Una amenaza permanente

      A finales del siglo XV a un tal Sebastián Brant, nacido en Estrasburgo, se le ocurrió escribir un libro que tituló: “La nave de los necios”, en una época que llamamos como de transición entre la Edad Media y la Moderna, con el Humanismo de fondo. El texto viene a representar la imagen de un grupo de locos viajando en barco hacia la tierra de los tontos (o Narragonia, en el original alemán) y es una sucesión de cuadros críticos, acompañados cada uno con un grabado, en los que el autor critica los vicios de su época a partir de la denuncia de distintos tipos de necedad o estupidez. “Un necio es el que no entiende cuándo habla con un necio; un necio es el que ladra siempre en contra y se pelea con un borracho y quiere bromear con niños y necios sin aceptar el juego de la necedad… Y sucede una cosa singular en la tierra: más de uno quiere ser un sabio, pero se acomoda a la estulticia y cree que se le debe alabar cuando se dice ¡ese conoce bien la necedad!”
       El asunto de la necedad o de la estulticia sigue tan presente en nuestra civilización que ha sido frecuente objeto de estudio para analizar cuáles son sus claves y si hubiese algún remedio. Pero es vano propósito. Por empezar por algún lado, se puede recordar lo que dice el filósofo francés André Glucksmann, en un libro relativamente reciente con este título de la estupidez, que la preocupación por estudiar este tema se ve contrarrestada por la de protegerse contra ella, y que cada uno se guarde las espaldas al precio que sea para que no le ocurra lo que a Gribouille, que se metió en el río para huir de la lluvia. O aquel romano que, sabiendo que los augurios pronosticaban que moriría ahogado en el mar, decidió abandonar esa forma de viajar y luego se acabó ahogando en un río.
      La clava y la capucha, símbolos de los necios, tienen mucha más vigencia de la que a primera vista pudiera parecer. Objetos de uso tan frecuente, que los llevamos más de uno, por no decir tantísima gente, en estos tiempos que corren. Poco éxito, o más bien ninguno, tuvo Sebastián Brant en la tarea que se encomendó porque la estirpe que trató de sanar ha ido creciendo considerablemente y tomando cada vez más poder. El busilis está en que la estupidez es ausencia de juicio, pero ausencia activa, conquistadora y preponderante, matiza Glucksmann. Soslaya la duda, su medicación precisa, y entonces es cuando nos perdemos al querer imponerla.

Publicado el día 6 de octubre de 2017

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