Travesuras de ciudadanía

     En razón de lo que se avecina a la vuelta de la esquina, andan como locos muchos de nuestros cargos institucionales afanados hasta el límite en la rutinaria tarea de enriquecer la obra pública o, dicho de una manera más pedestre, en hacer obras como sea. Y no ya solo hacerlas, que eso en muchas ocasiones resulta vulgar e intrascendente, sino sobre todo llevar a cabo lo que ceremonialmente se llama una inauguración. Nada más y nada menos. En cuanto asoma por el horizonte el tufillo de unas nuevas elecciones se convierte en ocupación no solo dominante sino casi exclusiva. Ejemplos los hay que ni se sabe pero famosa es la fotografía de un pueblo andaluz con toda la Corporación Municipal en Pleno inaugurando una rotonda, no faltaba ninguno. Parece que les vale como principio del movimiento la ecuación cuyos términos vienen a ser más o menos: ladrillo nuevo (o adoquín o palada de cemento) es igual a un voto, en una proporción directa de si más de lo uno, también de lo otro. Y así hasta el infinito.
      Pero las cosas no son tan sencillas ni a la hora de ejercer el voto vale la aritmética. Y ni siquiera la racionalidad. Mucha literatura y ciencia hay ya al uso que muestra en cuántas ocasiones nuestro comportamiento está dirigido por lo que se llaman prejuicios cognitivos, es decir, convencimientos profundos, básicamente irracionales, que dirigen nuestras decisiones y nuestra conducta aunque nos pueda dar la impresión de que lo que estamos haciendo es producto de una reflexión serena y objetiva. Es esto tan conocido y hay tantas muestras experimentalmente analizadas que no se entiende cómo aún quien vive a ladrillazo vivo los períodos electorales.
     En las recientes elecciones en Costa Rica se dio la aparente incongruencia de que salió elegido un candidato que apenas era conocido de la opinión pública y cuyas posibilidades de triunfo eran prácticamente nulas. Como en las encuestas solía aparecer en la parte más baja del listado de aspirantes, se le conoció con una denominación que ha hecho furor en los lenguajes políticos: “candidato del margen de error”, es decir, como la vida al revés, lo de adelante atrás y al contrario. Es lo que llaman algunos, más o menos técnicamente, “la paradoja del último vagón”: al ver las autoridades que la mayoría de los accidentes le afectan, para mejorar las cosas y evitar desgracias, toman la decisión de suprimirlo. ¿O no es lo lógico?

Publicado el día 7 de noviembre de 2014

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