Todo lógico y normal

    Pues ya está. La aparente comedia terminó y se aclaró (de momento) la gestión del futuro. Todo lógico y normal. Mucha gente confiaba en que se llegase a algún tipo de acuerdo, el que fuere, pero tal vez porque no se había detenido serenamente a analizar el intríngulis profundo de lo que estaba en juego y que, quizá, ni todos los protagonistas habían percibido. No, analizando con calma el entramado, en ningún caso era posible el compromiso. Las cosas son más profundas y obedecen a causas más primigenias y sustanciales. No ha sido un problema político ni una caricatura de retórica escénica o intereses de sus líderes (cada uno cargado con sus cadenas) sino una idiosincrasia propia del ser colectivo. El pacto no ha sido posible porque lo impedían razones de mayor envergadura: culturales, históricas, sociales, y hasta antropológicas.
   No podemos olvidar que en nuestra sociedad, acostumbrada históricamente a un monopolio ideológico siempre triunfante, hemos labrado una cultura de la intransigencia, de valores absolutos, de ideales salvadores irrenunciables, y en esas condiciones existenciales y conceptuales ¿quién comete el grave pecado de renunciar a lo eterno, fijo e indiscutible?, ¿quién consuma la traición a lo que es de verdad? No, en ningún caso. “¿Renunciar a mis verdades verdaderas del todo?, ¿cómo es posible?” Y, además, los electores no lo permitirían y lo castigarían severamente. (Acostumbrados a echar a los políticos nuestros propios pecados, un trabajo de campo permitiría averiguar cómo de responsables del desaguisado somos los ciudadanos: si todo pacto es una transacción de partes, pregúntese a cada votante, con la relación de proyectos y promesas de los partidos afectados delante, a qué está dispuesto a renunciar expresamente y a aceptar del contrario para facilitar el acuerdo … y ya veríamos).
    Dos ejemplos. ¿Alguien cree en verdad que en algún momento tendremos un pacto de Estado, en torno a la escuela? Pero si ni siquiera una asignatura como “Educación para la convivencia”, tan universal, ha sido posible aquí... Y dos: las relaciones públicas e institucionales entre los partidos son un ejemplo práctico de que solo vivimos las discrepancias: siempre atacando, siempre casi insultando… Un comportamiento por cierto que no es exclusivo de los responsables públicos. Y es que, dice S. Ferlosio, nadie tan ferozmente peligroso como el justo cargado de razón.

Publicado el día 20 de septiembre de 2019

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