La solución es distinguir

        Quinientos policías tuvieron que ser movilizados el otro día en París. Acostumbrados a invitar cada año a una ciudad extranjera a compartir el ambiente de la playa artificial en las orillas del Sena en verano, esta vez la elegida había sido Tel Aviv lo que molestó a mucha gente y dio lugar a protestas más o menos generalizadas. El incidente parisino ha venido a coincidir con el boicot que el festival Rototom Sunsplash de Benicàssim pretendía con el cantante judío estadounidense Matisyahu, boicot que luego, se supone que debido a presiones fortísimas, ha suspendido. Ambos sucedidos son otros más de los que acontecen en algunos lugares del Planeta.
     Sabido es que el pueblo judío en cuanto tal (y sin entrar en mayores precisiones ideológicas, religiosas o genéticas pues en este caso las cosas se complican en exceso: basta citar a la comunidad judía etíope) llevaba mucho tiempo sintiéndose necesitada de un espacio vital para fundar existencialmente una comunidad. La cosa viene tan de lejos y estaba tan difundida que hasta Pío Baroja ya planteaba como soporte narrativo, desde la ironía, y al amparo del primer congreso sionista de Basilea de 1897, que el pueblo hebreo tenía que comprar la Palestina o fundar una nueva nación en África… Y no es que el colectivo judío fuese el único en esas condiciones, que ahí están, por ejemplo, los kurdos, pero sí fueron más poderosos social y económicamente para conseguir su propósito.
      El Estado de Israel, fundado desde la confusión teórica e ideologizado desde sus estructuras básicas, (hay quien se ha planteado si tal vez un ateo puede ser ciudadano de pleno derecho) continúa con el juego dialógico como exclusivo beneficio en favor de sus gobernantes y quienes les apoyan para justificar el genocidio que practican con el pueblo palestino (que también tiene lo suyo). Propio de los ambientes clericalizados que juegan con la confusión de los órdenes civiles, económicos y religiosos, aquí se está mezclando todo para justificar lo injustificable. Pero no hay que confundir los términos. No es antijudío ni antisemita, por supuesto, quien rechaza y repudia la política del gobierno israelí. Y ya sería hora de ir abriendo los entramados del bosque para que entre la claridad conceptual. Y pueda más de uno, como ciudadano del mundo y de la carga histórica israelí, vanagloriarse, por ejemplo, de tantos premios nobel que han conquistado judíos.

Publicado el día 21 de agosto de 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario