Los bancos de España

      Hay que ver cómo se ha ido llenando de bancos el país. Ya puede uno ir por el norte o por el sur, viajar por una zona urbana o rural, que por todas partes podrá comprobar la existencia de muchos bancos, de muchos. Bancos, por este lado o por el otro. Y quizá todavía seguro que no son suficientes, que vendrían bien unos cuantos más. Uno recuerda otros tiempos en los que apenas se veían, sin embargo últimamente no ocurre así. Pero, claro, para que nadie se moleste, habrá de aclararse que esta observación urbanística no está referida a esas entidades que de una manera u otra manejan nuestro dinero. No. Hablar de ellas ni está en el propósito de estas líneas ni es un tema sencillo para una breve columna periodística. Los bancos de los que se habla es de los asientos, con respaldo o sin él, en que pueden sentarse dos o más personas y de los que afortunadamente cada día hay más por nuestras calles y nuestros parques. Bancos para sentarse. (¿Un síntoma de que el país se está llenando de gente cansada?). “Banco”, al ser un término equívoco, exige clarificar su uso para no confundir.
     Contaba el otro día en un programa de “radio clásica” el ilustre matemático Antonio Córdoba que, en una ocasión, tuvo el privilegio de emocionar nada menos que a Monserrat Caballé cantándole en su aniversario el “cumpleaños feliz”, para, a continuación, hacer referencia a cómo esta narración era para él un ejemplo modélico de las trampas del lenguaje. (El intríngulis consistía en que en un concierto, al que asistía como espectador, al término del mismo el director de escena anunció a los asistentes que aquel día celebraba la cantante esa fiesta personal, con lo que el público, en pie, le entonó la felicitación que, como es natural, le conmovió profundamente). Decir una cosa y parecer, o encubrir, que se dice otra diferente. Como el título del artículo.
      Las trampas del lenguaje son uno de los atolladeros y aprietos más graves y penosos con que se enfrenta la especie humana. Que lo diga si no Caín en su confusa justificación; o Creso, a quien la Pitonisa anunció que un imperio caería tras la batalla y él creyó, equivocadamente, que sería el de sus enemigos, los persas; o quien da un braguetazo cuando dice a su cónyuge que le quiere. O, sin ir más lejos, los que, aprovechando el juicio por las “tarjetas negras”, vociferan con razón por el engaño de las preferentes que tanto mal les causó.

Publicado el día 30 de septiembre de 2016

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