Informaciones inútiles

    Una vez un grupo de personas cansadas de perder el tiempo en leer y escuchar en los diversos medios de comunicación y conversación tantas informaciones necias y mentecatas, decidió fundar una asociación, una “Sociedad contra las informaciones inútiles” para estimular a la gente a que dejaran a un lado banalidades y especímenes impropios de personas sensatas, especialmente si, además, eran falsas o, peor, medias verdades y ocuparan su quehacer en asuntos de valor humano constructivo. Pero ¿tendrá interés un club de este tipo? El caso es que, tras hacer pública su propuesta, los organizadores se vieron tan desbordados con el número de solicitudes que tuvieron que buscar algún requisito imprescindible para poder ingresar en la asociación, requisito que debía ser consecuente con su filosofía. Así, para afiliarse y disfrutar de los beneficios reservados a los socios, no bastaría con mostrar un verdadero interés ni tampoco una queja generalizada y arbitrista del estilo “es que no hay nada en la televisión”, porque afirmaciones de este tipo son generalidades con nulo valor probatorio. Era necesario aportar, al menos, una información concreta plenamente inútil que hubiesen topado en cualquier sitio. Y aquí empezó el problema.
     Los aspirantes al carné de inscrito revolvieron una y otra vez los medios de comunicación, las redes sociales, los sistemas de correos y mensajes en busca de la noticia más inútil que pudieran encontrar, y en verdad que, al decir de los autores del asunto, la relación de informaciones aportadas por unos y otros era inmensamente larga y hubiera llenado páginas y páginas. Pero, sin embargo, a pesar de esos datos, nadie pudo ingresar en la “Sociedad contra las informaciones inútiles”. Ni siquiera el promotor y presidente encargado. ¿Por qué? Muy sencillo: se dieron cuenta de que, al presentar una noticia, al margen de su contenido, esta, convertido en requisito para afiliarse, ya tenía una utilidad, servía para algo: para hacerse miembro del club.
      Inviable, por tanto, por su propia contradicción interna una sociedad tal. Así parece. Pero no se crea que todo está perdido. Un eminente filósofo y científico inglés, Bertrand Russell, resolvió esta paradoja matemáticamente, de manera que no hay excusa: tiene sentido científico una sociedad contra las informaciones inútiles. Al menos, lo mismo que otras muchas que de verdad no se sabe para qué sirven.

Publicado el día 31 de marzo de 2017

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