Otra lectura de las elecciones (y 2)

        Si, despojado de intereses ideológicos y de valoraciones morales, uno fija su atención en la parafernalia de unas elecciones (todas desde luego pero de manera ostentosa las que implican a todos los adultos) fácilmente puede darse cuenta de cómo todo ello, el ruido y las nueces, viene a ser una simple puesta en escena, lo que hoy llaman los modernos una especie de “performance”, una interpretación. Así las cosas, esta representación tiene que seguir con la mayor fineza todos los pasos que exige una buena ortodoxia. Una “morcilla”, como dicen burlonamente los cómicos, un suave resbalón puede suponer, puesto que la moneda que se utiliza son los votos, una desinversión manifiesta. Como advertía Horacio hay que tener mucho cuidado en no describir un hecho que se acomode a la letra de un poema de otra clase.
        Consiguientemente toda la ceremonia desarrolla su propio lenguaje y, dada la situación, la comunicación está llena de mensajes cifrados, ¿A cuento de qué viene ahora anunciar que en julio se aprobará la ley del aborto sino para sostener a determinados votantes…? Luego, pues ya se verá. ¿Y la distribución de tiempos de los precandidatos del PSOE para dar imagen de que todo se renovará? Después, lo mismo, ya se verá. ¿Y tantos otros anuncios de cosas buenísimas que a lo tonto se dejan caer precisamente estos días? Las llamadas promesas electorales son el guión de los ejecutantes pero estas expresiones, de acuerdo a las leyes de la lógica, no son ni verdaderas ni falsas. Son proposiciones de deseo pero no apodícticas, no concluyentes. (En todo caso, si realmente quisiéramos cambiar el sesgo del espectáculo y salir del teatro, habría que poner ante la opinión pública a los que mandan de verdad. ¿Promesas? Con el argumento de Rajoy, convertido en universal al estilo kantiano, justificando, al hacer todo lo contrario de lo anunciado, que ha hecho lo que tenía que hacer, se terminaron todas las promesas electorales. Todas y para siempre).
     En la apoteosis, que como en las comedias clásicas viene al final, hay que incluir la votación, sin duda imprescindible para el mejor desarrollo de la interpretación (no debe olvidarse que el coro era el principal en las representaciones griegas) y, luego, el grito de victoria obligado de todos los que concursan. Aunque después, cuando el público se retira y se apagan los escenarios, la vida marque y señale a cada uno su realidad.

Publicado el 23 de mayo de 2014

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