La publicidad resolvió

      No está claro para los investigadores si Adán y sus ministros eran conscientes de todo lo que se le venía encima. Él había alcanzado la fortuna y disponía de todas las posibilidades de ser enteramente bienaventurado pero metió la pata y, ya se sabe, a la calle y a trabajar. Lo malo es que había que empezar por algún sitio a organizar las cosas: que si los calendarios para saber en qué día estaba; que si las señales de tráfico antes de que empezasen los rebaños a andar de un lado para otro; o los tribunales de justicia pues tenía la intuición de que pronto iban a empezar las malas acciones. No resultaba fácil la tarea para la vida de una colectividad tan rebuscada, artificiosa y convencional como la humana con necesidades tan perentorias como cenar, disponer de colega para el desahogo sexual y tener a la mano un poco de agua hasta que se inventase el vino. A sus correligionarios de aventuras había que proporcionarles también las circunstancias favorables que les permitieran cubrir las llamadas necesidades secundarias, aquellas derivadas de su montaje cultural. Y hasta la vertebración social.
        Pero tal vez con lo que no contaba es con las cuestiones supuestamente baladíes pero que al final resultan imprescindibles. Simples bagatelas: el tamaño de los sobres y de los folios, la altura de las puertas, la dimensión de los tornillos y las tuercas o la forma de saludar. Y no digamos el nombre de las cosas que para asignar uno a cada objeto material o simbólico ya le hacía falta imaginación. Luego estaban los horarios porque hubiera sido un lío terrible si en una calle era una hora y en la de al lado otra: ¿cómo ponerse de acuerdo para quedar? De eso y de muchas otras cosas tuvieron que ocuparse Adán y sus primeros ministros. Lo peor vino sin embargo después cuando tuvo que poner fecha para la risa y el llanto, para la alegría y la tristeza. ¿Era mejor que todos lloráramos al mismo tiempo o quizá resultaba recomendable que cada uno lo hiciera a su antojo?
   Mas, cuando estaba metido, como Descartes, en la duda absoluta, las campañas publicitarias, que son las que saben, resolvieron todo. Y así, a partir de entonces, todo fue sobre ruedas, nunca hubo un problema y hasta sobraron montones de inventos que ya no hacían falta. A fin de cuentas, le dice Sempronio a Celestina, no hay cosa tan difícil de sufrir en sus principios que el tiempo no la ablande y haga comportable.

Publicado el día 17 de abril de 2015

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