Llegar al cielo

       Los movimientos populares, además de inevitables, tienen muchas virtualidades y ofrecen multitud de caminos de regeneración democrática. Bien es verdad que siempre hay peligro de regresión pero por lo general animan y refrescan el pensamiento colectivo, abren expectativas generales y corrigen desviaciones de la superestructura dominante. El problema está en su eficacia a través de su supervivencia. Demasiados ejemplos hay de cómo se han evaporado diseños muy razonables de arquitectura política en cuanto no han podido mantenerse con alguna vigencia. Su volatilidad ha sido y es su peor perturbación. Ser flores de un día, como el azafrán, su padecimiento más cruel.
    El camino seguido durante un tiempo por los aparatos institucionales de los partidos convencionales, que ya denunció, entre otros muchos, Ignacio Sotelo, ha sido sin duda equivocado y reprobable. La acusación de sectarismo, en ocasiones doctrinal y casi siempre endogámico, ha sido un pésimo ejemplo para los ciudadanos y un deterioro ético casi intolerable. Pero una cosa son los pasos perdidos y otra cuestionar lo que de sólido y consistente tiene su estructura. Es una ligereza creer que un partido se constituye de la noche a la mañana. Con afiliados de aluvión, no acostumbrados a la disciplina, carentes de sistemas internos de comunicación y sin apenas estructuras funcionales es muy difícil ejercer una acción política válida. Para la eficacia es imprescindible una militancia estable y ordenada que cumpla los tres criterios que Robert K. Merton formuló en su momento: formas duraderas y consagradas de interacción social; autodefinición estable c0mo miembro; y misma consideración desde fuera. Sin duda que, posiblemente, con buena fe (en unos casos más que en otros porque en estos menesteres y mientras se está subiendo caben notables advenedizos) se ha confundido el tocino con la velocidad.
      Transformar un movimiento popular en una estructura institucional sin perder su primer aliento es una de las operaciones políticas más complejas y comprometidas de las que pueden darse en el ámbito de la vida pública. Esa es su tentación y ese su riesgo porque evaporarse sería una pésima noticia. Pero también su mérito y su grandeza. Nunca conviene sin embargo olvidar aquel aviso de Quevedo, que no siempre lo que sube llega hasta el cielo. Y menos lo asalta, se podría añadir. Pero habrá que intentarlo. Y acertar. Ojalá.

Publicado el día 14 de agosto de 2015

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