Catoblepas, arriba y abajo

      Cuenta el naturalista latino Plinio que, en los confines de Etiopía, habita un animal, por regla general de tamaño mediano y de miembros sin fuerza, solo soporta con dificultad su cabeza, que es muy pesada. Siempre la tiene inclinada hacia tierra; de otra manera supondría la ruina de la especie humana pues todos los que han visto sus ojos mueren inmediatamente. Catoblepas es una palabra griega que significa “que mira hacia abajo” y es usada en este caso para designar a este animal fantástico (¿?). Prácticamente desconocido en nuestra literatura, del catoblepas han hablado muchísimos escritores a lo largo de la historia, Grecia y Roma, y, entre los modernos, por ejemplo, Flaubert, como un monstruo que intervenía en las tentaciones de san Antonio. O Jorge Luis Borges. (Y con este nombre hay una revista crítica, de fácil acceso por internet).
   Sobre el catoblepas se ha formulado un sinfín de teorías e interpretaciones. Su comportamiento ha resultado tan rico en doctrina que ha sido utilizado en demasiadas ocasiones para interpretar filosófica e ideológicamente hechos, sucedidos y acontecimientos sociales, políticos o históricos. La interpretación más benigna de su actitud y, al tiempo, la más común es la que le atribuye cierta bondad al no apartar su mirada del suelo, para no ejercer su mortífero poder. Antonio, si levantara mis párpados, te morirías en seguida.
       Muchos de quienes han hablado sobre él ponderan que ese solo mirar a la tierra significa estar pendiente de la realidad dejando a un lado las grandes elucubraciones utópicas. Pero ese mirar a la tierra sin ver más allá es, a su vez, la trampa mortal a que lleva el Catoblepas. ¿Qué harán, por ejemplo, todos los cargos orgánicos que, como tales, han apoyado y empujado a un candidato si gana otro?, ¿qué decisión tomarán sobre su representatividad si quedaran desautorizados al no ganar su candidato?, ¿quedará el PSOE sin aparato y sin superestructura? Y la misma reflexión vale para los medios que, sin disimulo ni velo alguno, han optado fervorosamente por un ganador: ¿podrán hablar sin rubor de, por ejemplo, neutralidad? De tanto ir mirando hacia abajo les puede ocurrir como al Catoblepas: Una vez, Antonio, me devoré mis patas sin advertirlo. Y Machado recuerda, hablando de ese mirar, que hubo unos ojos que a la luz se abrieron / un día para, después, / ciegos tornar a la tierra / hartos de mirar sin ver.

Publicado el día 19 de mayo de 2017

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