A la vuelta de la esquina

          Los amigos de la buena dicción y mejor escritura, los que desean redactar cabalmente, se enfadan, y con razón, cuando el ordenador avisa de una incorrección lingüística que no es tal. Unas determinadas mentes han aplicado al artilugio un código gramatical que no siempre es conforme a lo establecido y eso le hace cometer errores, incluso infantiles. Menos mal, habría que decir, que sólo avisa y al final no impone porque, de no ser así, menudo asunto. El problema se originaría si obligara a una forma de expresión y no hubiera manera de liberarse de ella, si forzara, por ejemplo, a una concordancia equivocada de la que no pudiera uno librarse. Eso sería muy, muy grave.
    ¡En cuántas ocasiones, sin embargo, no hemos asegurado que el día en que una determinada acción la hiciera una máquina dejaría de haber fallos! Una simple suma, el desarrollo de alguna de las cuatro operaciones básicas aritméticas ofrece más garantía de acierto llevada a cabo por una simple calculadora que hecha por un humano. Y eso es así hasta el punto de que, si “repasamos la cuenta”, como se dice familiarmente, para comprobar que es correcta, lo hacemos con la intención de asegurarnos de que hemos incluido fielmente los datos precisos, nunca que la herramienta se ha equivocado en su gestión contable. Es decir, admitimos la posible equivocación nuestra pero nunca de la máquina, que, en este caso, a diferencia del ordenador, sí impone su verdad.
        Estas reflexiones, aparentemente tan superficiales e insulsas, presentan una cuestión para la vida presente y futura del ser humano, del hombre de Cromañón, de lo más decisivo que pueda pensarse. Está a punto de comercializarse, por citar alguna referencia reciente, el coche sin conductor y ese hecho técnico viene con el mensaje de que de esa forma acabarán loa accidentes automovilísticos, sin duda un gran salto técnico favorable. El coche, conducido por un ingenio mecánico, no cometerá errores y esa condición evitará muchos disgustos. Pero si un malo quiere atropellar a su vecino al que odia, ¿podrá hacerlo o el coche le obligará a ir por el buen camino? Es aparentemente una broma la pregunta pero, avanzando en la tecnología, ¿qué pasará, y ya está a la vuelta de la esquina, cuando las máquinas impongan su voluntad sobre la nuestra, cuando el ángel de la guarda o el coach (entrenador o preparador, según la RAE) sea un robot y sin posibilidad de réplica.

Publicado el día 15 de abril de 2016

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