Entre pobres y ricos

    Entre todas las causas que producen sedición y cambio en las repúblicas, la más importante consiste en la riqueza excesiva de unos pocos y la pobreza extrema de muchos, dice Juan Bodino, un escritor político francés del siglo XVI. La historia está llena de ejemplos por los que se ve cómo quienes alegan diversos motivos de descontento contra el Estado aprovechan la primera ocasión para despojar a los ricos de sus bienes, aunque este tipo de alteración era más corriente en la antigüedad que ahora. Por eso Platón, insiste Bodino, llamaba a la riqueza y a la pobreza las pestes constantes de la república.
     El convencimiento de que la distribución de la riqueza es la ponzoña que infecta a todo el engranaje social o la garantía de un buen drenaje comunitario, según esté más o menos acertadamente repartida, viene de muy antiguo, podría asegurarse que desde el momento en que la civilización pasa de la colectividad del clan o de la tribu a la consideración básica de la personalidad del individuo como sujeto diferente de todos y cada uno de los demás. Desde que las cosas dejan de ser de todos al mismo tiempo y cada uno posee su intimidad y su propio proyecto personal exclusivo y diferenciado, empiezan los desequilibrios entre ricos y pobres, entre los que tienen más y los que menos, y se quiebra así la armonía en la igualdad total. Por eso desde que los antiguos se dieron cuenta de cómo el enriquecimiento personal empezaba a ser fuente de graves conflictos los diferentes líderes sociales, como remedio a la situación, los legisladores, iniciaron en seguida acciones de promover y ordenar la distribución y el repartimiento de bienes por igual entre todos los súbditos. Así hizo Licurgo en Esparta. O en todo caso, como medida si no tan radical sí al menos de muy severas consecuencias, disponer órdenes que cancelaran todas las deudas, una forma de hacer tabla rasa de la situación de desequilibrio de ricos y pobres. Así Solón en Atenas y después, por ejemplo, en Roma.
    Pues a pesar de haberse sentido como una carga social especialmente peligrosa y amenazadora a lo largo del tiempo y de los siglos, sorprendentemente, habría que decir, a poca gente parece importarle. A día de hoy cuando crece, tal vez como nunca, la diferencia entre pobres y ricos, su única presencia pública está en los sermones de uno y otro lado, sermones por cierto perfectamente inútiles. Lamentablemente

Publicado el 9 de mayo de 2014

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