niños y por qué camino llegan a nuestras casas. Es incluso este conocimiento uno de los que más estimula nuestro lucimiento social. “¡A mí me lo vas a decir!” Y es que nadie anda a ciegas sobre niños, sexo y demás zarandajas. ¿Nadie?
     El caso es que todo indica que nuestra población está decreciendo, que los índices demográficos van mostrando un descenso paulatino y permanente de ciudadanos, o sea, que cada vez somos menos y que, a este ritmo, nos vamos a quedar tan pocos que nos van a sobrevenir muchos y terribles castigos y maldades de todo tipo y condición. Dicho de otro modo, que nos hacen falta niños, muchos niños, y que, dada su extrema necesidad, hay que buscar formas y procedimientos para conseguirlos. ¿Cómo?, ¿qué tendríamos que hacer para conseguirlos? La argumentación no puede ser más clara y terminante: se necesitan niños; sabemos cómo se hacen… pues la conclusión es evidente.
       Sin embargo, parece que no. Los responsables públicos, para resolver el problema, en lugar de llevar a cabo lo que haría el currito de a pie, ha creado una comisión, una comisión de funcionarios, un “grupo de trabajo institucional para la Estrategia Nacional frente al reto demográfico”, y, aunque eso de grupo de trabajo le puede sonar a alguien como sospechoso, ¡qué va!, que eso es una perífrasis. Hombre, tampoco es que haya que llegar al “Centro de incubación y Acondicionamiento de la Central de Londres”, que eso ya sería excesivo, pero, si estamos como estamos, en lugar de animar a la gente a solazarse y a ponerse a tono para traerlos al mundo, pues, eso, una comisión de funcionarios. Ya sabemos, de acuerdo a la zarzuela, que “con las caricias y asiduidades se pierden todas las facultades” mas… ¡un grupo de trabajo burocrático!…

Publicado el día 28 de abril de 2017

Apunte sobre la convivencia

      Siempre la raza humana, probablemente como las otras especies animales, ha andado metida en líos, negociaciones y rechazos en todo lo que supone algún tipo de integración y de fusión. Es esta como una de las tareas que acompañan inevitablemente en el vivir. Cuando nacemos, tanto cada uno como cualquier colectivo del tipo que sea, aparecen al instante una serie de trabajos y obligaciones de los que es imposible evadirse y a los que tenemos que dar respuesta inexcusablemente. Salvo Diógenes, de quien se dice que renunció para así buscar la muerte, lo primero que hay que atender son las necesidades materiales, como la respiración, el sustento etc. Pero, tras lo que algunos llamarían lo fundamental o lo primario, en seguida hay que cuidar de otras demandas a las que no podemos desatender. Lo dice de una manera clarísima Emilio Lledó: “Ciudadano de dos mundos, cada día más enfrentados y más discordes, el hombre lucha por mantener, junto al ser que somos, o sea a la inelegible y clausurada naturaleza, la querida y abierta posibilidad de la cultura”.
        Y es en ámbito de lo que llamamos la cultura donde empiezan a reflejarse las tensiones y las contradicciones del vivir, de la existencia. No solo nada es fácil, sino que todo está preñado de dificultades que generan dudas, sacrificios, desviaciones y otros desajustes por el estilo. La ligera paloma, decía Manuel Kant en un ejemplo muy relevante, agitando con su libre vuelo el aire, cuya resistencia nota, podría imaginar que su vuelo sería más fácil en el vacío. Lo que sería un salto al vacío de consecuencias imaginables. La impresión de que aquello que nos sostiene es, al mismo tiempo, lo que nos impide ampliar horizontes es una de las muchas e inevitables contradicciones que subyacen a los trabajos a que nuestra existencia nos empuja a la fuerza.
       Esta simple reflexión, nada novedosa, viene a cuento de la desazón que tantas veces se aprecia cuando se presenta la posibilidad y la necesidad de integrarnos unos en otros, de crear un espacio único de convivencia. A veces las cosas salen de manera fluida; en otros casos, parece que no hay manera de prosperar; pero la esencia humana vale plenamente cuando se avanza desde lo que los griegos llamaban el logos: la palabra y el pensamiento. De Calicles se dice que afirmaba que quienes hacían las leyes eran los débiles. A lo mejor, pero es el comportamiento más propiamente humano.

Publicado el día 21 de abril de 2017