La peluca mal puesta

     Las personas vivimos en algunas ocasiones a saltos, que, con unos u otros matices, vienen de vez en cuando y a veces hasta o quebrantan la memoria o rompen el porvenir. Mientras, el resto de nuestra existencia transita entre la monotonía, la rutina y la vacuidad. Al fin y al cabo por mucho que queramos romper el corsé de cada día y cada rato, "las generaciones de hombres vienen y van, pero la tierra permanece”, asegura el Eclesiastés. Vamos y venimos en lo trivial, en lo que no exige algo más allá, lo que no exige un punto de esfuerzo mental, un punto de cavilación o un punto de reflexión. Aunque, ¡ojo! llevan siglos diciendo los filósofos que somos lo bastante sabios para advertir nuestras contradicciones, para darnos cuenta de esa templada monotonía, aunque lamentablemente pero no lo suficiente para resolverlas.
    Viene a cuento toda esta aparente (y puede que real) advertencia por la desazón que produce observar cómo al final casi todos los esfuerzos que se hacen en la sociedad de hoy no superan el listón de un “pásalo” como si ese fuera el alto límite de capacidad humana de construir la realidad en únicamente un “trending tropic”. Todos los que no hacen otra cosa creativa y de interés en la vida, en su vida y la de la colectividad que “pasarlo” muestran el papel de transmisores que de un tiempo acá nos hemos asignado a nosotros mismos y a los de nuestro entorno, olvidando (de nuevo el Eclesiastés) que las palabras de los sabios oídas con calma valen más que los gritos del que gobierna a los necios.
      Esta forma de hacer las cosas, las contradicciones de lo que se dice y se quiere decir, de lo que se hace y se quiere hacer pueden venir reflejadas e ilustradas de manera simplista, casi infantil y propio de un juguete, pero atinada y precisa en la anécdota del viudo que estaba despidiendo un duelo. Como es costumbre en estos casos, muchos de los parientes, vecinos y demás conocidos tienden a repetir con el consabido "lo mismo digo" el pésame que suponen ha dicho el anterior de la fila. Pero una vez ocurrió que el primero, por ser persona cercana a la familia y con suficiente confianza, le avisó al doliente: "Tiene usted la peluca torcida". "Lo mismo digo" fueron diciendo los siguientes hasta que el pobre hombre, harto ya de intentar ponérsela bien, optó por quitársela. Que para muchos es la única forma de resolver los saltos que da la vida. Muy pobres, quizá.

Publicado el día 12 de octubre de 2018

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