El lujo, cierta calamidad

      Para tratar de entender muchos de nuestros comportamientos actuales, en ocasiones es muy útil repasar los modos de vida de que gozaban y sufrían los cazadores-recolectores, es decir, nuestros antepasados, más o menos desde unos diez mil años para atrás, lo que se llama el paleolítico. Decenas de miles de años durante los cuales ocuparon su vida y obtuvieron su supervivencia cobrando animales y recogiendo las cosechas que el campo les brindaba, o sea, viviendo de la caza y la recolección. Y acomodando su vida individual y social a estándares propios de sus circunstancias, normalmente el nomadismo y la conquista de nuevos espacios, mientras iban descubriendo, poco a poco, procedimientos y mecanismos que facilitaran sus laboriosas tareas. Así las cosas, algún antropólogo considera que en ese proceso de mejora de su primitiva tecnología el lujo era el sistema de consolidación de cualquier nuevo invento o sistema que les permitía dar un paso adelante en el desarrollo de su civilización.
     Hoy con ese término hablamos de algo diferente. Hoy el lujo incluye dos variables conceptuales: por una parte, demasía y abundancia de cosas no necesarias y, por otra, la implicación social de un signo de distinción de quien no quiere ser igual a los demás y que, con mayor o menor fortuna, desde la superioridad trata de singularizarse de entre los que están a su alrededor. También se sentía ese mensaje de prepotencia en la época de cazadores-recolectores, cuando alguna tribu o alguna tropilla descubría algo que les facilitaba el trabajo y les hacía más fuertes y dominadores que los de al lado. Pero hoy lo que entendemos habitualmente por lujo es algo más complejo que de entrada encierra una grave contradicción. Porque este afán de querer formar parte de un grupo reducido de sobresalientes o destacados (por lógica, cuanto más reducido es el grupo, más relevantes son quienes lo integran) implica la contrapartida de que, al ser muy pocos, resulta más escasa la ventaja económica que produce.
    En ese equilibrio de distinción y de beneficio económico, de consumo ostensible (Thorstein Veble) de objetos y experiencias (Yves Michaud), el lujo, también el menor, el tópico y el distópico, el de cada rincón incluso cutre, revela fragilidad en el individuo que, queriendo ser superior y diferente, acaba en esto último y no en lo otro. Lo que no es útil para nadie sino, más bien, una calamidad.

Publicado el día 10 de marzo de 2017

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