La venganza de la verdad

    En la historia de la ciencia es memorable el momento en el que como de pronto se modifican tanto la concepción de la enfermedad como derivadamente los sistemas terapéuticos. No es, por supuesto, que esa transmutación se hiciese de la noche a la mañana (cuando incluso hoy, con lo que hemos aprendido y lo que las ciencias han avanzado, no la hemos asimilado del todo) pero ello se produjo cuando apareció por Atenas un tal Hipócrates (el hoy protagonista del juramento médico) en el llamado siglo de Pericles. Hipócrates representó lo que los filósofos describen como “el paso del mito a la razón”, saltar de entender los hechos como mensajes de dioses e interpretarlos como acontecimientos naturales; en las tormentas pasar de rayos que envía Zeus enfadado a fenómenos regidos por las leyes de la naturaleza; y en la enfermedad olvidarse de recurrir a Asclepio, dios de la medicina, en busca de curación a basarse en lo que puede tocarse con las manos, el cuerpo humano. (Curiosamente la última frase de Sócrates tras beber el veneno, propia del antiguo régimen, a su discípulo Fedón: “Debemos un gallo a Asclepio, págalo y no lo olvides”). Así empezó el pensamiento humano y la ciencia.
    Ya se ha dicho: veintitantos siglos no han sido suficientes para que nos convenzamos de que la ciencia, a pesar de sus dificultades, sus contradicciones, sus limitaciones y sus insuficiencias es el único camino viable para resolver el problema del bienestar físico y psíquico, y de la salud. Que Asclepio (o Esculapio, para los romanos) no son la vía transitable para la salvación. Y menos aún remedios paracientíficos que arrastran cabe sí desde negocios indecorosos y enlodados hasta ideologías perversas y excesivas, en muchos casos unos y otras mezcladas.
    Sólo hay un camino de ser, ya decía Parménides por aquellos tiempos, porque el otro lleva a la nada. Y ese camino de ser es la verdad, la verdad científica que, al final del trágico juego, acaba vengándose de los humanos, de los que se enredan con ella. Lo triste es que los más débiles son los que lo sufren. Y así, mientras, se están produciendo desgracias irreversibles de personas agarradas a bulos estúpidos, cuyos transmisores, a pesar del anonimato, tienen sobre sus espaldas una infame colaboración. No lo puede manifestar de manera más clara y explícita Jorge Guillén: “Sí, más verdad, / Objeto de mi gana. / Jamás, jamás, engaños escogidos”.

Publicado el día 21 de septiembre de 2018

No hay comentarios:

Publicar un comentario