Grandes ventajas de la estupidez

    Jean Paul Richter es un escritor a caballo entre el siglo XVIII y el XIX, que fue muy famoso en su época pero que, una vez desaparecido, ha caído en el olvido general y sus publicaciones son hoy poco leídas. Tiene sin embargo una obra menor, que no es difícil conseguir, en la que un poco al estilo de aquello del elogio de la locura y otras similares, defiende y explica los múltiples beneficios que la estupidez produce en el mundo. W. Fernández Flores defendía en una simpática novela que lo que mueve el mundo son los pecados capitales y esboza cómo sería este sin soberbios, sin avaros… etc. Jean Paul, como decidió que se le llamara en homenaje a Jean Paul Rousseau a quien admiraba, defiende como tesis general que lo que mueve y permite que el mundo avance es la estupidez, no solo, por ejemplo, entre los poderosos, que naturalmente se aprovechan de ella para engañar a la plebe, al pueblo, sino también para éste que, liberado de dudas, cuestiones y problemas, es feliz viviendo una vida aborregada, en paz y tranquilidad, haciendo exclusivamente lo que le mandan. ¿Para qué complicarse la vida?, ¿qué sentido tiene y utilidad andar buscando las razones de las cosas? “¿Cuándo un pueblo soporta las injusticias de sus dirigentes con menos impaciencia que cuando es incapaz de verlas?, ¿cuándo obedece las órdenes inútiles con más gusto que cuando las obedece ciegamente?”
     No se crea que esta discusión sea nueva ni que la haya iniciado Jean Paul. Es verdad que su forma de expresarla es de una manera intuitiva y, sobre todo, socarrona y burlona pero el miedo al conocimiento ha sido siempre uno de los temores que más han incidido en el comportamiento popular. Mientras los griegos clásicos (Sócrates) defendían que es precisamente el conocimiento el que permitía a la gente ser buena (“el que es malo lo es por ignorancia, venían a decir, porque la virtud es por sí misma atractiva”), realmente los poderosos han tratado de sustraer el conocimiento al pueblo. Y ejemplos los hay a miles. Voltaire tiene un cuentecito bastante mordaz en el que expone “los horribles peligros de la lectura, condenando, proscribiendo y anatematizando la invención de la imprenta”. ¿La fe del carbonero?
     “Al igual que los cuervos y las águilas arrancan primero los ojos antes de devorar otras partes del cuerpo, así quitan primero la facultad de ver antes de despojar al ciego del resto”, insiste Jean Paul.

Publicado el día 21 de marzo de 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario