Siempre en crisis

      Dice la historiadora Carmen Iglesias que todas las épocas le parecen mal a quien las vive. Da la impresión de que necesariamente el espíritu humano está obligado a tener una visión negativa y cruel del momento histórico en que le ha tocado vivir: "Una de las cosas que a mí más me impresionan, es que cojas la época que cojas, incluso algunas que te parecen brillantes, siempre encuentras que para los contemporáneos han sido catastróficas, están siempre al borde del fin del mundo". Y así se puede observar, desde Hesíodo -siglo VIII a.n.e.- hasta hoy, cómo no dejan de repetirse permanentemente el anuncio del caos inmediato y el pronóstico de que está a punto el final de la cultura y de la civilización, siempre con la frase ya tan pesada de que la culpa de la hecatombe está en "haberse perdido los principios en que debe sostenerse el hombre y la sociedad".
      Las razones que explican o justifican esta tentación, tan cómoda y facilitadora, van desde la conciencia tensionada que hay en cada uno de nosotros entre lo que son las cosas y la utopía de los mejores sueños hasta la manipulación que por intereses mercantiles o ideológicos hace toda clase de poder. Porque recurrir a esta explicación tiene efectos terapéuticos y tranquilizadores pues resulta desestabilizador cargar sobre uno el peso de la humanidad. Aunque criticar esta contingencia no significa necesariamente que lo contrario sea bueno y que haya que opinar como Leibniz, un filósofo moderno que aseguraba que había razones para pensar que este es el mejor mundo de los posibles, lo que resulta erróneo es la propia afirmación hecha como definitiva, tanto si se anuncia el fin del mundo como si se pronostica la llegada de la edad de oro.
    La valoración de la época que la lotería genética nos ha dado para vivir sigue adoleciendo de lo mismo y más aún cuando la coyuntura del momento solo invita al pesimismo. La angustia existencial de lo de cada día, el sufrimiento colectivo y las escasas perspectivas de optimismo sí que parecen justificar esta vez el convencimiento de estar en crisis. Lo asegura El Roto: ¡vamos bien! pero lo que no sabemos es a dónde. Es como lo del lobo: ¡ahora sí que ha llegado y de verdad! Lo que desconocemos es qué dirán de nosotros pasado el tiempo, si nos catalogarán también como afectados por el mismo síndrome o verán justificado nuestro veredicto. Claro que a nosotros ya nos dará lo mismo.

Publicado el 7 de febrero de 2014

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