De nuevo recordar a Casandra

    En verdad que el recuerdo de Casandra y su tragedia siempre está presente en nuestra cultura y en nuestro medio. Porque es curioso observar cómo es de sorprendente la cantidad de gente que llena su vida y su autoestima de anunciar catástrofes. Como eternos voceros de la desgracia y de la desventura, nos aseguran cada mañana que el fin del mundo está a la vuelta del camino, en el primer recodo a la izquierda. O, más bien, a la derecha. Al final es indiferente lo que ocurra, Lo que interesa es dar el mazazo ante la opinión general y pública. Y luego quedarse tranquilo. Un escritor español de hace dos siglos, por citar alguna cosa, Juan Pablo Forner, contó con sorna no exenta de mala leche cómo el castellano como lengua ya había muerto y se entretuvo en narrar su entierro. Los vendedores de contratiempos y tribulaciones tienen, además, la suerte de que siempre hay gente dispuesta a escucharles y, lo que es peor, a creerse al pie de la letra sus vaticinios y sus augurios. Y no distinguen que una cosa es avisar de que hay piedras en el camino y otra decir que se terminó la carretera.
    No hay manera de contradecir esta actitud. Como aquellos copistas y escoliastas, que, aprovechando las esquinas, incluían sus propias opiniones sobre los trabajos de los grandes escritores, siempre hay algún comentarista que coge el rábano por las hojas e interpreta cualquier mensaje de esperanza al revés, como si fuese un error de lectura. Y lo malo de eso es que, al final, no se sabía muy bien ni se distinguía entre la obra copiada y el pensamiento del copista. Cuando a alguien se le ocurre contar algo positivo, siempre está el que avisa de los peligros.
    Casandra era hija de Príamo, rey de Troya. Deseosa de poder conocer el futuro, ofreció su mano, como se decía antiguamente, a Apolo con tal de conseguir ese don de la profecía. Lo malo es que después, por una serie de circunstancias, se desdijo de lo dicho y abandonó sus propósitos de matrimonio. Apolo, como es lógico, se enfadó mucho y en la línea de los grandes castigos que los dioses de la mitología antigua proferían a sus pecadores, le castigó a ver el futuro pero a que nadie hiciese caso a sus profecías. A día de hoy, más de uno agradecería que Apolo resurgiera de sus cenizas históricas y a muchos de estos tribunos de desgracias les retirara, como a Casandra, el don de la credibilidad. Simplemente para poder descansar un poco.

Publicado el día 16 de noviembre de 2018

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