Una grave torpeza

         Como si los asuntos de comer fueran simplemente eso: asuntos de comer, de pronto se ha desplazado, en los países ricos naturalmente, la agenda de lo transcendental y hasta lo urgente a asuntos de comer. Y se ha llenado el espacio social, primero de bichos y después de carne. Porque no debe olvidarse que precisamente ha sido hace unos días cuando la Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria, siguiendo a la FAO, ha dado el primer paso para regular la comercialización “de invertebrados terrestres para consumo humano”. Es decir, nos ha lanzado la proclama de que debe autorizarse el consumo “de saltamontes, hormigas o gusanos”, lo que no es ninguna tontería ya que, dice, casi un tercio de la población mundial los consume habitualmente y viene desde los principios de la civilización.
         Al margen de su discutible ponderación y tiento, estas recientes convulsiones sobre los alimentos y la comida, se mueven en un ambiente especulativo de evidente superficialidad teórica como para ser tomadas en consideración y menos aún de manera inmediata y sin análisis previo. Salvo para los consumidores permanentes de la sanidad, aquellos que, según el dicho popular, se morirán totalmente sanos, las cosas de comer encierran una densidad teorizante y cultural como pocas actividades ejerce y realiza la especie humana. Desde el contenido de tabúes y tótem que lo anima y le da sentido hasta la más vulgar regla de diferenciador social. Por eso dice el gran antropólogo del siglo XX Claude Lévi-Strauss que las especies naturales no se eligen por ser buenas para comer sino por ser buenas para pensar, por sus propiedades lógicas.
      Algún responsable del estudio sobre la carne (por cierto con una imagen publicada digamos no muy apropiada) ha proclamado una plena neutralidad ideológica frente a los intereses, se entiende que perversos, de la cultura, la tecnología y el comercio, en definitiva de la vida completa de las personas. Y olvidando no solo la complejidad genética de la naturaleza humana a la hora de determinar sus procesos biológicos sino también la discutible pureza racional de la ciencia en muchos de sus ángulos: por ejemplo, quién la financia y por qué. Y es que, como nos decían de pequeños, con las cosas de comer no se juega.

Publicado el día 30 de octubre de 2015

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