La tragedia de don Práxedes

  Por entonces, cuando la revista "La Codorniz" (una publicación que ejerció el protagonismo inteligente del humor en tiempos del siglo pasado) hizo pública la tragedia de don Práxedes Paredes, más de uno se quedó preocupado por lo que le contaban. Y no eran únicamente los pacatos y los melindrosos, que tienen tendencia a ver las cosas casi siempre desde el lado oscuro; tampoco los compasivos, que se apiadan de cualquier desgracia ajena, aunque sea de menor cuantía. No, personas sesudas y experimentadas, que acostumbran a tomar las cosas más extravagantes con calma y sosiego, no fueron ajenas a esta inquietud cuando tuvieron noticia de lo que le ocurría al Sr. Paredes y se preguntaban cómo un ciudadano tan importante y preclaro se había contagiado de un mal tan dañino. Por entonces el lamento se extendía de boca en boca y empezaba a preocupar a todo el mundo. ¡Pobre de don Práxedes! decían en el rumor y la comidilla todas las reuniones sociales. La Codorniz explicaba que la gente le miraba por la calle y hacía gestos de complicidad al cruzárselo y su situación era comentada por todos sus convecinos, que no podían comprender cómo todo eso era posible.
    Porque lo que le pasaba, por entonces, a este pobre señor, el mal que le había entrado en su alma y su espíritu era sencillamente que no sabía andar por la vida con pies de plomo: cuando hablaba, o decía lo que no tenía que decir, o lo hacía en un momento inoportuno o se equivocaba en la manera de hacerlo. En cuanto abría la boca, ocurría una de estas tres hipótesis. El caso es que nunca acertaba. Y por más que sus amigos, por si conseguían que se enmendara, le repetían el consejo de Baltasar Gracián cuando dice: “Comenzar con pies de plomo porque la necedad siempre entra de rondón, pues todos los necios son audaces”, no había manera. El sr. Paredes desconocía ese secreto básico para poder manejarse con el lenguaje en la vida y en la relación con los demás. Porque por entonces la cautela y la discreción eran dos herramientas imprescindibles para poder sobrevivir.
    Curioso resulta a día de hoy que este padecimiento fuese tan singular que mereciera ser destacado en los papeles. Este comentarista lo trató y reflexionó sobre esa singularidad porque, por entonces, no saber andar en la vida con los pies de plomo era, en tiempos de silencio, de mucho silencio, una dolencia muy grave. Casi definitiva y mortal. Por entonces.

Publicado el día 9 de noviembre de 2018

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