Desigualdades de nacimiento

       Huarte de san Juan, uno de nuestros sabios del siglo XVI, se interpela sobre cómo es posible que, siendo la Naturaleza prudente, mañosa, de gran artificio… y el hombre una obra en quien esta tanto se esmera, sin embargo “para uno que hace sabio y prudente cría infinitos faltos de ingenio”. ¿A qué se debe esta incongruencia?, se pregunta. Y acaba achacando la causa (la culpa) de tal desafuero a los padres porque, dice, no se llegan al acto de generación con el orden y concierto que Naturaleza estableció ni saben las condiciones que se han de guardar para que los hijos salgan sabios y prudentes. (¡Vaya responsabilidad!: los padres, por no saber hacer bien las cosas, los causantes de que no todos seamos listos, guapos… Otra cosa es lo que cuenta que se debería hacer).
      Pero en definitiva en eso estamos y en eso vivimos. Y de donde deben partir todas nuestras consideraciones ideológicas y sociales a la hora de plantearnos cualquier iniciativa para la consecución de la igualdad universal. Sin embargo por lo general dejamos a un lado las dos discriminaciones con las que venimos al mundo. Porque de entrada ya hay una desigualdad de naturaleza: ser alto o bajo, guapo o feo, (el poeta Marcial se preguntaba, ¿de broma?, si los feos pueden ser buenos) inteligente o torpe… nos planteará o ayudará con las dificultades de vivir, de sobrevivir o de triunfar. Y lo mismo se puede decir del poder operativo de la otra dimensión, la de las condiciones sociales en que está el rincón familiar en el que nacemos. Y todo ello cuando aseguran todos los expertos, y hasta los que no lo somos lo vivimos cada día, el definitivo condicionamiento que tiene en nuestra vida lo derivado de nuestras límites de nacimiento, de lo natural y de lo social.
       De acuerdo con ello una reflexión que minusvalore o prescinda de ese doble punto de partida tiene todas las posibilidades de terminar en un discurso amable y dulce, pero en absoluto operativo y corremos el riesgo de hablar de vacuidades y no de proyectos reales. Bien claro lo dice el emperador Wen, de la dinastía Wei: “¿Por qué si el mundo es uno / todo es tan desigual? Los ricos bien que comen / buen arroz, buena carne. / Pero los pobres comen / desperdicios y yerbas. / ¡Qué dura es la pobreza! / Nuestra suerte, inmutable, el cielo la dispone. / Y es inútil quejarse, y es inútil gemir, / porque a nadie podemos reclamar”. Porque así son las cosas.

Publicado el día 1 de diciembre de 2017

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