Con los cuentos en la mano

      En un apólogo medieval se relata que un rey estaba en su palacio y vinieron sus súbditos a demandarle cosas que ellos creían necesarias y le insistían por ello mientras esperaban su respuesta a la puerta de su alcázar. Se enfadó el rey y le ordenó a su alguacil: ve y diles que no me convienen. Y yendo el alguacil con la respuesta se volvió de pronto hacia atrás y preguntó al rey: señor, decidme qué réplica he de darles si me dicen que tampoco a ellos. Entonces el rey meditó un rato y dijo: ve y diles que quiero hacer lo que me demandan.
     Como en el cuentecillo, andan las gentes inquietas y muy enfadadas viendo todo lo que acontece en el patio de la república (o sea, res o cosa pública). Y sobre todo muy soliviantadas al darse cuenta de que, lejos de recibir las satisfacciones propias de la situación, al final todo se queda como estaba, es decir, mucho ruido, mucho escándalo, mucha algarabía y un estruendo de campeonato pero las demandas parece no convenir a quienes debieran. Incluso la sucesión de acontecimientos más aparenta un plan diabólico para que un escándalo tape a otro en una sucesión calculada, que es el mejor procedimiento para crear hartazgo y empacho y, poniendo mal cuerpo, es como peor funciona la mente y el entendimiento. Las estructuras siguen perfectamente iguales y no digamos las superestructuras que mantienen intactas las cuotas de poder para beneficiarse cuando sea necesario. Y las reformas, más allá de quitar derechos y aumentar pagos, es palabra que bien podría pasar a un diccionario de términos irreales e ilusorios por su escaso uso.
      Y en otro cuento también medieval se narra que en un monasterio habitaba un gato que se había llevado por delante a todos los ratones que andaban por la zona menos a uno que era muy grande y al que no podía cazar de ninguna manera. Cavilaba cómo conseguirlo y para este fin decidió tomar el hábito de monje. El ratón, viéndolo comer entre los monjes, se alegró mucho pensando que había entrado en religión y que de esa forma ya no le haría ningún daño por lo que se puso a dar saltos de alegría de acá para allá mientras el gato ponía cara mística y humilde. Así se fue acercando, tanto que en un momento el gato le echó las uñas y lo cazó. Entonces el ratón le dice: ¿por qué me quieres matar siendo monje? A lo que el gato responde: es que yo soy monje a ratos. Y el comentarista interpreta: el gato finge ser santo.

Publicado el día 14 de noviembre de 2014

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