Un dios para él solo

       “Que los pobres compartan esposa” es la consigna de carácter científico del profesor de Economía, XieZuoshi. Como todo el mundo conoce, los chinos han roto el equilibrio de los grandes números en cuanto al sexo de sus habitantes, debido a la política de un solo hijo y también a la preferencia del varón, que por diversos motivos son mucho más rentables económica y socialmente. El excedente de hombres, prevén, se disparará hasta los 33,8 millones en 2020. Así las cosas, de pronto han empezado a aparecer soluciones al problema y esa es la que se ha hecho más popular. Pero lo más significativo de esta propuesta está en el motivo que trata de justificarla: que “los varones más adinerados tendrán ventaja a la hora de encontrar pareja”.
        Sistemas y costumbres para organizar las relaciones de pareja las ha habido, a través de la historia, de todos los colores y formas. Cada cultura ha resuelto este asunto a su modo y manera y no tiene rigor conceptual afirmar sin más que siempre ha habido una única forma de pareja y de matrimonio. Pero aquí no es eso lo que se plantea, que si una esposa o más, sino que la dicotomía está en que, como siempre, son los ricos y poderosos los que ganan la ventaja. El poder siempre es el poder, sea cual sea el terreno en el que se juega, y el dinero su principal interlocutor.
    Narra Heródoto el procedimiento que utilizaban los babilonios para sus bodas y matrimonios. Cada año, cuenta, las doncellas en edad de casarse eran reunidas y llevadas juntas a un lugar en el que esperaban los hombres casaderos. Allí el pregonero iba levantando una a una siguiendo el orden de la más a la menos bella para que por subasta fuesen compradas, no por esclavas, sino esposas de los compradores. De este modo los babilonios más ricos se llevaban las mujeres más lindas y agraciadas. Pero así como el pregonero acababa de dar salida a las más bellas, hacía poner en pie la más fea del concurso, o la contrahecha, si alguna había, e iba pregonando quién quería casarse con ella recibiendo dinero, repitiendo una subasta pero ahora al revés. El dinero se sacaba del que habían dado para las guapas, y con esto las bellas dotaban a las feas y a las contrahechas. En definitiva es lo de siempre. Los poderosos no se contentan con las mujeres más bellas sino que, como el rey de Tracia, según cuenta Montaigne, quería hasta un dios para él solo. Lo dicho, lo de siempre, siempre.

Publicado el día 6 de noviembre de 2015

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