Cuidado con el rigor penal

      Hace unos años se publicó un libro, con bastante éxito poco frecuente en publicaciones de carácter científico, titulado “el gen egoísta”. Fue un texto que abrió horizontes novedosos en relación a un tema complejo por una parte y delicado por otro. En él se trata de buscar una explicación razonable y sólida al comportamiento, acostumbrado en muchas especies vivas, de lo que se llama el altruismo, es decir, la capacidad de dar la propia vida de uno por salvar la de otro, lo que va en contra del denominado tradicionalmente pero con escaso rigor el instinto de conservación. La tesis, de una alta complejidad pero que tiene ribetes bastante apropiados a muchas de las discusiones que están el debate público, que viene a defender Richard Dawkins, su autor, es que somos seres programados, en realidad “al igual que todos los demás animales, somos máquinas creadas por nuestros genes”, que son los que en realidad tienen el poder y el protagonismo en la búsqueda de su supervivencia y que son el sujeto que mueve la evolución.
     Una vieja y muy antigua pregunta que los seres humanos venimos haciéndonos desde hace muchos siglos, relacionada con estas reflexiones y que, aunque expresada de muchas maneras, tiene una formulación prácticamente clásica, es si el criminal nace o se hace, es decir, si somos producto como dice Dawkins de lo que nos ordena nuestra biología o hay margen para la autonomía personal, para lo que se llama la libertad del individuo y por consiguiente de su responsabilidad.
     Y no es algo baladí volver de nuevo a esta cuestión porque, aunque pueda parecer mentira, es muy preocupante la contradicción en que mucha gente cae cuando anda exigiendo cada vez medidas más duras, consistentes, e incluso definitivas, contra los que considera criminales incorregibles. Porque cuanto más firmemente se opta por esa exigencia, cuanto más se apuesta por la imposibilidad de recuperación de estas personas, sin darse cuenta, más se está cayendo en una doctrina o teoría de excepcional gravedad: en el fondo están manteniendo lo que niega nuestra libertad y la voluntariedad de nuestros actos, es decir, afirmando que somos máquinas genéticas que nos movemos tal como nos fuerza nuestra genética y no hay resquicio para nuestro albedrío. Y eso es andar un camino de negación de la ética y la moral, un asunto de especial gravedad y cuyo alcance y trascendencia parece innecesario apuntar.

Pulicado el 21 de febrero de 2014

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