Otra lectura de las elecciones (1)

     Por experiencia todos sabemos de sobra qué son unas elecciones y lo que suponen. Ateniéndonos a la materialidad de la acción social a llevar a cabo y, dicho de una manera pedestre sin mística ni alharacas, unas elecciones son un simple procedimiento para elegir quiénes van a ejercer las tareas en los puestos que salen a concurso, una especie de selección de personal que en este caso está a cargo de un jurado no profesionalizado y en cierto modo universal. Lo que en puridad se dirime en estos procedimientos es quiénes van a ser parlamentarios, concejales o rector de la Universidad, qué personas van a asumir esas responsabilidades. Otra cosa muy diferente es todo lo demás: desde la incidencia que sobre las rutinas de nuestra vida implica su preparación hasta los juegos ideológicos, económicos y sociales que se ciernen sobre ellas. Y, sobre todo, la distribución real del poder que provocan.
     Lo que pasa es que las elecciones siempre han gozado de buena fama y de garantía de salud del sistema político. Hasta tal punto que incluso los que bajo cuerda las manipulan y falsifican las presentan como un aval, un certificado de buena conducta. También aquellas que familiarmente se llaman “a la búlgara”, es decir, en las que había más votantes que personas apuntadas en el censo y las candidaturas oficiales acababan sacando un porcentaje de votos mayor que cien. Pues hasta esas se presentan en sociedad como prueba de un buen hacer político. Y lógicamente esta buenísima imagen de que gozan ha proporcionado que sobre ellas hayan caído, seguro que en millones de ocasiones, como pétalos de flor desde ditirambos de los más diversos, encomios y panegíricos a sus valores hasta sesudos y profundos estudios de su engarce democrático. ¿Ha habido alguien en la historia que haya tenido el atrevimiento de criticarlas, siendo como son el sancta sanctorum de la ética social?
     Pero, claro, sin desmerecer de tanta bondad y perfección, unas elecciones encierran también otros ángulos y otros puntos de vista que no sería bueno dejar a un lado. Porque, como de lo que se trata es de conseguir votos como sea para los candidatos propuestos, las estrategias van encaminadas de manera muy determinada a aprovechar cualquier circunstancia para esa finalidad y así la precampaña, y lo que se llama oficialmente la campaña, acaban siendo una singular, fantástica y gran puesta en escena. ¿Engañosa y falaz?

Publicado el 16 de mayo de 2014

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